A menos que nos apasionen las estadísticas, en una primera lectura Bemidbar o Números (el texto del libro de la Tora que iniciamos esta semana en todas las Sinagogas del mundo) no entusiasma demasiado. No es muy emocionante leer una larga lista de nombres que encima no son nada fácil de pronunciar. El libro comienza con la instrucción de Dios a Moisés de literalmente contar “las cabezas” de la comunidad (Números 1:2). Sin embargo estas simples palabras de contar “las cabezas” son el disparador de una de las enseñanzas más increíbles que he escuchado en los últimos años.
¡Todos contamos!
Debemos siempre recordar que el judaísmo es esencialmente una tradición interpretativa en la cual el mismo texto puede ser leído de múltiples formas distintas otorgándonos así diferentes significados sobre un mismo conjunto de palabras. Por lo tanto para RaShi (el intérprete y comentarista medieval ashkenazí más importante de la historia) Dios cuenta a los Israelitas en la Biblia porque son algo muy preciado. Del mismo modo que un abuelo puede hablar encantado de los logros de cada uno de sus nietos y nietas, Dios hace lo mismo con cada uno de nosotros. Y eso es para RaShi el significado de que cada uno de nosotros “cuenta y somos contados”.
El Mejor Maestro del Mundo
Sin dudas la interpretación de RaShi es muy hermosa. Pero la interpretación que “me partió la cabeza” fue la que hizo el Rabino Iehuda Leib Alter (1847-1905) en su obra más importante que le dio a él su propio apodo: el Sfat Emet (en idish es más conocido como Sfas Emes y también como el Rebe de Guer). Allí leemos lo siguiente:
Cada judío tiene un particular conocimiento de la grandeza de Dios de acuerdo a su propia capacidad. Y ese conocimiento no lo tiene nadie más. Esto es lo que la Mishna enseña:”…mostrando la grandeza de Dios, porque cada persona fue estampada de la estampa de Adam y así y todo, no hay dos caras iguales”. El Rabbi Pinjas de Korzec agregó que debido a que “la diferencia está en las mentes, no solo en las caras” cada uno de nosotros se siente atraído por cualidades diferentes [de la vida religiosa]. Este es el sentido del verso (Salmo 147:5): “no hay manera de contar Sú entendimiento” [refiriéndose a todas las diferentes maneras posibles de entender a Dios]
De ese modo cada uno de nosotros ha recibido una única mente y capacidades apropiadas correspondientes. Este el sentido de contar “las cabezas”…
(Sefat Emet Bemidbar 4:14)
El genial Arthur Green en su traducción al inglés del Sefat Emet comenta que ésta es realmente una lección magistral que aún debemos aprender incluso quienes enseñamos hoy. Cada persona ha recibido una manera única de entender a Dios que absolutamente nadie más que él o ella posee en el mundo. Nuestra tarea como educadores es despertar esa comprensión individual que cada alumno posee haciéndola brotar a la superficie, mientras evitamos convencer al alumno que debe tragarse nuestra propia comprensión personal única y diferente. Sin dudas esta es una de las lecciones más difíciles de aprender para cualquier persona. Es un ataque hacia el fundamentalismo interpretativo. Es un ataque hacia aquellas personas que piensan que “conocen la esencia” pero no pueden abrirse a nuevas, diferentes y variadas lecturas.
Arthur Green continúa diciendo que para el pensamiento moderno esta lección es tremendamente compleja porque ¿a quién aplica esta hermosa enseñanza? ¿Solamente a los judíos? ¡Absolutamente no! Según el Sefat Emet -citando a la Mishna misma- la estampa viene del mismísimo Adam que no conoció religión alguna. Aquí no hay salida de la lógica interna y universal de la Mishna: cada ser humano, hombre o mujer, judío o no-judío, tiene una única capacidad para entender y conocer a Dios ante la cual todos los demás no podemos más que maravillarnos.
¡Esto es lo que me apasiona de estudiar Tora! Descubrir estas joyas de la interpretación judía no dejan de cautivarme y despertar mi humildad ante tanta sabiduría. Es apasionante la idea que el Maestro no debe forzar su verdad sino ir pelando las capas del prejuicio que sus alumnos poseen funcionando como un facilitador que los ayuda a liberar la verdad que ya está dentro de él o de ella.
Pero incluso más hermoso es pensar que el mundo necesita de una verdad que no la tiene una sola persona sino cada uno en forma individual, particular y única. Si forzamos verdades sobre otras personas el mundo se vuelve peor y no mejor. Lo que necesitamos es que cada uno “se encuentre” con su comprensión. Necesitamos que cada persona comparta esa parte de Dios que sólo él o ella posee. Y en consecuencia debemos aprender de cada ser humano que conocemos sin importar de dónde viene y quién es. Cada persona tiene una parte de Dios para transmitirnos a nosotros y ayudarnos así a armar el puzzle de nuestra vida y en extensión el de la humanidad toda.