En la publicación anterior iniciamos un ciclo de nuevas preguntas sobre Dios. Cambiamos la pregunta sobre qué es Dios por la pregunta qué es lo que Dios hace (o hizo). Nuestra exploración comenzó entonces con aquello que es considerado el pilar fundamental de la tradición judía: Dios hizo el mundo. Y al analizar el comienzo del relato de la Creación vimos que cuando decimos que Dios hizo el mundo estamos en realidad diciendo que lo ordenó. Al menos eso es lo que claramente se desprende del relato bíblico. Sin embargo los rabinos y filósofos medievales (tanto judíos como cristianos y musulmanes) decidieron imponer la doctrina que Dios creaba de “la nada” en lugar de ordenar material preexistente porque aceptar que había materia antes de la existencia de Dios ponía racional o lógicamente en peligro la idea del Poder Absoluto de Dios.
En la modernidad el academicismo bíblico plantea una diferencia aún más interesante y controversial sobre la Creación. Y esta diferencia se nutre en la idea que el Capitulo 2 y 3 del Génesis preserva un segundo relato, una especie de alternativa al Capitulo 1. La evidencia de esta conclusión es que tanto en sustancia y estilo hay claras diferencias en la forma narrativa que a partir del Capitulo 2 deja de ser estructuralmente entre un día y el otro para dar paso a una forma literaria más cercana a lo novelesco. Las diferencias son realmente sorprendentes: en el Capitulo 1 la Creación es cósmica mientras que en la segunda el Ser Humano es el centro del relato; en el primer relato Dios crea absolutamente todo y al final a un ser hermafrodita -“hombre y mujer los creó”- (Génesis 1:27) mientras que en el segundo relato solamente un hombre es creado primero y luego todo lo demás incluida la primer mujer que se desprende finalmente “del costado” del hombre.
Los comentadores bíblicos medievales entendieron estos dos relatos como una sola historia conformada por una primera parte que va de lo macro a lo micro, es decir de la Creación Cósmica del Universo a la creación minúscula y detalla de los primeros seres humanos. Así la segunda parte era entendida como una extensión de la primera. Incluso para aquellos que necesitan preservar la integridad y coherencia del texto como una totalidad, esta solución parece ser la más razonable. Sin embargo los académicos modernos argumentan que las contradicciones son demasiado claras como para ser ignoradas.
Estas contradicciones son anticipadas en las palabras que abren los dos relatos diferentes. En el primer relato Dios crea “el cielo y la tierra” (Génesis 1:1) y en el segundo Dios crea “la tierra y el cielo” (Génesis 2:4). Este cambio sutil es en realidad muy significativo. El primer relato se preocupa por contarnos desde lo más amplio (cielo, tierra, plantas, sol, estrella, luna, peces, pájaros, animales) hacia lo más pequeño (los humanos). En el segundo relato Dios está más preocupado con lo que pasa en la tierra y particularmente con los seres humanos que según el texto ¡anteceden la creación de todo los demás! (Génesis 2:4-7).
¿Qué es realmente lo que preocupa a Dios?¿El mundo como un todo o los seres humanos? Si las dos narrativas parecen estar preocupadas por temas distintos también nos permite ver a qué le da más valor Dios en Su Creación. Según el primer relato Dios está preocupado por el orden cósmico del mundo, la naturaleza y los seres humanos como una parte más de todo eso. Pero en el segundo relato Dios se preocupa mucho más por los seres humanos, cómo son creados, cómo se comportan y luego por el resto de la Creación.
El estatus especial que recibieron los seres humanos en el segundo relato inspiró la formulación rabínica que los humanos somos socios con Dios en la Creación. Para los Rabinos el hecho que Dios “puso al hombre en el jardín del Edén para trabajarlo y cuidarlo” (Génesis 2:15) implica que Dios no creó (u ordenó) el mundo en forma total sino que precisa de nuestra ayuda y por eso nos creó y nos asignó el primer trabajo que es mencionado en la Biblia: esforzarnos para cuidar al mundo.
Nuestra experiencia cotidiana refuerza esta hermosa idea. El mundo requiere de nuestra contribución. Dios no hace el pan; nosotros lo hacemos gracias a lo que Dios provee. Dios no crea la medicina; nosotros utilizamos plantas y otras substancias que Dios provee. Más importante es recordar que nuestro esfuerzo para cuidar el mundo no solo se refiere a acciones medicinales, ecológicas o culinarias ya que Dios tal vez creó la Justicia pero su aplicación depende absolutamente del intercambio y la responsabilidad de los seres humanos.
En forma más simbólica los Rabinos notan que Dios podría crear al hombre circuncidado pero no lo hace. Es nuestra propia responsabilidad y compromiso judío completar esta tarea también y así hacernos socios del pacto del Creador.
Dios no creó u ordenó un mundo perfecto. Tampoco lo hizo absolutamente justo. Dios necesita de nuestra ayuda tanto para crear como para revelar y redimir al mundo. Toda esta tarea, nos guste o no, nos fue asignada. Rabí Tarfón solía decir: “no estás obligado a terminar el trabajo pero no estás libre de eximirte de él” (Pirkei Avot 2:21)
Dios no necesita a los humanos para ser justo. Si Dios necesitara de «algo» o de «alguien» sería incompleto y dejaría de ser Dios. Dios creó un mundo perfecto. ¿Un Dios perfecto puede crear algo imperfecto? ¿Dios puede ir en contra de su naturaleza? ¿La luz pura y absoluta puede incluir oscuridad absoluta en su interior? ¿El ser creador por naturaleza puede ser destructor a la vez? Imposible, por totalmente incongruente. Es el ser humano el que, haciendo uso de su libre albedrío, estropea la creación de Dios y la vuelve imperfecta. ¿Dios, si es realmente Dios, necesita a los seres humanos? Es más ¿Necesita de algo? Por ejemplo ¿Necesita ser justo? No, en absoluto. La justicia, o cualquier otra virtud de Dios, es simplemente parte de su naturaleza. La justicia es parte de su perfección. El es la «materialización» de todo lo más excelso y perfecto de la existencia. El es el gran «YO SOY». En definitiva, el ES. No necesita de nada, ni tan siquiera crearnos a nosotros para existir El. Todo lo hace por esa maravillosa y misteriosa fuerza, prácticamente incomprensible para nosotros, los humanos, llamada «AMOR», la energía más poderosa del universo y que solo proviene de El. Volviendo al tema de la justicia, tan solo decir que Dios es justo solo por existir y ser. ¿El planeta Júpiter necesita la justicia o una galaxia o una estrella moribunda necesitan de la justicia tal y como los humanos la entendemos? No. La justicia dada por Dios a éstos elementos del universo, a la creación misma, es el hecho innegable de existir y ser lo que son por la fuerza creadora de Dios. Ahí es dónde se puede percibir claramente la justicia de Dios derivada de su amor como fuerza eminentemente creadora y pura. No olvidemos nunca que, como dijo Jesús, «el Reino de Dios no es de éste mundo» y que tanto la justicia, como la verdad, el amor, la lealtad, y todos los demás valores dados a los humanos y «personificados» por Dios exceden nuestros simples conceptos humanos, ya que nuestra vida, nuestra existencia, no es más que una mera sombra de lo que ha de venir. Sombra de la vida verdadera y plena unidos con Dios en la luz cegadora de su naturaleza pura y sin mancha. En definitiva: La justicia de Dios traspasa todo nuestro entendimiento.