Mucha gente considera que la tecnología es incompatible con la espiritualidad y sin embargo los avances vertiginosos que tiene la tecnología en nuestra era puede enseñarnos algo muy importante sobre nuestro propio desarrollo espiritual. Yo siento este aprendizaje espiritual cuando mis alumnos me muestran las aplicaciones nuevas o lo que se puede hacer con cada nuevo teléfono móvil que aparece en el mercado. Como yo mismo no dejo de sorprenderme con estas cosas no puedo dejar de recordar la sensación dual que tuvo mi padre cuando el año pasado le regalé su primer smartphone: alegría y simultáneamente pánico. Es decir que al mismo tiempo que parecía un nene con un juguete nuevo mostrándome cada dos minutos todo lo que se podía hacer con un teléfono (que en realidad hoy son computadoras y no teléfonos) también experimentaba el terror de todo este “nuevo asunto de las computadoras y la tecnología” que muchas veces nos sobrepasa.
Varios aprendizajes espirituales se desprenden de esta experiencia con la tecnología. Primero descubrimos que en el desarrollo espiritual lo que realmente nos asusta no es lo desconocido sino lo que dejamos atrás. A medida que comenzamos a abrazar en alegría la existencia, los problemas y los desafíos cotidianos, lo que empezamos a sentir es que con todas las adversidades que la vida posee, la misma es lo mejor que tenemos. El sentimiento aquí es realmente aterrador porque estamos aprendiendo a soltar y al mismo tiempo “volar”. Como soy humano y nada de lo humano me es ajeno, sé muy bien lo que es sufrir, deprimirse y sentir repentinamente que nada tiene sentido. Conozco muy de cerca ese miedo a la muerte, esa angustia existencial y ese vacío…pero también conozco ese sentimiento pleno e inexplicable que acontece cuando uno luego de “tocar fondo” comienza a subir. Por eso lo primero que aprendemos es que en el desarrollo espiritual tener miedo es algo necesario para afilar y afinar nuestra propia existencia y esencia. Sentirse incompleto o pensando que a uno “le falta algo” en el fondo no es tan malo: significa que aún tenemos cosas por hacer y aprender. Pero el secreto es sentir paz en esa falta y no vivirla como una condena. La vida espiritual se consolida cuando uno está contento con lo que tiene, feliz por lo que tiene el prójimo y motivado con lo que a uno le falta por hacer.
Lo segundo que la tecnología nos enseña es algo muy simple: muchas veces sólo podemos ver lo que entendemos y no necesariamente lo que está en frente nuestro. Qué triste pude llegar a ser la sensación de tener un smartphone pero estar dormidos antes su poder y capacidad tecnológica. Eso mismo nos ocurre con la vida. En la Biblia leemos que cuando Jacob (en hebreo Iacov) se despierta luego de un sueño en el que Dios le habló exclama: “¡Dios está presente en este lugar y yo no lo sabía!” (Génesis 28:16). En otras palabras, si Jacob hubiese sabido que Dios estaba en ese lugar no se hubiese ido a dormir.
Para desarrollar la vida espiritual debemos literalmente despertarnos y mantener los ojos abiertos ante todas las maravillosas, hermosas y misteriosas cosas que suceden alrededor nuestro. Esto es lo que los judíos rezamos en nuestras plegarias matutinas al agradecer por los pequeños milagros que a veces no podemos ver porque estamos dormidos ante ellos: despertarnos, ver la luz de la mañana, tener comida, casa, ropa, maestros que nos ayudan a hacernos más sabios, abrazos, miradas, besos, amor e incluso sentir que podemos ayudar a quien nos necesita. Todas estas cosas y muchas más están ahí todos los días pero debemos mantenernos despiertos y con los ojos abiertos para verlas.
Imaginen que ahora mismo sus ojos están cerrados aún cuando están leyendo este texto. ¿No es hora ya de despertar?