En la búsqueda espiritual judía nuestro objetivo es lograr unirnos con la Unidad Total. En palabras más simples, lo que debemos alcanzar es la comunión, identificación y conciencia de una realidad última que podríamos llamar -entre otras infinitas posibilidades- Dios. De hecho en el judaísmo esa Unidad Total es llamada “Dios”.
Pero para entender en profundidad esta idea resulta imprescindible atravesar las suposiciones infantiles que tenemos sobre lo que la palabra “Dios” significa. Si por un instante pensamos que realmente Dios es un “Viejito de barba sentado en las nubes”, un “Súper Poder”, un “Padre que nos protege”, un “Rey que nos juzga”, un “Amor absoluto”, un “Judío Gigante que hace todo bien” o simplemente una “Energía”, entonces acabamos de cometer el pecado de reducir y definir a Dios en nuestro pequeñísimo y efímero diccionario mental. Acabamos de convertirlo en una simple idea que es tan cambiante y volátil como nuestro paso por este mundo.
Al encasillar a Dios en una definición tenemos asegurada la manera más eficaz de desprendernos del desarrollo espiritual y de convencernos que Dios es simplemente una palabra o una idea fantaseada por la mente humana para expresar aquello que todos sentimos pero ningún filósofo o científico puede explicar realmente. Y lo inexplicable que todos sentimos es que: todo lo que existe en el universo solo existe porque está en relación con todo lo demás. Nada existe separado de algo. Menos nosotros, los seres humanos.
Para evitar caer en la trampa mental de hacer de Dios una idea o una definición, la mayoría de los grandes hombre de fe crearon a lo largo de miles de años enormes cantidades de reflexiones, meditaciones, contemplaciones, repeticiones de ciertas palabras, encantaciones, recitaciones de nombres divinos, plegarias o simplemente aconsejaron aprender a permanecer en ese fascinante y al mismo tiempo aterrador estado que llamamos “silencio”.
Pero para quienes estos ejercicios o técnicas resultan extremadamente ajenas o anticuadas quería ofrecerles otro método que tal vez los ayude. Definitivamente somos muchos los que nos cuesta “apagar” el ruido de nuestra mente para “prendernos” y “perdernos” en la unión mística. No hay que sentirse mal por esto. No es necesario modificar toda nuestra esencia para unirnos con la Unidad Total. Solo basta comenzar con perder el miedo de modificar nuestros prejuicios.
Aunque no queramos serlo, somos tremendamente prejuicios no solo para juzgar a otros sino peor aún a nosotros mismos y nuestras ideas. El primer paso (que no requiere de mucha sofisticación ni de ejercicios de respiración o “poner la mente en blanco”) es simplemente decidir en forma voluntaria destruir nuestros prejuicios, ablandar nuestras expectativas, aceptar lo inconcebible y no creernos todo lo que pensamos.
Así comienza el viaje que transforma todo lo que experimentamos. Si estamos abiertos a desarrollar estas posturas frente a la vida descubrimos que rápidamente nos conectamos con la Unidad Total. Descubrimos que lo maravilloso y misterioso esta escondido por todas partes y por eso no es invisible sino presente. Al igual que nuestros pensamientos, todo lo que vemos, olemos, escuchamos, sentimos y experimentamos del mundo (árboles, animales, océanos, estrellas, seres humanos) son parte de la Unidad. Una mesa de madera es así un árbol que ha sido procesado. El árbol sigue estando allí. En última instancia, la materia no es distinta de la energía sino que simplemente es energía que ha asumido temporalmente un patrón particular. La materia es básicamente energía en forma tangible y por lo tanto ambos (materia y energía) son en definitiva estados diferentes de un mismo continuo, nombres distintos para dos cosas que en esencia son la misma cosa: ¡la misma Unidad!
El mundo no es otra cosa que Dios ya que esta energía divina se oculta dentro de todas las formas que existen. Dios no es un ser independiente que hasta “allí afuera y arriba”. Ella está aquí, en la corteza de un árbol, en la voz de un amigo, en el ojo de un extraño. El mundo está lleno de Dios. Puesto que Dios está en todo uno puede servir a Dios a través de todo. En la búsqueda de la chispa divina descubrimos que lo común es realmente espectacular. Este es quizás y sólo quizás…el verdadero camino hacia la experiencia espiritual.