Cada vez que suceden tragedias nos preguntamos dónde está Dios que permite que algo así ocurra. Muchos de mis alumnos de 12 o 13 años (e incluso muchos adultos también) cuestionan la existencia de Dios cuando muere gente inocente. Pero es importante saber que estos cuestionamientos no son algo novedoso en la historia y menos en la historia judía. Nuestros textos están llenos de problemáticas con respecto a la existencia de Dios y del Mal. Lo que es novedoso es cómo entendemos estos problemas a la luz de la Modernidad o el tiempo en el que nos toca vivir. En otras palabras, las interrogantes sobre la idea del Mal y la idea de un solo Dios que castiga sin sentido a gente inocente tienen respuestas diferentes para un judío viviendo en el siglo XXI que para un judío que vivió en el siglo XII. Pero lo mas triste es que muchos judíos y no judíos utilizan estos argumentos para decir que Dios ya nos ha abandonado hace rato.
Para mí la pregunta no es en realidad dónde está Dios cuando sucede el Mal sino cómo entendemos nosotros como humanos lo qué está sucediendo. Parte de este tipo de pensamiento está enraizado en la idea que nosotros no tenemos acceso a Dios porque sino seríamos Dios. Si yo puedo saber por qué Dios hace lo que hace entonces yo sería como Dios. Y eso es obviamente un absurdo. Por eso siempre debemos desconfiar cuando alguien nos dice “Dios quiere que hagas esto o lo otro”. En realidad lo que esa frase está diciéndonos es lo que la persona que la está articulando quiere que nosotros hagamos y pone a Dios como excusa. Esa persona tampoco tiene acceso a Dios. En otras palabras, nadie puede saber realmente lo que Dios quiere. De hecho y si queremos ir más lejos podríamos llegar a pensar que si Dios quiere algo es porque le está faltando ese algo y entonces Dios no está completo ni es perfecto porque está en falta.
No nos enredemos más. Simplemente quería en esta publicación compartir con ustedes una manera distinta de entender o relacionarnos con la ira de Dios.
La manera en que debemos entender la ira de Dios es como un enojo pero no como un abandono. De hecho el abandono es muchísimo peor que el enojo. El enojo incluye el amor. El mundo está lleno de gente con la que no nos enojamos simplemente porque no nos importa. Solo nos enojamos con la gente que en el fondo queremos. Enojarse con Dios por lo malo que sucede es una manera de seguir relacionándonos con Dios. Abandonar a Dios implica dar por terminada nuestra relación con Dios.
Entonces como pueden ver el problema muchas veces no es de Dios sino de nosotros mismos. El problema es qué metáforas utilizamos para entender a Dios cuando sucede lo que como humanos consideramos malo. Lo positivo de asumir la responsabilidad total sobre cómo entendemos lo que está sucediendo es que el problema deja de ser teológico, es decir deja de ser un problema de Dios, y pasa a ser ahora un problema antropológico, sociológico e incluso político y psicológico. Ya no importa el porque de Dios sino el porque de nosotros, los humanos.
Y ahora el problema se ha simplificado muchísimo porque nosotros somos seres imperfectos. Somos seres que tenemos momentos de mucha fe y momentos en los que nuestra fe disminuye. Ambos son reales y verdaderos para nosotros. Ambos momentos viven en constante tensión.
Nuestra imagen y metáforas de Dios representan en realidad nuestra fragmentada experiencia de Dios y la vida. Somos humanos y no podemos escapar de esta condición inherente a nuestra existencia. Hay días en que experimentamos la presencia de Dios en el mundo y nuestras vidas. Hay días en los que Dios parece ausente. Hay momentos en los que Dios nos parece bueno. Y hay momentos en los que Dios nos parece injusto.
¿Están ustedes de acuerdo?