Todos sabemos que lo que creemos y asumimos como absoluto cambia a medida que vamos viviendo y experimentando la vida. La vida misma nos va tomando por sorpresa haciéndonos cambiar nuestras grandes ideas, nuestras idolatrías sobre cómo las cosas y las personas son o deberían ser. Incluso el tipo de relación que tenemos con nuestros seres más queridos va cambiando de formas impensadas. Lo único constante es el cambio. O como Julio Numhauser Navarro lo inmortalizó mejor que nadie en su canción, «Cambia, todo cambia»
Acá va mi confesión de algo que cambió: Purim era una molestia en mi vida. No me gustaba. Me parecía la fiesta más extraña de nuestra tradición por el simple hecho que yo asociaba lo judío con lo solemne, lo profundo, aquello que siempre me dejaba maravillado por su nobleza y su intelectualidad. Pero Purim me invitaba a enfrentarme con esta ridiculización de mi tradición. Hacer burlas, beber, disfrazarme, ponerme en ridículo enfrente de personas que días después me compartían grandes momentos de crísis que estaban atravesando en la vida mientras yo pensaba «¿se acordará que me vio hace pocos días disfrazado de pirata? ¿cómo puede esta persona tomarme en serio después de eso?» Si bien se que hay un mensaje profundo en la Meguila (escribí sobre eso hace unos años en esta publicación) no lograba asociar lo payaso con lo sublime del judaísmo.
Todo esto como todo en la vida cambió hace unos años. Y ha sido una gran lección. ¿Qué cambió? ¿Cuál es la lección?
La manifestación de lo escondido
Lo fascinante y profundamente humano de Purim es que sale de lo común y esperado. Esto debe ser contemplado no solo durante Purim sino todo el resto del año. En Purim las sinagogas se convierten en un patio de recreo escolar. Vemos niños felices y orgullosos disfrazados de super heroes, princesas y otros personajes. Al hacerlo notamos lo divertido que es ver a los niños crear y soñar con diferentes identidades. Juegan a imaginarse de formas diferentes e incluso quizás se atrevan a incorporar algo de esos personajes que admiran porque ninguno de ellos y ellas se disfraza de algo que no les gusta ni sueñan ser. Es por eso que vemos la niñez y la adolescencia como la etapa en la que uno prueba y construye diferentes identidades.
Sin embargo con el paso del tiempo algo esperado pero trágico ocurre: nuestras identidades dejan de cambiar y se convierten en algo fijo. Creemos que eso es crecer y es lo que supuestamente deberíamos hacer para mostrar que somos ya adultos. A partir de ese momento no solo dejamos de representar algo sino que asumimos que somos ese algo que nombramos. Ese es el motivo por el cual a los adultos nos cuesta más “jugar” y disfrazarnos en Purim. Al mismo tiempo que lo vemos simpático nos resulta “tonto”, inapropiado o poco digno para nuestra edad.
Pero justamente Purim es la fiesta en la que descubrimos quienes somos. La heroína de la historia se llama Ester cuyo nombre significa “escondido”. No solo porque parte de quienes somos realmente permanece escondido ante otras personas sino incluso ante nosotros mismos. Incontables veces vamos a hacer cosas y luego decirnos “¡no puedo creer que yo hice o dije eso!” Obviamente somos nosotros manifestando una parte escondida de nosotros mismos que ni siquiera nosotros conocemos que está ahí. Parte de disfrazarnos es jugar a descubrir una vez más que quienes somos no es solo lo que nosotros mostramos sino lo que elegimos mostrar. Al elegir mostrarnos elegimos crear nuestra propia identidad. Definir por nosotros mismos quiénes somos y quién nos gustaría ser.
No tienes permiso para ocultarte
El hecho que la palabra Ester significa “escondido” tiene otra dimensión más profunda. La Meguila es el único texto en todo el TaNaJ en el cual Dios no es mencionado por su propio nombre ni una sola vez. ¿Significa esto que Dios está ausente de la historia de Purim? Obviamente para nuestra tradición tal idea es inconcebible. El significado más profundo es que a imagen y semejanza, Dios también está escondido en el mundo. Si nosotros nos escondemos probablemente Dios también esté escondido. Por lo tanto el desafío no es preguntarnos dónde está Dios sino cuándo está Dios. En qué momento y no en qué lugar. No es necesario pararse ante la inmensidad del mar o las montañas sino simplemente mirar en los ojos a otro ser humano para descubrir lo escondido.
Parte de nuestra naturaleza de ser judíos es descubrir quiénes somos una y otra vez en la vida. Si Dios no es un ser estático sino un devenir dinámico entonces nosotros creados a su imagen y al igual que absolutamente todo lo que nos rodea en el ecosistema del que formamos parte, vamos cambiando continuamente. Si dejamos de hacerlo a los 20, 30, 50 o 80 nos hemos olvidado que parte de estar creados a imagen de lo divino significa también que lo divino es infinito y por eso nosotros tenemos infinitas posibilidades por delante. Como escribió Neruda, «Muchos Somos»
Nadie nos prepara para lo que vinimos a hacer y desplegar. Por eso hay un momento en la Meguila que pasa desapercibido para muchos pero para mí es crucial, especialmente al haber decidido dedicar mi vida al judaísmo. Cuando Ester tiene que ir a hablar con el Rey su tío Mordejai le dice quién sabe si no es para esto que recibiste este honor (Ester 4:14). En otras palabras, incluso cuando jamás imaginaste que esto era parte de tu misión en esta vida, ¡sorpresa! había dimensiones escondidas de tu personalidad y tus posibilidades que ahora tienen que ser realizadas. Ahora debes mostrar y mostrarte quién eres en tu integridad. En forma orgánica y en tu totalidad. Incluyendo aquello escondido que no creías iba a ser necesario.
La llegada es una pregunta, nunca una respuesta
La pregunta que debemos hacernos es ¿por qué en determinado momento no buscamos nuevas identidades? ¿Por qué no buscamos nuevas posibilidades? Creo que es por miedo. Tenemos miedo de salirnos de quiénes fuimos, cambiar los patrones de lo que hicimos hasta ahora, descubrir nuevas facetas de nosotros mismos que estaban ocultas, nuevas posibilidades, nuevos amores, nuevas pasiones y nuevas amistades. Nos cuesta mucho esfuerzo constituirnos y justificarnos en quienes somos y creemos debemos ser para replantear todo y volver a mirarnos con ojos que desconociamos. Pero en gran parte de eso mismo se trata el judaísmo. De una incesante búsqueda por llegar sabiendo que la llegada es siempre una nueva pregunta y nunca una respuesta. Fijar la identidad es idolatrarla en respuesta. El judaísmo es el dogma del no dogma. La curiosidad incesante. La pregunta eterna.
Sabemos que hay en este mundo todo tipo de peligros y problemas. Pero nos equivocamos cuando pensamos que tenemos que mantenernos seguros, tranquilos, callados, fijos y con todas las respuestas. Confundimos tener claridad con sentir que las cosas se mantienen en calma dentro de una rutina predecible que no nos desafíe demasiado sino nos de certezas y nos diga qué tenemos que hacer y sentir.
Pero una y otra vez necesitamos ser desafiados para seguir creciendo y creyendo, descubriendo quiénes somos y quién queremos ser. Lo mejor de todo es que Dios nos dice que si hay algo que no tenemos que tener es miedo. Purim nos recuerda el peligro de quedarnos callados ante el miedo de ser. Y Najman de Brastlav nos recuerda que todo el mundo es un puente muy angosto y lo más importante es no tener miedo.