La revelación tradicional judía de Dios en la tierra es la que podemos leer en el Segundo Libro de la Biblia -el Libro del Exodo- entre los capítulos 19 al 24. En la lectura semanal del Calendario Hebreo la misma lectura la encontramos entre las parashot Itró y Mishpatim. El capitulo 20 del Libro del Exodo comienza con los famosos “diez mandamientos” seguidos por muchas leyes más que se despliegan hasta el capitulo 23 presentándonos así el primer código de leyes bíblicas que Dios entrega al pueblo hebreo para constituirse como una unidad bajo una misma Ley. La coronación de todo este episodio acontece en el capitulo 24 a través del ritual que da conclusión al evento de la revelación en el monte Sinaí.
Si bien el capitulo 20 abre con la declaración que Dios “habló todas estas palabras”, lo más interesante es que en el capitulo 19 que precede a lo que Dios “habló” se nos narra sobre cuales fueron las condiciones para esta revelación divina: tenemos ahí una fecha puntual en la historia del mundo (el tercer mes después del Exodo de Egipto), una localización geográfica determinada en el planeta tierra (el monte Sinaí) y por encima de todo esto nos enteramos sobre cuales fueron las condiciones atmosféricas que acompañaron dicho suceso.
Pero a pesar de los detalles la narrativa está envuelta de misterio. Según el texto Dios desciende en una montaña particular al mismo tiempo que Moisés asciende a la misma (y después baja para hablar con la gente). La descripción es acompañada de relámpagos, truenos, una nube densa, humo, fuego y sonidos de shofar (el instrumento musical de viento por excelencia del pueblo judío). Por supuesto que frente a la imagen que describimos los hebreos al pie de la montaña no solo están aterrorizados sino que básicamente ¡no pueden ver nada por culpa de la nube, los truenos, el humo y el fuego! Sea lo que sea que está sucediendo arriba de la montaña todo parece estar esta tapado o mejor dicho, se encuentra más allá de cualquier descripción literal. Así todo el capitulo puede ser leído como si fuera un poema, un cuento fantástico o una evocación de un evento misterioso. Pero claramente no es un relato histórico descripto del mismo modo que leemos sobre la elección de un Nuevo Papa Argentino en todos los medios de comunicación.
Algunos judíos utilizan este pasaje como una prueba de la autoridad de la Tora como un todo. Estos judíos declaran que la revelación de Dios debe ser comprendida leyendo este texto y entendiéndolo en forma literal, es decir, tal cual es descripto. Así el “contenido” de información en palabras que contiene el texto bíblico es entendido explícita y literalmente como la exacta articulación de sonidos y fonemas que Dios le dijo a Moisés y luego al pueblo de Israel en un determinado día y en un solo lugar particular del mundo. Lo que el texto nos está narrando entonces es historia, es el evento fundacional y constituyente del pueblo de Israel como tal. Como resultado de todo esto lo que está escrito en la Tora tiene un valor eterno para todos los judíos incluidos los que hoy viven en cualquier otro tiempo cronológico y espacial. En definitiva para algunos judíos esto es literalmente lo que Dios dijo. Si repentinamente surge algún tipo de “conflicto” entre lo que está escrito en el texto y los inevitables cambios culturales a través de los siglos, los cambios culturales deben rendirse ante la autoridad última que es lo que está escrito en la Biblia.
Si aceptamos esta manera de ver lo sucedido entonces llegamos a otras conclusiones. La Tora es la única revelación de Dios en la historia del Universo. Otros posibles pretendientes de haber recibido otro mensaje son falsos. Así la Tora o por extensión el judaísmo es la única Verdad religiosa. La Tora además es entendida como un solo documento que es absolutamente consistente y coherente. Todas las palabras y letras que allí figuran fueron literalmente determinadas por Dios. Dios creó así al judaísmo. Y por último ningún ser humano o comunidad puede dar de baja o anular el texto de la Tora. Frente a toda esta descripción solo nos quedan dos opciones: aceptamos el texto como autoridad absoluta y constituyente de nuestras vidas o rechazamos todo el paquete (lo cual es de hecho rechazar a Dios).
Debo confesarles que mi descripción hasta aquí es una caracterización bastante simplificada de cómo los judíos han tradicionalmente entendido, estudiado y cuestionado estas suposiciones. El Talmud mismo está repleto de instancias en las que Moisés comanda algo que no aparece en forma literal o explícita en la Tora misma. Pero de todos modos y en términos generales esta descripción representa honestamente la posición de ciertas ramas del judaísmo, particularmente el judaísmo Ortodoxo. Para los judíos Ortodoxos todo esto se ha convertido en una suerte de dogma o sello distintivo de la autenticidad religiosa judía o de hecho de su verdad en contra de otras interpretaciones modernas.
Todo el debate sobre la autenticidad de la Tora no se trata simplemente de mostrar una verdad histórica innegable y ocurrida hace miles de años atrás sino del impacto que este texto tiene en nuestras vidas hasta el día de hoy. Moisés dice antes de morir que el pacto que figura en este texto y los mandamientos que allí están escritos han sido realizados no solo con aquellos que están de pie hoy ahí sino con los que aún no nacieron. Por lo tanto lo que el texto dice también nos habla a nosotros y lo seguirá haciendo para las generaciones que siguen. Este tema no es un tema que preocupó solo a Moisés y su generación sino que también nos ocupa a nosotros hoy.