En un baile uno tiene dos opciones: baila o mira la gente bailar. Si uno opta por bailar entonces uno se sumerge en la experiencia de la música, se mueve incluso sin importar si está siendo coherente con el ritmo y se entrega a la fluidez del acontecimiento que está sucediendo. Si por el contrario decide mirar a la gente bailar y observar lo que están haciendo uno puede apreciar lo ridículo que puede ser ver seres humanos moverse con los ojos cerrados y sonreír al compás de frecuencias y ritmos. Este ejemplo nos enseña la diferencia fundamental entre vivir una experiencia y el pensar o reflexionar de qué se trata esa misma experiencia.
Vivir una experiencia y pensar lo que esa experiencia significa no es exactamente lo mismo. Vivir la experiencia genera acercamiento pasional, nos conmueve, imprime una marca en nuestros sentimientos que alimentan también nuestro intelecto. Por el contrario, pensar lo que una experiencia significa genera distancia, perspectiva objetiva y analítica en lugar de empatía y acercamiento; también alimenta nuestro intelecto pero si bien puede conmovernos en nuestra racionalidad, nunca logrará emocionarnos ni cautivarnos del todo como lo hace el vivir una experiencia. Al fin de cuentas vivir la experiencia y pensar el significado de esa experiencia son las dos una experiencia en sí misma: la experiencia del hacer y la experiencia del pensar. Necesitamos de ambas para desarrollar nuestra integridad.
Pero la gran diferencia entre la indiferencia, el sarcasmo o absurdo sobre todas las cosas que hacemos los humanos radica entre la práctica experimental y el pensamiento abstracto de la misma cosa. Por ejemplo, el judaísmo genera en mí lo que otras tradiciones no judías no generan por el hecho que experimento y vivo mi vida a la luz de los textos, ideas y prácticas de mi pueblo y no solo pienso sobre estos temas. Cuando estudio otras tradiciones religiosas y no religiosas del mundo me fascino y alimento mi intelecto. Realmente y como lo saben leo de todo y estudio todo lo que se cruza en mi camino. Así me relaciono y pienso acerca del significado de otras tradiciones más allá de la mía, analizo sus símbolos, enseñanzas y costumbres. Pero en el judaísmo hago todo esto y por sobre todo además lo vivo y experimento. Es por eso que el judaísmo para mí no es una idea. Es una experiencia.
El judaísmo es una mala idea
El judaísmo es una mala idea porque justamente no es «una idea». Es una experiencia. Solamente como experiencia funciona realmente bien cuando las ideas que lo mueven son experimentadas. Como una idea en sí misma nunca lograr conmovernos del todo ni tener el sentido que buscamos. Logrará interesarnos pero no emocionarnos.
Pensemos por ejemplo en Shabat. Shabat es una experiencia, no es una idea. Si lo hago una idea entonces entro en las discusiones del tipo “yo descanso jugando al golf en Shabat”. Al decir algo así lo que hice no es experimentar Shabat sino convertirlo en una abstracción, en una idea y acomodarlo a lo que a mi me gusta y me queda cómodo. Hacer esto último no es bueno o malo. Es simplemente cambiar la experiencia del Shabat por la idea de pensar acerca de lo que sería la idea de experimentar Shabat y luego imaginar que lo que estoy experimentando es Shabat cuando lo que estoy experimentando en realidad es un juego de golf. Debemos entender que hay un brecha entre ir a jugar al golf en Shabat y estar toda la semana pensando qué voy a comer el viernes por la noche, a quienes voy a invitar y sobre qué temas quiero conversar, con qué kavana (intención del corazón) voy a encender las velas el viernes con la puesta del sol agradeciendo el misterio de la luz y la energía co-creadora del ser humano, rezar la tefilá de Kabalat Shabat dándole la bienvenida a un tiempo diferente que me hago en la semana para escucharme un poco dentro de la vorágine de mi vida, recitar el kidush bendiciendo el tiempo a través del vino que en alegría consagra la vida, bendecir el pan que agradece la comida que tenemos en la posibilidad de alimentar el alma para nutrir nuestro espíritu y compartirlo con otras personas queridas, bendecir a mis hijos, cantar canciones, conversar sobre temas profundos, desconectarme un poco de la tecnología de toda la semana para experimentar el silencio y el amor de los más cercanos luego de una semana de caras extrañas y ruidos, levantarme temprano al otro día por la mañana y nuevamente rezar agradeciendo la posibilidad de respirar, estudiar algo que me desafía, comer, dormir un rato y compartir tiempo cualitativo sin entretenimiento enlatado en pantallas. Finalmente concluir ese día con havdalah (ceremonia de separación y distinción del tiempo) y prepararme así para una renovada y recargada semana. Eso es una experiencia de Shabat.
De la misma forma si les digo que piensen en un día del perdón sería muy difícil hacerlo sin experimentar Iom Kipur. No es lo mismo pensar que somos libres y lo que eso significa que experimentar un Seder de Pesaj en familia y amigos. Todo es así con el judaísmo y con las tradiciones en tanto su experiencia y la reflexión sobre el significado de ellas. No podemos conocer nada en profundidad si lo hacemos a la distancia. Ni a una persona, ni a Dios y menos al judaísmo. Necesitamos sumergirnos en la experiencia. Como diría Heschel en su libro Dios en la Búsqueda del Hombre, «Las ideas de fe no deben estudiarse en una separación total de los momentos de fe. Si una planta es desarraigada de su suelo, separada de sus vientos nativos, rayos de sol y ambiente terrestre y mantenida en un invernadero, ¿las observaciones hechas de tal planta revelarán su naturaleza primordial? La creciente interioridad del hombre que alcanza y se curva hacia la luz de Dios difícilmente puede trasplantarse a la superficialidad de la mera reflexión. Retirada de su medio en la vida humana se marchita como una rosa presionada entre las páginas de un libro.»
Más allá de lo permitido y lo prohibido
En resumen el judaísmo no puede solo ser discutido y pensado. Debe ser vivido y experimentado. Pero esto no quiere decir que lo judío se experimenta solamente a través de la halaja y todo lo de más no es una experiencia judía. Justamente la diferencia entre mi posición y abordaje con respecto a otros abordajes es que creo profundamente en la importancia de lo abstracto y lo práctico. No solamente la práctica por la práctica y muchos menos una vida de prácticas y experiencias sin una capacidad reflexiva.
Ser judío no es una experiencia de una o dos veces al año. Sucede día a día al definir las decisiones que hacemos como judíos en nuestra visión política, religiosa, cultural y teológica y que nos acompaña a cada instante en nuestra continua y evolutiva identidad y pertenencia.
El judaísmo no es una idea. No es una abstracción. No existe sin los judíos. El judaísmo es una experiencia y esa experiencia son los judíos y cómo deciden vivir día a día.