Hemos insistido mucho en las últimas publicaciones en un tema central del pensamiento teológico judío: Dios es Dios y los humanos somos humanos. Esto implica que absolutamente ningún ser humano puede saber cómo es Dios y menos puede llegar a decir qué es lo que quiere o porqué sucede lo que sucede. Si fuera así esta persona tendría acceso directo a la esencia de Dios y eso resultaría un absurdo porque Dios está más allá de cualquier descripción o interacción humana.
Para recapitular este tema una vez más, hay dos cosas que siempre debemos recordar cuando hablamos de Dios. Primero, atribuir características tanto positivas como negativas a Dios es simplemente expresar nuestra percepción humana de Dios, lo cual no significa presentar la esencia de Dios. Cuando hablamos de Dios lo que hacemos es utilizar palabras, imágenes o metáforas que intentan expresar lo inexpresable y minimizar esa brecha inalcanzable con lo trascendente. Así nos imaginamos a veces a Dios como un “Súper Poder”, un “Padre que nos protege”, un “Rey que nos juzga” o como un “Judío Gigante” que hace todo bien. Solo podemos intentar imaginar cómo Dios se nos presenta o manifiesta a nosotros mismos en cada momento específico y cambiante de nuestras vidas.
Segundo, decir que Dios es bueno o malo es en realidad un tema de perspectiva y de contexto momentáneo. Si Dios permite que un lobo se coma un conejito Dios está siendo amoroso según la perspectiva del lobo pero cruel según la perspectiva del conejito. Por eso debemos ser muy cuidadosos cada vez que decimos “Dios odia a…” porque generalmente lo que estamos expresando ahí no es lo que Dios realmente odia sino lo que nosotros odiamos. Nuevamente no sabemos realmente qué odia Dios porque sino seríamos cómo Dios. Más complejo aún es aceptar lo que Maimonides nos enseñó: en el fondo Dios no odia ni tampoco ama; no se enoja ni se pone contento. Todas estas cosas son sensaciones humanas pero no divinas. Cuando hacemos algo que consideramos bueno nosotros nos ponemos felices pero Dios no porque ¡Dios no puede cambiar de estado! Si cambia deja de ser Dios.
Nuestra discusión sobre Dios estará siempre impregnada de subjetivismo. Nunca podremos escapar de nuestra condición humana y por lo tanto Dios será siempre una imagen o metáfora de nuestra propia experiencia de vida. Nunca lograremos reducir a Dios en palabras. Lo único que podemos hacer como seres humanos es aceptar que la manera en que nos imaginamos a Dios va cambiando a medida que nosotros mismos vamos cambiando, madurando, teniendo diferentes experiencias de vida y al mismo tiempo vamos afilando nuestros niveles de abstracción. A veces percibimos a Dios como la más elevada Justicia y otras veces nos agarramos la cabeza tratando de comprender porqué muere gente inocente o porqué existen las enfermedades congénitas.
Finalmente y con mucho esfuerzo intelectual y sensitivo debemos con una mano en el corazón sincerarnos y declarar que cuando hablamos de Dios no hay realmente correcto o incorrecto. Cuando hablamos con Dios tampoco lo hay. Todo lo que podamos decir terminará siendo siempre insuficiente.
Dios no ha cambiado pero nuestras imágenes de Dios si lo han hecho. Estas imágenes no sólo han cambiado en la modernidad para incorporar a Dios como una Madre y no solamente un Padre, como una Ella y no siempre un Él, sino que a lo largo de toda la experiencia judía e incluso durante el ciclo anual judío nuestra imagen de Dios debe ir cambiando para que nuestra existencia judía tenga sentido durante el año. Cuando vamos a rezar en el Día del Perdón debemos imaginar que Dios es simultáneamente un juez severo y un padre compasivo. Si no aceptáramos esta paradoja sería imposible sentir la restauración y el sentido espiritual que ofrece la existencia judía. O para decirlo en palabras más simples, no podríamos vivir solamente con el Dios que según la Tora en el libro Shmot (Éxodo 34:7) no perdona en forma total sino castiga hasta la tercera y cuarta generación. Las imágenes cambian porque nosotros necesitamos que cambien. Nosotros necesitamos saber que podemos ser perdonados.
De todos modos y aunque ya nos parezca muy ingenua, la imagen tradicional de un Dios que a modo de juez premia o castiga nuestros actos ha tenido y seguirá teniendo históricamente un resultado extraordinario porque cancela la sensación de abandono proveyéndonos de un medio para restaurar la relación con Dios a su estado positivo original. En otras palabras, refuerza la idea de teshuva literalmente retorno a Dios que inunda la temática de Rosh Hashana y Iom Kippur.
El hecho que nuestros antepasados se sintieron libres para transformar e interpretar las imágenes clásicas de Dios según las necesidades de cada generación es lo que nos permite legitimar que nosotros mismos podemos también hacerlo. Porque nuevamente, no estamos cambiando la esencia de Dios (nadie puede hacer eso) sino que estamos evolucionando nuestras propias imágenes humanas de Dios para nutrir nuestra relación hoy en nuestro propio contexto histórico y cultural. Si nuestros antepasados declaraban que Dios no debía ser entendido solamente como un juez que castiga sino que también tiene compasión, nosotros podemos argumentar que Dios ya no debe ser más descripto solo utilizando el género masculino. Algunos podrán estar de acuerdo con estas ideas y otros no. Algunos sentirán la necesidad de modificar la liturgia para que refleje estas sensibilidades y otros no. La tensión y la discusión es siempre un indicador de vitalidad.