No hay dudas que cuando me apasiono con un tema judío no hay quien me pare. En las últimas dos publicaciones escribí sobre La Mitología Judía y sobre La Novia de Dios explicando cómo el mito y la experiencia mitológica transformaron mi manera de ver y amar la tradición judía. Por eso vamos a seguir explorando Tree of Souls: The Mythology of Judaism, escrito por Howard Schwartz y publicado por Oxford University Press que, como mencioné en las publicaciones anteriores, es una obra que representa la primera y más completa antología de la mitología judía en inglés. El libro de más de 700 páginas revela una tradición mítica tan rica y tan fascinante como cualquier otra en el mundo. Aquí continúo con la traducción e interpretación de la introducción de este libro porque es fascinante y tal vez responda algunas de las preguntas centrales sobre cómo es Dios para los judíos.
Dios, Tora e Israel
El judaísmo construye su sentido en la alianza entre Dios y el pueblo de Israel. Esa alianza es la Tora. De acuerdo a la Tora, Dios estableció este pacto comenzando con Abraham y lo renovó con Isaac, Jacob, José y Moisés. Desde el punto de vista judío este pacto se formalizó en el pronunciamiento de la Tora en el Monte Sinaí y desde entonces el pueblo judío se ha dirigido a la Tora para guiar sus vidas.
Naturalmente, ha habido un impulso poderoso en el judaísmo por comprender mejor la naturaleza del Dios que creó el mundo y estableció un pacto con el pueblo judío. Entre los más tempranos místicos judíos ese impulso llevó a una serie de narrativas muy creativas -conocidas como hejalot en hebreo- que describen los viajes de algunos famosos rabinos hacia el «Paraíso» con el propósito explícito de lograr un mayor conocimiento de Dios. Según estas narrativas, estos viajes son muy peligrosos ya que se dice que uno debe atravesar guardias celestiales en cada uno de los siete niveles del cielo y para peor, el guardia en la sexta puerta no dudará en cortar la cabeza de quien no conozca el nombre secreto que sirve como contraseña para ingresar en estos reinos celestiales.
Por lo tanto, todos los aspectos de Dios fueron abiertos desde temprano hacia la especulación mítica: hay textos sobre el tamaño y la apariencia de Dios; lo que Dios hace durante el día y por la noche; lo que la voz de Dios era para los que la oyeron en el Monte Sinaí; cómo es la relación de Dios con su novia la Shejiná; cómo Dios reza y cómo Dios se entristece por la destrucción del Templo en Jerusalén (a pesar de que Dios mismo permite que la destrucción suceda). Lo más fascinante de esta mitología sobre Dios es que la relación de Dios con Israel no es unilateral como uno podría esperar. Uno de los mitos talmúdicos más famosos nos cuenta sobre los rabinos rechazando la interpretación de la Ley de Dios en favor de su propia interpretación rabínica, después de lo cual el mito narra que Dios se ríe y exclama: «¡Mis hijos me han superado!» (ver la publicación Judíos tradicionalistas y Judíos liberales ¿quién tiene razón? ¿cuál es la verdad? para aprender más sobre esta fascinante sugya).
A imagen y semejanza…¡de los humanos!
A pesar que el segundo mandamiento dice claramente que no harás ninguna semejanza de lo que está en los cielos (Ex. 20:4), la literatura rabínica está llena de imaginería antropomórfica de Dios, sus manos, ojos y oídos. También nos enteramos de lo que Dios hace y por encima de todo esto también encontramos metáforas o imágenes acerca de lo que Dios siente. Pese a que en la mayoría de estos mitos los autores son conscientes que los mismos no deberían ser leídos literalmente sino en forma imaginativa, poética o metafórica (¡claramente ningún ser humano puede saber esta información!), esto no elimina la impresión de que Dios puede ser descrito en términos humanos según la tradición judía. En ninguna parte Dios se ha humanizado tanto como en la literatura rabínica, especialmente en el Midrash donde la tendencia antropomórfica alcanza su clímax.
Los comentaristas rabínicos tuvieron que lidiar con descripciones a menudo contradictorias de la aparición de Dios. Por ejemplo, se dice que Dios aparece como un hombre viejo en el Monte Sinaí, mientras que se describe como un poderoso guerrero en el Mar Rojo. Al comentar el segundo mandamiento yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de la servidumbre (Ex. 20:2), Rashi cita a Dios mismo diciendo, «Dado que cambié mi apariencia frente a la gente, no digas que hay dos seres divinos, porque soy sólo yo, que te saqué de Egipto, y soy yo quien se encontraba en el Mar Rojo».
¡Ni a imagen ni a semejanza!
En el extremo opuesto del espectro se encuentra la representación cabalística de Dios como Ein Sof, el Infinito, de quien emanó las diez etapas de la manifestación divina conocidas como las diez sefirot. Cada una de estas sefirot lleva uno de los atributos principales de Dios y todos ellos juntos forman el reino de la manifestación de Dios en este mundo. Aquí, en contraste con una visión muy personificada de Dios, encontramos otra que es totalmente impersonal aún cuando las sefirot representan atributos con cualidades humanas, tales como la comprensión, sabiduría, juicio y las buenas acciones. Mientras una escuela cabalística identifica el verdadero Dios como Ein Sof, Dios como más allá del ámbito de las sefirot, otra escuela afirma que la esencia divina de Dios se puede encontrar en las diez sefirot mismas porque son idénticas a la Deidad y por eso deben considerarse como etapas ocultas en la vida de Dios. La teoría de las sefirot no estuvo exenta de enemigos. Uno de ellos, el Rabino Isaac ben Sheshet Parfat (conocido como Ribash) cita a un crítico diciendo con desprecio sobre los cabalistas, «¡los idólatras creen en la Trinidad y los cabalistas creen en un Dios que tiene Diez partes!».
La Novia de Dios
En los mitos discutidos hasta ahora, Dios ha sido retratado como una divinidad masculina. Así es como la mayoría de la gente ve o imagina a Dios. Sin embargo, ninguna discusión de los mitos judíos acerca de Dios sería completa sin una discusión sobre los mitos acerca de la Novia de Dios. Esta figura divina se conoce como la Shejiná. Tal vez ningún mito judío sufre una transformación tan radical como lo hace el de la Shejiná. Hay un ciclo completo de mitos sobre la Shejiná que comienzan con la creación de la Shejina misma por Dios y retrata los acoplamientos sagrados de la pareja divina como así también sus enfrentamientos y separaciones. Desde este último punto de vista la tradición enseña que la Shejiná eligió ir al exilio con sus hijos, los hijos de Israel, en el momento de la destrucción del Templo. ¿Cuándo llegará Su exilio a su fin? Cuando el Templo, la casa de la Shejiná en este mundo, se reconstruya en el momento de la venida del Mesías. Hay incluso un asombroso mito en el Zohar que sugiere que la malvada Lilith ha suplantado a la verdadera Novia de Dios en el reino de la divinidad.
Estos mitos también revelan la existencia de dos Shejinas: la que hace su hogar en el cielo y la otra que ha descendido a la tierra. Este ciclo deja claro que los tipos de interacciones que se esperan de una pareja divina, como las que se encuentran en la mitología griega y cananea -y hasta cierto punto en la mitología gnóstica de los primeros siglos de la era cristiana- se encontró también en los mitos cabalísticos de Dios y su Novia. Sin embargo, como exclusivo de los mitos judíos – en particular los mitos cabalísticos- es la implicación que los dos seres míticos (Dios y Su Novia la Shejiná) son en realidad dos aspectos de un mismo ser divino, de un Dios que todo lo contiene, incluyendo cualidades masculinas y femeninas. De hecho, esto lo manifestó directamente el rabino Menajem Nahum de Chernobyl: «Sólo la Shejiná y Dios juntos forman una unidad, uno sin el otro no puede ser llamado un todo.»
El pasaje de Novia a Diosa
En su uso más temprano en el Talmud, la Shejiná se refiere a la Presencia de Dios, por lo tanto la inmanencia o morada de Dios en este mundo. Esta personificación fue vinculada al sentido de la santidad que los judíos experimentan en Shabat. Históricamente, los primeros textos escritos por los rabinos no hicieron ningún intento en sugerir que la Shejiná era de alguna manera independiente de Dios ni dar a entender que el término se refiere a un aspecto femenino de la divinidad. Al comienzo entonces el término implicaba la cercanía de Dios, como en esta homilía de Rabí Akiba: «Cuando un hombre y una mujer son dignos, la Shejiná mora en medio de ellos; si son indignos, el fuego los consume».
Sin embargo, algunos de los mitos rabínicos sentaron las bases para la transformación definitiva de la Shejiná en un ser independiente. Al principio este uso del término Shejiná pretendía afirmar que Dios se mantuvo fiel a los hijos de Israel y los acompañó por dondequiera que iban. Con el tiempo, sin embargo, el término Shejiná llegó a identificarse con el aspecto femenino de Dios y llegó a adquirir independencia mítica. Los mitos que emergen en la literatura cabalística y jasídica retratan la Shejiná como la Novia de Dios y como la Reina del Shabat, personificándola como una figura mítica independiente. De hecho, hay varias otras identidades vinculadas a la Shejiná que la presentan como una princesa, una novia, una anciana enlutada, una paloma, un lirio, una rosa, una cierva, una joya, la tierra, el océano y la luna. Estas múltiples facetas de la Shejiná sugieren que como una típica figura mítica, la Shejiná terminó absorbiendo una amplia gama de papeles femeninos.
Sobre este tema hay una serie de mitos sobre la Shejiná que se encuentran en el Zohar formando un ciclo. Algunos de estos mitos son innegablemente eróticos en la descripción del amor de Dios y la Shejiná. Pero parte de este ciclo también incluye el mayor conflicto entre Dios y Su Novia: el hecho que Dios permitió que el Templo en Jerusalén, la casa de la Shejiná, fuera destruida. Esto es lo que da lugar a la separación de la Shejiná de Dios, la cual termina yéndose al exilio con sus hijos, los hijos de Israel. Y es justamente aquí donde en la trayectoria histórica de estos textos la Shejiná logra la independencia mítica. Es evidente que el enfrentamiento se produce entre dos figuras míticas. Después de esto la presencia de la Shejiná queda totalmente inyectada en la tradición desde esta creencia. Así se prepara el camino para una serie de visiones y encuentros con la Shejiná que están asociados, en particular, con el Kotel ha-Ma’aravi, el Muro Occidental del Monte del Templo en Jerusalén, también conocido como el Muro de las Lamentaciones o Lamentos.
Una Diosa con poca autonomía
En estos textos cabalísticos y post-cabalísticos, es evidente que, al menos desde un punto de vista mitológico, la Shejiná se ha convertido en una entidad independiente. Sin embargo, la Shejiná fue considerada al mismo tiempo como una extensión o aspecto de la Divinidad lo cual era necesario para defender el concepto esencial del monoteísmo. Los verdaderos iniciados de la cábala no fueron perturbados por estas aparentes contradicciones pero otros reconocieron el peligro de ver la Shejiná como una deidad separada. Eso explica por qué no se permitió el estudio de los textos cabalísticos hasta alcanzar una determina edad (40 años para algunos aunque Moshé Cordovero dice que con 20 años alcanza). La idea era proteger a los iniciados puesto que sólo una persona anclada en Talmud (un texto mucho más «lógico» que «metafórico») podía contar con las herramientas suficientes como para no ser abrumado por los misterios cabalísticos. Los más jóvenes eran más vulnerables y podían ser llevados por mal camino.
La experiencia humana de la Shejiná en Shabat
Pero la evolución del mito de la Shejiná no llega a su fin con el papel retratado en el Zohar en el siglo XIII. Las consecuencias del exilio de la Shejiná serán expandida en el siglo XVI por el rabino Isaac Luria en su mito de la Ruptura de las vasijas y la Reunión de las chispas. Incluso en el siglo XIX Rabí Najman de Bratslav contó la historia alegórica de «La princesa perdida», que apunta a una identificación de la Shejiná con una figura femenina interna, al igual que el concepto del anima de Jung.
Otra identidad sutil de la Shejiná sugerida en la tradición talmúdica enseña que cada judío recibe una neshamá ieterah, una segunda alma, en Shabat: «Rabí Shimón ben Lakish dijo ‘en la víspera de Shabat el Santo, bendito sea, da al hombre un alma extra y al cierre del día de reposo La retira de él'». Esta segunda alma es la experiencia interna de la Shejiná. Permanece durante todo el día de reposo y se cree que sale después de Havdalá, el ritual de la separación que se realiza al final del Shabat. Esta segunda alma funciona como una especie de «impregnación» en la que el espíritu de una figura santa se fusiona con el alma de una persona que vive, trayendo mayor fe y sabiduría.
Pero en este caso se trata de un alma divina que se fusiona con las almas de los judíos en el día de reposo. No es difícil identificar esta segunda alma con la presencia de la Shejiná, quien es también identificada como la Reina del Shabat. La llegada y salida de la Reina del Shabat junto con la llegada y salida de esta segunda alma misteriosa (la neshama ieterah) sucede en forma simultánea. La identificación de la segunda alma con la Shejiná es una manera de reconocer el carácter sagrado del Shabat, tanto dentro como fuera de uno. Para el rabino Yitzjak Eizik Safrin de Komarno, la mejor manera que un hombre posee para descubrir la Shejiná es través de su esposa. El rabino afirma en Notzer Jesed que la Shejiná penetra en el hombre principalmente a causa de su esposa y un hombre recibe la iluminación espiritual justamente porque tiene una esposa. Así finalmente describe al hombre como un ser colocado entre dos mujeres. Una de ellas, su esposa terrenal, recibe de él, mientras que la Shejiná otorga bendiciones sobre él.
La mitología monoteísta
De todos estos significados atribuidos a la Shejiná emerge finalmente todo un ciclo de mitos vinculados a la Shejiná. Algunos de ellos retratan la unidad de Dios y Su novia mientras que otros narran sobre su separación. El mito fundamental, como se ha señalado, es el del exilio de la Shejiná porque al mismto tiempo que la novia va al exilio, la figura de la Shejiná adquiere independencia de la Divinidad. Sin embargo, la pregunta persiste: ¿puede la Shejiná ser considerada una diosa? ¿Podríamos concederle un estatus independiente de Dios? La respuesta es más difícil de lo que parece.
Por un lado, la naturaleza de la evolución de la Shejiná entendida como la presencia de Dios en este mundo la mantiene atada con Dios con la fuerza suficiente como para levantar dudas sobre su papel de diosa independiente. Pero, por otro lado, el papel de la Shejiná que emerge en la era cabalística puede ser visto como una resurrección de la suprimida Astarot en la antigua tradición judía. Al final, mientras que la Shejiná parece tener algunos de los aspectos típicos de una diosa, este papel no es tan claro como el de las de diosas en otras tradiciones míticas. Sí, la Shejiná es la Esposa o Novia de Dios y al mismo es un aspecto femenino del mismo Dios único de Israel. Aunque suene contradictorio o paradójico, la Shejiná existe con ambas funciones simultáneamente y las dos funciones están disponibles para quien quiera articular una idea o la otra dependiendo del contexto o necesidad espiritual. ¿Cómo se puede resolver esta contradicción? Tal vez viendo la tradición mitológica dentro del judaísmo como un desarrollo único, una especie de mitología monoteísta.
De Novia a Diosa y de Diosa a Mesias
Es importante entender también cómo los mitos de la Shejiná terminaron relacionándose con los mitos del Mesías. Esto se comprenderá si partimos de la base que el mito del exilio de la Shejiná contiene dos mito internos. En la primera etapa, la Shejiná va al exilio en el momento de la destrucción del Templo. En la segunda etapa, una reunión de Dios con la Shejiná acontece y al mismo tiempo se anhela que vuelva a acontecer (sí, es un mito y por lo tanto una metáfora literaria que no necesariamente requiere coherencia sino la posibilidad de ofrecernos «sentido» y «esperanza»). Esto significa que la reunión entre Dios y la Shejiná se produce constantemente a través de las actividades que realiza el pueblo de Israel cuando cumple con las mitzvot (mandamientos o preceptos) y mediante la aplicación consciente de kavanah (intención) en las oraciones del rezo.
Pero el mito final de la Salvación mesiánica acontecerá cuando esta actividad se convierta en una acción deseada por todo Israel logrando justamente la permanente reunificación de Dios con la Shejiná, haciendo que el exilio de la Shejiná llegue a su fin eterno. En ese momento la Shejiná regresará a su esposo para tener relaciones con él y aquí es cuando este desarrollo se vincula con la llegada del Mesías. Recordemos que una de las consecuencias de la era mesiánica es que el Templo de Jerusalén (que antiguamente era la casa de la Shejiná en este mundo) será reconstruido. Desde que la Shejiná fue al exilio a causa de su destrucción, la reconstrucción del Templo representará el final de su exilio. De esta manera es cómo los mitos de la Shejiná y el Mesías se vinculan.
Para contribuir con larga vida a los mitos judíos de la Shejiná, tenemos varios rituales asociados con ella. El ritual más importante es el conocidísimo Kabalat Shabat, recreado por el rabino Isaac Luria en el siglo XVI. Aquí los fieles salen a los campos justo antes del atardecer en la víspera del día de reposo para darle la bienvenida a la Reina del Shabat. Luria encontró la base para este ritual en el Talmud ya que allí se preserva que Rabbi Haninah solía salir a saludar a la Reina del Shabat. Por supuesto que en el momento en que Luria formaliza este ritual, el concepto de la Reina de Shabat ya se había convertido en una figura mítica independiente y el propio ritual se convierte en una especie de culto a la diosa pero dentro del judaísmo.
¿Qué tipo de monoteismo es este?
La mayoría de los judíos se sorprende al saber que otros seres divinos son retratados en el panteón judío que ayuda a Dios a gobernar los cielos y la tierra. El ángel Metatron, por ejemplo, no sólo se describe como el escriba celestial, sino también se dice que gobierna sobre los ángeles velando para que los decretos de Dios se lleven a cabo en el cielo y en la tierra. Estas figuras funcionan de una manera que recuerda el gnóstico Dios-Creador (demiurgo) de quien se decía había formado el universo físico. Pero las figuras demiúrgicas en la tradición judía son elegidas por Dios y permanecen subordinadas a Él, al igual que en el caso de Metatrón, a quien se lo identificó como un Dios menor. Además, estas figuras carecen de las insinuaciones malignas de otros demiurgos. Metatrón y otras figuras demiúrgicas judías hacen la función como divinidades y comparten los deberes de gobernantes de los mundos de arriba y abajo con Dios.
Mientras que los mitos principales sobre Metatrón se encuentran en los libros de Janoj, la referencia a Metatrón se encuentra incluso en el Talmud. Un comentario sobre el versículo donde Dios dice a Moisés: Sube al Señor (Ex. 24: 1) se interpreta en el sentido que fue Metatrón y no Dios el que llamó a Moisés. El Talmud narra que un hereje le dijo a Rabí Idith «está escrito, ‘Dios le dijo a Moisés sube al Señor'». Pero Rabí Idith respondió: «Fue Metatrón quien habló a Moisés puesto que su nombre es similar al de su Maestro, porque está escrito, ‘mi nombre está en él’( Éxodo 23:21). El hereje respondió ‘¡en ese caso deberíamos adorar a Metatrón!‘
Esta es una discusión impactante que se encuentra en el Talmud, el texto judío más sagrado después de la Biblia, ya que demuestra que una función casi divina se le atribuyó a Metatrón incluso entre algunos de los antiguos rabinos. Así como el judaísmo se transformó de su modelo bíblico hacia el modelo rabínico y más tarde hacía los modelos cabalísticos y jasídicos, ya en la antigüedad había diferentes versiones del judaísmo que se practicaba: el judaísmo de una élite educada y el de las demás personas. Incluso entre la élite había muchas sectas. Algunas enfatizaban las enseñanzas místicas como los misterios de la creación y el significado de la visión de Ezequiel sobre el Carruaje de Dios; otros los viajes celestiales; y aún otros se centraron en figuras demiúrgicas como Janoj. También hay mitos de entronización sorprendentes sobre Adán, Jacob, Moisés, el rey David, y el Mesías, en el que cada uno asume el rol de demiurgo y termina siendo elegido por Dios para ayudar en la decisión del mundo. Algunos de estos mitos, como los de Jacob, fueron probablemente inspirados en versos bíblicos como Jeremías 10:16 «No como estos es la porción de Jacob; porque es Él quien formó todo e Israel es su propia tribu, Señor de los ejércitos es su nombre». Aunque la mayoría de estos mitos de entronización se encuentran en las las enseñanzas no canónicas del judaísmo, algunos de ellos, como los de Metatrón y Jacob, se puede encontrar en las fuentes rabínicas estándar. En todo caso, la existencia de estos mitos de entronización demuestran la existencia de algunas sectas judías cuyas opiniones o creencias evidenciaban una tendencia dualista.
Dios es todo esto y también aquello
Leídos todos juntos, estos mitos revelan un retrato mucho más complejo de Dios de lo que cabría esperar en el judaísmo, sobre todo en el papel de Dios en la Creación, en su tarea por gobernar el mundo y en la relación especial de Dios con el pueblo de Israel. También revelan estos mitos cómo las generaciones de rabinos y místicos se esforzaron para definir el plan de Dios en la creación del mundo y qué es lo que esas intenciones revelan sobre la verdadera naturaleza de Dios. Al mismo tiempo, estos mitos muestran a Dios en su apariencia, en sus actividades diarias, en sus alegrías y en sus sufrimientos en forma increíblemente parecida a lo que vive Su pueblo. De hecho, el retrato de Dios que surge finalmente de los textos judíos es una figura muy humana, retratado con toda la gama de emociones – oscuras como luminosas- que caracterizan a sus creaciones humanas. Como escribí en Un Manifiesto Teológico, «nuestros antepasados crearon sus metáforas, imágenes o retratos en palabras de Dios a la imagen del ser humano. Esto es lo que la liberación con respecto a la lectura no fundamentalista ni literal de la Biblia me permite escribir y entender». Sin duda todos los mitos de Dios son verdaderos puesto que, según la imagen mítica, cada uno de nosotros y nuestras metáforas de Dios están hechas a imagen y semejanza de lo divino.