En el judaísmo no existen fiestas “altas o bajas”. Todas las festividades son importantes. Jánuca, Purim o Shavuot no son menos significativas para nuestra identidad judía que Rosh Hashana. Esto también es así para Tu Bishvat, una fiesta judía que celebramos dentro de nuestro calendario judío y muy pocos conocen, entienden o de hecho festejan. Tan desapercibida pasa por nuestro calendario que su nombre es de hecho una fecha: el 15 de Shvat (“Tu” en realidad se refiere a las letras hebreas Tet y Vav las cuales representan numéricamente 9+6 y Shvat es el nombre del onceavo mes del Calendario Hebreo).
¡Feliz Cumpleaños, Árboles!
Tu Bishvat -al igual que otras fiestas judías- tiene distintos nombres. Uno de ellos es “El Año Nuevo de los Árboles”. En la literatura rabínica «El año nuevo de los Árboles» era simplemente una fecha en el calendario que indicaba la división fiscal sobre el diezmo de la producción agrícola entre un año y el otro. Pasarían aproximadamente 1000 años para que esta fiesta cobre un renovado sentido gracias a la genialidad del círculo místico que vivía en Tzfat. Los genios espirituales del círculo que rodeaba a Itzjak Luria -el cabalista más importante de su generación- transformaron el día en un festival que celebra la Creación.
Pero esta Creación no se refiere a la conmemoración de un evento único sino una celebración de la emanación continua de la Presencia Divina en el mundo a través de las fuerzas de la naturaleza. En la Cabalá el lenguaje se reinventa a si mismo y la tradicional frase sobre “el Mundo Venidero” deja de ser solamente una era mesiánica que está por venir y se convierte en “el Mundo que está constantemente Viniendo o Deviniendo”, constantemente fluyendo, aconteciendo, una dimensión sin tiempo real en donde el aquí y ahora suceden si uno está receptivo.
Así los místicos vieron la regeneración de la tierra como el resultado del flujo constante de energía divina en el mundo e idearon un Seder moldeado en el Seder de Pesaj para celebrar dicho suceso. Sin embargo el objetivo del Seder Tu Bishvat no es revivir la experiencia de la liberación de la esclavitud como hacemos en Pesaj sino estimular y celebrar esta emanación celestial fructificante. Tu Bishvat en tanto no es una fiesta “baja” o “menor”. Está saturada de significado.
La naturaleza y el ser humano
Para nosotros los modernos, el lenguaje de la Cabalá parece muchas veces delirante. Somos hombres de ciencia, seres racionales que miramos con desconfianza al místico o al que nos habla de lo transcendente y lo espiritual. La idea que podemos influenciar la naturaleza a través de la plegaria es casi imposible de aceptar por la mente moderna. Pero esto no significa que estamos lidiando con una verdad. Más allá de toda la sofisticación de nuestra era tecnológica hay algo sagrado en la regeneración de la Tierra. Lo sentimos en nuestros cuerpos, en nuestras memorias invernales y veraniegas. En los olores y colores de las diferentes estaciones del año. En los recuerdos primaverales y otoñales.
Honestamente no importa si nos sentimos incómodos con el resplandor Divino y preferimos el sagrado concepto de la fotosíntesis, ambos lenguajes reconocen una sola verdad: nuestras vidas dependen de esos silenciosos compañeros cargados de savia. ¿Existimos porque pertenecemos a un sofisticado sistema biológico que recoge el dióxido de carbono que exhalamos y nos devuelve oxígeno o existimos gracias a la emanación divina? La respuesta es obvia: ambas cosas.
El Seder Tu Bishvat es un ritual que nos permite experimentar la realidad de la imagen mítica de la Creación. Un mito no es una mentira. Tampoco es una explicación imperfecta, primitiva o errada. Un mito es una relación simbólica con la verdad. En Tu Bishvat no importa realmente si podemos destilar la presencia de Dios en la Tierra. Lo que realmente importa es lo que sentimos cuando creemos que estamos haciéndolo. Lo que celebramos es el misterio y el sentido. Esta es la verdadera justificación del por qué seguimos necesitando el ritual en nuestras vidas. La recreación mítica que llevamos a cabo en forma práctica, eso que llamamos ritual, sigue teniendo tanto sentido hoy como ayer.
El vino no es simplemente uva procesada. Es la abundancia de la bendición que fluye en la tierra. Las frutas son chispas divinas escondidas en el mundo material. Incluso cada uno de nosotros es mucho más que piel, hueso y carne. Somos recipientes que contienen y comparten la esencia de Dios que se derrama a cada instante.