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Judíos & Judaísmo

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Historias de Ego e Historias del Alma: ¿estás viviendo el juego infinito de la vida?

08/03/2019 por Diego Edelberg 5 comentarios

En este nuevo podcast exploramos uno de los temas más importantes para el autoestima: ¿en qué historia y conversaciones vives? ¿qué define lo más importante en tu vida? ¿Compartes tu ego o tu alma? Es fácil perdernos cuando hoy nos dicen que somos algoritmos que pueden ser entendidos y cuantificados. Pero no es verdad. La vida es cualitativamente in-medible.

En este podcast:

  • Ego Stories and Soul Stories por Palmer & Jackson
  • Juegos Finitos vs. Juegos Infinitos
  • Parashat Pekudei (Shemot 38:21-40:38)
  • Publicación sobre el autoestima: Lo más importante de la vida

Archivado en: Actualidad Judía, Parashat Hashavua, Podcasts Etiquetado como: autoestima, cuanto vale la vida, historias de ego e historias del alma, juegos finitos versus juegos infinitos, pekudei

Las #2 Razones Porqué el Judaísmo Ortodoxo Jamás Será Para Mí

20/04/2018 por Diego Edelberg 65 comentarios




Hay dos motivos por los cuales jamás podría sentirme parte de la interpretación de algunos de mis hermanos judíos ortodoxos. Esto no quiere decir que no respeto su abordaje. Todos estamos de igual manera ante la búsqueda del sentido más profundo y la verdad en la vida. La diferencia es que nuestros esquemas de referencia y nuestra constitución biopsicosociocultural hacen que esa búsqueda y esa verdad emerja de formas diferentes en cada uno de nosotros. Por eso cada uno debe trabajar para descubrir por qué razón le hace más sentido una aproximación y no otra a su tradición. Las dos razones (entre otras) que encuentro a menudo en la visión ortodoxa y que me alejan de mi pertenencia judía son:

  1. La creencia que los judíos son moralmente mejores o intelectuamente superiores porque tienen un alma más elevada que el resto (es decir la supremacía racial).
  2. La falta de honestidad en la ceguera tendenciosa de creer que el judaísmo siempre dice lo que me gustaría que dijera. Curiosamente, este segundo punto también remite a lo que dice el punto 1 ya que generalmente intenta demostrar que el judaísmo siempre dice que los judíos y el judaísmo mismo son los únicos verdaderos y perfectos y el resto está mal o es una imitación falsa de la única verdad que la tiene la tradición judía porque es más elevada que el resto.

Obviamente y por eso dije «algunos», sería una falta de respeto poner a todos los ortodoxos en la misma bolsa. No todos creen ni hacen los dos puntos mencionados pero sí son los que más a menudo encuentro entre sus comunidades siendo entre los dos que más me perturban por no ser necesariamente tradicionales sino una respuesta más del judaísmo.

Respondiendo de una vez antes de entrar a desglosar mis ideas a lo que planteo, quiero comenzar por dejar en claro que no creo que los judíos sean mejores que nadie. Creo que son diferentes y únicos, como todas las demás criaturas. De hecho, creo que ni siquiera los judíos son tan diferentes ya que todo ser humano está creado a imagen y semejanza de lo divino según la Tora. En el fondo y como expresó el Rabino ortodoxo Jonathan Sacks, «el judaísmo es lo diferente y no los judíos». Por otro lado y en respuesta al segundo punto mencionado, el judaísmo en su diferencia o singularidad no demanda fe incuestionable sino una profunda sinceridad intelectual y emocional que nunca deja de ser sagrada. Es lo que llamamos jutzpah, el atrevimiento sagrado judío. Por este último motivo la llegada en el judaísmo es una pregunta y no una respuesta. Quien busca respuestas en el judaísmo no las encontrará. Encontrará preguntas como respuestas a la búsqueda más profunda de la vida judía y la verdad. Así es el Talmud y así son todos los comentarios rabínicos a la Tora. Preguntas y más preguntas. Así es ser judío, es tener buenas preguntas que no se responden con un «sí» o un «no» sino con un «depende del contexto asi que analicémoslo». El objetivo de la vida judía es alcanzar la pregunta adecuada.

 

 

 

El que busca siempre encuentra

Pero de nada sirve expresar estos dos puntos sin ofrecer una discusión enraizada en la tradición. De todos modos debo aclarar que una tradición con 3000 años de producción literaria tiene tanto material que uno puede encontrar algunas fuentes para fundamentar la superioridad del alma judía y también puede encontrar autores para fundamentar su posición con respecto a lo que uno quiere que un texto signifique o diga.

Estoy convencido que de alguna manera en el judaísmo se cumple el dime qué te gustaría que el judaísmo diga y te aseguro que puedo encontrar fuentes para justificar lo que quieres que la tradición diga (¡incluso si son fuentes que se contradicen entre sí!). Por eso lo importante no es «qué se dice» ni «cómo se lee» sino la sinceridad de «desde qué lugar» uno está buscando lo que está buscando. Si quiero probar que el judío es mejor que el no judío entonces «desde ese lugar» quizás logre encontrar un texto que diga eso. La pregunta es ¿qué gano con eso? ¿por qué estoy necesitando buscar algo que me diga que soy superior a otros seres humanos? Debo decirles que poder encontrar de todo en el judaísmo no quiere decir que el judaísmo en sí es malo o incoherente. Esto no es una falla. Por el contrario, la sabiduría judía demuestra que es tan compleja la existencia que las preguntas más profundas de la vida no pueden encontrar respuestas únicas, directas, simples y excluyentes ante cualquier otro escenario desafiante que se presente. Nuevamente, en el judaísmo más profundo nadie dice, «el judaísmo dice…» sino «¿qué preguntas hace el judaísmo sobre…?«.

Por esta razón y finalmente para presentar entonces mi argumento en esta publicación al desafiar estos dos motivos que me alejan de la ortodoxia (la superioridad racial genética judía y el ser tendencioso a forzar que todo lo judío demuestre esta superioridad) les ofrezco una fascinante discusión que es profundamente judía y está basada ni más ni menos que en la Tora misma. Comienza con uno de los tantos enigmas que ha intrigado a nuestros más grandes sabios: ¿quiénes son las dos parteras con las que habla el Faraón y a quienes les ordena asesinar a todo varón israelita que naciera? Recordemos la historia desde la Tora misma:

Luego el rey de Egipto habló a las parteras de las hebreas, una de las cuales se llamaba Shifra y la otra Pua, y les dijo:

Cuando asistan a las mujeres hebreas a dar a luz y vean en la silla de parto que es niño, mátenlo; pero si es niña, déjenla vivir.

Pero las parteras temían a Dios y no hicieron como el rey de Egipto les mandó, sino que dejaban con vida a los niños varones. (Éxodo 1:15-17)

 

 

 

 

Las parteras según la tradición son obviamente…

Antes de analizar las respuestas toménse un instante y respondan para ustedes mismos: ¿las parteras eran judías o egipcias? Si piensan que eran judías acertaron. Pero si piensan que eran egipcias…¡también acertaron! ¡¿Qué?!

Según grandes rabinos medievales entre los que se encuentran RaShi, Ibn Ezra, Rashbam y Ramban, basados en un comentario del Talmud (Sota 11b), las parteras eran judías. En el Talmud leemos que ambas en realidad eran Iojeved y Miriam (la mama y hermana de Moshe) o también Iojeved y Elisheva (madre y nuera, la esposa de Arón). Es importante aquí ponerse dentro de los zapatos y la cabeza de un judío ortodoxo para entender porqué cree lo que cree y enseña lo que enseña. Incluso en el libro más comercial y popular El Midrash Dice (Shemot pagina 8) impreso por la editorial de Jabad Luvabitch, leemos que «Shifrá y Pua eran ni más ni menos que Iovejed y Miriam«. Tiene sentido entonces imaginar la razón por la cual un judío ortodoxo puede creer toda su vida que estas mujeres eran judías: tiene textos tradicionales que avalan su interpretación y pueden decirlo porque el midrash lo dice.

Sin embargo lo más interesante aquí es preguntarse, ¿qué llevó al midrash a declarar algo así? ¿Por qué no podría la Tora misma decirnos quienes eran por su propio nombre directamente? ¿Qué busca el midrash enseñarnos? La respuesta de algunos comentadores es la que compartimos al comienzo de esta publicación: eran judías porque pertenecían a la noble galaxia de heroínas judías que arriesgaron sus vidas para salvar al pueblo.

Una mujer no judía (es decir sin alma para algunos ortodoxos que gracias a Dios son pocos) no arriesgaría su vida así como sí lo haría una mujer judía. Y esta temática también es coherente con las mujeres judías que son muchas veces presentadas de esta forma en la ortodoxia, como «más elevadas» o «especiales» para poner un paño frío a la realidad que no poseen los privilegios que los hombres poseen en tanto a lo que ellos sí pueden estudiar y los rituales que ellos sí pueden hacer.

En esta lógica de superioridad, no solamente la mujer judía es presentada como superior frente a la no judía sino que dentro del judaísmo ortodoxo mismo, la mujer es presentada como superior o «más elevada» que el hombre judío. Esto hace que las mitzvot sean más numerosas para el hombre las cuales son presentadas en la interpretación ortodoxa como una «carga» que debe soportar por ser más animal. Esta sí es una lectura sorprendente en lugar de entender las mitzvot como una invitación a experimentar la hermosura de la práctica judía. ¡Y el colmo de presentar esto así es que debemos sentir lastima por el pobre el hombre que tiene que sufrir tanto haciendo mitzvot mientras que la mujer es superior y más sagrada y por eso no tiene que hacer tantas mitzvot como el hombre! ¿O sea que usando esta lógica lo mejor es ser mujer y hacer menos mitzvot? ¿En la vida cuanto menos mitzvot uno tenga que hacer es mejor? Hummm…

 

 

 

La moral y el intelecto no tienen étnia ni genética

Pero otra tradición interpretativa tan antigua como la mencionada arriba y que comienza ya con Filón de Alejandría plantea que las parteras sin duda eran egipcias. Curiosamente esta interpretación también surge de la misma línea jasidica del Baal Shem Tov que nutre a Jabad pero no es de Jabad misma sino de otra dinastía: la de Rofshitz. Encontramos ahí en el comentario Imrei Noam del Rabino Meir Horowitz de Dzikov que las parteras era originalmente egipcias que abrazaron el judaísmo. Si no fue así el autor se pregunta, ¿cómo podría el Faraón ordenarle a mujeres judías que maten niños judíos? ¿Cómo podrían ellas siendo judías haber accedido a algo así? ¿Era el faraón tan ingenuo? La tradición judía dice que hay tres razones por las que uno debe quitarse la vida antes de transgredirlas: idolatría, incesto y asesinato. Por esta razón el comentarista dice que el texto original aclara que «las parteras temían a Dios» implicando que antes no necesariamente lo hacían. Si hubiesen sido judías el texto no debería aclararnos que temían a Dios porque así lo hacen por naturaleza y obviedad las mujeres judías. ¡Mucho menos debe aclararnos esto si son Iojeved y Miriam de quienes estamos hablando!

ShaDal (Samuel David Luzzatto) toma esta misma lectura y no solo menciona lo inconcebible que es pensar que el Faraón hubiese ordenado a mujeres judías matar a niños judíos imaginando que ellas no divulgarían el plan, sino que además agrega que cualquiera que tiene un dios (verdadero o falso) no realizaría actos tan inmorales. Pero esta última frase de ShaDal pone los pelos de punta a Najama Leibowitz quien no puede creer lo que lee. Si bien es claro que ya no tiene sentido decir que eran judías a pesar que una tradición midráshica así quiso mostrarlo, por otro lado bien sabemos cómo la humanidad asesina en nombre del dios del amor, tortura en nombre del dios de la misericordia y hace la guerra en nombre del dios de la paz. ¿Y entonces?

Najama Leibowitz vuelve a darnos una clase magistral aquí. Ella nos dice que es justamente la actitud hacia las minorías, el pobre, la viuda, el huerfano y el extraño en nuestras sociedades lo que determina si una persona o un pueblo posee realmente «temor de Dios». Cómo tratamos a la minoría es cómo será la mayoría del pueblo. No hay dudas que las parteras eran egipcias según Leibowitz y otros comentarias importantes. Si aceptamos esta postura finalmente el texto no dice lo que nos gustaría que tal vez dijera. Nos deja con un mensaje final que desarticula la superioridad moral y ética de los judíos al mismo tiempo que desafía la lectura tendenciosa de una sola forma de leer el mensaje según un midrash.

En resumen, la Tora nos enseña aquí cómo un individuo puede resistir su inclinación hacia el mal más allá de si tiene alma judía o no. Nadie debe encogerse en su responsabilidad moral sino elevar su alma humana sobreponiendose a la «obediencia debida». El texto contrasta los brutales decretos de esclavitud y genocidio iniciados por un faraón tiránico que son acatados por sus gobernantes en contraposición de la desobediencia civil por parte de parteras egipcias que «temen a Dios» (y no al faraón). Ni el coraje moral ni la perversión y la maldad son cualidades étnicas. Muchos menos el intelecto que no se transmite por la genética. Moab y Ammon nos dieron a Rut y Naamah. Egipto nos dio dos grandes parteras, Shifrá y Pua.

Archivado en: Actualidad Judía, Biblia Hebrea: Tora, Profetas y Escrituras, Modernidad Judía, Parashat Hashavua

La dignidad de envejecer

27/01/2017 por Diego Edelberg 39 comentarios




Esta semana en parashat Vaera, luego que Moshe y su hermano mayor Aaron reciben la instrucción de Dios de liberar a los hebreos, repentinamente se interrumpe el drama bíblico y la Tora nos cuenta que “Moshe tenía 80 años y Aarón 83 años, cuando hablaron al faraón.” (Shemot 7:7). ¿Por qué la Tora introduce las edades en este punto frenando la fluidez de la narrativa del Éxodo? ¿Es realmente importante en este momento de la historia enterarnos de las edades de nuestros héroes al emprender su misión en la vida?

Nuestras vidas están marcadas por la sombra temerosa de la vejez. Negamos la vejez, no queremos verla y preferimos no lidiar con ella. Pagamos para que otros se encarguen de los viejos. Asociamos el estar viejo con estar enfermo o peor aún, inútil. Muchos pensamos la vejez como irrelevante, gente que no hace mucho y simplemente “está ahí”, esperando que pase su tiempo. Negamos nuestro propio paso del tiempo a través de cirugías y tratamientos estéticos, cremas y maquillajes, vistiéndonos a la moda de los adolescentes e intentando estar al día con todo lo nuevo del mundo tecnológico. Por otro lado, la juventud fresca en espíritu y creativa en ideas, busca siempre un nuevo sendero tomando aquella ruta que nadie antes tomó. Hay algo monótono y aburrido en seguir los mismos pasos que nuestros ancestros trazaron. Muchos jóvenes creen “saber más” de la vida que los viejos que ya no entienden nada e incluso se ríen de sus padres que no pueden ponerse al día con la vorágine de apps, redes sociales y cambios tecnológicos continuos. Y es aquí cuando la Tora vuelve una vez más a desafiarnos.

 

 

Ni Jóvenes ni Viejos, Jóvenes Y Viejos

Los jóvenes sin la experiencia de vida de los viejos no pueden ir muy lejos. Nuestro sistema está errado cuando pensamos que es “la juventud o la vejez” puesto que debe ser “la juventud y la vejez”. Hay dos cuentos que me recuerdan siempre esta lección. El primero es aquel en el que un padre y un hijo están dispuestos a ver un hermoso palacio juntos. Pero al llegar descubren que hay una pared muy alta que no les permite ver del otro lado. Es ahí que el padre le dice al hijo “tengo una idea, súbete a mis hombros y mira el palacio por mí. Descríbelo y a través tuyo será como si lo hubiéramos visto juntos.” El otro cuento es el del hijo que va caminando con su padre y ve una piedra gigante. Se da vuelta y le pregunta “¿padre, crees que podría mover esa piedra?” El padre le dice “tal vez si utilizas todas tus fuerzas”. El niño en vano empuja, empuja pero no logra moverla. Enojado le dice a su padre ”me mentiste, use todas mis fuerzas y no pude”. El padre le responde “no usaste todas tus fuerzas…olvidaste pedirme que te ayude”.

En el libro de Vayikra encontramos una frase contraintuitiva para nuestra generación que abraza continuamente lo nuevo como paradigma de lo bueno. Esa frase dice “Ante las canas te pondrás de pie. Darás honor al anciano” (19:32). Neill Gilman escribe en su libro Fragmentos Sagrados que las viejas tablas de la ley (aquellas primeras que Moshé rompió) finalmente son preservadas por el pueblo junto a las nuevas que Moshé vuelve a escribir para recordarnos que incluso la persona supuestamente “rota” sigue siendo una persona. En nuestra niñez y juventud, cada uno de nosotros fue cuidado amorosamente por alguien mayor. Como eslabones en la cadena de generaciones, también nos preocupamos por los que dependen de nosotros para transmitir lo que necesitamos para establecer vidas con propósito, logros y pertenencia.

 

¿Cómo evitar la muerte?

Rabbi Artson escribe, “hay una manera de evitar la muerte pero no reside en las distracciones ni las sugerencias ofrecidas por las revistas de moda. Podemos evitar la muerte y evitar su invasión en el reino de la vida, negando ver a los ancianos como muertos que caminan o equiparar el envejecimiento como el equivalente a morir.” Antes de la gran salida de Egipto llena de milagros y escenas que han inspirado a la humanidad por miles de años, la Tora necesita recordarnos que Moshe y Aaron se pondrán la difícil misión en los hombros y necesitarán de los jóvenes como Iehoshua, Caleb y las hijas de Tzelofejad. Moshe porta la fuerza de los 80 reflejada en la sabiduría que viene de la experiencia de haber recorrido gran parte de la vida, haber visto las locuras y las pasiones del corazón humano, sueños y pesadillas, limitaciones y logros. Los jóvenes necesitarán de Moshe y su experiencia de vida.

Moshe, un adulto de 80 años puede mirar al ser humano como una totalidad, lo mira con compasión y también cierto escepticismo. A los 80 años de edad Moshe emprende la misión más importante de su vida puesto que no es un viejo sino un hombre lleno de vida bien vivida. Ya no es un siervo simplemente de su pasión ni la ambición de la juventud ciega sino de algo mucho más grande: la vida misma que tanto ofrece en cada momento que podemos seguir respirando.

Archivado en: Parashat Hashavua Etiquetado como: la edad de moshe, la vejez en el judaismo, vaera 5777

¿Existe la historia judía?

20/01/2017 por Diego Edelberg 30 comentarios




Uno de los pilares fundamentales de mi vida como judío es que creo en la historia. Declarar algo así suena extraño porque todos creen en la historia. Todos creen que suceden eventos en el tiempo que van marcando la dirección del mundo en un sentido o el otro. Creer en la historia es algo obvio.

Sin embargo, creer en la historia significa para mi que el judaísmo que el patriarca Abraham practicaba no era históricamente igual al que Moisés practicaba cuando aún no se había entregado la Tora. El judaísmo que Moisés practicaba tampoco era exactamente el mismo que Rabbi Akiva practicaba luego de la destrucción del Templo cuando los Cohanim (Sacerdotes) se quedaron sin empleo por primera vez en la historia puesto que vivían para el servicio del Templo y el mismo fue destruido dejando este grupo sin razón de ser. Aún más, el judaísmo de Rabbi Akiva no era exactamente el mismo que practicaba Maimónides en siglo XII en España puesto que Rabbi Akiva no solo que jamás conoció la vida judía con el Templo en funcionamiento donde animales eran sacrificados diariamente en un altar del modo que lo vivió el rey Salomón, sino que Rabbi Akiva murió aproximadamente 530 años antes que apareciera una nueva religión llamada Islam la cual cambiaría toda la historia incluida la de los judíos. Maimónides vivió toda su vida bajo dominación islámica respondiendo a esa nueva religión y su filosofía religiosa influenciada por los griegos que pudo conocer gracias a las traducciones árabes que hacían los musulmanes y por eso su judaísmo no fue igual al de Abraham, Moisés, los Cohanim, el rey Salomón ni Rabbi Akiva.

Por este mismo motivo el judaísmo que practicaba Maimónides tampoco puede ser exactamente el mismo que practicamos nosotros hoy (¡800 años después de Maimónides!) en una sociedad secular de la cual el mundo pre-moderno jamás escuchó hablar ni imaginó como posible. En estos años vimos entre tantas otras cosas del mundo y la historia el nacimiento de todas las respuestas judías hacia la modernidad y que conocemos hoy como los movimientos Ortodoxos, Reformistas, Conservadores, Jabad Luvabitch, el Sionismo, etc. que surgieron tan solo en los últimos 250 años de los 4000 que tiene la historia judía.  Antes de ese tiempo ninguno de estos nombres existía.

 

Lo más importante de toda esta descripción es que esta realidad histórica que ha cambiado una y otra vez nuestra tradición no representa algo malo o peligroso sino por el contrario es algo positivo y bueno. De hecho es inevitable que esto suceda porque a medida que el mundo va cambiando, a menos que uno esté congelado en el tiempo, uno cambia con el mundo mismo. Porque hay cosas que sabemos hoy, verdades de todo tipo incluyendo verdades espirituales, que algunos de nuestros ancestros que eran tan humanos como nosotros, no sabían.

Por ejemplo, en el tiempo bíblico la esclavitud era aceptada. En la época en que los rabinos terminaban de redactar el Talmud, la esclavitud era aceptada. Hasta el siglo XVIII entre muchos judíos formados y bien educados la esclavitud era algo aceptado. Hoy no existe ni una corriente o movimiento judío que defiende la esclavitud. Esta es una verdad histórica espiritual que encaja perfectamente con la creencia en la historia. Por lo tanto el judaísmo de hoy es aún más sabio que el pasado. A medida que aprendemos más y vivimos más como pueblo y humanidad, nos convertimos en seres más sabios mientras el mundo entero y su historia se equivocan, aprenden cosas nuevas y cambian.

Entonces es clarísimo que el judaísmo siempre ha cambiado y esto es algo bueno porque el día que deja de cambiar, deja de equivocarse y por lo tanto deja de aprender cosas nuevas y enseñarnos cosas nuevas. La historia afecta a la tradición. Siempre lo ha hecho, siempre lo hará y siempre debería hacerlo y yo cree eso. No solo lo creo sino que incluso aún mejor, no lo niego y lo utilizo para vivir fielmente el judaísmo de nuestro propio tiempo. El judaísmo de nuestra propia historia. Sin dudas creo en la historia. Pero…

 

 

Entre la Historia & la Memoria

Este Shabat llega con parashat Shemot que comenzamos a leer nuevamente desafiando la idea de la historia, mostrándonos una vez más que una verdad es profundamente verdadera cuando su opuesto también es verdad. En otras palabras, los judíos creemos en la historia y su efecto pero ni siquiera tenemos una palabra hebrea para dicho concepto. “Historia” en hebreo se dice literalmente “historia”. Es una palabra griega.

Por eso lo que los judíos tenemos es memoria. Y esa memoria es difícil de adquirir y transmitir. Cuando volvemos a leer el comienzo del viaje de la esclavitud hacia la libertad en el libro del Éxodo, la misma enmarca gran parte de nuestro orden del mundo y nuestro lugar en el mismo. Es la narrativa que estructura no solo quiénes somos y de dónde venimos sino a dónde vamos y por qué el mundo es como es. Y ese viaje no es sólo una historia para nosotros sino una memoria continua. Un recuerdo eterno e imborrable. La salida de Egipto no debe ser narrada como historia sino como una remembranza del pasado que se hace presente cuando es traída al aquí y el ahora.

En tanto los judíos creemos en la historia pero vivimos en la memoria. La historia es interesante, pujante, irreversible e innegable. La memoria es apasionante. La historia nos informa. La memoria nos inspira y transforma. En Pesaj todos debemos sentir que nos estamos liberando hoy y que también hubo un pueblo que una vez se liberó hace miles de años atrás. Al fin de cuentas estamos ante una verdad profunda que no puede ser vista de una sola manera: somos un pueblo de historia y memoria. Una sin la otra no es judaísmo.

Archivado en: Judaismo Hoy, Parashat Hashavua Etiquetado como: historia judia, memoria judia

¿Qué clase de amor practicas? La lección central de todo Bereshit

11/01/2017 por Diego Edelberg 13 comentarios




Vayeji es la última parasha del libro de Bereshit y con ella termina el período formativo de la historia de la familia de Abraham y su descendencia. Comenzando el próximo libro, Shemot, esta familia crecerá liderada por Moshe y se convertirá -con la entrega de la Tora como documento unificador de valores- en un pueblo y una nación. Es imposible mirar hacia atrás e intentar reducir todo el libro de Bereshit a un solo tema. De hecho, esto no debería ser realizado por respeto a lo increíblemente sofisticado y complejo que es el texto mismo. Sin embargo, estoy convencido que hay un hilo temático que teje las historias desde el comienzo del mundo hasta este momento y nos prepara para lo que se viene.


Ese hilo temático es el aprendizaje por parte de la humanidad de lo que podríamos llamar “amor egoísta” hacia el logro del “amor altruista”. El “amor egoísta” es aquel que se construye desde el paradigma de la escasez que declara que no hay suficiente para todos en este mundo y esta vida. Por lo tanto algunos obtendrán lo que necesitan y otros no. Esta visión egoísta lleva a la competencia por los recursos que imaginamos como escasos. Así, desde el asesinato de Caín hacia su hermano Abel descubrimos una trayectoria ascendente del amor egoísta en todas las demás relaciones fraternales de Bereshit: Itzjak e Ishmael, Iaacov y Esav, Rajel y Lea y Iosef y sus hermanos. Cada generación de toda esta larga descendencia se enfrentará por años y años para heredar los recursos tanto naturales como materiales. Cada uno cuidará lo propio en desmedro de los demás tratando de controlar el acceso a los recursos y quedarse con la primogenitura, la bendición y la herencia. Hay una continua intolerancia hacia el “amor altruista” incluso en Iosef que a pesar de haber perdonado a sus hermanos sigue dudando de ellos cuando le dicen que su padre morirá y él les pregunta (luego de confesar quién es) si su padre sigue vivo. Nunca termina de confiar del todo en sus hermanos y tiene sus justas razones. Estos mismos hermanos lo habían arrojado a un pozo y vendido como esclavo veinte años antes.

Pero al final de Bereshit llega el “amor altruista”. Este es el momento en el cual Iaacov va a bendecir a Menashe y Efraim, los hijos de Iosef, y una vez más bendice con la primogenitura al menor por sobre el mayor. En ese instante se produce el cambio más importante de toda esta historia familiar acompañado del ruido más intenso: el silencio. Por primera vez en toda esta larga odisea el hermano menor recibe la bendición y el mayor ya no jura vengarse, no intenta matarlo o engañarlo ni se queja que le corresponde a él. Permanece callado, en silencio. Finalmente entiende que la única manera de prosperar es a través del amor altruista que se construye no desde la escasez sino desde el paradigma de la abundancia que declara que este mundo no es para ti o para mí sino “para tí y para mí”.

Hay una evolución en la relación fraternal de esta familia (¡que en el fondo es la nuestra!) que va del fratricidio al perdón, la reconciliación y culmina en la aceptación del amor altruista. Al fin de cuentas, toda esta historia ha sido de alguna manera el preámbulo para al libro de Shemot, Éxodo, en el cual tres hermanos, Moisés, Miriam y Aarón lideran los tres juntos y se necesitan mutuamente para llegar a la tierra prometida. 

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Acerca del Autor

 Hola, soy Diego Edelberg, el fundador del blog Judios&Judaismo.com. Me apasiona todo lo relacionado con la música, el judaísmo, la interpretación, la educación, la mitología, la filosofía, la religión, la ciencia, la historia, el arte, la física, la cosmología, la evolución, la sociología, la epistemología, la metafísica, la cabalá y en especial aquello que resulta contradictorio, paradójico y absurdo. Para conocer más sobre mi y de qué se trata mi blog visitá la sección Acerca del Autor

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