Hace unas semanas terminé de leer un libro que hace tiempo quería leer: «El Día que Nietzsche Lloró» escrito por Irvin D. Yalom. No voy a contar detalles del libro para que puedan leerlo ustedes mismos y adquirir sus propias observaciones. Sólo quiero contarles que el autor es realmente muy bueno en aterrizar ideas complejas y presentarlas de forma amigable. A lo largo del libro se encuentran pensamientos profundos como el eterno retorno de Nietzsche y otras ideas fascinantes del psicoanálisis. Como todo libro, tiene varios planos diferentes del cual puede ser leído y cada uno extraerá en su lectura sus propios entendimientos. Lo que voy a compartir en esta publicación es una de las lecciones profundas que me llevo del libro y creo puede enriquecernos a todos.
En la novela dos personajes centrales inician una serie de diálogos en los que se abren a lo más profundo de su intimidad para ayudarse mutuamente. Uno de los personajes es un hombre de 40 años que está casado, tiene una hermosa familia y una excelente reputación como médico. Su nombre es Josef Breuer. La sensación que uno tiene es que su vida es perfecta.
El otro personaje es el famoso filósofo Friedrich Nietzsche quien representa una especie de opuesto a Breuer: un hombre solitario, con una familia tremendamente disfuncional y una pésima reputación como profesor y académico. La sensación que uno tiene es que su vida es un desastre. Es presentado como un hombre tremendamente oscuro en sus pensamientos y muy enfermo.
La vida real y la vida perfecta
Sin embargo el magistral juego de Yalom hace que por momentos sintamos que Nietzsche tiene la vida perfecta y es Breur quien vive una vida desastrosa. Cuando ambos se conocen Breuer confiesa que pese a que desde afuera su vida es la envidia de muchos, desde adentro él se siente vacío, viviendo el resultado de una especie de inercia de eventos que lo han traído hasta donde se encuentra atrapado. Ya no ama a su mujer, siente que su trabajo y sus hijos son una carga que no lo deja ser quien quiere libremente ser y está dispuesto a dejar todo atrás y empezar de nuevo con otra mujer que es una fantasía idealizada de lo que sería una vida «perfecta».
En cambio Nietzsche es presentado como un hombre que está totalmente liberado y en control de lo que le sucede. Si bien sabemos en la novela que el también está idealizando una mujer y sufriendo por ella, también vemos como su capacidad de sobreponerse controlando su voluntad y deseo es extraordinaria.
Cualquiera que ha vivido siente la tensión entre estos dos escenarios: el deseo de hacer lo que uno quiere versus el deber de sentir que debe hacer algo que uno no quiere. Para Breuer él es una víctima de lo que le ha pasado en la vida. Pero Nietzsche le (y nos) enseña que en el fondo nadie es culpable sino responsable de las decisiones que ha tomado. Para Nietzsche nadie nos obliga a nada. Elegimos nuestras obligaciones. Elegimos estudiar, trabajar, casarnos, tener hijos y todos lo demás. Es débil declarar lo contrario y es la salida fácil culpar a otros (incluyendo hasta la vida misma) como responsable de lo que nos pasa. La solución propuesta por el filósofo es aceptar que elegimos todos los días y también (y lo más difícil) es reconocer que podemos dejar de elegir (nuestros estudios, trabajos, relaciones y todo lo demás incluyendo a nuestra propia familia). Por supuesto que dejar todo tiene un precio. La recompensa es la supuesta libertad absoluta de no hacer nada que uno realmente no quiere ni desea.
¿Es buena la libertad absoluta?
Cuando lo pensamos con detenimiento descubrimos que la tensión planteada es compleja por el hecho que ambas posiciones tienen razón: por un lado no se puede vivir culpando a los demás porque uno es dueño de elegir cómo responder frente a lo que le sucede aceptando la responsabilidad de la vida que uno vive. Por otro lado, tampoco se puede vivir haciendo solamente lo que uno quiere, como quiere, con quien quiere, donde quiere y cuando quiere. Toda elección impone algún tipo de expectativa, deber y responsabilidad. Si no hay un sentimiento de ser demandado lo que queda es anarquía total y una imposibilidad de construir relaciones. Si cada uno hiciera todo lo que quiere no solo que no existiría el deber sino y peor aún, no existiría la vergüenza.
«La vergüenza es una protección contra los males internos. Contra la arrogancia, la edificación del sí mismo. El final de la vergüenza sería el fin de la humanidad. La vergüenza precede al compromiso religioso, es la piedra fundamental de la existencia religiosa. Tengo miedo de la gente que nunca se ha avergonzado en su propia mezquindad, prejuicios, envidia y vanidad; nunca avergonzada en la profanidad de la vida. Me estremezco al pensar en una sociedad gobernada por personas que están absolutamente seguras de su sabiduría…cuyas mentes saben ningún misterio, no hay incertidumbre. El mundo necesita un sentido de vergüenza.»
Abraham Joshua Heschel
Muchos creen que la tradición judía con sus diez mandamientos y su sistema de mitzvot es una forma de disciplinar y controlar al ser humano imposibilitándole usar toda su razón y capacidades. Sin embargo es exactamente lo contrario: el judaísmo es la mejor manera de ser libre. Porque es justamente el ser humano que no tiene ningún sentido de vergüenza ni responsabilidad el que al final de la historia es esclavo de su propia «libertad». En palabras más simples, el ser humano que pone la libertad por encima de todo la termina idolatrando, convirtiéndola en su dios y convirtiéndose él mismo en dios.
Cuando finalmente ambos, Breuer y Nietzsche, se liberan por un momento de todo lo que supuestamente «los controla» descubren la solución al sentido de la vida: ninguno de los dos había experimentado de verdad la realidad de no tener nada. Cuando se quedan sin una «nada» real la vida se vuelve una prisión liberadora, una cadena perpetua de libertad. Pero ese deseo había sido una fantasía porque es imposible vivir sin ningún tipo de ordenamiento al cual uno termina sometiéndose libremente. Es por eso que al fin de cuentas el judaísmo es una tradición que solo puede ser entendida y vivida bajo un marco de libertad responsable. Se trata de entender que sin la Tora el judío (y en extensión el ser humano de cualquier creencia) se vuelve dios. No es una casualidad que RaShi nos enseña que cuando la Tora dice que «no es bueno que el hombre esté solo» no se está refiriendo a una pareja que le falta. Sino a un sistema de ordenamiento espiritual y responsable al cual tiene que someterse para ser finalmente libre.