¿Donde está Dios?
Una de las frases más famosas atribuidas al Rabino de Kotzk dice que Dios está donde dejamos que entre. Muchas veces y en forma equivocada pensamos que esto solamente implica que debemos hacer cosas en nuestros hogares o comunidades para que se abra esa puerta. Por supuesto que podemos permitir que Dios entre en nuestros orígenes, en nuestros amigos, en esos momentos especiales en que acudimos a Su ayuda o incluso cuando sentimos aquellas experiencias únicas que no podemos reducir en palabras.
Pero es fundamental que por encima de todas estas oportunidades en las que intentamos dejar entrar a Dios, cada uno de nosotros realmente entienda lo que significa encontrarse con su parte de Dios sintiendo esa unidad indivisible del cosmos dentro de uno mismo. Al sentir que somos parte del tejido universal donde todo lo bueno y lo malo forma parte de nuestra existencia dejamos que Dios entre del todo. En más de una oportunidad he escrito que la conciencia de esta totalidad con todo lo que conocemos e incluso con todo lo que no podemos ni siquiera imaginar es la intención del corazón que deberíamos articular al recitar el Shema Israel en nuestras plegarias.
Más cerca de lo que imaginas
Estoy convencido que todos nosotros experimentamos a Dios constantemente aún cuando tal vez no utilizamos esa palabra para definir nuestras experiencias. Tengo amigos que sin saberlo experimentan a Dios en lugares tan remotos y en experiencias tan diferentes que van desde cocinar una comida para gente querida como sentarse a tocar el piano o escribir una carta de amor. Hay gente que experimenta a Dios haciendo un deporte y hay quienes sienten a Dios en un abrazo. En esos momentos en los que sentimos la totalidad de nuestra existencia, utilizando el potencial que la vida nos ofrece para experimentar la sorpresa de estar vivos, nos acercamos a Dios. Mejor dicho, dejamos que Dios entre.
En el judaísmo existen incontables maneras de abrirle la puerta a Dios. Entre las más populares está el rezo (que no requiere sofisticación sino un corazón sincero y abierto), el estudio de la Biblia y la literatura rabínica, el compartir los ciclos de vida (nacimientos, benei mitzvah, casamientos y acompañamiento de quienes perdieron seres queridos) y por supuesto todas las festividades judías del calendario. Cuando realizamos todas estas acciones, aún cuando estamos cansados en nuestras rutinas y preocupados por cómo ganar más dinero o pagar una deuda que tenemos, el alma se arquea por un instante hacia lo Divino permitiéndonos recordar que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. ¡Dios fluye constantemente por nuestra sangre!
Mirando hacia afuera miramos hacia adentro
Más allá de las prácticas judías, Dios entra en todos los hombres y mujeres de buena voluntad sin distinción cuando practican empatía, compasión y conciencia del otro. Es decir que Dios entra cada vez que nos ponemos en ‘los zapatos del otro’ intentando ayudarlo y entenderlo. Así nos encontramos con una de mis metáforas favoritas de Dios: Dios como un espejo. Cuando nos detenemos para mirar el espejo que es Dios en realidad nos estamos reflejando a nosotros mismos. Al igual que el espejo, cuando ‘miramos a Dios’ Dios nos devuelve una imagen momentánea de nuestra vida permitiéndonos apreciar lo increíble que es nuestra existencia. E incluso al igual que el espejo Dios no nos permite capturar la imagen total que buscamos de nosotros mismos puesto que nunca podremos ver el reflejo total de lo que está adentro nuestro. Solo se nos permite ver el reflejo material que somos por fuera y que si bien se irradia en los otros, dentro nuestro permanecerá siempre oculto.
Este es el motivo por el cual debemos esforzarnos para ver nuestra imagen de Dios. No es fácil. Pero al mismo tiempo debemos entender que en ese mismo esfuerzo que ponemos para preparar esa rica comida para gente querida, las horas que pasamos intentando aprender una sonata de piano e incluso ese instante inexplicable en que imaginamos en nuestra mente la persona a quien le estamos escribiendo la carta de amor, estamos experimentando un despliegue instantáneo de nuestra habilidad para que Dios entre. De hecho cuando hacemos todas estas cosas en las que sentimos la plenitud no debemos hacer nada extra porque Dios ya ha entrado. Solo debemos sentir.
Por eso para concluir quiero escuchar tu voz: ¿hay momentos en lo que sientes a Dios más cercano que otros momentos? ¿Por qué? ¿Qué Dios es más real en tus propias experiencias? ¿Sientes a Dios en la naturaleza o más bien en la interacción con otros seres humanos? Cada uno tiene en realidad preguntas y respuestas diferentes. Al relacionarnos con nuestras experiencias espirituales lo que estamos haciendo en esencia es ayudarnos a que no solo Dios entre sino que se quede.