Luego de haber dedicado las últimas publicaciones a explorar las imágenes o metáforas que hemos históricamente acumulado para hablar de Dios -y habiendo dando por concluido de alguna manera el tema en la publicación anterior– vamos a cambiar ahora el foco de nuestras preguntas sobre Dios.
Hasta ahora nos hemos enfocado en la forma en la que nuestros antepasados y nosotros mismos hemos intentado capturar la naturaleza de Dios, es decir qué es Dios. A partir de ahora intentaremos capturar su accionar, es decir qué hace Dios. Este cambio sutil entre lo que Dios es y lo que Dios hace es en realidad muy significativo. Si lo pensamos en el plano de los seres humanos, podríamos acordar que lo que una persona hace generalmente refleja lo que es. Así, si Dios es justo debería actuar justamente dándonos a entender algo de su naturaleza. Esta nueva forma de preguntarnos sobre Dios es más atractiva para muchos pensadores judíos (especialmente para Maimonides) que en el fondo se niegan a decir algo sobre lo que Dios es porque como hemos expresado en repetidas ocasiones, nadie sabe realmente cómo es Dios. Pero de alguna manera podríamos decir que sí “vemos” lo que hace.
Uno de los pilares fundamentales de la tradición judía (y en extensión del cristianismo y el islam también) es que Dios hizo el mundo. Es más, para un creyente la idea que Dios creó el mundo es un principio incuestionable de fe. Por el contrario, para la mayoría del mundo secular esta idea ya ha sido descartada por la ciencia y la razón. El debate entre los que creen que el mundo tiene un Creador y los que no lo creen comenzó hace miles de años y es un debate que aún continua.
Maimonides -un judío cuya filosofía representa la culminación del pensamiento teológico medieval- asumió la congruencia entre la creación y la existencia de Dios. En otras palabras para él (y para muchos otros pensadores también) la creación asume la existencia de Dios puesto que no tendría sentido hablar de un mundo que fue creado pero que no tiene un creador. Por este motivo la mayoría de los filósofos medievales invirtieron mucho tiempo y energía para probar esta doctrina en forma racional puesto que estaban convencidos que si podían probar que el mundo había sido creado eso se convertía en la prueba también que Dios existe.
Si bien podríamos estar de acuerdo con esta doctrina la siguiente pregunta sería ¿cómo y por qué Dios creó (o crea) el mundo? A pesar de la creencia convencional que las respuestas a estas preguntas se encuentran claramente en la primer hoja de cualquier Biblia que encontremos, nuestra tradición judía preserva más de una sola respuesta a esta interrogante.
Si leemos las primeras páginas de Bereishit, es decir el Libro del Génesis o la Creación, parecería que Dios crea al mundo simplemente hablando. Sin embargo hemos históricamente heredado una traducción equivocada del hebreo original. La Tora no dice “En el principio Dios creó los cielos y la tierra” sino que literalmente dice “Cuando Dios comenzó a crear los cielos y la tierra”. De hecho Dios tuvo que lidiar con ciertas condiciones preexistentes que son explicadas en la oración que sigue la cual dice literalmente: “la tierra estaba sin forma y vacía, con oscuridad sobre la faz del abismo y un viento de Dios barriendo el agua”. En ese momento Dios dice “que se haga la luz y fue la luz”.
Si lo han notado en la narrativa original de la Biblia Dios no crea el mundo “de la nada”. Cuando Dios comienza a crear tiene que lidiar con una tierra que ya estaba sin forma y vacía además de poseer oscuridad y abismo. Todas estas cosas estaban allí antes que el proceso de la Creación comience. Para la mayoría de los modernos, lo opuesto de la creación es la “nada”, es decir el “vacío”. Pero para nuestros antecesores lo opuesto del mundo creado era algo muchísimo peor que la “nada”, era una fuerza malvada que podríamos simplemente llamar “caos”. La tarea de Dios es mucho más compleja al momento de la creación porque Dios no está creando a su gusto sino que está arrancando un orden de la anarquía preexistente. Está sacando el cosmos dentro del caos.
Por supuesto que la palabra “caos” tampoco tiene mucho sentido pero es lo más cercano que tenemos en nuestro español al hebreo original tohu va-vohu que comúnmente se traduce como sin forma y vacío, una condición en la cual las fronteras están borroneadas, las distinciones obscurecidas y la confusión es la esencia. La llegada de Dios justamente ordena, separa, clarifica e ilumina el desorden preexistente. Donde había un caos primordial ahora con la intervención de Dios reina el cosmos. Incluso la narrativa de la creación acompaña este mismo orden ya que cuando leemos el texto el orden se manifiesta a nivel cósmico en lo que se está narrando y a nivel literal en la forma que está escrito puesto que cada día comienza y termina exactamente con las mismas palabras y la misma estructura lingüística. ¡Todo allí nos sugiere que la grandeza de Dios finalmente no es crear sino ordenar!
Entonces deberíamos preguntarnos ¿por qué los rabinos y filósofos medievales abandonaron la lectura de la Creación como un ordenamiento y prefirieron la doctrina que Dios crea “de la nada”? Y la respuesta se debe a que si algo más coexistió con Dios antes de la Creación entonces lo que tenemos es un dualismo, es decir un relato que nos narra que al principio había un Dios y también había materia preexistente como la tierra, la oscuridad y el vacío. ¡Pero asumir esto implicaría limitar el poder de Dios! ¿Quién creo la materia preexistente? ¿De dónde vino? ¿Dios primero creo el caos y luego lo ordeno? ¿O acaso el caos era “otro dios”?
Como pueden imaginar, la idea que había dos dioses era impensada para los comentadores medievales. Además recordemos que los más grandes pensadores judíos medievales estaban siendo seriamente desafiados por la filosofía aristotélica que proponía que la toda materia (incluida la que no tenía forma) había estado desde siempre y en forma eterna. Necesitábamos construir una interpretación que tuviera sentido y coherencia racional. La verdad es que la narrativa bíblica de la Creación nunca estuvo interesada en probar la existencia de Dios porque eso era simplemente asumido como tal.