Hemos estado analizando las diferentes metáforas de Dios que los judíos hemos construido a lo largo de nuestra historia. Como ya bien sabemos, nadie sabe lo que Dios quiere ni cómo es Dios porque si así fuera esa persona sería cómo Dios y eso es un absurdo según la tradición judía. Solo contamos con nuestra imaginación y metáforas humanas que expresan cómo Dios se nos presenta o manifiesta a nosotros mismos en cada momento específico de nuestras vidas. Cada uno imagina a Dios de forma diferente y por eso nuestras metáforas de Dios estarán siempre impregnadas del subjetivismo inherente de nuestra condición humana. Por eso muchas veces en lugar de tratar de entender a Dios lo mejor sería tratar de entendernos a nosotros mismos y el por qué de nuestras ideas o metáforas que depositamos en el nombre “Dios”.
En esta oportunidad quisiera analizar con ustedes las metáforas de Dios relacionadas con el lenguaje femenino. Exploramos esto brevemente en la publicación anterior cuando hablamos de Dios como Papá y no como Mamá. La metáfora del Dios Padre está muy presente en el judaísmo y en extensión en el cristianismo también. Por motivos extraños llamar a Dios Madre fue algo impensado para la metáfora bíblica e incluso posteriormente para nuestros ancestros. Incluso hay gente que se siente terriblemente ofendida por la idea de Dios como Mamá y lo más sorprendente es que hay mujeres que se sienten incómodas con esta idea.
Sin embargo la modernidad y el tiempo en el que vivimos nos confronta nuevamente con las metáforas y los símbolos pero desde una renovada perspectiva. Muchas mujeres e incluso hombres se sienten hoy totalmente ofendidos por la imagen masculina de Dios en los textos tradicionales judíos. De hecho cuando hablamos de Dios definitivamente hablamos de Él y no de Ella. ¿Por qué?
Ciertos pensadores han intentado evitar asignarle cualquier tipo de género a Dios. Yo soy uno de ellos aunque me cuesta muchísimo hacerlo simplemente por un tema de costumbre. Generalmente tengo que tomarme un instante para ver cómo hablo o escribo sobre Dios sin referirme a un “el” o a una “ella”. De todos modos debo sincerarme que en lo personal creo que hay un límite para este cambio. Me niego por ejemplo a cambiar la fórmula de la bendición judía creada por los Rabinos que se dirige a Dios en la forma masculina de la segunda persona del singular. Los Rabinos crearon la famosísima fórmula de la bendición que empieza con Baruj atá (literalmente Bendito tú) en donde atá se refiere a un tú que es hombre y no mujer. Me resultaría tremendamente incómodo decir alguna vez Baruj at en donde tú es una mujer. Y me niego a este cambio no por razones de género o símbolo sino por razones históricas. De hecho me considero un verdadero feminista y creo que si bien la mujer claramente no es igual al hombre tiene todo el derecho para estudiar y capacitarse como cualquier hombre. También soy consciente que no todos están de acuerdo con mi opinión pero creo que hemos llegado a un punto en la historia en que deberíamos poder hacer midrash (es decir explicación) del propio rezo. Es decir que podríamos como parte del currículum de estudio, dejar en claro que históricamente nuestros ancestros han entendido a Dios como hombre y que simplemente fue el producto de su contexto histórico. Y como nos gusta preservar la tradición milenaria no vamos a descartar absolutamente todo o modificar aquello con lo que nos sentimos incómodos sino que vamos a reinterpretar la tradición para que siga siendo relevante.
Todos sabemos que en esencia Dios no es ni hombre ni mujer. Pero los símbolos, metáforas e imágenes que utilizamos para hablar de Dios deben ser tomados muy en serio aunque nunca en forma literal. El tema no es simplemente lingüístico. Si bien el lenguaje que usamos refleja y da forma al modo en que nosotros construimos nuestras experiencias del mundo la realidad es que cuando nosotros llegamos al mundo el lenguaje ya está ahí esperándonos. Nosotros no aprendemos un lenguaje sino que el lenguaje nos aprehende a nosotros. Esto quiere decir que si bien nuestras metáforas de Dios son creaciones humanas limitadas por nuestro lenguaje, estas metáforas emergen de contextos culturales y políticos específicos. Y si los contextos cambian las viejas metáforas eventualmente cambian también.
Si una imagen de Dios se vuelve socialmente o moralmente inadecuada también terminará volviéndose religiosamente inadecuada. Si las metáforas de Dios tienen como objetivo facilitar nuestra conexión con Dios muchas metáforas lamentablemente terminan alejándonos de esa relación y en lugar de aclarar oscurecen. No sé si pensaron alguna vez lo bizarro que resulta que llamemos a Dios “Rey” durante Rosh Hashana y Iom Kippur. Me refiero al hecho que yo jamás he vivido bajo una monarquía y la idea de un Rey me resulta extremadamente ajena. Sería mucho más cercano para mí llamar a Dios Presidente que Rey o Soberano. Pero nuevamente mi propuesta es hacer midrash o explicación del rezo y no modificar todas nuestras metáforas históricas.
El mundo ha cambiado en la modernidad y también han cambiado no solo las metáforas sino cómo entendemos nosotros lo que es una metáfora o un símbolo. Todo este tema está aún en proceso dentro de los teólogos contemporáneos. Los libros de rezo de ciertas corrientes judías ya han comenzando a sustituir los géneros de Dios en las plegarias. El tiempo dirá cómo seguiremos lidiando con estos desafíos metafóricos que nos presenta el fascinante mundo moderno en el que vivimos.
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