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Judíos & Judaísmo

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Profané un Templo en Cambodia y charlé sobre Dios con un Camboyano

03/07/2014 por Diego Edelberg 36 comentarios

¡Viva la ignorancia!

Cada vez que viajo re-descubro lo ignorante que soy. Y lo digo con orgullo
porque a pesar que en muchas culturas la ignorancia es considerada un signo 10505487_10152546111023308_312764803588182805_nde debilidad, también es cierto que no existe persona más aburrida que aquella que se cree «las sabe todas». Peor aún son los que no sólo piensan que no tienen nada nuevo que aprender sino que son idólatras de sus propias ideas. Cuando uno llega a esa instancia pierde la capacidad de maravillarse a cada instante con lo increíble y variado que es el mundo de Dios junto a cada ser y cultura diferente que habita la tierra. ¡Qué falta tan grande es estar aburrido o creer que uno no tiene ya nada para hacer ni tiempo para aprender cosas nuevas! El mundo está saturado de maravillas como para no deslumbrarse constantemente.

 

Angkor Wat

Muchas veces precisamos salir de nuestra zona de confort para no solo valorar lo que tenemos sino sorprendernos y reconocer todo lo que nos queda por aprender. Y aunque tal vez mi último viaje sea una suerte de exageración, estoy convencido que uno puede experimentar lo que posee e incluso sorprenderse, sin la necesidad de visitar un lugar tan fascinante como Angkor Wat en Siam Riep. Para quienes no tienen idea de lo que estoy hablando solo miren esta foto

 

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La foto no es mía…pero es ahí donde estuvimos con Laila la semana pasada. ¡Y la verdad es que es un lugar único en el mundo! Nos sentíamos privilegiados de estar caminando por una de las mayores estructuras religiosas del mundo y la historia. En los relieves de cada pared de Angkor Wat uno está viendo uno de los tesoros arqueológicos más impresionante del planeta. La paredes talladas por artesanos hace más de mil años cuentan historias religiosas y del día día sobre cómo vivían los camboyanos, chinos y tailandeses en respuesta a diversas manifestaciones religiosas como el budismo, hinduismo e incluso su encuentro con el islam. Aquí va una foto de los los relieves tallados en las paredes de los templos (¡esta foto sí la saque yo!)

 

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Una triste noticia

Pero cuando uno viaja se lleva a sí mismo y su historia a todas partes. Aquello que uno piensa, lee y experimenta es confrontado en este tipo de viajes con otras culturas, religiones y costumbres. Uno no puede dejar de ser quien es. Así entre medio del viaje vivimos cosas muy dispares. Por un lado la tristeza que con toda la riqueza cultural y religiosa, Cambodia sufre una miseria infernal. En las rutas encontrábamos niños descalzos que se acercaban y nos decían «don’t give me money give food» (no me des dinero dame comida). Otros nos preguntaban de dónde éramos y cuando decíamos Argentina nos pedían «un dólar por favor» en perfecto español. Si bien la pobreza existe en todos lados, cuando uno la encuentra constantemente y en los niños no puede sino encontrarse con una paradoja: «¡gracias Dios por darme salud y la bendición material de poder conocer un lugar como este y…¿por qué permites tanto sufrimiento, dolor y pobreza en el mundo?». Por otro lado el dolor se incrementó aún más cuando en la segunda noche antes de irnos a dormir Laila me leyó la noticia que rezábamos no escuchar: se habían encontrado los cuerpos de Guilad Shaer, Eial Ifraj y Naftali Fraenkel, los tres jóvenes estudiantes israelíes que habían sido secuestrados días atrás.

Siempre termino respondiéndome lo mismo ante estos acontecimientos y la pobreza en el mundo: el «libre albedrío», es decir aquella capacidad que Dios nos dio a los humanos de hacer realmente lo que queremos con nuestras vidas, sigue fuera de equilibrio a nivel planetario. Me niego a culpar a Dios y pongo toda la responsabilidad en cada uno de nosotros. Los humanos operamos en este mundo y no en el otro y por eso debemos cumplir con nuestra parte del pacto aquí y ahora.

Entonces cada día en Cambodia terminaba con esta tensión entre lo increíble que sentíamos como turistas visitando este lugar y lo duro que es como seres humanos ser recordados por las condiciones que nos rodeaban que tener las necesidades básicas satisfechas nunca debería ser algo que damos por sentado porque no todos tienen una cama, comida y ropa. No es que en Camboya me daba cuenta de esta realidad (ya que la misma existe en todos lados) sino que al experimentarla constantemente me recordaba una y otra vez que claramente vivimos en un mundo que aún no ha sido redimido y queda mucho por hacer.

 

La redención está a la vuelta de la esquina

Pero no importa cuán mal están las cosas siempre se puede estar peor. Samuth, el guía de 38 años casado y con dos hijas, nos llevaba de paseo por todos los templos recordándonos esta realidad puesto que con una sonrisa constante me decía lo orgulloso que estaba de su cultura y su historia a pesar de lo dura que era la vida y lo terrible que habían sido los años bajo la dictadura de Pol Pot. Para Samuth, Camboya es pobre pero está mejor hoy que lo que el recuerda de joven. Como mis conversaciones generalmente lidian sobre algunos temas religiosos, con Samuth desarrollamos una empatía por nuestras tradiciones a pesar que cuando le dije que era judío no logró entender realmente de qué le estaba hablando. Pero cuando le pregunté si rezaba su respuesta fue muy seria. Mirándome fijo a los ojos me dijo: «yes!». Y como ya no tenía nada que perder le pregunté «¿y a qué o a quién le rezas Samuth?». Y pese a mi inmensa ignorancia sobre el budismo y el hinduismo, Laila es testigo que su respuesta fue la siguiente

Le rezo al Dios que llegó al paraíso pero en lugar de quedarse ahí volvió a la tierra para ayudar a otros a alcanzar la iluminación

No logré entender si este Dios era un Buda particular, un Dios hindú o quién era realmente (si alguien recuerda esta historia por favor agréguela en los comentarios). Pero su metáfora o imagen del Dios que volvía era inmensamente reconfortante. Samuth es consciente que la salvación o redención no tiene sentido si es personal. La misma debe ser nacional y universal. Me recordaba la idea de Dios como un Maestro, como la persona que no le interesa alcanzar su espiritualidad sino ser una fuente de iluminación para otros compartiendo una luz que, como una vela que enciende otras, no disminuye su intensidad al ser distribuida sino por el contrario, hace que un cuarto oscuro sea cada día más luminoso (ver la publicación Dios es un Maestro).

Con Samuth el guía
Con Samuth el guía

Samuth no era el único que sonreía todo el tiempo (Laila y yo disfrutábamos constantemente de esa enorme sonrisa mostrando todos los dientes). A pesar del sufrimiento los niños se acercaban siempre con una sonrisa hermosa. Fue así que una niña se acercó para ver mi cámara de fotos profesional y le pedí por favor si podía tomarle una foto. Me dijo que sí y luego me dio su mejor sonrisa. Creo que logré capturar una esperanza más de Camboya (o al menos eso sentí yo al mirar la foto…)

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Sonrisa redentora

 

Pobres si. Ladrones no.

En los dos días que compartimos con Samuth recorriendo las ruinas de los templos aprendí más sobre el hinduismo y el budismo. En uno de los relieves me mostró los tres planos del mundo para los hindúes: el paraíso, el mundo terrenal y el infierno. Los relieves tallados sobre el infierno (Naraka) eran realmente escalofriantes: hambruna eterna, víboras que devoran las tripas, personas quemadas, despellejadas, clavadas con pinches en la nariz, en la boca o el ano (todo lo peor que puedan imaginarse que hay en un verdadero infierno está tallado en las paredes que esta gente mira todos los días desde hace miles de años). Si este es un país donde uno crece creyendo que si roba, asesina o realmente produce un daño, ese infierno y sus torturas son las consecuencias que le esperan, quizás se explique porqué en ningún momento nos sentimos en peligro o asustados. De hecho una de las excursiones comenzaba a las 4 de la madrugada para ver el amanecer en Angkor y nos encontrábamos repentinamente con Laila subidos a un tuk tuk (una pequeña moto con un carrito atrás) junto con el guía en el medio de una ruta totalmente desierta y oscura. Ahí fue cuando nos percatamos que en otras partes del mundo hacer algo así sería un suicidio. Pero no en Cambodia. Durante las visitas a las ruinas dejamos mochilas dentro del tuk tuk y nunca temimos que iban a robarnos. La gente nos sonreía constantemente y el trato era realmente maravilloso.

He escrito muchas veces que nos guste o no (incluso si nunca la hemos leído) la Biblia configura gran parte de la visión sobre el mundo, lo bueno y lo malo que compartimos como humanidad. Sin importar el texto religioso que estemos utilizando para construir nuestra realidad, todos los textos religiosos son más que relatos fantásticos. Son los constituyentes de nuestro tejido social y cultural. Atraviesan miles de generaciones que han leído e intentando encontrar el sentido una y otra vez sobre las mismas palabras. Si uno quiere entender una sociedad o cultura uno debería conocer algo sobre dicha religión. Por supuesto que no es fácil porque uno no tiene tiempo para leer todos los textos religiosos. Pero saber lo mínimo indispensable debería ayudarnos para comprender al otro en sus diferencias y aprender a apreciarlas en lugar de decirnos «lo que yo creo es la única verdad y todos los demás son herejes». ¿Significa todo esto que las personas religiosas no roban o que ser un ateo potencia la criminalidad? Absolutamente no. Hay ateos que son morales y son excelentes personas y hay religiosos que son inmorales y horrendas personas. Pero estar constituido en el pensamiento por una religiosidad positiva, puede ayudarnos a reconocer que si los únicos imperativos que mandan son biológicos entonces no hay un imperativo ético sino que hay un orden que solo beneficia el interés individual y propio. Sin embargo, si uno es sensible a esta tensión entre lo que debería ser y lo que es y uno se siente incómodo con la injusticia y quiere hacer algo para modificar eso, uno cree que hay algo más grande que uno mismo. Ese es un pensamiento religioso. No sé cómo definirlo de otra forma.

 

La Serpiente y la Profanación espacial

Finalmente hubo una charla más con Samuth que nos dejó sorprendidos. Parte de la historia que se repite una y otra vez tallada en todos los templos de Angkor contiene una serpiente. Por eso le pregunté a Samuth si la serpiente era un símbolo bueno o malo para el y me contestó que la serpiente siempre representa algo bueno para su tradición. Cuando le conté la historia de Adam, Eva y la serpiente -y todo lo que esa historia nos enseña- me miró confundido a la vez que fascinado. Cuando terminé de contar la historia Laila le preguntó si era la primera vez que la oía. «Sí» -nos contesto- «muy interesante». Fue ahí cuando le pregunté si conocía la Biblia y me dijo que sabía lo que era por los cristianos pero nunca había leído una sola página ni conocía ninguna de sus historias. Del mismo modo que yo ignoro el 99% de las historias sobre el budismo y el hinduismo, Samuth no tenía porqué saber sobre la Biblia. Pero una vez más me recordaba que en este mundo globalizado en el cual las distancias se achican cada día más, hay miles de millones de personas que no creen en un solo Dios sino muchos y para los cuales la Biblia es tan extraña y ajena como es el sintoísmo, taoísmo o confucianismo para el mundo occidental. Gracias a la tecnología estamos cada día más cerca pero aún muy lejos en muchos aspectos. Las creencias y el destino es claramente una de estas grandes distancias entre los seres humanos.

La última reflexión me la dejo para contemplar el fenómeno del espacio. Un amigo de Hong Kong que había estado hace unos años en Angkor Wat me dijo «a medida que vayas entrando en el Templo vas a sentir algo raro, es como profanar el Beit Hamikdash (el Gran Templo en Jerusalem)».  Por supuesto que mi amigo Jordan no se refería directamente a la idea de poner a Angkor Wat a la misma altura que el Gran Templo de Jerusalem. A lo que se refería es que Angkor tiene tres patios y a medida que uno se acerca al final logra entrar al lugar más sagrado donde sólo entraba antiguamente el Sacerdote principal de Angkor Wat. Del mismo modo el Gran Templo de Jerusalem tenía el famoso Sanctasanctórum (kodesh hakodashim) al que solo podía ingresar el Cohen Gadol (Sumo Sacerdote). Pero en Angkor hoy uno llega hasta el final del recorrido y puede entrar al lugar más sagrado lleno de chinos, japoneses, europeos y latino americanos con cámaras de fotos y haciendo vídeos divertidos como si estuvieran en un parque de diversiones. Y eso es lo que sorprende a una persona de fe. A pesar que Angkor es hoy un centro turístico del mundo, el mismo es un lugar sagrado (o al menos lo fue) para cientos de miles de personas a lo largo de miles de años. Y no es la primera vez que experimento esta sensación con el espacio. Me pasó en Shanghai, Amsterdam y Estambul en forma aún más profunda cuando visitaba sinagogas que ahora son museos y pensaba «¿qué hago sacando fotos a una sinagoga como si fuera un pieza antigua que ya no existe?». Los judíos nos jactamos que hemos logrado trascender el espacio y re-configurar toda nuestra tradición haciendo sagrado el tiempo… pero en nuestros textos la redención incluye la reconstrucción de otro espacio más (el Tercer Templo) y claramente las sinagogas no son lugares en los cuales nuestra religiosidad y conducta es poco importante. Por lo tanto es cierto que de alguna manera nos encontrábamos profanando un espacio sagrado para ciertas personas.

Angkor Wat no pasa desapercibido para nadie que lo visita. Tampoco lo hará en el resto de nuestras vidas. Pero ahora ya estamos con la cabeza en el próximo destino esperando que nos llamen para subir al avión. ¡Buenos Aires, aquí vamos!

Con Laila en Angkor Wat
Con Laila en Angkor Wat

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La Unidad que está escondida por todos lados

24/04/2013 por Diego Edelberg 1 comentario

 

En la búsqueda espiritual judía nuestro objetivo es lograr unirnos con la Unidad Total. En palabras más simples, lo que debemos alcanzar es la comunión, identificación y conciencia de una realidad última que podríamos llamar -entre otras infinitas posibilidades- Dios. De hecho en el judaísmo esa Unidad Total es llamada “Dios”.

Pero para entender en profundidad esta idea resulta imprescindible atravesar las suposiciones infantiles que tenemos sobre lo que la palabra “Dios” significa. Si por un instante pensamos que realmente Dios es un “Viejito de barba sentado en las nubes”, un “Súper Poder”, un “Padre que nos protege”, un “Rey que nos juzga”, un “Amor absoluto”, un “Judío Gigante que hace todo bien” o simplemente una “Energía”, entonces acabamos de cometer el pecado de reducir y definir a Dios en nuestro pequeñísimo y efímero diccionario mental. Acabamos de convertirlo en una simple idea que es tan cambiante y volátil como nuestro paso por este mundo.

Al encasillar a Dios en una definición tenemos asegurada la manera más eficaz de desprendernos del desarrollo espiritual y de convencernos que Dios es simplemente una palabra o una idea fantaseada por la mente humana para expresar aquello que todos sentimos pero ningún filósofo o científico puede explicar realmente. Y lo inexplicable que todos sentimos es que: todo lo que existe en el universo solo existe porque está en relación con todo lo demás. Nada existe separado de algo. Menos nosotros, los seres humanos.

Para evitar caer en la trampa mental de hacer de Dios una idea o una definición, la mayoría de los grandes hombre de fe crearon a lo largo de miles de años enormes cantidades de reflexiones, meditaciones, contemplaciones, repeticiones de ciertas palabras, encantaciones, recitaciones de nombres divinos, plegarias o simplemente aconsejaron aprender a permanecer en ese fascinante y al mismo tiempo aterrador estado que llamamos “silencio”.

Pero para quienes estos ejercicios o técnicas resultan extremadamente ajenas o anticuadas quería ofrecerles otro método que tal vez los ayude. Definitivamente somos muchos los que nos cuesta “apagar” el ruido de nuestra mente para “prendernos” y “perdernos” en la unión mística. No hay que sentirse mal por esto. No es necesario modificar toda nuestra esencia para unirnos con la Unidad Total. Solo basta comenzar con  perder el miedo de modificar nuestros prejuicios.

Aunque no queramos serlo, somos tremendamente prejuicios no solo para juzgar a otros sino peor aún a nosotros mismos y nuestras ideas. El primer paso (que no requiere de mucha sofisticación ni de ejercicios de respiración o “poner la mente en blanco”) es simplemente decidir en forma voluntaria destruir nuestros prejuicios, ablandar nuestras expectativas, aceptar lo inconcebible y no creernos todo lo que pensamos.

Así comienza el viaje que transforma todo lo que experimentamos. Si estamos abiertos a desarrollar estas posturas frente a la vida descubrimos que rápidamente nos conectamos con la Unidad Total. Descubrimos que lo maravilloso y misterioso esta escondido por todas partes y por eso no es invisible sino presente. Al igual que nuestros pensamientos, todo lo que vemos, olemos, escuchamos, sentimos y experimentamos del mundo (árboles, animales, océanos, estrellas, seres humanos) son parte de la Unidad. Una mesa  de madera es así un árbol que ha sido procesado. El árbol sigue estando allí. En última instancia, la materia no es distinta de la energía sino que simplemente es energía que ha asumido temporalmente un patrón particular. La materia es básicamente energía en forma tangible y por lo tanto ambos (materia y energía) son en definitiva estados diferentes de un mismo continuo, nombres distintos para dos cosas que en esencia son la misma cosa: ¡la misma Unidad!

El mundo no es otra cosa que Dios ya que esta energía divina se oculta dentro de todas las formas que existen. Dios no es un ser independiente que hasta “allí afuera y arriba”. Ella está aquí, en la corteza de un árbol, en la voz de un amigo, en el ojo de un extraño. El mundo está lleno de Dios. Puesto que Dios está en todo uno puede servir a Dios a través de todo. En la búsqueda de la chispa divina descubrimos que lo común es realmente espectacular. Este es quizás y sólo quizás…el verdadero camino hacia la experiencia espiritual.

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Cómo hablar con Dios y desarrollar nuestra espiritualidad: humildad y atención

19/04/2013 por Diego Edelberg 2 comentarios

 

Moisés, el líder más importante en la historia del pueblo judío, es descripto en la literatura rabínica con una característica principal: su humildad. Ser humilde significa siempre recordar que debemos caminar todo el tiempo con dos frases o mantras en nuestras cabezas. La primera frase dice “todo el mundo fue creado para mí” y la segunda frase dice “no soy más que polvo de la tierra”. Ese contraste debe ser vivido a cada instante en el desarrollo espiritual.

La vida es una y debemos vivirla intensamente. Debemos jugarnos por lo que creemos y defender aquello que en lo profundo de nuestro corazón sabemos que merece ser salvado. Debemos disfrutar de cada cosita material que hay allí afuera, de todo lo que podemos oler, ver, tocar, sentir y escuchar. Debemos conectarnos con todo, disfrutar de ello y gozarlo al máximo. Pero al mismo tiempo debemos siempre recordar que estamos de paso por la vida, que no importa cuánto acumulemos cuando seamos llamados para irnos definitivamente dejaremos todo aquí y lo único que realmente quedará de nosotros es el amor que hemos compartido. Así la humildad de Moisés era la conciencia que debía hacer todo lo posible por ayudar a su pueblo y simultáneamente reconocer que en el fondo era un mero instrumento de Dios o de algo mucho más grande que su propio ego.

¿Por qué se hizo Moisés merecedor de tan alto prestigio y fama en la historia del pueblo judío y en extensión de toda la humanidad? Porque no solo era humilde sino también atento. Antes de convertirse en un gran líder Moisés era un pastor de ovejas. Un día mientras cuidaba sus ovejas una de ellas se escapó y Moisés, preocupado por “cada una de sus criaturas”, salió a buscarla. Allí se encontró con un arbusto que estaba prendido fuego pero milagrosamente el fuego no consumía el arbusto. Esa fue la primera vez que Dios habló con Moisés. Es decir que Moisés no solo se preocupaba por las criaturas de la Creación sino que además estaba atento a percibir esos fenómenos que simplemente llamamos «cosas».

Muchos creen que Dios utilizó la táctica del arbusto que no se consumía para llamar la atención de Moisés y sin embargo si Dios puede hacer lo que quiere (abrir un mar al medio, hacer que salga el sol, darle brillo a las estrellas, etc.) ¿por qué eligió un milagro tan modesto? Posiblemente el arbusto prendido fuego no era un milagro para Dios sino una prueba para Moisés. Tal vez Dios quería saber si Moisés podía ver el misterio en algo tan simple como un pequeño arbusto en llamas. Quizás Dios quería saber si Moisés estaba prestando atención. De hecho Moisés tuvo que detenerse un buen rato para darse cuenta que las ramas no se quebraban con el fuego. Moisés tuvo que estar atento para darse cuenta que estaba pasando algo increíble. En ese momento, cuando Dios vio que Moisés era curioso, Dios supo que era el momento de presentarse.

Algunas veces estamos físicamente en un lugar pero no estamos prestando atención. En esos casos es muy probable que si bien nuestro cuerpo está en un lugar nuestra mente y corazón estén en cualquier otro lado. En esta era donde la palabra multitasking (que significa hacer múltiples tareas al mismo tiempo) es cada día más celebrada debemos hacer el esfuerzo doble para estar atentos y receptivos. Dios y su espiritualidad están buscándonos. Pero encontrarnos con Dios no requiere solo un acto físico. Muchas veces nos acercamos o distanciamos de otra persona que ni siquiera está físicamente con nosotros. También podemos estar distantes de otra persona aún cuando se encuentra con nosotros en la misma habitación. Si esto nos sucede con otros seres humanos. ¿Cómo se imaginan que nos sucede con Dios y la espiritualidad?

Lo apasionante del lenguaje es cómo el mismo nos enseña distintas maneras de ver la vida. Por eso siempre digo que no aprendemos un lenguaje sino que el lenguaje nos aprehende (nos agarra) a nosotros mismos. En español “prestamos” nuestra atención. En inglés “pagamos” (pay attention) y en el hermoso lenguaje hebreo la misma expresión se dice literalmente “poner el corazón” (sim lev). De ese modo descrubimos que los judíos tenemos en realidad una herramienta maravillosa para poder recordarnos una y otra vez que debemos prestar atención o poner nuestro corazón. Esa herramienta se llama brajá o bendición. Las bendiciones en la tradición judía no son para Dios sino para nosotros. Son una forma de frenar un poco la multiplicidad de tareas y pensamientos y pensar por un instante el milagro que vamos a realizar: gracias por el pan, el vino, la vida…

Cada vez que digan una bendición conéctense con el lado espiritual que ésta posee. Están diciendo algo así como “¡Presta atención! ¡Algo asombroso está sucediendo en este instante y no debes perdértelo!”. Y así es como en esa espiritualidad lo ordinario o mundano se hace misterioso y espectacular.

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Mi Dios y Mi Plegaria Personal son Reales pero ¿a qué o a quién le estoy rezando?

15/02/2013 por Diego Edelberg 7 comentarios

 

En nuestra publicación anterior introdujimos un tema central del pensamiento teológico judío: los seres humanos cambian; pero Dios no. Este es el principio que da cierre a la discusión medieval filosófica sobre Dios y es Maimonides quien representa la culminación de este proceso cuando declara en su Mishné Tora que Dios es perfecto, eterno, no cambia ni muta. Además para Maimonides Dios no escucha porque no tiene oídos y ni siquiera ama porque no tiene sentimientos. Aunque nos resulta difícil reconocer esto al momento que uno reza, pide y agradece (puesto que según Maimonides parecería no haber nadie escuchando o preocupándose por nosotros) Maimonides mismo definió la plegaria como algo obligatorio.

Para nosotros los modernos este principio simplemente nos alerta de una limitación que ya somos conscientes: nuestra especulación racional, o mejor dicho nuestras palabras, tienen un límite al querer hablar acerca de Dios. Los humanos somos humanos y Dios es Dios. No tenemos acceso a Dios. No podemos conocer su esencia. No podemos saber cómo opera. No podemos saber qué planes tiene ni por qué elige que suceda lo que sucede. En el fondo no podemos saber nada con absoluta certeza. Y como no podemos objetivamente saber nada acerca de Dios ¿cómo podríamos declarar que Dios cambia de parecer frente a nuestros rezos?

Lo que si cambia son nuestras imágenes y metáforas. Estas pueden cambiar justamente gracias a que Maimonides declaró que son cosas cambiantes mientras que la esencia de Dios no lo es. Para nuestros antepasados Dios era un Papá, un Rey, un Señor o simplemente un Êl. Para Maimonides todos estas designaciones son simples metáforas, palabras que depositamos en lo innombrable e incognoscible. Por lo tanto si nuestras metáforas de Dios son simples expresiones subjetivas de nuestra limitada experiencia humana y si la naturaleza de los seres humanos es de hecho el cambio constante entonces nuestras imágenes y metáforas sobre Dios pueden ciertamente cambiar también. En pocas palabras lo que cambia son las metáforas e incluso a veces podemos llegar a ver estos cambios.

Comienza Shabat y al reflexionar sobre estos temas me pregunto ¿a qué o a quién le estoy rezando? Los dos más grandes teólogos modernos vienen en mi ayuda para lidiar con estas difíciles preguntas:

 

 

Rezar es tomar conciencia de lo asombroso, recuperar el sentido de aquello misterioso que anima a todos los seres, el margen divino en todos los logros. La plegaria es nuestra humilde respuesta a la inconcebible sorpresa de vivir.

Abraham Joshua Heschel

 

 

Como el poder que ordena el mundo y la salvación personal, Dios no es una personificación sino un Proceso. De todos modos nuestra experiencia de ese Proceso es enteramente personal…Aquellos que critican la concepción de Dios como un Proceso argumentan que es reducir la plegaria a una simple forma de “hablarse a uno mismo”. En un sentido eso es verdad pero debemos entender en qué sentido es verdad. Todo pensamiento – y la plegaria es una forma de pensamiento- es esencialmente un diálogo entre nuestro puro ego individual y nuestro ser en representación de un proceso que va más allá de nosotros mismos…

Mordecai Kaplan

 

En el fondo cuando hablamos de Dios no hay correcto o incorrecto. Cuando hablamos con Dios tampoco lo hay. El judaísmo ha vivido desde siempre con ambigüedad al momento de tener que lidiar con Dios. La mayoría de los judíos se imaginan un Dios completamente distinto incluso cuando están rezando juntos en la misma Sinagoga.

¿Dios escucha mis plegarias? Realmente no lo sé. Incluso si me escucha jamás esperaría que me responda del modo que mi esposa me responde cuando la llamo por teléfono. Mi conexión con Dios y mis metáforas de Dios son el producto de una respuesta a mi propia búsqueda personal enmarcada por la tradición judía y mi afirmación continua como miembro primeramente del pueblo judío y en forma más amplia de la comunidad humana como un todo. Mi plegaria es una manifestación de mi certeza absoluta que el pueblo judío al cual pertenezco es importante para la historia y en consecuencia yo también lo soy porque formo parte de dicha narración sin importar cómo me imagino a Dios en cada etapa distinta de mi vida. Al igual que Maimonides tengo muchos problemas para definir a Dios en palabras. Todo lo que digo termina siendo insuficiente para hacer justicia a mi fe y mis creencias. Pero rezo de todos modos todos los días y cuando lo hago generalmente (aunque confieso que no siempre) Dios se hace realidad y evidencia.

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Acerca del Autor

 Hola, soy Diego Edelberg, el fundador del blog Judios&Judaismo.com. Me apasiona todo lo relacionado con la música, el judaísmo, la interpretación, la educación, la mitología, la filosofía, la religión, la ciencia, la historia, el arte, la física, la cosmología, la evolución, la sociología, la epistemología, la metafísica, la cabalá y en especial aquello que resulta contradictorio, paradójico y absurdo. Para conocer más sobre mi y de qué se trata mi blog visitá la sección Acerca del Autor

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