Tengo un buen problema: vengo leyendo en paralelo 6 libros estos días (¡más todo lo que tengo que leer para mi Maestría!). Mi querida tía abuela Betina Edelberg quien escribió un libro con el mismísimo Borges (sí me estoy mandando la parte como buen porteño), siempre me decía que no era una buena idea tener tantos libros abiertos al mismo tiempo. Pero, querida Betina donde sea que estés, no me queda otra opción: soy heredero de la generación del multitasking.
Entre medio de todo lo que estoy leyendo sigo compartiendo una traducción e interpretación de la introducción al libro Tree of Souls: The Mythology of Judaism, escrito por Howard Schwartz y publicado por Oxford University Press. Como mencioné en las publicaciones anteriores, este libro representa la primera y más completa antología de la mitología judía en inglés. Si quieren en forma ordenada ir siguiendo esta serie que voy publicando entonces procedan por esta lista:
- La Mitología Judía
- La Novia de Dios y otras capas de mitología judía
- Los Mitos judíos de Dios
- Los Mitos de la Creación
- Los Mitos del Cielo en el judaísmo
- Los Mitos del Infierno en el Judaísmo
Hoy nos toca una nueva mitología dentro del judaísmo y quiero dedicársela justamente a mi querida tía abuela Betina porque fue una maestra con este género: las palabras.
Palabras que son más que sonidos
No es ninguna novedad que el judaísmo es una tradición fuertemente orientada hacia los textos. No sólo es la Tora leída como texto principal sino también los extensos comentarios rabínicos sobre la misma. Gran parte del poder atribuido al alfabeto y el lenguaje hebreo surge de su importancia en el relato del Génesis donde las palabras de Dios Crean al mundo y todo lo que habita dentro del mismo. Igualmente importante es el relato de la entrega de la Tora en el Monte Sinaí donde en medio de relámpagos y truenos la voz de Dios resuena por entre toda la gente. Fue tan significativa esa voz divina que según la Tora toda la gente vio los sonidos (Éx. 20:15). Incluso la Tora describe que el impacto de la voz de Dios fue tan grande que las almas de los oyentes saltaron de sus cuerpos y todos ellos cayeron muertos; acto seguido Dios tuvo que revivirlos. El poder del lenguaje hebreo también se manifiesta en el nombre principal de Dios י–ה–ו–י conocido como el tetragrámaton, el cual tiene un poder ilimitado. Así, el poder de la palabra tanto hablada como escrita, es indiscutible en el judaísmo.
Un libro que es más que un libro
Por encima de todo esto la Tora misma constituida de letras, palabras y espacios en blanco adquiere un gran significado mitológico debido a su contenido. La Tora es un libro que es más que un libro. Se convierte en mucho más que un texto, incluso un texto cuyo autor es Dios. Así para la visión tradicional judía la Tora representa el espectro completo de todas las enseñanzas judías a través del tiempo en forma eterna (recomiendo leer La Mitología Judía para comprender más sobre la eternidad de los mitos y Las 4 Premisas de la Interpretación Judía Tradicional para entender cómo se leía la Biblia hasta la modernidad). En el judaísmo se cree que las palabras de la Tora contienen toda la verdad y en la opinión rabínica incluso es posible interpretar una palabra de la Tora como equivalente de otra siempre y cuando el valor numérico total de las dos palabras sea el mismo (en el hebreo cada letra es equivalente a un número). Un mito describe la Tora como escrita en el Brazo de Dios. Otros personifican la Tora como una novia y Moisés como su novio. Otro mito describe la Tora como el contrato de boda (ketubah) entre Dios e Israel uniendo así dos palabras muy complejas de entrelazar y explicar en forma sencilla (como si fuera un matrimonio entre dos personas).
Incluso existe la idea que Dios se encarna en la Tora. Aunque la mayoría de las discusiones acerca de la Tora la presentan como una creación de Dios y como el lugar de encuentro entre los seres humanos con Dios, el rabino y comentarista cabalístico del siglo XIV Menajem Recanati, identifica a Dios y la Tora como una y la misma cosa: «Dios es incompleto sin la Tora. La Tora no es algo fuera de Dios y Dios no está fuera de la Tora. En consecuencia, Dios es la Tora» (Ta’amei ha-Mitzvot). Esta afirmación es contradicha explícitamente por el cabalista del siglo XVIII Moshé Jaim Luzzatto: «La Tora es de Dios pero Él no es Su Tora. La Tora no es en sí misma Dios, no es Su esencia, sino Su sabiduría y Su voluntad» (Adir ba-Marom p.61)
Otro punto de vista interesante es que las palabras de la Tora son en realidad los nombres de Dios. Por lo tanto Dios es llamado «Tora» (para más sobre esta idea leer el final de la introducción al comentario de Najmanides a la Tora y Zohar 2:90b). A partir de estos ejemplos es evidente que la declaración en la Mishná que todo está en la Tora se entiende como algo literal. «Ben Bag Bag dice, vuélvela por aquí o vuélvela por allá, la Tora contiene todo, contémplala, envejece inclinado sobre ella, de sus máximas no te separes. No hay para ti mejor porción que ella.» (Mishna Avot 5:22)
Del mismo modo que se personifica la Tora, también hay varios mitos en los que las letras del alfabeto son personificadas. Las mismas brotan, una por una, a la orden de Dios, mientras presentan sus argumentos de por qué deberían estar antes de las otras letras dentro del mismo alfabeto. El honor le corresponde a la letra alef, mientras que la letra bet es recompensada por ser la primera letra de la primera palabra de la Tora: Bereshit, literalmente «en el principio». También hay mitos de la creación en los que se crea el mundo a través de las letras del alfabeto.
Sobre las Dos Toras
Para quienes no estén familiarizados con la tradición rabínica, un concepto poco familiar puede ser el de una Tora doble: la Tora Escrita que Dios dictó a Moisés en el Monte Sinaí y la Tora Oral que representa las explicaciones de los significados ocultos de la Tora Escrita (que Dios también le explicó a Moisés en lugar de exigirle que lo ponga por escrito). Esta Tora Oral es la base de las narraciones añadidas a los relatos bíblicos que se encuentran tan comúnmente en los textos rabínicos. Los cambios radicales traídos a la narración original bíblica se justifican con el argumento que fueron dictados como parte de la Tora Oral (recomiendo leer La importancia de entender qué es la Literatura Rabínica – Mishná, Guemará Talmud y Midrash y Nacimiento y legado del judaísmo rabínico para entender más sobre este tema)
Debemos tener en cuenta que la tradición de la Tora Oral y la Tora Escrita no es el único ejemplo que el judaísmo posee sobre una dualidad de Toras. También existe el concepto de la Tora Primordial – es decir la Tora tal como existe en el Cielo- que se contrasta con la Tora Terrenal. Este mito deja en claro que estas dos Toras no son iguales. Además, hay una extensa tradición sobre las primeras tablas que Moisés recibió en el Monte Sinaí y que más tarde estrelló cuando vio al pueblo adorando al becerro de oro. De acuerdo con esta tradición, las primeras tablas eran muy diferentes al segundo conjunto que Moisés recibió. Mientras que las primeras tablas eran completamente positivas, las segundas tablas incluyeron mandamientos negativos.
Otra forma de ver el concepto de dos Toras es verlo como dos formas diferentes de interpretar el texto de la Tora. Para los cabalistas era importante distinguir entre la Tora literal con sus relatos, leyes y mandamientos, y la Tora eterna a través de la cual se creó el mundo. Esto los llevó a una búsqueda del sentido interior de la Tora. Por lo tanto, los cabalistas se centraron en descubrir el significado místico. El Zohar, el texto principal de la cabalá, es un compendio de estas interpretaciones místicas (para más sobre este tema recomiendo Patrones culturales de la tradición rabínica medieval – Parte II: Misticismo Judío y Kabbalah).
Finalmente la determinación de Dios de dar el regalo de la Tora a Israel se describe en términos contundentes en un midrash sobre el momento de la Revelación “al pie de la montaña” en la que se nos enseña que Dios levantó la montaña sobre el pueblo y les dijo: «¡Si aceptan la Tora es de ustedes; sino aquí mismo serán enterrados por esta montaña!» (TB Shabat 88a)
Las palabras del rezo
Cualquier discusión de la palabra sagrada en el judaísmo debe tener en cuenta la importancia de la tefilá (rezo o plegaria). En la visión rabínica Dios atesora especialmente las oraciones de Israel y hay incluso un ángel llamado Sandalfón que reúne a estas oraciones y luego Dios las teje en guirnaldas que usa como una corona de oraciones mientras está sentado en su trono de gloria. En la experiencia histórica judía, frente a un devenir que parecía una letanía de desastres, la tefilá fue a menudo el último recurso para los judíos ya que se creía que era su única esperanza de restaurar la fe de Dios en ellos.
Incluso hoy en día los judíos dedican una buena parte de su día al cumplimiento de las obligaciones establecidas en las palabras que se encuentran en la Tora y los textos posteriores. Ser judío es, de alguna forma, ser un lector y atribuirle a ciertos textos un valor particular basando todas las creencias en las letras y palabras que conforman su contenido. Así los judíos dirigen sus mentes y corazones varias veces al día a través del medio del rezo formal y la oración privada. Dios, por su parte, defiende el pacto establecido con Israel. Y en todos estos casos el medio de comunicación entre lo humano y lo divino toma la forma de palabras sagradas, habladas como rezos o como textos inscriptos en pergamino, palabras que llevan el eco de lo eterno en cada sílaba.
De yapa esta semana: el desierto y la palabra
Concluyendo esta semana el libro de Bemidbar (Números) en todas las sinagogas del mundo, notamos que la palabra hebrea midbar, desierto, tiene la misma raíz que la palabra davar, que significa «palabra» o «cosa». También tiene las mismas letras que medaber, que significa «hablar». Curiosamente es en el desierto donde no hay nada que los distraiga de las grandes ciudades Egipcias y Mesopotámicas donde los israelitas oyen la revelación, la palabra de Dios. En la nada brota el todo.
Es fundamental para el judaísmo la creencia que Dios no puede ser visto. Para otras antiguas tradiciones los dioses estaban presentes en los fenómenos de la naturaleza: el sol, las estrellas, el cielo, el mar, etc. Estos dioses eran visibles. Pero sería en Israel donde una idea revolucionaria alcanzaría la expresión más compleja: Dios está más allá de la naturaleza. El vasto universo no es más que el trabajo de Dios. Todo lo que podemos ver no es Dios, sino simplemente la obra de Dios. De ahí la prohibición repetida en el judaísmo en contra de hacer una imagen o icono. Para el judaísmo, la idea que Dios es visible es idolatría. Dios está en todas las cosas al mismo tiempo que se encuentra más allá de la totalidad de las mismas. En las palabras de Daniel Matt, «Dios no es una ‘cosa’. Ni siquiera es una idea. Dios anima todas las cosas pero no puede ser contenido por ninguna de ellas. Dios es la unidad que existe en cada particular sin materialidad».
Pero entonces, ¿cómo puede Dios ser percibido? En el judaísmo, por primera en la historia, explicar la revelación se convirtió en un problema. Para cualquier otra cultura la revelación era evidente. ¿Dónde estaban los dioses? Todo al alrededor. En el politeísmo los dioses estaban cerca. Pero en el judaísmo Dios – una inmensidad más allá de nuestra imaginación – parecía ser infinitamente distante. La respuesta que dio el judaísmo sigue siendo hermosa y transformadora. Dios que trasciende la naturaleza está cerca porque no existe en las cosas que se ven, sino en las palabras que se oyen.