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Judíos & Judaísmo

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El Mejor Comentario de RaShi a Toda la Tora – Humildad, Ignorancia, Curiosidad y Asombro

14/11/2018 por Diego Edelberg 26 Comments

Tal vez el comentarista a la Tora más importante del mundo medieval no sea otro que RaShi. Más conocido por su acrónimo, su nombre completo es Rabbi Shlomo ben Itzjaki y vivió entre los años 1040 y 1105 en el norte de Europa. Estudio en las escuelas ashkenazim ubicadas en lo que hoy sería Alemania (especialmente en Worms) y luego traslado su conocimiento a su ciudad natal de Troyes en Francia. Una publicación completa sobre RaShi y su legado se encuentra aquí mismo en el blog titulada Patrones culturales de la tradición rabínica medieval – Parte I: Rashi y la interpretación de textos, el agregado de comentarios y el análisis de la literatura legalista.

RaShi no fue solamente un comentador de la Tora y la literatura rabínica. Eso sólo en la cantidad y calidad que lo hizo hubiese sido más que suficiente. Hasta el día de hoy nos asombramos con su erudición y muchas veces descubrimos que su comentario, el cual es etiquetado como el pshat (literalmente el «simple» en tanto no profundiza en alegorías ni misticismo), tiene poco de simpleza y por el contrario es de una sofisticación extraordinaria. Me atrevo a decir que gran parte de la Tora y sin dudas el Talmud sería inaccesible e inentendible para nosotros hoy sino fuera porque RaShi escribió su comentario.

Además de ser un comentador RaShi fue un «maestro» en el sentido pleno de lo que esto significa. Su legado dejó encendida una continuidad por la curiosidad y las ganas de conocer más de la Tora, el Talmud y la tradición judía. Su paso por esta tierra resume el rol más preciado que un educador puede dejar: el despertar la curiosidad y el asombro en sus discípulos. Si bien leemos cientos de veces lo que RaShi pensó, pocas veces nos detenemos a pensar que al fin de cuentas RaShi es un moré (un educador). Su rol de liderazgo está marcado por la función más elevada que un buen educador puede alcanzar en este mundo y eso es hacer que nuestros estudiantes sientan pasión por conocer más de lo que a nosotros también nos apasiona para poder aprender más sobre dicho tema de lo que nosotros mismos pudimos llegar a entender. Este legado quedo en sus propios discípulos quienes generalmente comienzan comentado sobre el comentario de RaShi, su maestro. Para lograr todo esta tarea se requiere una condición por parte del maestro que no abunda sino que escasea. ¿Cuál es la cualidad que más precisa el maestro para despertar la pasión, el asombro y la curiosidad en un estudiante? La respuesta la da RaShi mismo en el mejor comentario que escribe como Maestro de la Tora y que compartiré a continuación.

 

 

 

¿Cuál es la cualidad más importante de todas?

En el libro del Génesis (Bereshit) capítulo 28 versículo 5 RaShi comenta: «No sé qué viene a enseñarnos este detalle». Si creen que estoy siendo irónico se equivocan. Pirkei Avot, la colección de enseñas más filosóficas sobre nuestro comportamiento ético en la Mishna, subraya la importancia de aprender a decir «no lo sé». Pero la modestia intelectual de no saber algo no es apreciada hoy en día. Es más, no saber algo es entendido como un símbolo de debilidad. RaShi escribe comentarios a muchísimos versículos y también saltea algunos dejándolos sin comentarios. Generalmente cuando no comenta no es por vagancia o dificultad. Muchas veces RaShi considera que no hace falta explicar demasiado algunos pasajes porque deberían resultan obvios para nosotros como lectores. Así RaShi podría haber salteado este pasaje del Génesis que mencionamos y nadie hubiese dicho nada. Sin embargo hace algo más radical. Deja para la eternidad un mensaje que dice: «no lo sé, no lo entiendo». ¿Qué maestro hace y dice algo así hoy?

Encuentro cada vez más que muchas personas siguen hoy a un Rabino o una interpretación porque la misma parecería ofrecer certezas y respuestas resolutivas que cierran la pregunta. Pero esa no es la escuela de RaShi y la tradición rabínica del Talmud saturada de preguntas. Por eso al judío más tradicional poco le importan las respuestas sino las buenas preguntas. Para lograr gestionar la pregunta se requiere la cualidad más elevada de todas para despertar la curiosidad, la pasión y el asombro: la  humildad.

En la tradición judía la humildad ante algo más grande que uno mismo y la sabiduría ancestral que lo anticipa es lo más celebrado. La humildad es el único adjetivo que conocemos de la Tora que Moshe poseía. Los rabinos mismos van a ir más lejos aún al declarar en un Midrash que incluso Abraham y los patriarcas eran más elevados que Moshe porque eran más humildes que él (Bereshit Rabba 6:4). Y es con esa misma humildad que RaShi, el más grande todos los comentaristas, nos deja estupefactos al declarar en forma abierta su ignorancia. Pero la ignorancia de RaShi consigue el objetivo más deseado por un maestro: despierta la curiosidad de legiones de comentaristas posteriores que intentan explicar o comprender lo que RaShi no pudo entender.

 

 

 

Dos clases de ignorancia

Es fascinante descubrir que el mejor comentario de RaShi es aquel en el que no comenta nada sino que declara con abierta y orgullosa ignorancia que su sabiduría le permite descubrir que siempre queda algo por intentar comprender y que se escapa de las manos. Claramente no es que RaShi no comenta sino que al escribir que no sabe qué aprender en esta ocasión, deja por escrito su mejor comentario. En la vida misma, como maestros propios de nuestro camino y nuestra influencia en otros, debemos siempre tener ignorancia reverencial articulada a través de la humildad. La persona sin humildad no puede aprender porque siente que ya sabe todo. No tiene curiosidad porque no queda nada que despierte su ignorancia. Por supuesto tampoco tiene pasión ya que es tan soberbio que su humildad está eclipsada y ya nada le causa asombro.

Heschel lleva toda esta idea a su punto más profundo al escribir sobre las dos clases de ignorancia en su libro «Dios en la Búsqueda del Hombre» (pag. 72). «Hay dos clases de ignorancia. Una es «obtusa, insensible, estéril», resultado de la indolencia; la otra es aguda, penetrante, esplendente. Una lleva a la fatuidad y la complacencia; la otra conduce a la humildad. De la primera tratamos de escapar, en la otra la mente halla reposo.

Cuanto más hondo buscamos, más cerca llegamos de saber que no sabemos. ¿Qué sabemos con certeza acerca de la vida y la muerte, el alma o la sociedad, la historia o la naturaleza? Hemos cobrado creciente y dolorosa conciencia de nuestra abismal ignorancia. Cincuenta años atrás ningún hombre de ciencia hubiera podido advertir que era tan ignorante como se saben hoy todos los científicos de primera linea. ¿No vemos acaso que todas las leyes exactas, al igual que todos los demás absolutos y conclusiones últimas son tan ilusorias como la vasija llena de oro en la punta del arco iris? Cuidaos de decir: hemos hallado la sabiduría. Quienes van en pos de la sabiduría no hacen más que dar vueltas en redondo, y al cabo de todos sus afanes terminan por volver a su primitiva ignorancia. Ninguna iluminación es capaz de barrer por entero del mundo el misterio. Desaparecida la oscuridad, las sombras permanecen.

Filed Under: Aforismos, Citas, Espiritualidad y Religión, Educación Judía, Judaismo Hoy Tagged With: asombro, comentario de la tora, curiosidad, el mejor comentario de rashi, heschel, humildad, ignorancia

¿Por qué a tantos judíos les molesta Purim?

15/02/2018 por Diego Edelberg 84 Comments

Todos sabemos que lo que creemos y asumimos como absoluto cambia a medida que vamos viviendo y experimentando la vida. La vida misma nos va tomando por sorpresa haciéndonos cambiar nuestras grandes ideas, nuestras idolatrías sobre cómo las cosas y las personas son o deberían ser. Incluso el tipo de relación que tenemos con nuestros seres más queridos va cambiando de formas impensadas. Lo único constante es el cambio. O como Julio Numhauser Navarro lo inmortalizó mejor que nadie en su canción, «Cambia, todo cambia»

Acá va mi confesión de algo que cambió: Purim era una molestia en mi vida. No me gustaba. Me parecía la fiesta más extraña de nuestra tradición por el simple hecho que yo asociaba lo judío con lo solemne, lo profundo, aquello que siempre me dejaba maravillado por su nobleza y su intelectualidad. Pero Purim me invitaba a enfrentarme con esta ridiculización de mi tradición. Hacer burlas, beber, disfrazarme, ponerme en ridículo enfrente de personas que días después me compartían grandes momentos de crísis que estaban atravesando en la vida mientras yo pensaba «¿se acordará que me vio hace pocos días disfrazado de pirata? ¿cómo puede esta persona tomarme en serio después de eso?» Si bien se que hay un mensaje profundo en la Meguila (escribí sobre eso hace unos años en esta publicación) no lograba asociar lo payaso con lo sublime del judaísmo.

Todo esto como todo en la vida cambió hace unos años. Y ha sido una gran lección. ¿Qué cambió? ¿Cuál es la lección?

 

 

 

La manifestación de lo escondido

Lo fascinante y profundamente humano de Purim es que sale de lo común y esperado. Esto debe ser contemplado no solo durante Purim sino todo el resto del año. En Purim las sinagogas se convierten en un patio de recreo escolar. Vemos niños felices y orgullosos disfrazados de super heroes, princesas y otros personajes. Al hacerlo notamos lo divertido que es ver a los niños crear y soñar con diferentes identidades. Juegan a imaginarse de formas diferentes e incluso quizás se atrevan a incorporar algo de esos personajes que admiran porque ninguno de ellos y ellas se disfraza de algo que no les gusta ni sueñan ser. Es por eso que vemos la niñez y la adolescencia como la etapa en la que uno prueba y construye diferentes identidades.

Sin embargo con el paso del tiempo algo esperado pero trágico ocurre: nuestras identidades dejan de cambiar y se convierten en algo fijo. Creemos que eso es crecer y es lo que supuestamente deberíamos hacer para mostrar que somos ya adultos. A partir de ese momento no solo dejamos de representar algo sino que asumimos que somos ese algo que nombramos. Ese es el motivo por el cual a los adultos nos cuesta más “jugar” y disfrazarnos en Purim. Al mismo tiempo que lo vemos simpático nos resulta “tonto”, inapropiado o poco digno para nuestra edad.

Pero justamente Purim es la fiesta en la que descubrimos quienes somos. La heroína de la historia se llama Ester cuyo nombre significa “escondido”. No solo porque parte de quienes somos realmente permanece escondido ante otras personas sino incluso ante nosotros mismos. Incontables veces vamos a hacer cosas y luego decirnos “¡no puedo creer que yo hice o dije eso!” Obviamente somos nosotros manifestando una parte escondida de nosotros mismos que ni siquiera nosotros conocemos que está ahí. Parte de disfrazarnos es jugar a descubrir una vez más que quienes somos no es solo lo que nosotros mostramos sino lo que elegimos mostrar. Al elegir mostrarnos elegimos crear nuestra propia identidad. Definir por nosotros mismos quiénes somos y quién nos gustaría ser.

 

 

 

No tienes permiso para ocultarte

El hecho que la palabra Ester significa “escondido” tiene otra dimensión más profunda. La Meguila es el único texto en todo el TaNaJ en el cual Dios no es mencionado por su propio nombre ni una sola vez. ¿Significa esto que Dios está ausente de la historia de Purim? Obviamente para nuestra tradición tal idea es inconcebible. El significado más profundo es que a imagen y semejanza, Dios también está escondido en el mundo. Si nosotros nos escondemos probablemente Dios también esté escondido. Por lo tanto el desafío no es preguntarnos dónde está Dios sino cuándo está Dios. En qué momento y no en qué lugar. No es necesario pararse ante la inmensidad del mar o las montañas sino simplemente mirar en los ojos a otro ser humano para descubrir lo escondido.

Parte de nuestra naturaleza de ser judíos es descubrir quiénes somos una y otra vez en la vida. Si Dios no es un ser estático sino un devenir dinámico entonces nosotros creados a su imagen y al igual que absolutamente todo lo que nos rodea en el ecosistema del que formamos parte, vamos cambiando continuamente. Si dejamos de hacerlo a los 20, 30, 50 o 80 nos hemos olvidado que parte de estar creados a imagen de lo divino significa también que lo divino es infinito y por eso nosotros tenemos infinitas posibilidades por delante. Como escribió Neruda, «Muchos Somos»

Nadie nos prepara para lo que vinimos a hacer y desplegar. Por eso hay un momento en la Meguila que pasa desapercibido para muchos pero para mí es crucial, especialmente al haber decidido dedicar mi vida al judaísmo. Cuando Ester tiene que ir a hablar con el Rey su tío Mordejai le dice quién sabe si no es para esto que recibiste este honor (Ester 4:14). En otras palabras, incluso cuando jamás imaginaste que esto era parte de tu misión en esta vida, ¡sorpresa! había dimensiones escondidas de tu personalidad y tus posibilidades que ahora tienen que ser realizadas. Ahora debes mostrar y mostrarte quién eres en tu integridad. En forma orgánica y en tu totalidad. Incluyendo aquello escondido que no creías iba a ser necesario.

 

 

 

La llegada es una pregunta, nunca una respuesta

La pregunta que debemos hacernos es ¿por qué en determinado momento no buscamos nuevas identidades? ¿Por qué no buscamos nuevas posibilidades? Creo que es por miedo. Tenemos miedo de salirnos de quiénes fuimos, cambiar los patrones de lo que hicimos hasta ahora, descubrir nuevas facetas de nosotros mismos que estaban ocultas, nuevas posibilidades, nuevos amores, nuevas pasiones y nuevas amistades. Nos cuesta mucho esfuerzo constituirnos y justificarnos en quienes somos y creemos debemos ser para replantear todo y volver a mirarnos con ojos que desconociamos. Pero en gran parte de eso mismo se trata el judaísmo. De una incesante búsqueda por llegar sabiendo que la llegada es siempre una nueva pregunta y nunca una respuesta. Fijar la identidad es idolatrarla en respuesta. El judaísmo es el dogma del no dogma. La curiosidad incesante. La pregunta eterna.

Sabemos que hay en este mundo todo tipo de peligros y problemas. Pero nos equivocamos cuando pensamos que tenemos que mantenernos seguros, tranquilos, callados, fijos y con todas las respuestas. Confundimos tener claridad con sentir que las cosas se mantienen en calma dentro de una rutina predecible que no nos desafíe demasiado sino nos de certezas y nos diga qué tenemos que hacer y sentir.

Pero una y otra vez necesitamos ser desafiados para seguir creciendo y creyendo, descubriendo quiénes somos y quién queremos ser. Lo mejor de todo es que Dios nos dice que si hay algo que no tenemos que tener es miedo. Purim nos recuerda el peligro de quedarnos callados ante el miedo de ser. Y Najman de Brastlav nos recuerda que todo el mundo es un puente muy angosto y lo más importante es no tener miedo.

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Sostenedor y Contenedor de Paradojas y Contradicciones

03/12/2017 por Diego Edelberg 25 Comments

A medida que más vivo, experimento, estudio, amo, sueño, sufro, acompaño personas y familias en el abanico de alegrías y tristezas que la vida como unidad indivisible nos propone; leo cientos de emails que me escriben de todo tipo y converso con otras personas y conmigo mismo me convenzo cada día más que mi imagen de Dios se ha tornado últimamente en «sostenedor y contenedor de paradojas y contradicciones».

La Tora misma nos dice en la parasha que leímos esta semana que, «No se dirá más tu nombre Iaacov sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres y has vencido» (Génesis 32:29). Ser Israel literalmente significa ser «luchadores» y la declaración del Shema que hacemos todos los días nos exige que entendamos la unicidad de las paradojas y contradicciones como parte de nuestra lucha. Todos enfrentamos contradicciones y paradojas como parte de la experiencia humana continuamente. Y ahí, en este instante de lucha que nos acontece una y otra vez, emerge ese Dios sostenedor y contenedor de paradojas y contradicciones.

Dios es el contenedor de todo lo que no podemos unir como humanos en nuestras disonancias cognitivas, nuestros procesos de desequilibrio constante, nuestros momentos de sinsentido y las expectativas no cumplidas que fantaseamos. Dios contiene y sostiene estas instancias.

El símbolo más claro de esta imagen es la famosa zarza que arde y no se consume. Es lo que llama la atención de Moisés en el contraste absoluto con su archienemigo el Faraón de Egipto. El Faraón representa ese Dios de lo binario, lo blanco o lo negro, lo bueno o lo malo, lo correcto o incorrecto, las mujeres o los hombres, los amos o los esclavos. Moisés emerge de ese mundo de amos o esclavos, de buenos o malos y se encuentra con este Dios que está en una zarza que se está quemando pero no se consume. ¡Vaya disonancia cognitiva que enfrentó Moisés!

Al igual que el Dios de Moisés, mi Dios últimamente es el que aparece en esa zarza que quema pero no se apaga porque habita en el intersticio, en ese entre-medio-de, en ese microsegundo antes que la momentánea disonancia se resuelva en la consonancia del siguiente acorde. Últimamente ahí me encuentro con Dios. Y confieso que con toda la tensión que acarrea ese momento de disonancia, es lo que me alimenta el alma y me da mucha satisfacción cuando volvemos a encontrarnos con Dios en ese punto del tiempo y el espacio.

Lo sé, quizás sería más simple decirles que nos encontramos en la sonrisa de mis hijos, la mirada y abrazo de mi esposa, los momentos de chistes y conversaciones con familia y amigos, celebrando y bendiciendo la vida en comunidad, cuando me despierto en la mañana y desayuno mirando la precordillera de los Andes desde el living de mi casa en Santiago de Chile, cuando estudio Tora, cuando sueño e imagino qué sorpresa me traerá la vida…sin dudas Dios está en todas estas experiencias y por eso fluyen tan rápido de mis dedos al escribirlas. Dios está siempre ahí.

Hoy quiero compartir este Dios contigo. Es un Dios que está presente si estás atravesando un momento sin resolución (¿acaso hay momentos resueltos?). Es un Dios que nos está llevando a los dos de la mano mientras caminamos por la cuerda floja al próximo punto de resolución momentánea y descanso muy breve. Es el sostenedor y contenedor de todas las contradicciones y paradojas que estamos viviendo. Solo quiero saber y me gustaría leer tu comentario, ¿también te encuentras con Dios en estas instancias?

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El mejor atajo que descubrí para vivir mejor

04/06/2017 por Diego Edelberg 59 Comments

Estas semanas estamos nuevamente leyendo el cuarto libro de la Torah conocido en hebreo como BaMidbar, literalmente «En el desierto». Uno imaginaría que la historia del pueblo de Israel bajo la dirección de Dios debería ser bastante simple: Dios libera a los esclavos de Egipto, les da la Torah que es una especie de manual de vida (la cual incluye una narrativa de origen, prescripciones de comportamientos éticos y rituales) y al otro día los pone en la Tierra Prometida. Pero como todos sabemos no es esto lo que sucede. Una vez entregada la Torah el pueblo debe deambular por un desierto, por un lugar que supuestamente es todo el tiempo igual, durante cuarenta años. ¿Para qué necesita el pueblo atravesar el desierto? ¿Qué está enseñándonos la Torah con este deambular?

 

 

 

La maldición de los atajos

Hemos perdido la capacidad de habitar en el desierto. Pasamos la mayor parte de nuestra vida encerrados en casas, departamentos, oficinas, comunidades, edificios de todo tipo, autos, aviones, aeropuertos, supermercados, shopping malles y gimnasios. Estamos muy poco tiempo al aire libre. Mientras nuestros antepasados salían a buscar un refugio para protegerse del mundo, nosotros debemos hacer un esfuerzo para ir a la plaza un rato y experimentar un poco del mundo natural. Y no solo estamos encerrados en lugares físicos sino emocionales puesto que no tenemos que hacernos problemas para ir a ver a alguien: hoy tenemos Skype, whatsapp, email o amigos en Facebook. Ya no hay desiertos físicos ni emocionales que atravesar. Ya nadie cae de sorpresa en lo de un amigo y cada vez son menos los que llaman por teléfono para preguntar cómo andamos o desearnos feliz cumpleaños. Todo tiene hoy un atajo tecnológico. Un shortcut. Un mensajito.

La idea que hay para toda experiencia humana un atajo tecnológico, una forma de moverse fácilmente por lo incómodo que puede llegar a ser el tener que experimentar el desafío de llegar al otro lado físico y emocional del desierto es una idea muy moderna. Cuando analizamos ciertas situaciones en la vida y decimos hoy que nos va a llevar tiempo lograrlas, la primera pregunta que surge es “¿no hay una solución más rápida? ¿no hay algún atajo que podamos hacer? ¿No hay una sola gran idea que resuelva todos los problemas?” Estamos desacostumbrados a la idea que tenemos que experimentar lo que es atravesar el desierto, lo que es deambular durante años y años de esfuerzo para llegar a la Tierra Prometida que fantaseamos o imaginamos como la respuesta a todos nuestros problemas.

En la Mishna (la primera compilación de la tradición oral rabínica), se nos enseña que no se puede usar la sinagoga como un atajo. Una manera de entender esto es literal. Pero lo que están diciendo los rabinos es que la sinagoga o la comunidad -entendida como una «Casa de Encuentro/Estudio/Rezo e incontables experiencias más»- es un lugar en dónde el desafío del crecimiento espiritual que todo ser humano debe atravesar no puede suceder como si fuera un atajo, una solución rápida en la que solamente pasando un ratito por ahí uno va a encontrar todas las respuestas espirituales que está buscando.

 

 

 

La ficción de la espiritualidad instantánea

Estamos siendo alimentados continuamente por ficticios “atajos espirituales”. Creemos que cada libro nuevo que sale va a cambiar nuestra vida, que cada nueva charla Ted (¡que son espectaculares!) o cada nuevo gurú del momento nos va transformar para siempre en un solo encuentro. Sin embargo, esta idea que tiene que pasarnos una transformación radical y espiritual en forma inmediata y tiene que suceder ahora mismo no solo es una idea infantil sino que es reduccionista frente a la multiplicidad y complejidad de la vida. Es una idea falsa para la naturaleza intuitiva de la experiencia humana. Además es lo opuesto a lo que enseña el judaísmo. Justamente, la razón por la cual los israelitas deambularon por el desierto es porque ningún cambio profundo, ninguna sabiduría que es importante, puede lograrse en un instante o de un día para el otro. Uno no puede transformar un ser humano para siempre con un solo rezo, una drasha (interpretación o sermón), una oración, un estudio o una idea. Se necesita tiempo, esfuerzo, trabajo, paciencia, amor y buena voluntad.

Pero no nos gustan estas ideas porque en otras áreas de nuestra vida las cosas son instantáneas. Si uno quiere comida y tiene las necesidades básicas satisfechas uno la consigue al instante abriendo el refrigerador. Si uno tiene sed uno calma su sed al instante y si uno tiene frío uno prende la estufa y listo. Si uno quiere leer un libro hoy hace click y al instante puede estar leyéndolo desde su teléfono. Así asumimos el error de pensar que los seres humanos deberíamos funcionar del mismo modo que el mundo artificial (el mundo de los artefactos y aparatos tecnológicos). Es decir, deberíamos poder girar el switch o apretar un botón y convertirnos instantáneamente en sabios, en personas que tienen todas las respuestas al conflicto de medio-oriente, a cómo combatir el terrorismo, a las políticas de estado, al futuro del judaísmo o hacia dónde debería ir nuestra comunidad. Pero como sabemos de los años en el desierto, estamos siempre a mitad de camino. Siempre queda un largo recorrido por delante.

Esta es la razón por la cual sin importar cuán exaltado es cada personaje de la Biblia, al final todos se equivocan en algo y fallan. Ninguno es perfecto porque nadie realmente lo consigue en forma total. Creer que uno puede hacerlo todo no solo es arrogante sino que tampoco es una idea judía. Los rabinos enseñan que “no te es comandado terminar la tarea pero tampoco puedes deshacerte de tu responsabilidad”. Este es el motivo por el cual al terminar el último libro de la Tora seguimos en el desierto. No hay atajos. Es más, no hay nada en el judaísmo que pueda transformarnos en un instante sino que requiere tiempo y ese es el motivo por el cual leemos la Tora una y otra vez. Ya la leímos millones de veces pero lo que nos produce cada vez que volvemos a leerla no es circular sino un espiral ascendente. Lo que nos va pasando es que va creciendo cada vez más desde adentro de nuestras almas.

 

 

 

El desierto es el atajo de la felicidad

Los judíos no creemos en los secretos que tiene un solo gurú ni un solo Rebe. El secreto de la vida en el judaísmo es la vida misma al ser vivida. Para eso se requiere un esfuerzo de todos los días. De estar metido en la cocina y no sentando cómodamente mirando y opinando desde afuera. Se precisa atención diaria. Una lucha constante y lamento decirlo, requiere “equivocarse todos los días” yendo de derrota en derrota con optimismo. Ese es el motivo por el cual la generación del desierto tenía que atravesar el desierto. No solo por ellos mismos sino por nosotros, para que podamos entender que el modelo de la sabiduría judía es que estamos todos deambulando por un desierto con líderes humanos temporarios que no son Dios y no están 100% seguros de lo que hacen llevándonos a una Tierra que nunca llegaremos y que incluso el líder mismo ni siquiera puede entrar.       

El Rabino Jonathan Sacks tiene una hermosa metáfora para explicar esto. Nos enseña que una estrella es lo que utilizamos para navegar y orientarnos, pero no esperamos llegar a la estrella en sí misma. Lo mismo ocurre con el Mesías y la era mesiánica. La idea de este supuesto lugar perfecto al que llegaremos algún día, de la iluminación absoluta que conseguiremos si hacemos esto o lo otro y que nos conduciremos en forma perfecta si actuamos y pensamos de tal manera es lo que utilizamos para navegar por el desierto e inspirarnos diariamente. Pero sabemos y entendemos que ninguno de nosotros llegará en forma total. Lo hacemos por algo más grande que nosotros mismos. Por nuestros hijos, nietos, por las generaciones que nos antecedieron y las que nos seguirán e incluso lo hacemos por amor a la vida misma que nos es regalada en bendición.

Pero no hay atajos, soluciones fáciles, salidas rápidas, estudios breves, propósitos únicos, personas que tienen todas las respuestas ni ideas absolutas que salvaran todo. Solo hay desafíos. Solo hay éxitos breves y temporarios. Solo la certeza que mañana vamos a tener que intentarlo otra vez. Lo más importante es que uno puede leer todo esto y verlo como una forma pesimista de ver el mundo. Pero yo no lo veo así. De hecho es justamente la conciencia de esta idea la que me da la felicidad y la alegría de cada instante. Si lo pensamos, Adam y Eva están en el paraíso perfecto del jardín del Edén por cinco minutos nada más. ¿Y qué es lo que hacen? Lo único que no debían hacer, comer del árbol prohibido. ¿Por qué lo hacen? Por esta misma idea. Porque un lugar o estado perfecto no es lo que necesitamos ni lo que realmente queremos ni tampoco lo que Dios pretende. Las primeras tablas de la Ley las escribe Dios y se rompen. Las segundas las escribe Moshé y son las que sobreviven. La mano del hombre imperfecta que media entre el cielo y la tierra es lo que Dios quiere. Este mundo no está creado para lo perfecto sino para lo roto que debe ser de a poco curado. Y eso es lo bello, noble y preciado.

Si miramos hacia atrás, los momentos más felices de nuestras vidas fueron cuando estábamos intentando lograr algo o cuando conseguimos algo con mucho esfuerzo. El consuelo del desierto es en realidad el atajo para el secreto de la felicidad, la satisfacción, el haber logrado algo pequeño en la escala de las galaxias que así y todo nos da la alegría y entusiasmo. Déjenme reescribir el Talmud: ni siquiera la sinagoga puede ser un atajo. No hay nada que sea un atajo y eso es algo bueno. Solo tenemos el largo, difícil, doloroso y maravilloso deambular por el desierto. Y la buena noticia es que ninguno de nosotros está fuera de este desierto. Quien está al lado nuestro en la vida está deambulando exactamente igual que nosotros. No está ni más ni menos adelante. Estamos todos exactamente en el mismo lugar dentro de este desierto. Lo mejor que podemos hacer entonces es seguir deambulando juntos. ¡Buen viaje!

Filed Under: Actualidad Judía, Aforismos, Citas, Espiritualidad y Religión

Los Mitos del Infierno en el Judaísmo

17/06/2015 por Diego Edelberg 58 Comments

Nuestros cuerpos no duran para siempre. La conciencia de esta condición innegable hace que la vida sea al mismo tiempo difícil e interesante. Debemos hacer un esfuerzo enorme para aceptar los límites impuestos por la Creación.

Pero la verdad es que tener que lidiar con la conciencia de esta realidad no solo ha estado presente en la mayoría de las civilizaciones sino que ha funcionado como una fuente de inspiración para imaginar y combatir la idea de lo limitado de la existencia humana. Tenemos una tendencia natural a no satisfacernos y querer siempre más: más generosidad, más amor, más espiritualidad, curación, salud, bendiciones y más años de vida.

El judaísmo por supuesto no está excepto de esta conversación y ha creado mitos propios para responder ante una situación que, al igual que las descripciones de la Creación y El Fin de los Tiempos, ningún ojo humano jamás ha visto o experimentado. Solo podemos recurrir al lenguaje no figurativo, metafórico, poético, imaginativo o mitológico cuando hablamos de todas estas cosas. Pero nunca podremos hablar de hechos concretos. Por eso continuamos explorando y traduciendo la introducción a Tree of Souls: The Mythology of Judaism, escrito por Howard Schwartz y publicado por Oxford University Press (para más sobre esta obra recomiendo leer La Mitología Judía).

Los Mitos del

 

¿Qué dice realmente la Biblia? No mucho.

Desde el punto de vista bíblico todas las almas de los muertos se reúnen en un lugar sombrío llamado Sheol. Allí no hay ni recompensa ni castigo. En la Biblia, salvo Janoj y Eliahu, todos mueren. Esto ya nos da una idea de cuán diferente era la concepción sobre el después que poseían nuestros antepasados que vivieron durante el tiempo bíblico y cómo el pensamiento sobre este tema fue cambiando a medida que el judaísmo fue exponiéndose a otras formas de pensamiento aumentado su nivel de abstracción. Lo que podemos claramente observar es que el mito bíblico es muy diferente del mito griego del Hades donde la filosofía introdujo la idea que los mortales eran juzgados tras su muerte y se los recompensaba o maldecía. De hecho este mito griego probablemente influyó el concepto cristiano de Limbo.

 

 

 

De la nada al infierno o purgatorio

En la tradición rabínica Sheol fue reemplazado por Gehinnom (Gehenna en yiddish), un lugar de castigo para las almas de los pecadores que combina elementos del purgatorio y el infierno. Fue la creencia rabínica mayoritaria que sólo unas pocas almas iban directamente al Paraíso después de la muerte. La mayoría iba al Gehinnom donde eran quemados en el fuego del infierno y castigados con latigazos de fuego por los ángeles vengadores durante todo un año. En el Zohar estos fuegos del infierno se identifican como las propias pasiones y deseos ardientes de una persona que lo consumen.

En la mitología judía estos castigos son tan graves como los retratados en el Infierno de Dante pero -en contraste con el concepto cristiano del infierno- las almas purificadas son finalmente liberadas del Gehinnom y se les permite hacer un lento ascenso hacia al Paraíso. Por esta razón, se podría argumentar que el infierno judío está más cercano al concepto cristiano del purgatorio en lugar del infierno. Algunos incluso toman la posición que la liberación inevitable del Gehinnom significa que en el fondo no hay concepto judío absoluto del infierno sino una etapa de castigo que purifica el alma antes de que «ascienda a lo alto». Sin embargo las descripciones de los castigos en Gehinnom son tan extensas (y el temor de estos castigos entre los vivos fue tan extendido) que para ser más precisos deberíamos describir simplemente a Gehinnom como «el infierno judío.»

 

 

 

¿Qué pasa en el Gehinnom?

Muchos de los mitos sobre el Gehinnom simplemente enumeran los castigos que se encuentran allí. Otros mitos intentan trazar las dimensiones del Gehinnom y señalar dónde es posible encontrar sus entradas. Con el tiempo una mitología más elaborada sobre el Gehinnom fue apareciendo con tanta importancia como lo hizo la mitología sobre el cielo. Nuevos detalles fueron emergiendo tales como el papel de Duma, el ángel encargado del Gehinnom, o la presencia de un guardia fuera del Gehinnom que sólo admite a quienes tienen un castigo ya decretado.

Pero aquí no termina todo. Al igual que en los mitos del cielo, la tradición rabínica posee mitos sobre rabinos visitando el Gehinnom así como relatos sobre cómo todos los castigos en Gehinnom cesan durante Shabat. Nos enteramos, gracias a la mitología judía del Infierno, que incluso hay toda una categoría de ángeles vengadores que castigan a los pecadores en Gehinnom. Estos temibles ángeles persiguen las almas de los pecadores recién fallecidos con varillas de fuego y cuando los capturan los arrastran al Gehinnom para hacer frente a sus castigos.

 

 

 

¿Un infierno feliz?

En la publicación anterior nos invité a reflexionar sobre dónde está el cielo realmente. Nuevamente aquí deberíamos pensar lo mismo sobre el infierno, Sheol o Gehinnom. La pregunta es, ¿qué nos motiva a creer que estamos hablando literalmente de un espacio físico limitado por las categorías de tiempo y lugar tales como aquellas que experimentamos en vida? ¿Puede ser que sean lugares que hemos fantaseado por ignorancia experimental? Como podemos ver nuestra tendencia natural a no satisfacernos y querer siempre más se ha extendido hacia reinos inimaginables.

Finalmente hay esperanza. La buena noticia de la mitología judía es que el papel del castigo en el supuesto infierno judío es transitivo y no eterno. Forma parte de un mito más grande sobre nuestros actos fallidos y la redención o salvación en la que el alma prácticamente de todos los seres humanos es eventualmente purificada lo suficiente como para escapar del castigo eterno. En esto la mitología judía contrasta fuertemente con la visión cristiana de que las penas del infierno son eternas.

Filed Under: Aforismos, Citas, Espiritualidad y Religión Tagged With: infierno judio, los mitos del infierno judio, muerte en el judaísmo

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 Hola, soy Diego Edelberg, el fundador del blog Judios&Judaismo.com. Me apasiona todo lo relacionado con la música, el judaísmo, la interpretación, la educación, la mitología, la filosofía, la religión, la ciencia, la historia, el arte, la física, la cosmología, la evolución, la sociología, la epistemología, la metafísica, la cabalá y en especial aquello que resulta contradictorio, paradójico y absurdo. Para conocer más sobre mi y de qué se trata mi blog visitá la sección Acerca del Autor

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