Hay un cuento corto del Talmud que me gusta utilizar para iniciar el ciclo de formación a través del cual los chicos y chicas se preparan para convertirse respectivamente en Bar y Bat Mitzva. El estado de Bar o Bat Mitzva representa un antes y un después en el ciclo de vida judío. A partir de ese momento los judíos consideramos a los “chicos” como “adultos” en el sentido que según nuestra tradición ya son conscientes de sus propias decisiones asumiendo la responsabilidad de su propia existencia. Por supuesto que no nos referimos a que tienen que sustentarse económicamente ni casarse pero deben darse cuenta que sus vidas tienen ramificaciones y afectan a todo el mundo.
El cuento que utilizo para transmitirles esta idea es breve pero hermoso. Dice así:
Había una vez un sabio que estaba caminando por una carretera y vio a un anciano plantando un algarrobo. Le preguntó: «¿Cuántos años le tomará a este árbol dar su fruto?» El hombre respondió que necesitaría 70 años. Entonces el sabio le preguntó: «¿consideras que eres lo suficientemente sano como para vivir todo ese tiempo y comer de su fruto?». El hombre respondió: «Encontré un mundo fructífero porque mis antepasados lo plantaron para mí. Así, también plantaré para mis hijos».
Cada generación está literalmente anclada a la siguiente a través de sus acciones. Nosotros dependemos de los que vinieron antes y eventualmente algún día las generaciones que siguen dependerán de lo que nosotros hagamos hoy.
Pero lo más importante es reconocer que del mismo modo que estamos conectados a través de diferentes generaciones también estamos conectados los unos con los otros ahora mismo. Cada persona que conocemos es parte de nosotros. Cada uno de nosotros forma parte del equipo más importante del mundo: el equipo de la humanidad. Por lo tanto cada uno debe contribuir con lo mejor que puede y contagiar al resto en ese proyecto. Solo cuando todos agregamos lo mejor que tenemos logramos ver la totalidad de la obra como si fuera realizada por una sola persona. Así el todo se hace más grande y transcendente que las partes.
Estamos unidos no solo con quienes ya no se encuentran físicamente sino también con quienes nunca podrán conocernos físicamente a nosotros. Simultáneamente estamos unidos con todas las personas que conocemos personalmente y más increíble aún con aquellas que no conocemos. Nada existe en aislamiento. Todo, absolutamente todo, está conectado con todo lo demás. Somos parte de un gran organismo que nos une.
Está lección les enseña a los Benei Mitzva (plural de Bar y Bat Mitzva), que al ser ellos los futuros “hombres y mujeres” de nuestra tradición -y del resto del mundo también- no hay nada más importante que la relación entre dos personas. No importa si estas personas son miembros de la misma familia o extraños totales. Cuando dos individuos toman conciencia que dependen uno del otro, que están conectados uno con el otro y que tienen una relación con el otro, se funden en una Unidad y se acercan más y más a lo que los judíos llamamos Dios.
Cuando decimos el Shema Israel estamos declarando que absolutamente todo está conectado. Y al mirar el mundo con esta visión tomamos conciencia que la perfección de las relaciones es tan extraordinaria que no hay dudas que representa la culminación de un plan maestro.