En la publicación anterior les comenté que todos los días le rezamos a Dios pidiendo que nos Salve y nos Redima. Pero ¿de qué debería exactamente Dios salvarnos?
La primer respuesta que encontramos en la tradición judía a esta pregunta no es en realidad una respuesta sino una historia: Dios nos salvó de la esclavitud en Egipto. La idea que Dios nos liberó de la esclavitud representa el evento fundacional que nos constituye como pueblo. Si lo pensamos un momento, cuando éramos esclavos en Egipto no éramos aún judíos sino el pueblo hebreo o mejor dicho los benei Israel (literalmente “los hijos de Israel”). Nuestra salvación en ese primer momento de la historia no fue realmente religiosa sino nacional puesto que Dios estaba salvando una nación. Pero justamente como era Dios quien estaba salvando una nación a través de una serie de milagros la tradición entendió que había una dimensión religiosa detrás de esta Salvación y por eso una distinción entre nación judía o religión judía del modo que la estoy presentando nunca existió como tal. Dios es el Dios de la humanidad y no solo del pueblo judío. Dios por lo tanto es Redentor o Salvador del mundo y la humanidad.
Tan importante fue este evento de la Salvación de la esclavitud que el mismo funcionó como prólogo para el siguiente estadio en el camino hacia la constitución nacional y religiosa judía: la entrega de la Tora. Este último evento es el motivo por el cual no fuimos liberados para hacer lo que queremos sino para ser “esclavos” ahora de Dios y la Tora. Por supuesto que la idea de ser “esclavos de Dios” suena medio extraña y sin embargo los judíos hemos entendido nuestra relación con Dios y la Tora simultáneamente como una responsabilidad que nos da placer y al mismo tiempo como una carga enorme. La tensión entre la Tora como un regalo y la Tora como una carga es un tema recurrente en la literatura de la tradición judía.
La Redención o Salvación de Egipto se convirtió entonces en el modelo que leemos y “revivimos” cada año en Pesaj. Incluso la justificación del pacto eterno entre Dios y el pueblo judío se basa en esta Salvación puesto que en la parasha Itró (Éxodo 20) donde recibimos los “Diez Mandamientos”, Dios comienza su pacto declarando “Yo soy el que los sacó de la tierra de Egipto, la casa de la esclavitud”. Si bien la Tora no posee un “por eso”, todo lo que sigue emana de esa identificación o declaración. Es decir que “por eso” que Dios hizo nosotros debemos hacer todo lo que se nos indica. Así aprendemos que la Salvación de la esclavitud en Egipto y la entrega de la Tora en el Sinaí no deben ser entendidos como dos momentos diferentes sino como uno solo en el cual el pueblo judío como tal junto al conjunto de prácticas que este pueblo hace (aquello que llamamos judaísmo) fueron creados del modo que nosotros los conocemos hoy.
Paradójicamente la primera idea o respuesta sobre la Salvación judía comienza entonces con un recuerdo. Según la Tora debemos recordar nuestra salida y salvación de Egipto todos los días y por eso dicha temática aparece por todos lados dentro de nuestra liturgia. Si no sabemos de dónde venimos se hace difícil proyectar hacia dónde vamos y se hace menester recordar que es nuestra obligación ser “buenas personas” y tratar al extranjero como un conocido puesto que nosotros mismos fuimos extranjeros en tierras extrañas según nuestra historia. Esto último también tiene un tinte de “mito eterno” del modo que describí en la publicación anterior puesto que los judíos en más de una ocasión nos hemos vuelto a sentir extraños en “tierras extrañas” mucho más allá que en Egipto o el período bíblico.
La bendición que sigue a la recitación diaria del Shema Israel (el cual posee en el tercer párrafo el recuerdo justamente de la liberación de Egipto) bendice a Dios como el Redentor o Salvador. Las bendiciones de la Creación y la Revelación anteceden a la recitación del Shema Israel y a la plegaria final de la Redención. Pero curiosamente esta Redención que rezamos no sucede aquí y ahora sino en el pasado, con un evento que sucedió hace miles de años y que recordamos todos los días cuando declaramos “Bendito eres Tú, que redimió a Israel”.
Pero esta declaración que recuerda que una vez Dios salvo tiene la funcionalidad de recordarnos todos los días que justamente si Dios Redimió en el pasado tal vez eso demuestre el potencial de una nueva redención en el futuro. De todos modos no les he dicho de qué debe Dios Salvarnos…los dejo con la intriga hasta la próxima publicación.
Diego La palabra “perdonar” significa hacer borrón y cuenta nueva, perdonar, cancelar una deuda. Cuando somos injustos con alguien, buscamos su perdón a fin de restituir la relación. El perdón no es otorgado debido a que la persona merezca ser perdonada. Nadie merece ser perdonado. El perdón es un acto de amor, misericordia y gracia. El perdón es una decisión de no guardar rencor a otra persona, pese a lo que le haya hecho, y es por ello que HaShem volverá hacerlo ya que El es uno para toda la humanidad
Diego, perdonar es olvidar? Creo que ambas estan amalgamadas y siempre nos queda la misma duda en el corazon. Recuerdo una poesia de Jose Marti .que aprendi en el colegio y nunca la olvide:»Cultivo una rosa blanca en junio como en enero/ para el amigo sincero que me da su mano franca/ mas para el cruel, que me arranca el corazon con que vivo/ Cardo ni espina cultivo/ Cultivo la rosa Blanca». Me gustaria tu opinion.Raquel Feigelson