¿Cómo sabemos si estamos evaluando correctamente?
En la última semana analizamos en la Maestría en Educación Judía lo que significa evaluar. Evaluar es una de las cosas más difíciles para cualquier educador puesto que tiene que considerar no solo si el estudiante ha entendido sino confrontarse con su propio nivel como educador. Es decir, si el estudiante no está entendiendo ¿de quién es la culpa? ¿Es posible que como educadores no estemos haciendo las preguntas correctas?
Esta idea nos llevó a reflexionar dentro de la Maestría en una de las evaluaciones más clásicas del judaísmo: las preguntas y respuestas de los cuatro hijos durante el Seder (literalmente orden) de Pesaj. ¿Qué estamos realmente evaluando en nuestros hijos al hacernos estas preguntas clásicas del judaísmo?
La experiencia mitológica de Pesaj
Comencemos recordando que el Seder es una lección o clase muy larga sobre Pesaj ideada por los Rabinos. El Seder como herramienta pedagógica tiene como funcionalidad que las siguientes generaciones aprendan a enseñar una y otra vez que la historia judía no es algo que le sucedió a “ese pueblo” sino “a mis abuelos”. No es “una historia” sino “mi historia”. Lo que se busca es lo que los académicos llaman “experiencia mitológica”.
Es importante entender que mito aquí no se refiere a una mentira del modo que es comúnmente entendido. El sentido del mito o lo mitológico (a diferencia de la historia) es que el mismo realmente se repite y se revive en forma continúa hasta la eternidad. Los grandes eventos en la vida de una comunidad religiosa (sea esta judía, cristiana o cualquier otra) resuenan en forma perpetua y constante. Permanecen eternamente en el presente. Es por eso que algunos pensadores llegan al extremo de declarar que no existe la historia judía puesto que dicha palabra (historia) ni siquiera existe en el lenguaje hebreo sino que es adaptada del griego. Pero la importancia de la experiencia mitológica -y de la idea que “no existe la historia judía”- es que si estas sensaciones no nos ocurren a nosotros mismos en nuestras “tripas” entonces entran en el plano de la “historia” en lugar del “mito” y ya no cumplen la misma funcionalidad. Simplemente los leemos y decimos “qué interesante”. Pero el mito no es interesante sino “emocionante”. En Pesaj solo asumiendo la historia como propia se desarrolla simultáneamente una proyección hacia adelante en el anhelo de redención Mesiánica que concluye el clímax de Pesaj: ¡somos liberados!
Los cuatro hijos y las cuatro preguntas
Escuché una vez de Jaime Barylko que “es muy difícil rescatar a quien no quiere ser rescatado”. Siguiendo ese hilo de pensamiento los Rabinos en la Hagadá (el relato que funciona como guión durante el Seder) nos piden que antes de contarnos la historia de la salida de Egipto nuestros hijos pregunten de qué se trata todo lo que hacemos esta noche. Al preguntar manifestamos nuestra intención de querer saber y en consecuencia querer ser rescatados una vez más.
Así el texto del Seder comienza discutiendo cuatro “tipos” de hijos: el sabio, el malvado, el simple y el que no sabe preguntar. Cada uno de estos hijos tiene su propia pregunta y la Hagadá ofrece la respuesta adecuada para cada uno de ellos. En forma simbólica hay quienes enseñan que en realidad estos hijos no son literalmente hijos sino un reflejo de nosotros mismos que asumimos todos los años posiciones diferentes. A veces somos sabios, malvados, simples o no sabemos qué preguntar. Otra enseñaza que escuché hace unos años atribuida al Rabino Schneerson de Luvabitch es que también hay un quinto hijo que es el que ni siquiera sabe que hoy es Pesaj. En su misión de atraer judíos nuevamente al judaísmo en dicha oportunidad me dijeron que el Rebbe de Luvabitch le enfatizaba a sus shlujim (enviados) la importancia de salir a buscar a los judíos perdidos. Realmente una idea muy noble y bella.
Pero cuando uno se dedica a la educación reflexiona en ciertas preguntas que otras personas en otras actividades quizás no reflexionan. Una de estas preguntas es ¿qué significan realmente las preguntas mismas que los cuatro hijos hacen? ¿Por qué asumimos que ciertas preguntas son más sabias que otras? Y por sobre todo esto ¿qué metodología vamos a utilizar para responder sus preguntas? ¿Buscaremos generar Perspectivas diferentes? ¿Empatía con nuestros antepasados? ¿Explicación sobre la simbología? ¿O caeremos en la peor trampa de la mala educación en la cual en lugar de enseñar a pensar enseñamos que los hijos deben memorizar entendimientos ajenos para luego utilizarlos y aplicarlos como hechos? Debemos recordarnos siempre que nuestra misión como educadores es ser facilitadores que proveen las herramientas para des-cubrir lo que se encuentra debajo de la superficie de los hechos y ponderar su significado (para más información sobre este tema leer la publicación ¿Cómo Sabes Lo Que Sabes? Las 6 Facetas Del Entendimiento. La #5 Es Una De Mis Preferidas).
¿Por qué exaltamos realmente al hijo sabio?
El hijo sabio pregunta: “¿Cuáles son las leyes y los estatutos por los que se cumplen los mandamientos de Pesaj?». En la teoría este hijo es exaltado porque busca aprender más acerca de los rituales de Pesaj. Al mismo tiempo esta pregunta se considera sabia ya que demuestra comprensión básica de la historia de Pesaj buscando un significado más profundo del sentido del Seder.
Pero la realidad es que podemos caer en la desgracia de exaltar al hijo sabio debido a nuestro propio ego (curiosamente el ego es algo que debemos cuidar mucho en ¡Pesaj!). Cuando uno enseña descubre que el estudiante que uno considera “su favorito” o “más sabio” es el que demuestra interés y quiere saber más sobre lo que uno tiene para enseñar. Así podemos no darnos cuenta que en el fondo nos gustan esos tipos de estudiantes porque nos hacen sentir bien a nosotros como educadores. El estudiante sabio no se conforma con el entendimiento superficial de un tema o una estrategia sino que exige más información. Mientras que muchos estudiantes están dispuestos a absorber conocimientos de forma pasiva (sin exigir mayor aclaración) consideramos al sabio como aquel que pide saber más, nos escucha y nos pregunta.
¿Quién es el malvado? ¿El que pregunta o el que responde?
Sin embargo en gran parte de mi experiencia como educador (y en especial en mi propia metodología o aproximación hacia el estudio) descubro que el hijo o estudiante “malvado» es quién más me hace crecer y desafiarme como educador. El hijo malvado nos pregunta: “¿Qué significa todo este ritual para ustedes?”. Y como educador la forma en la que debemos responderle según la tradición nunca ha dejado de sorprenderme. La Hagadá nos instruye que debemos “acomodarle los dientes” (y estoy siendo sutil o generoso). Incluso la Hagadá nos explica que si este niño hubiese vivido durante el tiempo del primer éxodo no habría sido redimido. ¡Palabras duras!
Pero la interpretación de la Hagadá sobre este niño que se ha excluido a sí mismo de la comunidad rechazando la tradición de Pesaj al hacer esta pregunta explica sólo en parte la reacción que como educadores tenemos para ofrecerle. Como educador entiendo muy bien la frustración que puede brotar dentro mío cuando un estudiante se burla de las reglas y las rutinas de la comunidad y la clase que he preparado. Al mismo tiempo confieso que una de las experiencias más tristes que siento como educador es cuando no logro cautivar al estudiante que se niega a incluirse en la clase. Y sin embargo como educador también me pregunto ¿es un reproche tan violento como el que propone la Hagadá realmente la mejor respuesta para el hijo que se excluye?
Considero que el cuestionamiento del hijo malvado es igualmente valioso como el del hijo sabio. Cuando un hijo, un estudiante o un amigo nos pregunta ¿qué significa esto para usted? La respuesta es que ya sea que se trate de la historia del éxodo, las ciencias naturales o incluso si estamos enseñando matemática, todos debemos sentirnos obligados a comprender y explicar nuestra propia conexión hacia una comunidad, una tradición y nuestra manera de entender lo que entendemos. Esta respuesta no es solamente para absolver al hijo malvado por su falta de respeto. Todos los rituales -sean estos religiosos o pedagógicos- son en última instancia fortalecidos cuando son desafiados e interrogados.
El estudiante más frecuente
El tercer hijo es el simple que representa tal vez el tipo de estudiante más frecuente que conocemos. Pero mientras que el simple de la Hagadá se implica como tal por ser demasiado joven para rebelarse o desplegar su sabiduría, los niños «simples» de nuestras aulas no son los más jóvenes. Más bien, estos estudiantes pueblan nuestras aulas a causa de una serie de factores que producen enormes brechas en la lectura, escritura y matemática.
Cuando se les presenta tareas que requieren atravesar cierta dificultad intelectual su respuesta se hace eco de la del hijo sencillo «¿Cuál es el significado de todo esto?». Estos niños requieren más atención que el equivalente en la respuesta que ofrece la Hagadá la cual nos instruye a explicar el significado central de Pesaj. Los educadores somos desafiados a crear enseñanzas que funcionan como andamios en la construcción (y que al final de la obra son retirados) para permitir que estos niños puedan participar en el pensamiento crítico constantemente hasta que también puedan desafiarnos de la misma manera que lo hacen los niños malvados (mejor llamémoslo “traviesos”) y los sabios.
El que al menos no molesta
Por último tenemos a los niños que no saben cómo preguntar. Y aunque los niños sabios son los que más nos entusiasman como educadores, los niños que no saben preguntar son los que más sufren. Sin los medios para llamar la atención a través de la rebelión (como hace el niño malo) o la locuacidad (como hace el niño sabio) estos niños caen a través de las grietas de la educación. Con demasiada frecuencia la tranquilidad de estos niños es alabada como buen comportamiento. Los malos educadores podemos torpemente decirnos “no le interesa o no sabe pero al menos no molesta”. Los niños que no preguntan en nuestras clases pueden estar parcialmente o completamente perdidos pero lo peor es que pueden llegar a tener miedo de verbalizar sus confusiones por temor a ser motivo de burla perjudicando brutalmente su entendimiento y aprendizaje. Como resultado de esta actitud y de nuestra falta de entendimiento como educadores para ayudar a estos niños que no saben preguntar, los mismos se hacen finalmente invisibles para nosotros y el sistema. ¿Existe una falta más grave que ésta para un educador?
Las preguntas importan…¡y nuestras respuestas más!
El reto esencial de un educador (sean estos educadores los padres durante la noche del Seder o el profesor de primaria, secundaria o incluso universidad) es reconocer y ayudar a que todos estos estudiantes aprendan. La Hagadá ofrece algunas ideas de cómo cada niño exige una respuesta diferente, pero la realidad de nuestras aulas es muy diferente a la noche del Seder de Pesaj. No hay respuestas tan simples para estos niños. Más bien nuestras aulas requieren un enfoque sofisticado y diligente que hace que todos los niños se sientan bienvenidos y capaces de aprender. No estoy seguro que es posible crear una clase que borra este tipo de diferencias en forma simple, pero siempre recuerdo las palabras de Hillel quien también es una figura central del Seder: “No estás obligado a completar la tarea, pero tampoco eres libre de desistir de ella» (Mishná Pirkei Avot 2:15-16).