¡Viva la ignorancia!
Cada vez que viajo re-descubro lo ignorante que soy. Y lo digo con orgullo
porque a pesar que en muchas culturas la ignorancia es considerada un signo de debilidad, también es cierto que no existe persona más aburrida que aquella que se cree «las sabe todas». Peor aún son los que no sólo piensan que no tienen nada nuevo que aprender sino que son idólatras de sus propias ideas. Cuando uno llega a esa instancia pierde la capacidad de maravillarse a cada instante con lo increíble y variado que es el mundo de Dios junto a cada ser y cultura diferente que habita la tierra. ¡Qué falta tan grande es estar aburrido o creer que uno no tiene ya nada para hacer ni tiempo para aprender cosas nuevas! El mundo está saturado de maravillas como para no deslumbrarse constantemente.
Angkor Wat
Muchas veces precisamos salir de nuestra zona de confort para no solo valorar lo que tenemos sino sorprendernos y reconocer todo lo que nos queda por aprender. Y aunque tal vez mi último viaje sea una suerte de exageración, estoy convencido que uno puede experimentar lo que posee e incluso sorprenderse, sin la necesidad de visitar un lugar tan fascinante como Angkor Wat en Siam Riep. Para quienes no tienen idea de lo que estoy hablando solo miren esta foto
La foto no es mía…pero es ahí donde estuvimos con Laila la semana pasada. ¡Y la verdad es que es un lugar único en el mundo! Nos sentíamos privilegiados de estar caminando por una de las mayores estructuras religiosas del mundo y la historia. En los relieves de cada pared de Angkor Wat uno está viendo uno de los tesoros arqueológicos más impresionante del planeta. La paredes talladas por artesanos hace más de mil años cuentan historias religiosas y del día día sobre cómo vivían los camboyanos, chinos y tailandeses en respuesta a diversas manifestaciones religiosas como el budismo, hinduismo e incluso su encuentro con el islam. Aquí va una foto de los los relieves tallados en las paredes de los templos (¡esta foto sí la saque yo!)
Una triste noticia
Pero cuando uno viaja se lleva a sí mismo y su historia a todas partes. Aquello que uno piensa, lee y experimenta es confrontado en este tipo de viajes con otras culturas, religiones y costumbres. Uno no puede dejar de ser quien es. Así entre medio del viaje vivimos cosas muy dispares. Por un lado la tristeza que con toda la riqueza cultural y religiosa, Cambodia sufre una miseria infernal. En las rutas encontrábamos niños descalzos que se acercaban y nos decían «don’t give me money give food» (no me des dinero dame comida). Otros nos preguntaban de dónde éramos y cuando decíamos Argentina nos pedían «un dólar por favor» en perfecto español. Si bien la pobreza existe en todos lados, cuando uno la encuentra constantemente y en los niños no puede sino encontrarse con una paradoja: «¡gracias Dios por darme salud y la bendición material de poder conocer un lugar como este y…¿por qué permites tanto sufrimiento, dolor y pobreza en el mundo?». Por otro lado el dolor se incrementó aún más cuando en la segunda noche antes de irnos a dormir Laila me leyó la noticia que rezábamos no escuchar: se habían encontrado los cuerpos de Guilad Shaer, Eial Ifraj y Naftali Fraenkel, los tres jóvenes estudiantes israelíes que habían sido secuestrados días atrás.
Siempre termino respondiéndome lo mismo ante estos acontecimientos y la pobreza en el mundo: el «libre albedrío», es decir aquella capacidad que Dios nos dio a los humanos de hacer realmente lo que queremos con nuestras vidas, sigue fuera de equilibrio a nivel planetario. Me niego a culpar a Dios y pongo toda la responsabilidad en cada uno de nosotros. Los humanos operamos en este mundo y no en el otro y por eso debemos cumplir con nuestra parte del pacto aquí y ahora.
Entonces cada día en Cambodia terminaba con esta tensión entre lo increíble que sentíamos como turistas visitando este lugar y lo duro que es como seres humanos ser recordados por las condiciones que nos rodeaban que tener las necesidades básicas satisfechas nunca debería ser algo que damos por sentado porque no todos tienen una cama, comida y ropa. No es que en Camboya me daba cuenta de esta realidad (ya que la misma existe en todos lados) sino que al experimentarla constantemente me recordaba una y otra vez que claramente vivimos en un mundo que aún no ha sido redimido y queda mucho por hacer.
La redención está a la vuelta de la esquina
Pero no importa cuán mal están las cosas siempre se puede estar peor. Samuth, el guía de 38 años casado y con dos hijas, nos llevaba de paseo por todos los templos recordándonos esta realidad puesto que con una sonrisa constante me decía lo orgulloso que estaba de su cultura y su historia a pesar de lo dura que era la vida y lo terrible que habían sido los años bajo la dictadura de Pol Pot. Para Samuth, Camboya es pobre pero está mejor hoy que lo que el recuerda de joven. Como mis conversaciones generalmente lidian sobre algunos temas religiosos, con Samuth desarrollamos una empatía por nuestras tradiciones a pesar que cuando le dije que era judío no logró entender realmente de qué le estaba hablando. Pero cuando le pregunté si rezaba su respuesta fue muy seria. Mirándome fijo a los ojos me dijo: «yes!». Y como ya no tenía nada que perder le pregunté «¿y a qué o a quién le rezas Samuth?». Y pese a mi inmensa ignorancia sobre el budismo y el hinduismo, Laila es testigo que su respuesta fue la siguiente
Le rezo al Dios que llegó al paraíso pero en lugar de quedarse ahí volvió a la tierra para ayudar a otros a alcanzar la iluminación
No logré entender si este Dios era un Buda particular, un Dios hindú o quién era realmente (si alguien recuerda esta historia por favor agréguela en los comentarios). Pero su metáfora o imagen del Dios que volvía era inmensamente reconfortante. Samuth es consciente que la salvación o redención no tiene sentido si es personal. La misma debe ser nacional y universal. Me recordaba la idea de Dios como un Maestro, como la persona que no le interesa alcanzar su espiritualidad sino ser una fuente de iluminación para otros compartiendo una luz que, como una vela que enciende otras, no disminuye su intensidad al ser distribuida sino por el contrario, hace que un cuarto oscuro sea cada día más luminoso (ver la publicación Dios es un Maestro).

Samuth no era el único que sonreía todo el tiempo (Laila y yo disfrutábamos constantemente de esa enorme sonrisa mostrando todos los dientes). A pesar del sufrimiento los niños se acercaban siempre con una sonrisa hermosa. Fue así que una niña se acercó para ver mi cámara de fotos profesional y le pedí por favor si podía tomarle una foto. Me dijo que sí y luego me dio su mejor sonrisa. Creo que logré capturar una esperanza más de Camboya (o al menos eso sentí yo al mirar la foto…)

Pobres si. Ladrones no.
En los dos días que compartimos con Samuth recorriendo las ruinas de los templos aprendí más sobre el hinduismo y el budismo. En uno de los relieves me mostró los tres planos del mundo para los hindúes: el paraíso, el mundo terrenal y el infierno. Los relieves tallados sobre el infierno (Naraka) eran realmente escalofriantes: hambruna eterna, víboras que devoran las tripas, personas quemadas, despellejadas, clavadas con pinches en la nariz, en la boca o el ano (todo lo peor que puedan imaginarse que hay en un verdadero infierno está tallado en las paredes que esta gente mira todos los días desde hace miles de años). Si este es un país donde uno crece creyendo que si roba, asesina o realmente produce un daño, ese infierno y sus torturas son las consecuencias que le esperan, quizás se explique porqué en ningún momento nos sentimos en peligro o asustados. De hecho una de las excursiones comenzaba a las 4 de la madrugada para ver el amanecer en Angkor y nos encontrábamos repentinamente con Laila subidos a un tuk tuk (una pequeña moto con un carrito atrás) junto con el guía en el medio de una ruta totalmente desierta y oscura. Ahí fue cuando nos percatamos que en otras partes del mundo hacer algo así sería un suicidio. Pero no en Cambodia. Durante las visitas a las ruinas dejamos mochilas dentro del tuk tuk y nunca temimos que iban a robarnos. La gente nos sonreía constantemente y el trato era realmente maravilloso.
He escrito muchas veces que nos guste o no (incluso si nunca la hemos leído) la Biblia configura gran parte de la visión sobre el mundo, lo bueno y lo malo que compartimos como humanidad. Sin importar el texto religioso que estemos utilizando para construir nuestra realidad, todos los textos religiosos son más que relatos fantásticos. Son los constituyentes de nuestro tejido social y cultural. Atraviesan miles de generaciones que han leído e intentando encontrar el sentido una y otra vez sobre las mismas palabras. Si uno quiere entender una sociedad o cultura uno debería conocer algo sobre dicha religión. Por supuesto que no es fácil porque uno no tiene tiempo para leer todos los textos religiosos. Pero saber lo mínimo indispensable debería ayudarnos para comprender al otro en sus diferencias y aprender a apreciarlas en lugar de decirnos «lo que yo creo es la única verdad y todos los demás son herejes». ¿Significa todo esto que las personas religiosas no roban o que ser un ateo potencia la criminalidad? Absolutamente no. Hay ateos que son morales y son excelentes personas y hay religiosos que son inmorales y horrendas personas. Pero estar constituido en el pensamiento por una religiosidad positiva, puede ayudarnos a reconocer que si los únicos imperativos que mandan son biológicos entonces no hay un imperativo ético sino que hay un orden que solo beneficia el interés individual y propio. Sin embargo, si uno es sensible a esta tensión entre lo que debería ser y lo que es y uno se siente incómodo con la injusticia y quiere hacer algo para modificar eso, uno cree que hay algo más grande que uno mismo. Ese es un pensamiento religioso. No sé cómo definirlo de otra forma.
La Serpiente y la Profanación espacial
Finalmente hubo una charla más con Samuth que nos dejó sorprendidos. Parte de la historia que se repite una y otra vez tallada en todos los templos de Angkor contiene una serpiente. Por eso le pregunté a Samuth si la serpiente era un símbolo bueno o malo para el y me contestó que la serpiente siempre representa algo bueno para su tradición. Cuando le conté la historia de Adam, Eva y la serpiente -y todo lo que esa historia nos enseña- me miró confundido a la vez que fascinado. Cuando terminé de contar la historia Laila le preguntó si era la primera vez que la oía. «Sí» -nos contesto- «muy interesante». Fue ahí cuando le pregunté si conocía la Biblia y me dijo que sabía lo que era por los cristianos pero nunca había leído una sola página ni conocía ninguna de sus historias. Del mismo modo que yo ignoro el 99% de las historias sobre el budismo y el hinduismo, Samuth no tenía porqué saber sobre la Biblia. Pero una vez más me recordaba que en este mundo globalizado en el cual las distancias se achican cada día más, hay miles de millones de personas que no creen en un solo Dios sino muchos y para los cuales la Biblia es tan extraña y ajena como es el sintoísmo, taoísmo o confucianismo para el mundo occidental. Gracias a la tecnología estamos cada día más cerca pero aún muy lejos en muchos aspectos. Las creencias y el destino es claramente una de estas grandes distancias entre los seres humanos.
La última reflexión me la dejo para contemplar el fenómeno del espacio. Un amigo de Hong Kong que había estado hace unos años en Angkor Wat me dijo «a medida que vayas entrando en el Templo vas a sentir algo raro, es como profanar el Beit Hamikdash (el Gran Templo en Jerusalem)». Por supuesto que mi amigo Jordan no se refería directamente a la idea de poner a Angkor Wat a la misma altura que el Gran Templo de Jerusalem. A lo que se refería es que Angkor tiene tres patios y a medida que uno se acerca al final logra entrar al lugar más sagrado donde sólo entraba antiguamente el Sacerdote principal de Angkor Wat. Del mismo modo el Gran Templo de Jerusalem tenía el famoso Sanctasanctórum (kodesh hakodashim) al que solo podía ingresar el Cohen Gadol (Sumo Sacerdote). Pero en Angkor hoy uno llega hasta el final del recorrido y puede entrar al lugar más sagrado lleno de chinos, japoneses, europeos y latino americanos con cámaras de fotos y haciendo vídeos divertidos como si estuvieran en un parque de diversiones. Y eso es lo que sorprende a una persona de fe. A pesar que Angkor es hoy un centro turístico del mundo, el mismo es un lugar sagrado (o al menos lo fue) para cientos de miles de personas a lo largo de miles de años. Y no es la primera vez que experimento esta sensación con el espacio. Me pasó en Shanghai, Amsterdam y Estambul en forma aún más profunda cuando visitaba sinagogas que ahora son museos y pensaba «¿qué hago sacando fotos a una sinagoga como si fuera un pieza antigua que ya no existe?». Los judíos nos jactamos que hemos logrado trascender el espacio y re-configurar toda nuestra tradición haciendo sagrado el tiempo… pero en nuestros textos la redención incluye la reconstrucción de otro espacio más (el Tercer Templo) y claramente las sinagogas no son lugares en los cuales nuestra religiosidad y conducta es poco importante. Por lo tanto es cierto que de alguna manera nos encontrábamos profanando un espacio sagrado para ciertas personas.
Angkor Wat no pasa desapercibido para nadie que lo visita. Tampoco lo hará en el resto de nuestras vidas. Pero ahora ya estamos con la cabeza en el próximo destino esperando que nos llamen para subir al avión. ¡Buenos Aires, aquí vamos!
