Ha pasado un 1 mes desde que llegamos a Israel. Para alguien como yo que hace 15 años no visitaba esta bendita tierra, este viaje ha sido una aventura de re-descubrimiento en todos los sentidos. Como la Tora que nunca cambia mientras uno cambia todo el tiempo, Israel y yo no somos los mismos en cada reencuentro. Nos conocimos por primera vez en 1993 cuando tenía 12 años en una visita con mis padres quienes lloraban y se emocionaban a cada instante (recuerdo a mi papá llorar cuando el avión aterrizó y la gente cantaba «hevenu shalom alejem»). Volvimos a vernos en 1997 cuando vine a jugar al basket representando a Argentina en la famosa macabeada en la que tristemente se derrumbó el puente de entrada al estadio y murieron 4 personas. La última vez que nos habíamos visto fue en el 2000 cuando vine a cantar en el migdal David para la celebración del 120 aniversario de ORT Mundial. Y ahora, este último reencuentro ha sido maravilloso: Israel me recibe casado, como padre de una hija que celebra su primer año de vida en esta tierra sagrada, con 16 años de experiencia comunitaria sirviendo como Jazan en Argentina y Hong Kong, como educador judío haciendo una Maestría en Educación Judía y por encima de todo esto en el inicio de mis estudios rabínicos en la Yeshiva Conservadora de Ierushalaim mientras nos preparamos para una nueva etapa en Chile.
Toda esta descripción me lleva a la conclusión que ningún judío debería sentirse como un turista en Israel. Un judío no «visita» sino «peregrina» a esta tierra una y otra vez. Al llegar e incluso vivir aunque sea unas semanas aquí, una sensación única de estar volviendo a un lugar al que uno pertenece y nunca se fue del todo lo inunda. Este lugar es nuestro hogar judío eterno. De hecho, la vida para un judío es ideal aquí en muchos aspectos. Por ejemplo, uno puede comprar comida kasher en cualquier lugar sin tener que leer todas las etiquetas como hacíamos en Hong Kong. Quienes observan algún tipo de kashrut viviendo en la diáspora saben lo complicado que es tener que ser una suerte de herbívoro fuera de su hogar preguntando qué ingredientes se usan en cada plato mientras que en Ierushalaim uno puede ordenar del menu cualquier cosa sin ningún temor. En Shabat en Ierushalaim uno no se siente un bicho extraño suspendido en el tiempo mientras que el mundo que lo rodea sigue con su vorágine. Casi toda la ciudad descansa por un día. Ni les cuento estar comprando productos en el supermercado un viernes y que al terminar de pagar el cajero nos diga «¡chau, Shabat Shalom!«. Por encima de todo esto, para un apasionado del judaísmo como soy yo, se nos hace «agua la boca» con la oferta cultural, conferencias, libros, clases, museos, conciertos, minianim (servicios religiosos/sinagogas) de todo tipo, forma y color junto a incontables lugares exóticos que hay por explorar. La sensación es de alegría por todo lo que hay aquí mezclado con la frustración que a uno no le alcanza el tiempo para hacer todo lo que quiere.
Cuando Laila me pregunta qué es lo que más me gusta de todo lo que hemos hecho desde que llegamos mi respuesta es firme: me gusta sentir que puedo no solo imaginar sino sentir que tengo una vida aquí. Me gusta tener mi rutina aquí. Adueñarme, por así decirlo, de una vida posible en la tierra eterna de la Tora y el pueblo judío. Israel es un hogar para mí como lo es hoy Argentina o Hong Kong y prontamente lo será Chile.
Como antropólogos
Al mismo tiempo, los judíos que hemos nacido y vivido gran parte de nuestra vida fuera de esta tierra sagrada, nos cuesta evitar no volvernos un poco antropólogos cuando estamos aquí. Especialmente para Laila y para mi que hemos vivido en Argentina, Alemania y Hong Kong llevando en nuestra visión del mundo un poco de Latinoamérica, Europa y Asia, en cada lugar al que llegamos sacamos a la luz nuestra mirada crítica.
Y cuando digo crítica no me refiero a «criticar» en el sentido de hablar mal sino (al igual que sucede con la «crítica bíblica«) a desarrollar una mirada lo más objetiva y desapegada posible de lo que estamos experimentando en búsqueda de la verdad más auténtica que sentimos y vemos ante nuestros ojos. Así vivimos comparando culturas, espiritualidad y compromiso cívico y religioso; evaluamos costos de vida, calidad de vida, nivel de pluralismo religioso y aceptación de la otredad junto al nivel educativo y los programas de estudio desde la niñez hasta la vida adulta en cada civilización que conocemos y experimentamos. Somos sensibles a temas de seguridad y salud (¿la gente vive tranquila que está protegida, cuidada y atendida ante cualquier problema?) y también vemos si la gente ahorra, puede viajar y si en términos generales posee una mirada crítica de su propia cultura y forma de vida.
Tal vez lo más complejo sea que en lo personal me gusta conversar sobre el anhelo, proyecto esperanzador (o mesiánico) de la gente que vive en cada lugar. Es decir, ¿qué les falta? ¿de qué están agradecidos? o ¿qué podría ser mejor en sus vidas? Al haber vivido en diferentes países y tener amigos en distintas partes del mundo quienes han crecido con esquemas de referencia muy diferente a los nuestros, Laila y yo no podemos dejar de preguntarnos estas preguntas y ser sensibles a una visión del mundo que llamamos «planetaria» o mucho más amplia que la que marca la rutina de nuestra semana viviendo en un solo lugar del mundo.
Israel bajo mi mirada (¡esto es muy subjetivo!)
Al hacernos estas preguntas tomamos conciencia que no existe el lugar perfecto. Puede sonar obvio para muchos de ustedes pero yo no dejo de sorprenderme cuando veo judíos en Israel trabajando en puestos que la mayoría de los judíos en la diáspora jamás harían. Generalmente los judíos que vivimos en la diáspora asumimos que la mayoría de los judíos son profesionales, emprendedores o comerciantes. Como dije antes, desarrollar la mirada crítica no significa que esto es positivo o negativo. Es simplemente hacer una observación. Al margen, cuando le pregunto a quienes son ciudadanos israelíes sobre estos temas, me dicen que no todos hacen todos los trabajos y que al igual que ocurre en otros países, también hay diferenciación en el estrato social de acuerdo al país original de pertenencia del inmigrante o la educación que uno posee para con respecto a ciertos oficios.
También noto que aquí en términos generales la sociedad esta más dividida de lo que pensaba con respecto a la observancia de prácticas rituales judías. En otras palabras, la mayoría de los israelíes parecen asumir una posición de «todo o nada» con respecto a las prácticas judías. Aquí uno es «realmente observante» o uno no hace nada e incluso sabe poco de la tradición judía. No es poco común encontrarse con israelíes que no saben ni una brajá (bendición) y están dispuestos a dar la vida por esta tierra como soldados mientras que otros son profundamente observantes y viven encerrados estudiando fuentes judías al mismo tiempo que se niegan a involucrarse en lo que respeta la defensa del territorio sagrado que habitan.
Soy consciente que mi descripción es una generalización y hay inmensos matices entre las diferentes interpretaciones concernientes a cómo vivir en este lugar. Nuevamente, quizás para algunos nada de esto sea una novedad. Para mí es simplemente una apreciación de lo que estoy viviendo y sintiendo y quiero dejar registrado en el blog. Mi recomendación para quienes deseen explorar y entender más sobre la naturaleza de Israel en más profundidad es dedicarle un tiempo a leer o escuchar mis publicaciones sobre El Sionismo Judío y Las 3 Visiones Sionistas. También recomiendo la sección «Historia e Israel» de Masuah.org y el blog Mered Hakadosh
La Yeshiva Conservadora
Finalmente, lo más hermoso de toda la experiencia en Ierushalaim ha sido no solo caminar por sus calles y sentirlas como propias sino poder estudiar en la Conservative Yeshiva (la Yeshiva perteneciente al movimiento Conservador judío). Para quienes nunca han pisado una Yeshiva, la experiencia es cuasi mágica. La Conservative Yeshiva parece la cueva en la que se encerró Shimon Bar Iojai. Es una especie de caverna llena de libros por todos lados sobre todos los temas inimaginables. Entre medio de todos los incontables libros hay mesas en las que cada sesión comienza con una jevruta. La jevruta es el modelo tradicional de estudio rabínico en el cual dos estudiantes se sientan enfrentados con la misma página de estudio y tratan de descifrar de qué se trata lo que se está estudiando. Luego de un tiempo de jevruta, la Yeshiva ofrece un shiur (clase) en donde un maestro/a debate qué fue lo que se estudió y cuáles son las ideas centrales. Así hay clases todo el día sobre Talmud, Tanaj, Halajá, Mishná, Midrash, filosofía judía, hebreo y muchos temas más interrumpidos solamente por las plegarias de la mañana, tarde y noche.
Lo interesante de esta Yeshiva es que es justamente Conservadora, lo que implica ciertos ideales que otras Yeshivot tradicionales no tienen. Muchos de los judíos que hemos nacido en la diáspora hemos perdido el contacto directo con el beit midrash (casa de estudio/yeshiva) tradicional y el acceso a fuentes directas en su idioma original. Sinceramente no es imposible pero tampoco es fácil sumergirse en el intrincado mundo del Talmud cuando uno es adulto y requiere realmente un esfuerzo más grande para intentar cerrar la brecha de miles de años al intentar comprender lo que dicen las fuentes rabínicas escritas en un mundo que ninguno de nosotros jamás habitará. El desafío para quienes no crecimos con el estudio tradicional de la yeshiva es caer en la desesperación por querer un acceso en forma rápida y directa a las fuentes. En esta búsqueda es posible recurrir a instituciones que agruparíamos en la categoría de «ortodoxas» donde se encuentra un mundo vibrante saturado de rabinos (generalmente hombres porque las mujeres tienen otro rol muy definido dentro de ese sistema) que pueden guiarlo a uno para comprender las fuentes directas filtradas por una mirada muy particular. Justamente es muy probable que en estas Yeshivot ortodoxas los estudiantes terminen siendo «visitantes» en una casa donde la conversación sobre judaísmo es muy diferente a la que ellos esperarían desde sus lugares de origen. Formar parte de esas instituciones más ortodoxas puede comprometer otros valores que son fundamentales para la existencia de uno ya que ciertas interpretaciones se presentan como antagónicas al judaísmo (sin ser esto necesario). Con todo esto me refiero a valores como el liberalismo, la democracia, el pluralismo, la tolerancia religiosa y el feminismo. De hecho la Yeshiva Conservadora viene a llenar ese espacio de estudio tradicional de fuentes en forma directa fusionando los valores del mundo moderno que no son enemigos del judaísmo sino una parte integral del mismo. En palabras de Hernan Rustein, compañero de estudios, esta Yeshiva es «un lugar donde se entiende el judaísmo como una herramienta para un mundo mejor, inclusivo; no una comunidad etnocéntrica y acrítica». Muchas yeshivot permanecen «congeladas en el tiempo» mientras que otras buscan una y otra vez encontrar cómo aportar desde ese lugar para la mejora educativa del judaísmo y la vida judía en general.
Prueba de lo maravilloso que es este espacio de estudio es el hecho que pude debatir temas profundos sobre la vida y el ser judío con la mejor compañera de jevruta que uno puede imaginar: mi propia esposa.