En las últimas publicaciones escribí bastante sobre la Redención Final, aquella esperanza del pueblo judío que de alguna manera da sentido a muchas de nuestras plegarias, historia y existencia. Si no tuviéramos ese deseo de ser redimidos o salvados, ¿gran parte de nuestro rezo junto al Seder de Pesaj y la meta de nuestro destino final resultarían teológicamente vanos? Para hacer un breve resumen podríamos decir que la temática de la redención o salvación final según la tradición judía comienza con una simple pregunta: los judíos rezamos todos los días pidiéndole a Dios que nos salve y nos redima, pero ¿de qué debería exactamente Dios salvarnos o redimirnos?
En la búsqueda por contestar esta difícil pregunta partimos de la base que la teoría judía sobre el fin de los tiempos surge de un problema o impulso central: la idea que las cosas del modo que están hoy presentes se encuentran seriamente falladas o son imperfectas. Curiosamente vivir plenamente el judaísmo implica convivir con la idea que -nos guste o no- la tradición asume que “estamos fallados o incompletos”. En palabras más simples, podríamos declarar que irónicamente el judaísmo necesita de la idea de la imperfección para dar sentido a su constitución.
Si pensamos por un instante (y solo en la teoría) que nuestra vida es plena y no necesitamos de nada más porque nos sentimos satisfechos con todo lo que tenemos y somos ¿de qué debemos pedir ser salvados si en realidad estamos bien? ¿Es la redención judía una realidad que sentimos o una historia que hemos intelectualizado e integrado? ¿Por qué los judíos sentimos que nos falta el Mashiaj, la resurrección de los muertos, retornar a la tierra de Israel y al antiguo sacrificio de animales en el Templo llevado a cabo sólo por los Cohaim o Sacerdotes mientras que billones de otros seres humanos no sienten esta falta? ¿Qué nos constituye realmente: nuestra propia sensación o la que heredamos de nuestros textos? ¿Puede ser que a medida que estudiamos nuestros textos los mismos van configurando nuestras expectativas? Si cada nuevo niño/a judío/a que llega al mundo lo educamos utilizando todas estas ideas que van moldeando su identidad y pertenencia ¿es posible que nosotros mismos seamos los responsables de construirle la idea que su vida estará siempre en falta o incompleta?
Creo que justamente ahí está el “juego teológico” o existencial del judaísmo como religión. La mayoría de nosotros sentimos que la vida no es perfecta sino que está llena de aquellas palabras que nos asustan y llamamos «problemas», «dudas», «quejas», «incertidumbres», «desolación», «aburrimiento», «desesperanza» y «depresiones». Todas estas palabras son parte integral de nuestro vocabulario y las utilizamos para definir esos sentimientos que -de todos modos- nunca podemos reducir en palabras. Quizás apoyándose en estas palabras el judaísmo ofrece la salida que otorga sentido y consolación: la redención o salvación de Dios. Justamente las especulaciones sobre la Redención Final describen cómo al final de los tiempos Dios va a transformar lo fallado en algo perfecto. Las especulaciones hablan de un Dios que salva, rescata y corrige finalmente a todo el Universo de este estado imperfecto que nosotros conocemos y llamamos “historia”.
Mientras reflexiono sobre este tema también pienso en una publicación que escribí hace casi dos años y mira todo esto desde una perspectiva diferente: ¿Vale la pena seguir practicando el judaísmo?