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Judíos & Judaísmo

antiguo, novedoso, sagrado.

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El Secreto es Aceptar – Cómo entender el impenetrable libro de Job

16/01/2013 por Diego Edelberg 2 comentarios

 

Todos conocen el libro de Job que forma parte de la Biblia. Saben que se trata acerca de la intrigante temática sobre “por qué al bueno le va mal”. Sin embargo ¿han leído ustedes el libro de principio a fin alguna vez? Si uno lee todo el libro no puede evitar preguntarse ¡¿qué hace este libro dentro de la Biblia?!

Job es un personaje ficticio descripto como un hombre íntegro, recto, temeroso de Dios y alejado del mal. Sin embargo en el cuento de Job uno de los ángeles de Dios llamado satán desafía dicha fidelidad declarando que nunca ha sido realmente puesta a prueba. Con el consentimiento de Dios satán recibe entonces la posibilidad de dañar primero lo material que Job posee y luego lastimar su persona siempre y cuando no lo mate. A pesar que la apuesta entre Dios y satán sucede en los cielos o en otro mundo al cual Job como humano no tiene acceso y desconoce, Job permanece fiel a Dios hasta el final de la historia. Incluso el querido Job se pregunta en un momento “¿deberíamos aceptar sólo lo bueno de Dios y no aceptar lo malo?”.

Los que rodean a Job en la historia concluyen, siguiendo la visión tradicional bíblica y rabínica, lo que muchas veces escuchamos hasta nuestros días: “algo habrás hecho para que esto te suceda”. Sin embargo Job una y otra vez niega haber hecho algo malo o haber pecado. Finalmente Job no aguanta más y ante su amarga queja Dios responde con una tortuosa explicación sobre cómo fue creado el Mundo y cómo Dios tiene el control absoluto de Todo. El mensaje de alguna manera es que no debemos intentar comprender a Dios ni debemos intentar capturar Su esencia utilizando nuestra moral humana porque Dios es Dios y nosotros somos simples humanos.

¿Qué hacemos con una sentencia de este calibre?¿Cerramos el libro y listo? ¿Para qué seguir indagando? ¿Para qué seguir reflexionando? Si lo que nos sucede nos sucede y no podemos explicarlo ni justificarlo ¿qué nos queda? ¿Para qué seguir estudiando?

El libro de Job es un libro imposible. Job nunca se entera por qué sufrió. Nosotros como lectores tenemos acceso en los primeros capítulos y sabemos que todo ha sido una apuesta entre Dios y satán. ¡Pero Job nunca recibe esa explicación! Es más, ¿se imaginan qué pensaría Job si se enterara que la muerte de toda su familia fue simplemente un juego entre Dios y satán? Además Dios mismo rechaza en el cuento la teología de los que rodean a Job declarando que lo sufrido por Job no fue producto de un pecado. ¡Es decir que la Biblia misma posee un cuento como este que rechaza la explicación normativa de la Tora sobre el sufrimiento humano! ¿Esto significa que nosotros también podemos rechazar ciertas doctrinas judías cuando ya no nos resultan aceptables? Y finalmente y más doloroso nos queda la pregunta ¿qué motiva realmente a Dios? ¿Cómo debemos seguir adelante nosotros sabiendo que vivimos gobernados por un Dios que hace apuestas sobre nuestra fidelidad con el mismísimo satán? Imaginen si viviéramos en un país en el cual el Gobernador o la Gobernadora nos controla en forma totalitaria siguiendo sus propios caprichos y relacionándose con nosotros en forma totalmente impredecible sin sentir la necesidad de dar explicaciones por su comportamiento. Satán en la historia de Job es un sirviente de Dios. Necesita su permiso para poner a prueba a Job. Dios es el soberano absoluto en esta historia y sin embargo con temblor en las manos me pregunto ¿qué clase de Dios es este?

Tan solo un versículo del libro de Job entró en nuestra liturgia de rezo: “Dios ha dado y Dios ha quitado; bendito sea el Nombre de Dios”. Y en forma asombrosa declaramos esto en un momento muy especial de nuestra liturgia: en el cementerio, en la ceremonia de entierro judío. Esta sentencia no es una justificación ni una afirmación. Es una aceptación. En el único momento en el cual realmente nos gustaría cuestionar a Dios lo que nuestros Rabinos decidieron es que aprendamos a aceptar. Simplemente nos queda bajar la cabeza en ese instante y aceptar lo que es. Esto es lo que hizo Job. Debemos aprender a aceptar la voluntad de Dios. Solo aceptando la voluntad de Dios podemos vivir cada día de forma más y más intensa…gracias a Dios.

Archivado en: Biblia Hebrea: Tora, Profetas y Escrituras, Dios de los judíos Etiquetado como: aceptar el sufrimiento, azar, dios, el libro de job, rabino

El Sapo de otro Pozo ¿salir o irse de viaje?

21/12/2012 por Diego Edelberg Deja un comentario

 

La no-identidad

Hace unos años, para el famoso “Día del Padre” (como si existiera solamente un día en que mi padre cumple esa función) decidí regalarle un libro titulado Identidad de Zygmut Bauman. Al cabo de unos días me comentó que estaba leyendo el libro que le había regalado y le parecía muy  bueno. Mi padre me dijo por ese entonces algo muy llamativo: “me  siento muy identificado con la Identidad que el autor describe de si mismo”. Lo curioso era que según mi padre el autor se definía como un sujeto sin identidad. Ese comentario de la no-identidad me hizo caer en la cuenta de algo que sabía hace mucho y no lo veía tan claro como lo pude ver a partir de ese simple comentario de mi padre.

Muchas veces me he sentido un sujeto sin identidad o lo que es lo mismo, un sujeto con todas las identidades. Nunca me siento del todo cómodo con algo o alguien. Cuando me encuentro entre colegas músicos les hablo de filosofía y religión y cuando estoy con religiosos les hablo de arte y de las construcciones sociales que generan gustos producidos por la cultura en la que nacemos y las expectativas que ella nos genera. Cuando me invitan a un asado hablo de los vegetarianos y cuando estoy con vegetarianos hablo de las propiedades de la carne. En definitiva, cuando estoy con escépticos les hablo de fe y de la imposibilidad de entender el mundo sin creer en “algo” y cuando estoy con fanáticos creyentes de Una sola Verdad les hablo de la multiplicidad de opiniones y vidas diferentes que pueden existir. Tengo siempre la sensación de estar queriendo mostrarle al otro cómo su esquema de referencia, su propia vida y su hacer en ella están en falta y pueden ser desarmados en un instante. Hay días en los que todo me resulta una construcción, un montaje, un simple escenario armado para el goce y el disfrute de la vida; sin lógica y sin razón de ser más que la propia recreación de cada colectivo social. Pero hay otros días dónde todo tiene «sentido», todo es ordenado y todo está sucediendo «por algo».

¿Por qué me pasa esto? ¿Será que yo mismo no puedo decidirme por Una Verdad? ¿Soy acaso el único que experimenta algo así o hay alguien más que viva sintiéndose muchas veces como el sapo de otro pozo?

 

El pueblo con y sin tierra

En lo personal atribuyo esta sensación a una herencia. Soy heredero de un modo de experimentar la vida que si bien no es única es muy particular. Es lo que llamo la herencia del pueblo sin tierra. 

Cuando uno nace en una familia judía nace con una marca. Una marca que no importa lo que uno haga no se borra. Me impresiona lo que  esa marca genera tanto para los que la poseen como para los que no. Los judíos somos un pueblo que vivió durante 2000 años en todas partes menos en lo que como pueblo llamamos “casa”. La historia nos ha obligado a responder una y otra vez ¿qué es casa para ustedes? ¿Es donde viven físicamente o es donde anhelan la profecía de una redención Mesiánica que restablezca la tierra prometida? ¿Son ambas cosas “casa”? ¿Se puede vivir en un espacio y estar siempre soñando con otro tiempo y otra vida? Y me encuentro muchas veces atrapado entre no saber si es todo esto bueno como anhelo de un mundo mejor que está por venir o es una patología esquizofrénica que no me permite saber quién soy de verdad.

Cada niño judío que llega al mundo porta esta herencia. La herencia del pueblo sin tierra esta inscripta en nuestra historia, es parte de nuestra liturgia, es lo que recordamos, anhelamos y rezamos todos los días en la Amida, en frases como  “rescátanos de los cuatro puntos de la tierra”, “restituye nuestros jueces a su condición primitiva y a nuestros consejeros a sus días iniciales”, “restaura Jerusalén”, etc.

Un día decidí dejar de ser sapo de otro pozo.  Y la respuesta resultó ser más fácil de lo que parece.

 

El recorrido de la vida

En la vida tenemos dos posibles recorridos. Podemos intentar salir o podemos irnos de viaje. Mi querido profesor de alemán, Wolfgang, me decía que había una sola razón por la cual la gente se obsesionaba tanto con viajar e irse lejos: el que viaja siempre se está escapando de algo o de alguien. Si bien suena demasiado dramático puesto así creo que hay una verdad allí. Cuando viajamos queremos conocer lugares nuevos, caras distintas, comidas diferentes y situaciones raras porque de alguna manera queremos escaparnos de las rutinas, la monotonía, los mismos problemas de siempre y las mismas caras de todos los días…queremos salir de nuestras responsabilidades.

Pero ¿cuál es existencialmente la diferencia entre salir e irse de viaje?

 

La salida

Los judíos que nos adscribimos al paradigma de salida nos enfocamos en el cambio constante de la historia, las fluctuaciones en tendencias, las transformaciones culturales y las novedades. Nuestra creencia se apoya más en lo contingente, aquello que puede ser como puede no ser. Somos sensibles a los vientos del progreso y el desarrollo, a las alteraciones de los climas en el devenir humano y a las oportunidades y desafíos que están por llegar. Definimos el judaísmo muchas veces como una filosofía de vida ligada a lo pasivo intelectual que es pensar, escuchar, reflexionar o filosofar y no necesariamente actuar de algún modo judío. Creemos que pensar acerca del judaísmo es lo necesario para alcanzar la “tierra prometida”.

Pero en esta pasión por abrazar el futuro, los judíos que salimos muchas veces abandonamos el pasado. En nuestra pasión por permanecer relevantes al día a día podemos llegar a ver el ayer como lo viejo e inútil. En nuestra ambición de hacernos nuevos y mejores olvidamos las raíces que nos dieron ramas y frutos.

La juventud, fresca en espíritu, creativa en ideas, busca siempre un nuevo sendero tomando aquella ruta que nadie antes tomó. Hay algo monótono y aburrido en seguir los mismos pasos que nuestros ancestros trazaron.

Este paradigma de salida fue lo que dio nacimiento al judaísmo contemporáneo. Cuando los vientos de modernidad soplaron en Europa, haciendo del Iluminismo y la Emancipación los tornados más poderosos del nuevo mundo que hasta hoy cargamos, millones de judíos sintieron que seguir anclados a las tradiciones y el modo de vida que sus antepasados sostenían iba impedirles abrazar el iluminado camino de una Verdad mas pura, racional y lógica. Lo curioso es que este recorrido terminó rompiendo la lógica en si misma a través principalmente de la recursividad del lenguaje. Esto significa que debido a nuestra capacidad interpretativa y recursiva del lenguaje humano, fuimos capaces de observarnos a nosotros mismos y a los sistemas a los que pertenecemos logrando ir más allá de nosotros y de dichos sistemas. Pudimos convertirnos en observadores del observador que somos y ver todo como un gran invento. Nos creímos así que todo es una gran construcción colectiva producto de la casualidad. Muchos judíos que abrazamos este ideal, en el proceso de hacernos mejores y de encontrar una vida plena de sentido le dijimos adiós al pasado para abrazar el futuro.

Como nosotros sabemos hoy, luego de 400 años de este paradigma de modernidad que aún está latente, las buenas intenciones de estos primeros judíos que intentaron salirse chocaron finalmente contra una gran decepción. Por un lado la Iluminación racional en la Europa Nazi (asesinar con razón de ser) y la igualdad socialista en Rusia (el comunismo igualitario) se tornaron hacia los judíos en las peores catástrofes de nuestra contemporaneidad. Por otro lado los descendientes que venimos de esa búsqueda que puso la razón por encima de todo los demás hemos experimentado la pérdida total de prácticas judías y en la mayoría de las familias la asimilación en no menos de dos o tres generaciones.

 

Irse de viaje

¿Entonces en lugar de salir debemos irnos de viaje? No realmente. Los judíos que vivimos en el paradigma del que se va de viaje somos en realidad los que vivimos mirando hacia el pasado, buscado el punto de dónde salimos para no olvidarlo en ningún momento. Cuando estoy de viaje mi foco principal de pensamiento se nutre en la idea que las verdades más importantes de la historia en algún punto no han cambiando tanto. Hablo con mis padres sobre mi experiencia de vida y ellos asienten como si dijeran “si, yo ya pasé por ahí”. Tradición, ritual, costumbre y ley no cambian sólo porque hay un nuevo descubrimiento científico o porque los políticos nos alientan al cambio en cada nuevo gobierno. Visto así, cada nueva vida que llega parecería terminar haciéndose las mismas preguntas de siempre y sufriendo las mismas penas frente a las grandes preguntas existenciales. ¿Entonces lo que era bueno para mi abuelo es bueno para mí?

El problema es que en esta pasión por mantener un pasado sagrado, los judíos que viajamos perdemos muchas veces la habilidad de utilizar y actualizar la energía del nuevo día. Perdemos la noción de discernir la voz de Dios no solo en lo antiguo sino en lo novedoso. No solo en el mundo que era sino en el que es y habitamos. En nuestro anhelo de continuar esta cadena milenaria de tradición fallamos en recrear los espacios de frescura, creatividad y autentica expresión personal. El texto en esencia nunca ha cambiado pero nosotros vamos cambiando nuestra visión del texto a medida que reflexionamos una y otra vez sobre las mismas historias. La Tora es siempre la misma pero nosotros no somos los mismos todo el tiempo.

Y entonces la pregunta persiste: ¿cuál es el camino para dejar de sentirse sapo de otro pozo? Si hay días que me siento de viaje y otros en los que salgo ¡¿qué debo hacer?!

 

La respuesta es: ¡sí!

Debemos aprender a vivir en armonía con las salidas  y los viajes. La majestuosidad y belleza del judaísmo y la Tora que es relevante para nosotros se basa en una síntesis entre los días que salimos y los días que nos vamos de viaje.  Cuando salimos (con puntos de vista dinámicos de acuerdo a la coyuntura histórica) debemos servirnos como catalizadores para cuando estamos de viaje y ayudarnos así a crecer plenos de sentido expandiendo nuestra espiritualidad. Contrariamente cuando estamos de viaje hacia nuevos horizontes tenemos que servirnos como catalizadores para aquellos momentos en los cuales salimos y recordarnos siempre de dónde venimos y hacia dónde vamos inspirados por los valores eternos de nuestra fe, nuestras leyes, costumbres y rituales milenarios.

Archivado en: Judaismo Hoy Etiquetado como: azar, dios, duda, expectativa, Iluminismo, modernidad, sentido, zygmut bauman

Dios y el Big Bang

18/06/2012 por Diego Edelberg 19 comentarios

 

Esta publicación es tal vez la más compleja que he presentado hasta ahora.

Este año en Shavuot tuve la posibilidad de conocer y estudiar con Daniel Matt: probablemente hoy el académico más importante en el mundo en Cabalá, la rama mística del judaísmo. Matt ha escrito mas de diez libros sobre el tema y se encuentra terminando la primera traducción del Zohar (el compendio medieval más importante del misticismo judío)desde el arameo original comparando siete manuscritos diferentes que han sobrevivido anterior a las ediciones impresas. La traducción completa del Zohar es un emprendimiento que le ha llevado a Daniel 18 años solo dedicados a eso y la obra total incluye 12 volúmenes.

Esta publicación sobre “Dios y el Big Bang” está basada en su libro publicado en inglés “GOD & THE BIG BANG”. A continuación les ofrezco la primera traducción al español de la presentación que él hizo sobre este libro.

Lo que van a escuchar o leer a continuación no es simple puesto que es un resumen del libro en formato de clase. Hay mucha información junta sobre dos temas muy complejos: Cabalá y Cosmología contemporánea.

Mi recomendación es que escuchen la publicación (simplemente haciendo click en el botón de “play”) o la descarguen y la escuchen en algún momento que dispongan de 40 minutos de concentración. De hecho y como Matt recomendó, es bueno escucharla entera y luego tomarse un minuto de silencio para digerir todo lo presentado.

Antes de comenzar debo decirles que el propósito aquí no es demostrar que los cabalistas del siglo XIII sabían sobre lo que los cosmólogos están descubriendo. La idea es yuxtaponer dos aproximaciones diferentes -la científica y la espiritual- y experimentar viendo una a la luz de la otra. No vamos a sintetizar a las dos puesto que sus perspectivas no deben colapsar. Lo que vamos a hacer es poner en diálogo ambas perspectivas y notar las diferencias pero por sobre todo las intrigantes resonancias.

Espero les guste.

Para quienes quieran leerla del inglés original aquí está el enlance: http://www.srhe.ucsb.edu/lectures/text/mattText.html

 

DESCARGAR PUBLICACION EN MP3

 

En el principio fue el big bang, hace catorce mil millones de años. Un vacío primordial que carecía de materia. Pero no estaba realmente vacío – se encontraba más bien en un estado de mínima energía, embarazado de potencial, lleno de partículas virtuales. A través de una fluctuación cuántica surgió entonces una especie de burbuja en este vacío. En el interior de la burbuja se encontraba una suerte de semilla caliente y densa más pequeña que un protón que contenía, sin embargo, toda la masa y la energía de nuestro universo. En menos de una billonésima de segundo esta semilla se enfrió y expandió enormemente, más rápida que la velocidad de la luz, inflándose hasta alcanzar el tamaño de un pomelo. La expansión del universo luego se desaceleró pero realmente nunca se ha detenido en forma completa.

En sus primeros segundos, el universo era una sopa indiferenciada de materia y radiación. Se necesitaron tan solo unos pocos minutos para que las cosas se enfríen lo suficiente como para que los núcleos se formen. ​​

Llevo por lo menos unos 300.000 años más para que los átomos finalmente aparezcan. Durante eones de tiempo, nubes de gas se expandieron y enormes esferas  resplandecientes de gas caliente formaron las estrellas. En lo profundo de estas estrellas, reacciones nucleares dieron a luz elementos como el carbono y el hierro. Cuando las estrellas envejecieron explotaron arrojando estos elementos en el universo mismo. Con el tiempo estos elementos se reciclaron en nuevos sistemas solares. Nuestro sistema solar es tan solo un ejemplo más de este reciclaje; una mezcla de materia producida por los ciclos de las estrellas – estrellas que se forman y explotan continuamente. Nosotros, junto con todo lo demás que existe en el Universo, somos literalmente polvo de estrellas.

La Tierra se formó y comenzó su enfriamiento hace cuatro mil quinientos millones de años. Mil millones de años más tarde varios microorganismos se había desarrollado. Exactamente cómo se desarrollaron, nadie lo sabe. Sabemos que la atmósfera primitiva de la Tierra estaba compuesta de hidrógeno, vapor de agua, dióxido de carbono y gases simples, tales como amoníaco y metano. Bajo estas condiciones climáticas, los compuestos orgánicos tal vez lograron sintetizarse de manera espontánea.

O tal vez la vida derivó hacia la Tierra en forma de esporas de Marte o de otro sistema solar en nuestra galaxia o de otra galaxia en el universo. Sea como sea la vida finalmente comenzó. Todas las formas que constituyen lo que llamamos vida comparten códigos genéticos similares y se remontan a un antepasado común. Todos los seres vivos somos literalmente primos.

A nosotros, los humanos, nos gusta sentir que somos el pináculo de la creación y en efecto es cierto que somos las cosas más complejas en el universo conocido. Nuestro cerebro contiene cien mil millones de células unidas por cien billones de conexiones sinápticas. Sin embargo somos simultáneamente parte del proceso evolutivo, descendientes de las bacterias que surgieron hace 3500 millones de años. En el vientre de nuestra madre, cada uno de nosotros vuelve a trazar todo el lapso del desarrollo que lleva de la ameba al ser humano. Nuestra especie – Homo sapiens – es un primate que se desarrolló en África separándose de la línea de los chimpancés hace aproximadamente siete millones de años. Todavía compartimos con los chimpancés el 99 por ciento de nuestros genes activos. Si se me permite la expresión, somos simplemente un mono mejorado.

El Big Bang es una teoría, no es un hecho. Para los cosmólogos esta teoría nos ofrece la explicación más convincente de la evolución del universo, «la mejor aproximación a la verdad que actualmente poseemos». Esta teoría como cualquier otra teoría podría estar equivocada. Lo más probable es que el Big Bang finalmente termine formando parte de otra teoría más amplia que surgirá algún día. El consenso científico es que la teoría del Big Bang es correcta dentro de su propio ámbito específico: es simplemente una explicación de la evolución de nuestro universo desde una mil millonésima de segundo acontecida luego del origen inicial llegando hasta la actualidad. Qué pasó antes de esa primera fracción de segundo está más allá de los límites de esta teoría. El término «Big Bang» sugiere la existencia de un principio definido en un tiempo finito. Pero esta teoría no se extiende más allá de ese punto inicial en la historia del Universo. El origen último del universo sigue siendo en esta teoría algo impenetrable.

Una versión de esta teoría, conocida como “inflación cósmica caótica y eterna”, fue desarrollada por Andrei Linde. Esta versión representa un universo que de forma continua va reproduciéndose a sí mismo alcanzando así la inmortalidad en forma aleatoria. Nuestro universo es tan solo uno más de los incontables universos que se van auto-reproduciendo en forma de «burbujas». En cada una de estas burbujas, las condiciones iniciales son diferentes y diversos tipos de partículas elementales interactúan en formas inimaginables. Incluso diferentes leyes de física que ni conocemos tal vez se apliquen en cada una de estas burbujas.

No todos los dominios del universo se van inflando como burbujas hasta explotar en nuevos universos, pero los dominios que si lo hacen (como el nuestro) dominan el volumen del universo y logran en su continua expansión hacer brotar otras burbujas en una reacción en cadena perpetua. Así el universo entero es un “árbol de vida”, un grupo de burbujas unidas entre sí, creciendo de manera exponencial en el tiempo. Cada universo en potencia nace en lo que puede considerarse un Big Bang, es decir, “una gran explosión”. En realidad, para ser más precisos deberíamos decir realmente una explosión pequeña, una fluctuación de vacío seguida por inflación continua.

Si las especulaciones de Linde son correctas, tal vez deberíamos traducir las palabras del Génesis no como «En el principio…», sino «En un principio Dios creó los cielos y la tierra.» De hecho, esto representa una traducción más literal del hebreo original: Be-Reshit: «En – un principio».

La ciencia no tiene un consenso sobre el origen último del Universo. Algunas teorías defienden un comienzo bien definido, mientras que otras, como la de Stephen Hawking, no lo hacen. Sin embargo ambas teorías sugieren una lectura radicalmente nueva del Génesis. Si Dios creo el mundo a través de la palabra, dando órdenes “para que se haga la luz, las aguas y las estrellas”, entonces el lenguaje divino es lo que conocemos como energía; el alfabeto, las partículas elementales; la gramática de Dios, las leyes de la naturaleza. Muchos científicos han detectado una dimensión espiritual en la búsqueda de estas leyes naturales. Para Albert Einstein el discernimiento de las leyes de la naturaleza era una manera de descubrir cómo piensa Dios.

¿Pero tiene el universo un propósito? ¿Hay un sentido para nuestra existencia? ¿Por qué debemos vivir éticamente? En este sentido, la cosmología no nos puede ayudar demasiado. Darwin intensifica aún más estas preguntas. ¿Somos diferentes de otros animales? ¿Se puede superar la violencia y el salvajismo? Tal vez, como la esposa de un obispo anglicano comentó al enterarse de la teoría de Darwin, «descendientes de los monos?! Mi Dios! Esperemos que no sea cierto, pero si lo es, recemos para que no se convierta en conocimiento general!». Su comentario se hace eco del temor que conocer la verdadera naturaleza de nuestros antepasados ​​amenaza con deshacer nuestro tejido social construido a partir de miles de años.

Hemos perdido nuestro mito. Un mito es una historia, imaginada o real, que nos ayuda a hacer comprensible nuestra experiencia humana ofreciéndonos una construcción de la realidad. Se trata de una narración que arranca el orden del caos. No nos contentamos con ver los acontecimientos como desconectados, aleatorios e inexplicables. Anhelamos comprender el orden subyacente en el mundo. Un mito nos dice por qué las cosas son como son y de dónde vinieron. Un relato como este nos conforta asegurándonos que el sentido de nuestra existencia es algo útil. En efecto un mito es algo esencial. Sin un mito no hay un significado o propósito para la vida. Sólo hay un enorme e infinito vacío.

Los mitos son mucho más que explicaciones. Los mitos sirven de guía para los procesos mentales acondicionando nuestra forma de pensar e incluso la forma en que percibimos las cosas. Los mitos cobran vida constantemente al servir como modelos para el comportamiento humano. En la noche del viernes cuando comienza Shabbat (el día de descanso judío), a veces me imagino a Dios creado el mundo en una semana muy ocupada finalizando Su Creación -literalmente- con un descanso propicio luego de semejante tarea. Según la Biblia «Dios descansó y se recuperó» (shabbat va-yinnafash). Esta imagen mítica me permite hacer una pausa, ir más despacio, apreciar la creación. Al observar el Shabbat estoy literalmente imitando a Dios según el Génesis. Así, el orden re-emerge semanalmente del caos inminente de mi vida.

Pero ¿qué hacemos cuando los mitos de la tradición se han deshecho, cuando el Dios de la Biblia parece tan poco creíble? ¿Realmente hay alguien «allá arriba» controlando todo lo que ocurre “aquí abajo”, trazando el rumbo de la historia, rescatando a los necesitados, haciendo el recuento de nuestros actos buenos y malos registrándolos en los libros de la vida y la muerte, de la recompensa y el castigo? Muchas personas han perdido ya la creencia tradicional y son más propensos a experimentar un enorme vacío en lugar de vivir en plenitud de la presencia de Dios. Si creen en algo eso es tal vez la ciencia y la tecnología. ¿Y qué proporciona la ciencia a cambio de creer en ella? Proporciona el progreso en todos los campos a excepción de uno: el sentido último de la existencia. Algunos científicos insisten en que en realidad no existe algo así como “el sentido”. Como un físico destacado ha escrito: «cuanto más sabemos sobre el universo, más evidente se hace que el mismo es inútil y no tiene un sentido”.

El Big Bang es una historia contemporánea de la Creación del universo. La energía se convierte en materia y esa materia vuelve a convertirse en energía. No existe un plan preciso para lo que es creado y ni siquiera ese plan está elaborado de antemano. Por una combinación intrincada e irrepetible de azar y necesidad, la humanidad ha evolucionado a partir de y junto a un sinnúmero de otras formas de vida durante miles de millones de años. En última instancia, nuestra historia evolutiva es gratificante: nos permite ver que somos parte de una totalidad, de una misma unidad.

Ser «religioso» significa, en palabras de un físico contemporáneo, “tener un sentimiento intuitivo de la unidad del cosmos”. Esta unidad se basa en un hecho científico concreto: estamos hechos de lo mismo que todo el resto de la creación. Todo lo que es, fue y será comenzó conjuntamente a partir de un solo punto infinitesimal: la semilla cósmica.

La vida se ha ramificado desde entonces pero esto no nos debe cegar en su unidad subyacente. La maravilla más profunda es la unidad en y dentro de la diversidad. Esto se refiere a la gran variedad de manifestaciones materiales diferentes, únicas y particulares, emanadas todas de la misma fuente o energía. Tomar conciencia de esta unidad multifacética puede ayudarnos a vivir en armonía con otros seres humanos y con todos los seres vivos del planeta apreciando junto con todos nuestros compañeros en el tiempo y el espacio, nuestras propias transformaciones de energía y materia.

Si el Big Bang es nuestro nuevo mito Moderno de la Creación (la historia que explica cómo empezó el universo) entonces ¿quién es Dios? «Dios» es un nombre que damos a la unidad de todo.

¿Cómo se puede nombrar la unidad? ¿Cómo se puede nombrar lo innombrable? La tradición mística judía llamada Cabalá, nos ofrece una serie de posibilidades. Una de estas posibilidades es Ein-Sof, literalmente: «Sin-Final». Ein-Sof es el Infinito. Robando una frase de la mística cristiana, Meister Eckhart nos habla del “Dios más allá de Dios”.

Muchas veces los cabalistas utilizan un nombre más radical que Ein-Sof para referirse a Dios. Este nombre es ain – literalmente “nada” en el lenguaje hebreo. No solo encontramos este bizarro nombre entre los místicos judíos sino entre los cristianos también. Así, Juan Escoto Erígena escribiendo en latín llama a Dios “nihil”; Meister Eckhart en alemán lo llama “nichts” y San Juan de la Cruz en español lo define simplemente como la “nada”. Pero para estos hombres místicos y profundamente religiosos llamar a Dios «nada» no significa que Dios no existe. Esto no es ateísmo. Por el contrario, este nombre transmite la idea que Dios no es una “cosa”. Ni siquiera es una idea. Dios anima todas las cosas pero no puede ser contenido por ninguna de ellas. Dios es la unidad que existe en cada particular sin materialidad.

Esta mística “nada” no está vacía ni es estéril. Por el contrario es fértil y está desbordada de innumerables formas de vida. Los místicos enseñan que el universo emana de la “nada divina”. Del mismo modo, hemos visto que los cosmólogos hablan del vacío cuántico, un lugar lleno de potencial donde es generada la semilla cósmica. Este vacío no está realmente vacío. Es una espuma hirviente de partículas virtuales que constantemente aparecen y desaparecen.

¿Cómo emergió el universo desde una prolífica “nada”? Según la Cabalá y la teoría clásica del Big Bang, esta transición se caracterizó por un solo punto inicial.

Los físicos llaman a este punto una singularidad, un punto infinitamente denso en el espacio-tiempo. Una singularidad es a la vez destructiva y creativa. Cualquier cosa que cae dentro de una singularidad se funde con ella perdiendo su identidad mientras que la energía que emerge de una singularidad tiene el potencial para convertirse en cualquier cosa. Las leyes de la física no pueden aplicarse a ese instante de separación en el que la energía o la masa emergen.

Según Moisés de León -tal vez el cabalista judío más destacado del siglo XIII- «El principio de la existencia es un punto oculto y secreto. Este punto es el comienzo de todas las cosas ocultas que se extienden a partir de allí y emanan de acuerdo a su especie. Desde este único punto se pueden ampliar las dimensiones de todas las cosas».

A medida que avanza la emanación, a medida que Dios comienza a desplegarse, el punto oculto y secreto inicial se expande en un círculo. Del mismo modo, sabemos que desde el Big Bang nuestro universo ha estado expandiéndose sin interrupciones. Sabemos esto gracias al astrónomo Edwin Hubble quien midió la velocidad en la que otras galaxias están constantemente alejándose de nosotros. En 1929, Hubble determinó que cuanto más lejos está una galaxia de nosotros, más rápido se está alejando. El universo se está expandiendo en todas las direcciones. Pero no es que el universo se expande en el espacio. El espacio en sí es el que se está expandiendo.

La consecuencia más dramática del descubrimiento de Hubble es lo que nos dice sobre el origen de nuestro universo. Simplemente invirtamos la teoría de Hubble: si el universo se está expandiendo significa que una vez fue mucho menor. ¿Qué tan pequeño fue el punto desde que se expandió? Según la teoría clásica del Big Bang, si nos remontamos lo suficiente en el espacio-tiempo y desandamos los caminos de las galaxias y su formación, toda la masa y energía del universo se contrae en un punto inicial, una singularidad, aquel punto infinitesimal del cual el cosmos emergió en su totalidad.

Un cabalista, Shimon Lavi, entendió la expansión como parte del ritmo de la creación y escribió:

 

“Con la aparición de la luz, el universo se expandió.

Con la ocultación de la luz, las cosas que existen fueron creadas en toda su variedad.

Este es el misterio del acto de la Creación.

Aquel que entiende entenderá”.

 

Cuando la luz brilló el tiempo y el espacio comenzaron. Pero dijimos que el universo al comienzo era una sopa indiferenciada de materia y energía. ¿Cómo emergió entonces la materia desde esta sopa contenida en la olla universal? El místico dice que la luz se ocultó. El científico diría que la energía se congeló. La materia es energía congelada. Ningún núcleo o átomo podría formarse sin que la energía se enfríe lo suficiente para poder atarla y empaquetarla en partículas estables de materia.

Einstein descubrió la equivalencia entre masa y energía. En última instancia, la materia no es distinta de la energía sino que simplemente es energía que ha asumido temporalmente un patrón particular. La materia es básicamente energía en forma tangible, ambos, materia y energía son en definitiva estados diferentes de un mismo continuo, nombres diferentes para dos cosas que en esencia son la misma cosa.

Al igual que el físico, el místico también está fascinado por la relación íntima de la materia y la energía aunque la descripción mística está concebida en una tonalidad diferente. La existencia material surge de ain, esa “nada” que representa la piscina de energía divina. En última instancia, el mundo no es otra cosa que Dios ya que esta energía divina se oculta dentro de todas las formas que existen. De no haber sido ocultado, no podría haber surgido la existencia individual. Todo se disolvería de nuevo en la unidad o mejor dicho la “nada”.

A mediados del siglo XVI en Tzfat, una ciudad ubicada en la cima de una montaña en Galilea, el cabalista más famoso que jamás haya existido – Isaac Luria – reflexionó sobre la creación y se preguntó: «¿Qué había antes?» Luria creía que sólo había Ein-Sof, es decir Dios como Infinito. Pero si Ein-Sof invadía todo el espacio, ¿cómo podría haber espacio para algo más que Dios? Luria llegó así a la conclusión que el primer acto de la creación no fue emanación sino contracción:

«Antes de la creación del universo, Ein-Sof se retiró a su esencia, de sí mismo para sí mismo dentro de sí mismo. Desde su esencia misma dejó un espacio vacío en el que podía emanar y crear”.

 

Este principio se conoce en la mística judía como tsimtsum que literalmente significa «contracción». Esta contracción sugiere una especie de “retirada”. Una “retirada” en la cual Dios hizo espacio para algo más que Dios. El vacío primordial esculpido por tsimtsum se convirtió en el sitio de la creación: no más que un punto infinitesimal en relación con Ein-Sof y sin embargo lo suficientemente amplio como para albergar la totalidad del cosmos. Pero el vacío no estaba realmente vacío sino que mantuvo una huella: un residuo de la luz de Ein-Sof.

Al igual que el vacío que procedió al Big Bang, esa gran explosión, el Universo tampoco estaba completamente vacío sino en un estado de mínima energía, embarazado de potencial creativo y lleno de partículas virtuales.

Según Luria cuando Ein-Sof comenzó a desarrollarse, un rayo de luz divino se canalizó en el vacío a través de vasijas materiales. Todo iba bien al principio hasta que algunas de las vasijas -las menos transparentes- no pudieron resistir el poder de la luz. Se quebraron y la mayor parte de la luz que contenían volvió a su fuente Infinita: «al vientre de la madre». Pero el resto, cayendo como chispas junto a fragmentos de vasijas rotas, quedaron atrapadas finalmente en la existencia material. Nuestra tarea de acuerdo a la Cabalá, es liberar estos destellos de luz y restaurarlos a la divinidad. Viviendo ética y espiritualmente, elevamos las chispas produciendo así un tikkun, una «reparación» del cosmos.

Si los recipientes originales no se hubieran roto nuestro mundo constituido por la  multiplicidad no existiría. Nosotros existimos porque hemos perdido la unidad.

La cosmología moderna tiene una teoría que es paralela a la ruptura de los recipientes: la teoría de la “simetría rota”.

La simetría puede ser inestable. Imagínense en una elegante cena de bodas, sentados junto a una docena de invitados alrededor de una mesa circular. Copas de champán se han colocado en forma precisa entre cada plato de comida y la siguiente: una perfecta simetría entre derecha e izquierda. Un camarero llena las copas con champán y todo el mundo se sienta, esperando a que alguien levante una copa. De golpe sentimos un poco de sed y al darnos cuenta de que las burbujas de color rosa no va a durar para siempre, decidimos tomar un sorbo. Pero, ¿qué copa deberíamos tomar? No estando completamente versados ​​en las reglas de una cena de etiqueta, podríamos fácilmente elegir la copa de la izquierda como la derecha. De cualquier manera al momento que tomemos una decisión eligiendo una copa o la otra, la simetría se rompe. A menos que todo el mundo tome simultáneamente la misma decisión, alguien tendrá que estirarse a través de la mesa para conseguir una copa restante. Uno de los retos de la ciencia es descubrir la simetría oculta dentro de la maraña de la vida ordinaria.

El universo empezó en un estado extremadamente caliente de máxima simplicidad simétrica. A medida que se expande y se enfría, esta simetría perfecta se rompe dando lugar al mundo de la diversidad y la estructura en que vivimos.

Para nosotros las fuerzas fundamentales de la naturaleza parecen hoy diferentes: separamos entre “la gravedad”, “el electromagnetismo” y otras dos fuerzas conocidas como “fuerzas nucleares fuertes y débiles”. El equilibrio entre estas fuerzas determina la existencia y el comportamiento de todo lo que existe en nuestro universo visible. Originalmente las cuatro fuerzas estaban vinculadas y hoy los científicos sueñan con encontrar un único conjunto de ecuaciones que describan la unión de ellas en una simple fórmula. En los últimos años, al chocar las partículas subatómicas, los físicos han descubierto que a temperaturas extremadamente altas las diferencias entre las fuerzas comienzan a desaparecer.

Hagamos un último acto de imaginación. Imaginen que viajan atrás en el tiempo llegando cada vez más cerca del momento del Big Bang. Cuanto más lejos en el tiempo viajan más caliente y más denso se torna el universo y las simetrías rotas comienzan a restaurarse. Viajan millones y billones de años en el tiempo. Finalmente llegan a la más mínima fracción de tiempo que un físico puede imaginar: 10 a la menos 43 segundos después del Big Bang, es decir una diez millonésima de una billonésima de una billonésima de billonésima de segundo, después del comienzo. Ir más allá de este punto es difícil porque la densidad de la materia se vuelve tan grande que la estructura y tal vez el sentido del espacio y el tiempo se descomponen. En este punto todas las interacciones entre las fuerzas fundamentales son indistinguibles. Alcanzamos así una simetría perfecta.

¿Cómo fue que la simetría del comienzo se distorsionó tanto en el transcurso del tiempo? A medida que el universo se expande y comienza a enfriarse, la radiación y las partículas pierden energía. Así es como las diversas fuerzas se distinguen unas de las otras.

Mientras tanto la materia también está perdiendo su unidad. En el momento en que el universo es sólo una mil millonésima de segundo de edad, hay cuatro fuerzas y dos docenas de partículas elementales. Esta fractura de la simetría crea las partículas de materia y energía que se encuentran hoy en día a nuestro alrededor – y dentro de nosotros mismos.

La simetría perfecta suena atractiva, pero es estéril. Si el motor principal no se hubiera roto en cuatro fuerzas, el universo sería un lugar muy diferente, si es que de hecho hubiese alguna vez existido. Las pequeñas desviaciones en la uniformidad perfecta dan lugar a los núcleos, átomos y moléculas; seguido de galaxias, estrellas, planetas y personas. Nosotros existimos en nuestra condición presente (con todos nuestros defectos e imperfecciones) gracias a la simetría rota. Al igual que nos enseña la Cabalá, nuestra confusa y manchada realidad se deriva de la ruptura de los recipientes o vasijas de luz divina.

La ruptura de la simetría y la ruptura de los vasijas son teorías distintas, cada una generada por un enfoque diferente con respecto a la cuestión del origen del universo: sin embargo, su resonancia es intrigante. La mente humana ha ideado estrategias alternativas – científicas y espirituales – para encontrar nuestro origen. Las dos estrategias son distintas pero complementarias. La ciencia nos permite sondear las partículas infinitesimales de la materia y las profundidades inimaginables del espacio comprendiendo cada una a la luz de la otra al buscar a tientas el camino de regreso hacia el principio. La espiritualidad nos conduce a través del espacio interior, nos desafía a recorrer nuestro camino interno hacia la unidad para vivir a la luz de lo que descubrimos.

Como hemos visto, los místicos judíos imaginan chispas divinas en cada cosa que existe. Un científico diría que hay energía latente en las partículas subatómicas. La tarea espiritual es elevar las chispas con el fin de restaurar el mundo a Dios siendo conscientes que cada cosa que hacemos, vemos, tocamos o imaginamos es parte de la unidad, parte de un patrón de energía. La elevación de las chispas divinas es una poderosa metáfora; transforma la religión de una larga lista sobre lo “permitido” y lo “prohibido” o una lista de dogmas en una aventura espiritual.

Dios no es un ser independiente que hasta «allí arriba». Ella está aquí, en la corteza de un árbol, en la voz de un amigo, en el ojo de un extraño. El mundo está lleno de Dios. Puesto que Dios está en todo uno puede servir a Dios a través de todo. En la búsqueda de la chispa divina descubrimos que lo común es realmente espectacular.

El mundo está fracturado y Dios nos necesita para que lo arreglemos. Al arreglar el mundo – social, económica y políticamente – vamos curando a Dios, cuyas chispas se encuentran dispersas por todas partes.

Pero no debemos engañarnos a nosotros mismos. Nunca habrá un tikkun completo, una reparación completa del mundo. Las cosas nunca serán perfectas. La sociedad nunca será completamente justa. ¿Cómo terminará todo esto? ¿Hay un Mesías que viene a redimirnos? Los Mesías cautivan nuestra imaginación porque el mundo es injusto y la historia es volátil. Se nos dice que cuando venga el Mesías todo será corregido definitivamente: el bien finalmente triunfará y el mal será eliminado. Esa sería una buena noticia…pero ¿es esa la forma en que las cosas funcionan?

¿Cuál es el futuro a largo plazo de nuestro planeta según la ciencia? He aquí el pronóstico:

Nuestro Sol tiene unos cinco mil millones de años y es aún confiable. Sin embargo, cinco mil millones de años a partir de ahora, el combustible de hidrógeno en el núcleo del Sol se acabará. El núcleo se hundirá mientras que la atmósfera del Sol se expandirá engullendo varios de sus planetas más cercanos entre ellos probablemente la Tierra. Poco a poco la mayor parte de esta atmósfera se caerá dejando una bola densa y caliente de materia inerte.

La vida no necesariamente llegará a su fin. Para ese entonces los seres humanos (o cualquier tipo de vida inteligente relacionada cósmicamente con nosotros) habrán desarrollado la tecnología necesaria para pasar a otro sistema solar más seguro.

Mientras tanto, aquí estamos. Todavía tenemos bastante tiempo hasta el año 5 mil millones. No habrá perfección final. Nadie ha dispuesto el futuro antes de tiempo, nada está predeterminado. La probabilidad jugará un papel importante en la forma en la que se desarrollarán las cosas, del mismo modo que siempre lo ha hecho. Debemos aprender a negociar con el azar. Debemos trabajar en arreglar nuestras propias quebraduras, nuestro tejido social y nuestro planeta, de la mejor manera que podamos.

¿En qué clase de Dios podemos creer? La palabra hebrea emuná, «creencia o fe», originalmente significaba confianza y fidelidad, tanto humana como divina. Sino confiamos en otras personas, no podemos amar; sino confiamos en los demás, no podemos construir ni sostener una comunidad. Pero, ¿cómo podemos confiar en el cosmos o en este Dios de la unidad?

Podemos confiar que somos parte de algo mayor: una vasta red de existencia en constante expansión y evolución. Podemos detenernos en el camino, abrazar un árbol y sentir la savia que corre por las venas. Cuando miramos el cielo nocturno podemos reflexionar que estamos hechos de elementos forjados en las estrellas y de las partículas que nacen en el Big Bang. Podemos sentir que estamos buscando aún la vuelta a casa. La vuelta al origen. Cuanto más lejos miramos en el espacio más viajamos atrás en el tiempo. Si vemos una galaxia a diez millones de años luz de distancia, estamos viendo esta galaxia tal como era hace diez millones de años luz. La galaxia se toma este largo tiempo para que su luz antigua pueda llegar hasta aquí ahora en forma nueva. Más allá de cualquier nueva estrella que alguna vez identifiquemos, se encuentra ante nosotros el horizonte del espacio-tiempo a catorce mil millones de años luz de distancia. Pero ni Dios ni el Big Bang están tan lejos. El Big Bang no ocurrió en algún lugar fuera de nosotros. Por el contrario, nosotros comenzamos nuestra historia en el interior de la gran explosión; hoy encarnamos la energía primordial. El Big Bang aún no se ha detenido.

¿Y qué hay Dios? Dios no es un objeto o un destino fijo. No hay una sola manera definitiva para llegar a Dios. Pero nuevamente, no es necesario llegar hacia algo que está en todas partes. Dios no está en otro lugar oculto de nuestra vista. Dios está aquí pero nosotros no podemos verlo. Estamos esclavizados por las rutinas. Corremos de un evento a otro, de una tarea a la otra y rara vez nos damos una pausa para observar el esplendor que está justo enfrente de nosotros. Nuestro sentido de la maravilloso se ha marchitado por culpa de nuestro ritmo de vida.

¿Entonces cómo podemos encontrar a Dios? Una pista la proporciona uno de los muchos nombres por como se llama a la Shejina -el aspecto femenino de Dios, la presencia divina en este mundo. En la Cabalá Ella se llama océano, jardín o huerto de manzanas. En hebreo Ella también se llama zot, que significa simplemente «esto«. Dios no está “afuera y arriba”. Dios esta “abajo y adentro”. Dios está aquí contigo en este mismo momento, renovado, inesperado, tomándote por sorpresa. Dios es “esto”.

 

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¿Qué escribió Moisés y cuándo lo hizo? Elogio a la incertidumbre

16/03/2012 por Diego Edelberg 7 comentarios

 

Esta es una historia muy conocida por todos los que alguna vez leyeron la Biblia.

Los hijos de Israel eran esclavos del Faraón en Egipto. Guiados por Moisés son liberados. Llegan todos juntos al Monte Sinaí y Moisés sube a la cima de la montaña para recibir la Tora. Luego de recibir la Tora los hijos de Israel deambulan por 40 años en el desierto y al final de la historia Moisés se despide de su querido pueblo al llegar a la tierra de Israel. Moisés no tiene permitido entrar a la tierra prometida puesto que ha sido castigado por haber golpeado una roca para dar de beber agua a su sediento pueblo en lugar de hablarle a dicha roca como Dios le había ordenado.

Curiosamente, llegando a uno de los últimos momentos de esta historia escrita en la Tora, leemos en el libro de Devarim o Deuteronomio que:

Escribió Moisés esta Tora y la dio a los sacerdotes.- Devarim 31:9

Este pasaje nos presenta con un problema.

Si Moisés ya había recibido la Tora en el Monte Sinaí ¿qué significa que terminó de escribirla llegando a la tierra prometida? ¿Qué parte de la Tora había recibido o escrito en el Monte Sinaí? ¿Había Moisés recibido toda la Tora en el Sinaí? ¿Había recibido todos los primeros 5 libros de la Biblia o solo una parte de ellos?

Y este problema nos enfrenta con otro problema aún más complejo. Supongamos que Moisés subió al Monte Sinaí y recibió la Tora en su totalidad ¿no sabía él mejor que nadie que no debía golpear aquella roca que le prohibiría la entrada a la Tierra de Israel más adelante en su vida? En otras palabras, si Moisés escribió o recibió la información en el Monte Sinaí que un día él golpearía una roca desobedeciendo el mandato de Dios y por eso recibiría el castigo que le impediría entrar a la tierra prometida ¿tendría sentido que hiciera justamente eso años más tarde sabiendo cuales serían las consecuencias?

En esencia la pregunta que se nos impone es: ¿recibió Moisés toda la Tora o una parte de ella? ¿qué recibió o sabía Moisés realmente?¿recibió todo incluyendo lo que sucedería en el futuro? y si no fue así entonces ¿qué recibió, qué escribió y cuándo lo hizo?

Como pueden imaginar no somos los primeros en hacernos estas preguntas. De hecho la mayoría de los rabinos medievales notan este problema y se preguntan lo mismo “¿acaso no era que ya tenía la Tora? ¿Qué estaba escribiendo? ¿Qué había en el arca del pacto?”

Y quiero compartir una respuesta que es elaborada por uno de los más grandes rabinos Medievales conocido con el acrónimo de Ramban también llamado Nahmánides (http://es.wikipedia.org/wiki/Nahmánides). El Ramban le da sentido a todo esto en el contexto de la Tora y nos enseña una lección muy importante para nuestras propias vidas.

Para el Ramban Moisés recibió toda la historia hasta el Monte Sinaí. Eso significa que recibió la historia de la Creación, la historia de los Patriarcas y las Matriarcas, la historia de Iosef y sus hermanos y la historia del éxodo de Egipto. Pero Dios no permitió que Moisés supiera lo que sucedería de allí en adelante.

Según el Ramban la historia de Moises desde que bajo del Monte Sinaí y se encontró con el becerro de oro hasta el final de su vida fue sucediendo en forma gradual y fue escribiéndose gradualmente a medida que vivía su día a día. Su historia personal fue concluida junto con el final de la Tora.

Y esta respuesta es maravillosa por dos motivos:

Primero nos dice algo sobre la importancia de la historia. La Tora no comienza con las Leyes sino con una narración. La narración de la Creación. La Tora no comienza diciendo “no hagas esto ni tampoco hagas lo otro”. No solo eso sino que en Rosh Hashana, en el comienzo del ciclo anual judío, la lectura de la Tora es la historia de una familia, la familia de Abraham. Y esto nos enseña que las historias son centrales en nuestra tradición. Toda la historia judía es una larga historia sobre el modo en que los judíos hemos sobrevivido a todos los cambios que fueron sucediendo a nuestro alrededor. Y por eso en el comienzo de nuestro calendario anual leemos una historia y nos recordamos a nosotros mismos cuan interesante y compleja es esta historia de Abraham con su esposa Sara y especialmente con su hijo Isaac. Y al darnos cuenta de nuestra larga e inexplicable historia nos recordamos a nosotros mismos cuan interesante, compleja y hermosa es nuestra historia.

De hecho cuando Dios se presenta por primera vez frente a Moisés no le dice “yo soy tu Dios así que no mezcles carne con leche, reza tres veces por día, etc”. Si bien todas esas prácticas son parte de nuestro vínculo y relación con Dios, el mismo Dios se presenta ante Moisés contándonos su propia historia: la historia de Dios. Dios se manifiesta frente a Moisés diciéndole “yo soy el Dios de tus antepasados”. En otras palabras está diciéndole “Moisés yo formo parte de tu vida y tu historia”. Y el Ramban está haciéndonos notar que nuestra historia como judíos es central y el propio Moisés la escribió mientras iba sucediendo.

Pero el segundo motivo por el cual la respuesta del Ramban es maravillosa es que aprendemos que nadie, absolutamente nadie en la tierra -ni si quiera Moisés- puede saber qué le va a suceder en su historia hasta el preciso momento en que le sucede.

Si cualquier ser humano de cualquier país, religión o profesión les dice que sabe qué es lo que va a suceder en el futuro si uno hace tal o cual cosa no solo se está engañando a si mismo sino también a ustedes. Porque como nos enseña el Ramban: siendo Moisés el profeta más grande que piso esta tierra él mismo nunca supo lo que iba a sucederle en la vida. Y Moisés nunca lo supo porque es su propia historia y nadie puede saber de antemano cuál va a ser su destino y su historia.

Año tras años en Rosh Hashana y Yom Kippur pedimos que nos sucedan ciertas cosas y no otras. Pero no sabremos nada hasta que sucedan.

Cada vez que uno mira lo que le ha acontecido en los últimos dos, tres o cinco años uno siempre se sorprende de todo lo que pasó y nunca había imaginado que iba a sucederle o que así sería porque nuevamente nadie conoce su propia historia (y mucho menos otras personas) ni que rumbo tomará. Nadie sabe de quién uno se enamorará, dónde vivirá, qué seres queridos partiran de este mundo, qué trabajo realizará, etc. Como decía Steve Jobs “solo mirando hacia atrás podemos reconstruir lo que nos va sucediendo. Solo uniendo los eventos pasados cobra sentido los eventos presentes”. Pero hacia adelante nadie puede unir nada con nada. Ni siquiera Moisés pudo hacerlo. Y todo esto no debe asustarnos porque no es algo malo no saber qué va a pasarnos en nuestra historia. Sino que por el contrario es algo maravilloso que nos muestra el potencial que tenemos aún por delante.

Pero finalmente quiero ofrecerles la pregunta más importante de esta enseñanza. Y esa pregunta es ¿por qué no podemos conocer nuestra historia? ¿por qué no nos está permitido saber qué va a pasarnos en la vida y de hecho absolutamente nadie lo sabe?

Y el motivo por el cual no podemos saber cuál va ser nuestra historia antes que suceda es porque nosotros mismos ayudamos a darle forma a nuestra propia historia. Nuestras propias decisiones afectan nuestra propia historia y en forma extraordinaria esas decisiones afectan a su vez la vida de quienes nos rodean e incluso de personas que vendrán más adelante y que tal vez nunca conozcamos porque ya nos habremos ido de este mundo. Nuestra historia no es solo lo que nos sucede en forma individual. De hecho nuestra historia no es lo que soñamos, imaginamos, creemos o pensamos que nos merecemos o va a sucedernos. Nuestra historia es finalmente lo que vamos haciendo con aquello que nos va sucediendo y aconteciendo en la vida.

Nuestra historia depende de quién decidimos que forme parte de nuestra vida y cómo esa persona transformará nuestra fe, nuestros valores, nuestra existencia, nuestra relación con Dios, etc. Todas estas cosas no son tan solo cosas que ocurren sino que son cosas que nosotros mismos hacemos que sucedan.

Si Moisés sabía su propia historia en forma total y sabía desde el comienzo que no entraría en la Tierra de Israel tal vez no se hubiera entusiasmado en hacer el esfuerzo que hizo. Quizás se hubiese “deprimido”. Quizás nunca hubiese sido el único ser humano que como dice la Tora “se vio cara a cara con Dios”. Pero día tras día, mes tras mes y año tras año Moisés tuvo que tomar muchas decisiones para darle forma a su propia historia que en definitiva terminó siendo la de muchas otras personas incluyendo la nuestra y lo hizo del mismo modo que nosotros lo hacemos a cada instante de nuestras propias historias. Y todas las historias son en definitiva una única historia. Estamos atados históricamente y no podemos soltarnos. No podemos no ser parte de la historia y no tener historia. Podemos saber de donde venimos. Nunca sabremos donde terminaremos.

Está en nuestro poder tomar las decisiones que pueden cambiar nuestra historia. ¿Qué resultara de esas decisiones? Solo Dios y nadie más que Dios lo sabe.

Miramos hacia atrás y analizamos todo lo que nos ha sucedido hasta el día de hoy. Todo lo que hemos aprendido. Todo lo que nos hemos equivocado. Todo lo que hemos sufrido. Todo lo que hemos amado. Todo lo que hemos envidiado. Todo lo que nos ha llevado desde un lugar al otro. Si lo deseamos podemos casi recordar absolutamente todo. Y al recordar podemos darnos cuenta cuanto hemos crecido en nuestras experiencias de vida. Cuántas veces hemos creído que nuestra vida iría por un lado y terminó en el lugar y con las personas menos pensadas…

A cada instante se nos da la posibilidad de tomar las decisiones sobre cómo queremos seguir de ahora en más con nuestra historia.

Seguimos adelante con esa incertidumbre sobre si realmente alcanzaremos algún día el “lugar” o la tierra prometida que buscamos y lo más importante es que no recordamos a Moisés como aquél que llegó a su tierra prometida porque de hecho nunca pudo disfrutar de ella. Recordamos a Moisés por todo el desierto que atravesó en forma exitosa tomando decisiones a cada segundo de su vida.

La vida y el desierto se atraviesan de la misma manera: con fe, paciencia, esperanza, conciencia, certezas, dudas, alegrías, tristezas, momentos de plenitud, momentos de desesperanza, pero por sobre todo con responsabilidad y con mucho amor.

 

 

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 Hola, soy Diego Edelberg, el fundador del blog Judios&Judaismo.com. Me apasiona todo lo relacionado con la música, el judaísmo, la interpretación, la educación, la mitología, la filosofía, la religión, la ciencia, la historia, el arte, la física, la cosmología, la evolución, la sociología, la epistemología, la metafísica, la cabalá y en especial aquello que resulta contradictorio, paradójico y absurdo. Para conocer más sobre mi y de qué se trata mi blog visitá la sección Acerca del Autor

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