Uno de los objetivos principales del desarrollo espiritual judío es conectarse con Dios. Para nosotros los modernos este lenguaje suena a veces ridículo, poco serio o incluso sin sentido. No se si les ha pasado pero si le decimos a alguien que estamos intentando “conectarnos con Dios” generalmente recibimos miradas extrañas o percibimos que nos están considerando “un fanático”, “un religioso”, “un dogmático”, “un fundamentalista” o directamente “un delirante” y peor aún “un iluso” .
Sin embargo cuando quitamos la palabra “Dios” de este enunciado y la reemplazamos por “espiritualidad”, “energía” o “amor” esa conexión se hace socialmente válida, obvia y “normal”. “Estoy conectándome con mi espiritualidad…” ¡Ah que placer! Eso si que suena mejor, ¿no? Pero ¿por qué pasa esto? ¿Qué diferencia hay entre la conexión espiritual, energética o amorosa y la conexión con Dios? De hecho la persona que declara conectarse con su espiritualidad ¿con qué se está realmente conectado a diferencia de la que se conecta con Dios?
Creo que la diferencia en este caso es más que lingüística. Es en esencia simbólica o metafórica. En otras palabras, la diferencia radica en qué entendemos cada uno de nosotros al utilizar estas palabras. Mucha gente escucha la palabra “Dios” y directamente la relaciona con: un viejo de barba y túnica blanca que está sentado en una nube juzgando a los seres humanos. Aunque nos suene infantil tenemos que hacer el esfuerzo por derribar estas imágenes. Y este consejo no se lo doy solamente a los que creen en Dios sino justamente a aquellos que juzgan negativamente a los que sí creen y se conectan con Dios.
Muchas veces siento que si utilizo las herramientas de la tradición judía como medio para conectarme con la espiritualidad no estoy entendiendo o siendo realmente espiritual bajo la óptica de otros que juzgan a aquellos que sienten que hay que atravesar las particularidades religiosas y presentar una espiritualidad universal. ¿Acaso existe algo así como una espiritualidad universal? ¿Acaso no influyen los diversos ejercicios en los múltiples idiomas para conformar una espiritualidad distintiva, particular o única? En palabras más simples, ¿es la espiritualidad algo realmente universal que todos sentimos por igual?
Si la espiritualidad es aquello que está relacionado con cómo se siente uno en forma individual, es decir con lo que ocurre dentro de uno mismo, ¿cómo sabemos que esa espiritualidad es la misma que siente un judío, un musulmán, un hindú o un cristiano? Si bien nadie tiene el derecho de atreverse a minimizar lo que pasa espiritualmente dentro de uno mismo, la concepción espiritual a la que yo arribo como judío ¿es exactamente la misma espiritualidad que alcanza incluso quien no cree en el judaísmo o en ninguna religión?
Para poner un ejemplo concreto, si yo declaro que para mí la espiritualidad es: “la manifestación de mi certeza absoluta que el pueblo judío al cual pertenezco es importante para la historia y en consecuencia yo también lo soy porque formo parte de dicha narración sin importar cómo me imagino a Dios en cada etapa distinta de mi vida”. ¿Estoy totalmente errado en mi espiritualidad? ¿Quién posee el patrimonio de la espiritualidad? ¿La espiritualidad “de verdad” tiene que ser la que trascienda todas las particularidades y las religiones?
Santiago Kovadloff escribió en su ensayo “Únicos Somos Todos” del libro “Ensayos de intimidad” que:
“…se sugiere que Dios desbarató la torre de Babel para que los hombres, oyéndose hablar en distintas lenguas, se supieran diferentes y llegaran a advertir en cuerpo y alma, que sólo podemos parecernos si no somos iguales. Si lo fuéramos, si sólo imperara una lengua y un único modo de ser, todo daría lo mismo. Y el reino de lo mismo, que es la indiferenciación, es también el de la indiferencia. No está demás recordarlo en un tiempo como el nuestro, tan poco propenso a los matices.”
Me preocupa pensar que en esta nueva búsqueda espiritual destruyamos las diferencias que nos enriquecen y nos ofrecen infinitos y variados sabores. La esencia espiritual es necesaria para crear todas las delicias. Pero las delicias no se encuentran en la esencia sino en sus derivados.
Así cuando la gente habla de la importancia de ser únicos, diferentes y espirituales pero después no pueden tolerar que alguien practique una religión como forma para conectarse con la espiritualidad sabemos cual es la respuesta a esa actitud. Sabemos qué responder porque nosotros fuimos quienes introdujimos la idea -que como dice el Talmud- “cuando un Rey estampa una moneda todas las demás monedas son iguales pero cuando el Rey de Reyes estampa un ser humano todos los demás seres humanos son diferentes”.
Los judíos creemos en las diferencias. Creemos que es bueno que la gente sea diferente. Creemos que es bueno que haya tantas definiciones de espiritualidad como seres espirituales hay. Nosotros creemos que hace al mundo un lugar más interesante, mas colorido, mas rico, mas creativo y mejor si todos somos diferentes y tenemos diferencias espirituales y utilizamos diferentes religiones para conectarnos con la espiritualidad. En definitiva esto es lo hace al mundo mas cercano a la imagen de Dios.
No tenemos que ser todos iguales. No tenemos que hacer de la espiritualidad una definición absoluta que deje afuera otras acepciones. La idea de una única manera de ver las cosas y que todo el mundo piense y crea lo mismo no es lo mejor sino lo peor. Lo mejor es un mundo con muchas pero muchas diferencias espirituales que pueden ser aceptadas e incluso celebradas. Somos un mosaico. Cada uno de nosotros tiene colores diferentes para contribuir.
El judaismo no es una religion mas la tora es única que no puede ser cambiada por dotrinas inventadas por los hombres