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Judíos & Judaísmo

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El Mejor Comentario de RaShi a Toda la Tora – Humildad, Ignorancia, Curiosidad y Asombro

14/11/2018 por Diego Edelberg 26 comentarios

Tal vez el comentarista a la Tora más importante del mundo medieval no sea otro que RaShi. Más conocido por su acrónimo, su nombre completo es Rabbi Shlomo ben Itzjaki y vivió entre los años 1040 y 1105 en el norte de Europa. Estudio en las escuelas ashkenazim ubicadas en lo que hoy sería Alemania (especialmente en Worms) y luego traslado su conocimiento a su ciudad natal de Troyes en Francia. Una publicación completa sobre RaShi y su legado se encuentra aquí mismo en el blog titulada Patrones culturales de la tradición rabínica medieval – Parte I: Rashi y la interpretación de textos, el agregado de comentarios y el análisis de la literatura legalista.

RaShi no fue solamente un comentador de la Tora y la literatura rabínica. Eso sólo en la cantidad y calidad que lo hizo hubiese sido más que suficiente. Hasta el día de hoy nos asombramos con su erudición y muchas veces descubrimos que su comentario, el cual es etiquetado como el pshat (literalmente el «simple» en tanto no profundiza en alegorías ni misticismo), tiene poco de simpleza y por el contrario es de una sofisticación extraordinaria. Me atrevo a decir que gran parte de la Tora y sin dudas el Talmud sería inaccesible e inentendible para nosotros hoy sino fuera porque RaShi escribió su comentario.

Además de ser un comentador RaShi fue un «maestro» en el sentido pleno de lo que esto significa. Su legado dejó encendida una continuidad por la curiosidad y las ganas de conocer más de la Tora, el Talmud y la tradición judía. Su paso por esta tierra resume el rol más preciado que un educador puede dejar: el despertar la curiosidad y el asombro en sus discípulos. Si bien leemos cientos de veces lo que RaShi pensó, pocas veces nos detenemos a pensar que al fin de cuentas RaShi es un moré (un educador). Su rol de liderazgo está marcado por la función más elevada que un buen educador puede alcanzar en este mundo y eso es hacer que nuestros estudiantes sientan pasión por conocer más de lo que a nosotros también nos apasiona para poder aprender más sobre dicho tema de lo que nosotros mismos pudimos llegar a entender. Este legado quedo en sus propios discípulos quienes generalmente comienzan comentado sobre el comentario de RaShi, su maestro. Para lograr todo esta tarea se requiere una condición por parte del maestro que no abunda sino que escasea. ¿Cuál es la cualidad que más precisa el maestro para despertar la pasión, el asombro y la curiosidad en un estudiante? La respuesta la da RaShi mismo en el mejor comentario que escribe como Maestro de la Tora y que compartiré a continuación.

 

 

 

¿Cuál es la cualidad más importante de todas?

En el libro del Génesis (Bereshit) capítulo 28 versículo 5 RaShi comenta: «No sé qué viene a enseñarnos este detalle». Si creen que estoy siendo irónico se equivocan. Pirkei Avot, la colección de enseñas más filosóficas sobre nuestro comportamiento ético en la Mishna, subraya la importancia de aprender a decir «no lo sé». Pero la modestia intelectual de no saber algo no es apreciada hoy en día. Es más, no saber algo es entendido como un símbolo de debilidad. RaShi escribe comentarios a muchísimos versículos y también saltea algunos dejándolos sin comentarios. Generalmente cuando no comenta no es por vagancia o dificultad. Muchas veces RaShi considera que no hace falta explicar demasiado algunos pasajes porque deberían resultan obvios para nosotros como lectores. Así RaShi podría haber salteado este pasaje del Génesis que mencionamos y nadie hubiese dicho nada. Sin embargo hace algo más radical. Deja para la eternidad un mensaje que dice: «no lo sé, no lo entiendo». ¿Qué maestro hace y dice algo así hoy?

Encuentro cada vez más que muchas personas siguen hoy a un Rabino o una interpretación porque la misma parecería ofrecer certezas y respuestas resolutivas que cierran la pregunta. Pero esa no es la escuela de RaShi y la tradición rabínica del Talmud saturada de preguntas. Por eso al judío más tradicional poco le importan las respuestas sino las buenas preguntas. Para lograr gestionar la pregunta se requiere la cualidad más elevada de todas para despertar la curiosidad, la pasión y el asombro: la  humildad.

En la tradición judía la humildad ante algo más grande que uno mismo y la sabiduría ancestral que lo anticipa es lo más celebrado. La humildad es el único adjetivo que conocemos de la Tora que Moshe poseía. Los rabinos mismos van a ir más lejos aún al declarar en un Midrash que incluso Abraham y los patriarcas eran más elevados que Moshe porque eran más humildes que él (Bereshit Rabba 6:4). Y es con esa misma humildad que RaShi, el más grande todos los comentaristas, nos deja estupefactos al declarar en forma abierta su ignorancia. Pero la ignorancia de RaShi consigue el objetivo más deseado por un maestro: despierta la curiosidad de legiones de comentaristas posteriores que intentan explicar o comprender lo que RaShi no pudo entender.

 

 

 

Dos clases de ignorancia

Es fascinante descubrir que el mejor comentario de RaShi es aquel en el que no comenta nada sino que declara con abierta y orgullosa ignorancia que su sabiduría le permite descubrir que siempre queda algo por intentar comprender y que se escapa de las manos. Claramente no es que RaShi no comenta sino que al escribir que no sabe qué aprender en esta ocasión, deja por escrito su mejor comentario. En la vida misma, como maestros propios de nuestro camino y nuestra influencia en otros, debemos siempre tener ignorancia reverencial articulada a través de la humildad. La persona sin humildad no puede aprender porque siente que ya sabe todo. No tiene curiosidad porque no queda nada que despierte su ignorancia. Por supuesto tampoco tiene pasión ya que es tan soberbio que su humildad está eclipsada y ya nada le causa asombro.

Heschel lleva toda esta idea a su punto más profundo al escribir sobre las dos clases de ignorancia en su libro «Dios en la Búsqueda del Hombre» (pag. 72). «Hay dos clases de ignorancia. Una es «obtusa, insensible, estéril», resultado de la indolencia; la otra es aguda, penetrante, esplendente. Una lleva a la fatuidad y la complacencia; la otra conduce a la humildad. De la primera tratamos de escapar, en la otra la mente halla reposo.

Cuanto más hondo buscamos, más cerca llegamos de saber que no sabemos. ¿Qué sabemos con certeza acerca de la vida y la muerte, el alma o la sociedad, la historia o la naturaleza? Hemos cobrado creciente y dolorosa conciencia de nuestra abismal ignorancia. Cincuenta años atrás ningún hombre de ciencia hubiera podido advertir que era tan ignorante como se saben hoy todos los científicos de primera linea. ¿No vemos acaso que todas las leyes exactas, al igual que todos los demás absolutos y conclusiones últimas son tan ilusorias como la vasija llena de oro en la punta del arco iris? Cuidaos de decir: hemos hallado la sabiduría. Quienes van en pos de la sabiduría no hacen más que dar vueltas en redondo, y al cabo de todos sus afanes terminan por volver a su primitiva ignorancia. Ninguna iluminación es capaz de barrer por entero del mundo el misterio. Desaparecida la oscuridad, las sombras permanecen.

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La mejor lección que aprendí de la Tora

12/05/2013 por Diego Edelberg 5 comentarios

 

A menos que nos apasionen las estadísticas, en una primera lectura Bemidbar o Números (el texto del libro de la Tora que iniciamos esta semana en todas las Sinagogas del mundo) no entusiasma demasiado. No es muy emocionante leer una larga lista de nombres que encima no son nada fácil de pronunciar. El libro comienza con la instrucción de Dios a Moisés de literalmente contar “las cabezas” de la comunidad (Números 1:2). Sin embargo estas simples palabras de contar “las cabezas” son el disparador de una de las enseñanzas más increíbles que he escuchado en los últimos años.

 

¡Todos contamos!

Debemos siempre recordar que el judaísmo es esencialmente una tradición interpretativa en la cual el mismo texto puede ser leído de múltiples formas distintas otorgándonos así diferentes significados sobre un mismo conjunto de palabras. Por lo tanto para RaShi (el intérprete y comentarista medieval ashkenazí más importante de la historia) Dios cuenta a los Israelitas en la Biblia porque son algo muy preciado. Del mismo modo que un abuelo puede hablar encantado de los logros de cada uno de sus nietos y nietas, Dios hace lo mismo con cada uno de nosotros. Y eso es para RaShi el significado de que cada uno de nosotros “cuenta y somos contados”.

 

El Mejor Maestro del Mundo

Sin dudas la interpretación de RaShi es muy hermosa. Pero la interpretación que “me partió la cabeza” fue la que hizo el Rabino Iehuda Leib Alter (1847-1905) en su obra más importante que le dio a él su propio apodo: el Sfat Emet (en idish es más conocido como Sfas Emes y también como el Rebe de Guer). Allí leemos lo siguiente:

 

Cada judío tiene un particular conocimiento de la grandeza de Dios de acuerdo a su propia capacidad. Y ese conocimiento no lo tiene nadie más. Esto es lo que la Mishna enseña:”…mostrando la grandeza de Dios, porque cada persona fue estampada de la estampa de Adam y así y todo, no hay dos caras iguales”. El Rabbi Pinjas de Korzec agregó que debido a que “la diferencia está en las mentes, no solo en las caras” cada uno de nosotros se siente atraído por cualidades diferentes [de la vida religiosa]. Este es el sentido del verso (Salmo 147:5): “no hay manera de contar Sú entendimiento” [refiriéndose a todas las diferentes maneras posibles de entender a Dios]

De ese modo cada uno de nosotros ha recibido una única mente y capacidades apropiadas correspondientes. Este el sentido de contar “las cabezas”… 

(Sefat Emet Bemidbar 4:14)

 

El genial Arthur Green en su traducción al inglés del Sefat Emet comenta que ésta es realmente una lección magistral que aún debemos aprender incluso quienes enseñamos hoy. Cada persona ha recibido una manera única de entender a Dios que absolutamente nadie más que él o ella posee en el mundo. Nuestra tarea como educadores es despertar esa comprensión individual que cada alumno posee haciéndola brotar a la superficie, mientras evitamos convencer al alumno que debe tragarse nuestra propia comprensión personal única y diferente. Sin dudas esta es una de las lecciones más difíciles de aprender para cualquier persona. Es un ataque hacia el fundamentalismo interpretativo. Es un ataque hacia aquellas personas que piensan que “conocen la esencia” pero no pueden abrirse a nuevas, diferentes y variadas lecturas.

Arthur Green continúa diciendo que para el pensamiento moderno esta lección es tremendamente compleja porque ¿a quién aplica esta hermosa enseñanza? ¿Solamente a los judíos? ¡Absolutamente no! Según el Sefat Emet -citando a la Mishna misma- la estampa viene del mismísimo Adam que no conoció religión alguna. Aquí no hay salida de la lógica interna y universal de la Mishna: cada ser humano, hombre o mujer, judío o no-judío, tiene una única capacidad para entender y conocer a Dios ante la cual todos los demás no podemos más que maravillarnos.

¡Esto es lo que me apasiona de estudiar Tora! Descubrir estas joyas de la interpretación judía no dejan de cautivarme y despertar mi humildad ante tanta sabiduría. Es apasionante la idea que el Maestro no debe forzar su verdad sino ir pelando las capas del prejuicio que sus alumnos poseen funcionando como un facilitador que los ayuda a liberar la verdad que ya está dentro de él o de ella.

Pero incluso más hermoso es pensar que el mundo necesita de una verdad que no la tiene una sola persona sino cada uno en forma individual, particular y única. Si forzamos verdades sobre otras personas el mundo se vuelve peor y no mejor. Lo que necesitamos es que cada uno “se encuentre” con su comprensión. Necesitamos que cada persona comparta esa parte de Dios que sólo él o ella posee. Y en consecuencia debemos aprender de cada ser humano que conocemos sin importar de dónde viene y quién es. Cada persona tiene una parte de Dios para transmitirnos a nosotros y ayudarnos así a armar el puzzle de nuestra vida y en extensión el de la humanidad toda.

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Cómo hablar con Dios y desarrollar nuestra espiritualidad: humildad y atención

19/04/2013 por Diego Edelberg 2 comentarios

 

Moisés, el líder más importante en la historia del pueblo judío, es descripto en la literatura rabínica con una característica principal: su humildad. Ser humilde significa siempre recordar que debemos caminar todo el tiempo con dos frases o mantras en nuestras cabezas. La primera frase dice “todo el mundo fue creado para mí” y la segunda frase dice “no soy más que polvo de la tierra”. Ese contraste debe ser vivido a cada instante en el desarrollo espiritual.

La vida es una y debemos vivirla intensamente. Debemos jugarnos por lo que creemos y defender aquello que en lo profundo de nuestro corazón sabemos que merece ser salvado. Debemos disfrutar de cada cosita material que hay allí afuera, de todo lo que podemos oler, ver, tocar, sentir y escuchar. Debemos conectarnos con todo, disfrutar de ello y gozarlo al máximo. Pero al mismo tiempo debemos siempre recordar que estamos de paso por la vida, que no importa cuánto acumulemos cuando seamos llamados para irnos definitivamente dejaremos todo aquí y lo único que realmente quedará de nosotros es el amor que hemos compartido. Así la humildad de Moisés era la conciencia que debía hacer todo lo posible por ayudar a su pueblo y simultáneamente reconocer que en el fondo era un mero instrumento de Dios o de algo mucho más grande que su propio ego.

¿Por qué se hizo Moisés merecedor de tan alto prestigio y fama en la historia del pueblo judío y en extensión de toda la humanidad? Porque no solo era humilde sino también atento. Antes de convertirse en un gran líder Moisés era un pastor de ovejas. Un día mientras cuidaba sus ovejas una de ellas se escapó y Moisés, preocupado por “cada una de sus criaturas”, salió a buscarla. Allí se encontró con un arbusto que estaba prendido fuego pero milagrosamente el fuego no consumía el arbusto. Esa fue la primera vez que Dios habló con Moisés. Es decir que Moisés no solo se preocupaba por las criaturas de la Creación sino que además estaba atento a percibir esos fenómenos que simplemente llamamos «cosas».

Muchos creen que Dios utilizó la táctica del arbusto que no se consumía para llamar la atención de Moisés y sin embargo si Dios puede hacer lo que quiere (abrir un mar al medio, hacer que salga el sol, darle brillo a las estrellas, etc.) ¿por qué eligió un milagro tan modesto? Posiblemente el arbusto prendido fuego no era un milagro para Dios sino una prueba para Moisés. Tal vez Dios quería saber si Moisés podía ver el misterio en algo tan simple como un pequeño arbusto en llamas. Quizás Dios quería saber si Moisés estaba prestando atención. De hecho Moisés tuvo que detenerse un buen rato para darse cuenta que las ramas no se quebraban con el fuego. Moisés tuvo que estar atento para darse cuenta que estaba pasando algo increíble. En ese momento, cuando Dios vio que Moisés era curioso, Dios supo que era el momento de presentarse.

Algunas veces estamos físicamente en un lugar pero no estamos prestando atención. En esos casos es muy probable que si bien nuestro cuerpo está en un lugar nuestra mente y corazón estén en cualquier otro lado. En esta era donde la palabra multitasking (que significa hacer múltiples tareas al mismo tiempo) es cada día más celebrada debemos hacer el esfuerzo doble para estar atentos y receptivos. Dios y su espiritualidad están buscándonos. Pero encontrarnos con Dios no requiere solo un acto físico. Muchas veces nos acercamos o distanciamos de otra persona que ni siquiera está físicamente con nosotros. También podemos estar distantes de otra persona aún cuando se encuentra con nosotros en la misma habitación. Si esto nos sucede con otros seres humanos. ¿Cómo se imaginan que nos sucede con Dios y la espiritualidad?

Lo apasionante del lenguaje es cómo el mismo nos enseña distintas maneras de ver la vida. Por eso siempre digo que no aprendemos un lenguaje sino que el lenguaje nos aprehende (nos agarra) a nosotros mismos. En español “prestamos” nuestra atención. En inglés “pagamos” (pay attention) y en el hermoso lenguaje hebreo la misma expresión se dice literalmente “poner el corazón” (sim lev). De ese modo descrubimos que los judíos tenemos en realidad una herramienta maravillosa para poder recordarnos una y otra vez que debemos prestar atención o poner nuestro corazón. Esa herramienta se llama brajá o bendición. Las bendiciones en la tradición judía no son para Dios sino para nosotros. Son una forma de frenar un poco la multiplicidad de tareas y pensamientos y pensar por un instante el milagro que vamos a realizar: gracias por el pan, el vino, la vida…

Cada vez que digan una bendición conéctense con el lado espiritual que ésta posee. Están diciendo algo así como “¡Presta atención! ¡Algo asombroso está sucediendo en este instante y no debes perdértelo!”. Y así es como en esa espiritualidad lo ordinario o mundano se hace misterioso y espectacular.

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Acerca del Autor

 Hola, soy Diego Edelberg, el fundador del blog Judios&Judaismo.com. Me apasiona todo lo relacionado con la música, el judaísmo, la interpretación, la educación, la mitología, la filosofía, la religión, la ciencia, la historia, el arte, la física, la cosmología, la evolución, la sociología, la epistemología, la metafísica, la cabalá y en especial aquello que resulta contradictorio, paradójico y absurdo. Para conocer más sobre mi y de qué se trata mi blog visitá la sección Acerca del Autor

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