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Judíos & Judaísmo

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Las #11 Lecciones Judías Más Importantes de la Vida: la #7 es mi preferida

29/07/2019 por Diego Edelberg 49 Comments

El Shabat pasado fue mi última tefilá en Ruaj Ami como líder espiritual de la comunidad. Los cambios nunca son fáciles y requieren enfrentar el miedo. Escribí hace 5 años sobre la decisión de comenzar en Ruaj Ami en la publicación ¡Shana Tova 5776! ¡Atrévete a cambiar! Dicha publicación es muy preciada para mí porque me permite recordar el temor que me daba cambiar y cómo lo enfrenté. Hoy leo lo que escribí y recuerdo lo que me llevó vencer mis miedos, mirar a los ojos a mis fantasmas y enfrentarlos para crecer desde allí (¡les recomiendo lean la publicación si no lo hicieron!).

Cuando uno debe pararse frente a su comunidad y decir las últimas palabras, es casi la misma sensación que uno tiene al escribir un testamento para su familia. Es la última chance que uno tiene para expresar gratitud, pedir disculpas y compartir las enseñanzas más profundas que uno ha aprendido sobre la vida judía como legado con su amada kehila. Si tuvieran que escribir hoy mismo un testamento o legado para sus seres queridos con las lecciones más importantes, ¿qué dirían? Como imaginarán responder esta pregunta fue tremendamente difícil.

Sin embargo, mientras ordenaba mis ideas llego a mi email la última publicación del Rabino Jonathan Sacks. Quienes me leen saben que tengo un panteón de grandes maestro/as y entre ellos Sacks ocupa un lugar importante. Sú última publicación contiene un video y se titula «Las Cosas que La Vida me ha enseñado sobre el Judaísmo«. De pronto tenía ante mis ojos lo que quería comunicar perfectamente ordenado y con la elocuencia y sabiduría de uno de los pensadores judíos más importantes. Así que tomé sus ideas, las traduje al castellano, las separé en #10 enseñanzas, agregué mis propios comentarios a los de Sack y sumé una última idea más, la #11. Espero estas ideas los acompañen toda la vida porque estoy convencido que son tan profundas que no tienen fecha de vencimiento. Aquí van…

#1 Nunca Te Avergüences de Ser Judío

Nuestra gente ha visto y ha contribuido tanto con la historia de la humanidad; nuestro libro sagrado es la piedra fundamental de la sociedad Occidental en tanto sus narrativas de origen y leyes de comportamiento social que propone; tenemos una resiliencia y capacidad extraordinaria no solo de sobrevivir sino prosperar, que deberías portar tu judaísmo como un honor, un orgullo y una responsabilidad. Algunas personas desprecian a los judíos: siempre lo han hecho y temo decir que siempre lo harán. Siempre habrá quienes encuentren más fácil echarte la culpa de las tragedias del mundo en forma reactiva que ser proactivos en responsabilizarse por contribuir al mundo. En cuyo caso, cuando te encuentres con gente que te desprecia por ser judío, recuerda este primer punto y camina erguido, de modo que, para mirarte a los ojos, se vean obligados a mirar hacia arriba.

#2 Nunca comprometas tus principios por los demás

Groucho Marx dijo, «tengo mis principios y si no le gustan…¡tengo otros!» Este chiste me recuerda lo opuesto de esta segunda lección. No comprometas tu Kashrut (del modo que tu la entiendes y practicas) o cualquier otra práctica judía importante para ti solo porque te encuentras entre no judíos o con judíos que no son religiosos y creen que tus rituales son de una persona inferior a ellos. Los no judíos respetan a los judíos que respetan al judaísmo. Sienten vergüenza ajena por los judíos que están avergonzados por el Judaísmo. Así que esfuérzate por armar tu teología y tus rituales judíos y no los comprometas por satisfacer a nadie.

#3 Nunca menosprecies a los demás

La Tora enseña que todos venimos del primer ser humano creado betzelem elohim, a imagen y semejanza de lo divino. Todos los seres humanos tienen una parte de Dios. Por lo tanto nunca pienses que ser judío te da permiso para menospreciar a los no judíos. Nunca pienses que ser un judío religioso te da derecho a despreciar a los judíos no religiosos. Tampoco creas que porque eres un judío no religioso tienes derecho a menospreciar a los judíos religiosos. Nunca pienses que si naciste de madre judía eres superior a quien eligió el judaísmo por elección. Y si no naciste de una familia judía y has elegido el judaísmo para tu vida seguramente sepas mucho más de teología y rituales judíos que el judío de nacimiento y eso no te da derecho a menospreciarlo tampoco. Recuerda siempre que Moshe, el profeta judío más importante fue la persona más humilde de su generación cuando tenía todas las oportunidades para sentirse la gran cosa. Pero atención: la humildad no significa auto-abatimiento o abnegación de tu valor en la vida. La verdadera humildad es la capacidad de ver el bien en otros sin preocuparte por ti mismo.

#4 Nunca dejes de aprender

El Rabino Sacks cuenta que una vez conoció a una mujer que tenía 103 años y que aún parecía joven. Le preguntó, cuál era su secreto. Ella respondió: «Nunca tengas miedo de aprender algo nuevo en la vida«. Entonces se dió cuenta que el aprendizaje es la verdadera prueba de la edad. Si estás dispuesto a aprender, transformarte, repensar tus ideas, crecer y cambiar puedes tener 103 y aún ser joven. Si no quieres aprender, transformarte, repensar tus ideas, crecer y cambiar puedes tener 23 años y ya ser un viejo.

#5 Nunca confundas lo que es justo con la justicia propia

¡Qué difícil que es esto! Lo que es justo y la justicia propia suenan similares, pero son opuestos. Los justos ven lo bueno en las personas; los que buscan justicia propia ven lo malo. Los justos te hacen sentir más grande; los que buscan justicia propia necesitan hacerte sentir pequeño. Lo justo elogia; la justicia propia critica. Los justos son generosos, la justicia propia es rencorosa y prejuiciosa. Una vez que logres entender esta diferencia, mantente lejos de los que buscan justicia propia sin importar la forma en la que viene: derecha e izquierda, religiosos o seculares, etc. Recuerda que nuestra Tora enseña tzedek tzedek tirdof, justicia justa perseguirás. La justicia no tiene sabor, goce ni placer. De lo contrario no es justicia sino venganza. Por lo tanto trabaja tu humildad para entender que algo puede ser justo y sin embargo desafía tu justicia propia. Cuando llegues a ese punto habrás escalado el escalón más elevado. Gánate el respeto de gente que respetas.

#6 Cada vez que hagas una mitzvá, detente y sé consciente

Cada mitzvá está ahí para enseñarte algo y eso hace toda la diferencia al hacer una pausa y recordar por qué lo estás haciendo. El judaísmo sin sentido, sin reflexión, sin conciencia y sin kavaná (dirección del corazón) no es bueno para el alma. Cuando estés rezando, reflexiona cuidadosamente sobre el significado de las palabras que estás diciendo. Recuerda también que al rezar eres parte de una sinfonía coral de cuatro mil años, formada por las voces de todos los judíos de todos los países a lo largo de todos los siglos que han dicho estas mismas palabras. Algunos dijeron estas plegarias en medio del sufrimiento; otros las gritaron cuando se enfrentaron al exilio y la expulsión; algunos incluso las murmuraron por miedo en los campos de concentración. Son palabras santificadas por lágrimas. Hoy en gran parte del mundo y gracias a Dios las estamos diciendo en libertad. Los rezos de nuestros antepasados ​​se han hecho realidad para nosotros. Por eso nuestros rezos a través de sus palabras los honran tanto como a Dios, porque sin ellos hoy no seríamos judíos, diríamos otros rezos en lugar de estos, y sin nosotros siguiendo su tradición, sus esperanzas habrían sido en vano.

#7 No te preocupes ni sientas vergüenza si no puedes mantenerte al día con la sabiduría y las enseñanzas del judaísmo que se hablan en tu comunidad

Aquí va una confesión para todos los que me leen y me elogian diciendo cuánto se o cuán bellas son mis publicaciones: ¡no hay día que no sienta algo de vergüenza de no saber algo esencial del judaísmo que creo debería saber! La buena noticia es que no estoy solo y tú tampoco. Nadie sabe todo del judaísmo. De hecho, aquí va otro consejo importante para evaluar a tu maestro: si te dice que sabe todo y tiene todas las respuestas lo mejor es que salgas corriendo de allí porque ese no es un maestro sino un loco estafador. No eres el primero ni último judío que no logrará leer todo lo que los judíos escribieron (para hacerlo deberías vivir varias vidas y hablar en forma fluida unos 14 idiomas, como mínimo). Por eso la tradición judía no te entrenará para tener respuestas sino para llegar a la pregunta que necesitas hacerte. Pero debes atravesar el miedo de creer que deberías ser Rabbi Akiva para estudiar Tora. No tengas vergüenza de aún no saber hebreo como te gustaría, de no poder entender a los comentaristas judíos más importantes, de no haber nunca leído a tal Rabino o tal obra judía de la que todos hablan, de no conocer aún el significado de todos los rezos y de ser un ignorante de Cabalá, Musar, Talmud, Halajá o lo que sea. A lo largo de mi vida no me he cansado de escuchar miles de excusas y pedidos de disculpa por no saber. ¡Basta! Yo tampoco nací sabiendo todo. Nadie nace sabiendo todo ni muere tampoco sabiéndolo todo. A los judíos les encanta contar biografías de grandes Rabinos que a los 10 años sabían todo el Talmud y a los 20 ya tenían super poderes. Si eso te deprime y te aleja entonces no le prestes atención. Sigue adelante con tu propio viaje de aprendizaje y desarrollo espiritual. Sin prisa y sin pausa. No te compares con nadie más que tú mismo. Tu eres tu propia competencia. Igual que tú, siento que hay tanto que no sé y mucho más que nunca sabré. Así que guarda las excusas, disculpas, vergüenzas, miedos, sensaciones de inadecuación en el cajón y sigue estudiando, sigue aprendiendo, agradece cada granito de arena que logras incorporar a tu desarrollo intelectual y emocional judío y…¡compártelo sin soberbia sino en humildad!

#8 Siempre estate dispuesto a compartir tu judaísmo

En Shabat o en los Jaguim, invita a tu hogar. Una vez por semana, aprende con personas que saben menos que tú sobre el judaísmo. Comparte en humildad y alegría tu tradición. Sin soberbia, sin sarcasmo ni burlándote sino con curiosidad, asombro, reverencia y amor. Contagia el judaísmo a otras personas. Esto no significa justificarte ni sermonear. Significa explicar cuando el interés del que pregunta es genuino, respetuoso y amoroso (y no cuando te están juzgando, vuelve al #2 para esto). Para entender lo que significa compartir debes entender la diferencia entre lo material y lo espiritual: con cosas materiales -como la riqueza o el poder- cuanto más compartes, menos tienes. Con las cosas espirituales -como el conocimiento, la amistad, el amor o la celebración- cuanto más compartes, más tienes.

#9 Nunca seas impaciente con los detalles de la vida judía

Los rabinos son intolerantes ante la idea del «da lo mismo». Cada ritual judío tiene un cómo, un qué, un dónde, un cuánto y un porqué (bueno, no todo tienen un «porqué» pero justamente de eso se trata la emuna). No hay nada peor para tu espiritualidad judía que pensar que todo es «más o menos lo mismo» y que si digo estas palabras en lugar de estas otras «da igual» y a quién le importa total Dios no está en los detalles. ¡Por el contrario Dios habita en los detalles! La obsesión con el detalle hace que no caigamos en la indiferencia de nada y que todo este saturado de omnisignificado. El judaísmo es la poesía de lo mundano, de las cosas que de otra manera daríamos por sentado. La práctica judía es la coreografía sagrada de la vida cotidiana.

#10 Dios vive en el espacio que hacemos para Su presencia

Cada mitzvá que hacemos, cada rezo que decimos, cada acto que emprendemos, es una forma de hacer espacio para Dios. Es bien conocida la enseñanza que dice, «¿Dónde está Dios? Donde lo dejes entrar». Recuerda también que el Rabino Neil Gillman (Z.L) nos enseñó una pregunta aún mejor: «¿Cuándo está Dios? Cuando lo evocas, allí está».

#11 Comienza con el final en mente

Quienes hayan leído «Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva» de Stephen Covey reconocerán que este es el hábito #2 de su libro. En nuestra tradición este hábito tiene otra connotación. Significa que cada vez que estes por decir o hacer algo piensa en lo que significará al final de tu vida lo que estás haciendo y las consecuencias que tendrá. Tu nombre vendrá acompañado de tu decir y hacer. Por eso tengo la costumbre de comenzar cada shiva al regresar del cementerio con la Mishna de Pirkei Avot

רַבִּי שִׁמְעוֹן אוֹמֵר, שְׁלשָׁה כְתָרִים הֵם, כֶּתֶר תּוֹרָה וְכֶתֶר כְּהֻנָּה וְכֶתֶר מַלְכוּת, וְכֶתֶר שֵׁם טוֹב עוֹלֶה עַל גַּבֵּיהֶן
Rabí Shimón dice: hay tres coronas: la corona de la Torá, la corona del sacerdocio y la corona de la realeza, más la corona de una buena reputación (literalmente del buen nombre) está por encima de ellas.

Pirkei Avot 1:13

Dedica unos momentos para imaginar tú shiva, el día que ya no estés físicamente en este mundo. Eso fue lo que hice yo al despedirme de mi comunidad. Como si fuera una pequeña muerte quería pensar qué quedaría de mi nombre cuando ya no esté ahí. En su libro Jovot HaTalmidim el Rabino Kalonymus Kalman Shapira enseña que la mejor lección es aquella que el estudiante realiza cuando su maestro ya no está presente. Como padre, es mi deseo que mis hijos recuerden la importancia de ser buenas personas y amar su judaísmo el día que no esté en este mundo para recordárselos. Lo mismo deseo con cada alma que me conecto, ya sea como fue en Ruaj Ami como lo fue y es con otras comunidades e incluso con cada lector de este blog. La intención de imaginar tu muerte, el día que ya no estés para recordarle al mundo lo que crees o sientes no es un ejercicio para deprimirte. Todo lo contrario. Es para que pienses cómo quieres ser recordado. Seriamente respóndete: «¿Qué quieres que evoque tu nombre?» Para lograr lo que imaginas que tu nombre evocará cuando ya no estés empieza hoy y no el día que te vas. Por eso, siempre empieza con el final en mente.

Filed Under: Judaismo Hoy

La Impactante Verdad sobre los judíos, los conversos y los no judíos

19/07/2019 por Diego Edelberg 53 Comments

Preparando mi examen de Mishna para este semestre, estudiamos el seder nashim. En este seder, en el capítulo 3:12 del masejet kidushin, se encuentra la primera mención en la historia judía del momento en el cual los judíos dejaron de ser definidos como tales por parte del padre y comenzaron a serlo por parte de la madre. Es bien sabido desde hace miles de años que para ser judío hay que nacer del vientre de una madre judía. Ella es la que define el status judío de nacimiento y no el padre. Sin embargo, cualquiera que lee seriamente la Biblia sabe que esto no era así. En algún momento esto se cambió y así ha permanecido hasta la actualidad para quienes se adscriben a la tradición rabínica dentro del sistema halájico conformado por los textos autorizados. Si uno se posiciona fuera del sistema halájico y dichos textos la discusión no tiene mucho sentido, es equivalente a querer jugar al ajedrez usado un tablero de backgammon o damas.

A través del estudio sobre la Mishna guiado por el Rabino Doctor Kulp, descubrí una obra maravillosa del Rabino Doctor Shaye J.D. Cohen: The Beginnings of Jewishness: Boundaries, Varieties, Uncertainties – Los comienzos de la judeidad: límites, variedades, incertidumbres. En los tiempos modernos, varios grupos judíos han argumentado si el judaísmo es una función de la etnicidad, de la nacionalidad, de la religión o de las tres cosas. Estas concepciones fundamentales ya estaban en su lugar en la antigüedad. La peculiar combinación de etnicidad, nacionalidad y religión que caracterizaría el judaísmo tomó forma en el siglo II a.e.c. Este libro, brillantemente argumentado y accesible, revela uno de los temas más complejos de la antigüedad tardía al mostrar cómo estos elementos fueron comprendidos y aplicados en la construcción de la identidad y pertenencia judía por parte de los judíos, los gentiles (los no judíos) y el estado. Comenzando con el caso intrigante de la herencia judía de Herodes el Grande, Shaye J.D Cohen continúa discutiendo qué hizo o no hizo a la identidad judía durante el período: la cuestión de la conversión, la prohibición del matrimonio mixto, el descenso matrilineal y el lugar del converso en el mundo judío y los mundos no judíos. Su excelente estudio es único, ya que se basa en una amplia gama de fuentes: literatura judía escrita en griego, fuentes clásicas y textos rabínicos, tanto antiguos como medievales. También presenta una discusión detallada de muchos de los textos rabínicos centrales que tratan sobre la conversión al judaísmo.

Sin dudas recomiendo leer todo el libro. Lo que traduje a continuación es su epílogo el donde el autor teje la narrativa histórica de la identidad y pertenencia judía en forma clara y ordenada. Espero disfruten la lectura y epílogo de este libro el cual, insisto, es de lectura obligada para quienes quieran argumentar seriamente sobre patrinilinealidad y matrilinealidad en el judaísmo.

“Nosotros” y “Ellos”

La judeidad, la afirmación consciente de las cualidades que hacen que los judíos sean judíos, supone un contraste entre dos grupos diferentes: “nosotros” y “ellos”. Los judíos constituyen un “nosotros”, todo el resto de la humanidad, o, en el lenguaje judío, las naciones del mundo, los gentiles, constituyen un “ellos”. Entre “nosotros” y “ellos” hay una línea, un límite que no está dibujado en arena o piedra sino en la mente. La línea no es menos real por ser imaginaria, ya que tanto “nosotros” como “ellos” estamos de acuerdo en que existe. Aunque hay un límite que separa a los dos grupos, el límite es transitable, puede ser cruzado y no siempre permanece distintivo.

Este libro es un estudio de la creación de este límite durante el período formativo del judaísmo, desde el siglo II a.e.c hasta el siglo V. El tema de la parte 1 es que la frontera entre judíos y gentiles en la antigüedad no siempre estaba claramente marcada; el grado de interacción social entre judíos y no judíos era lo suficientemente grande para que no siempre fuera fácil saber quién era judío y quién no lo era. En la diáspora, especialmente, era relativamente fácil para un judío «hacerse pasar por» -o «ser confundido con»- un gentil. Asumimos que asociarse con judíos y observar los rituales y prácticas judías establecería una presunción de judaísmo pero eso no otorgaba certeza de judeidad. Como pasa hoy, algunos gentiles también se asociaban con los judíos e incluso observaban algunos rituales judíos. En la tierra de Israel los asuntos eran a veces igual de complicados. ¿Fue Herodes el Gran Judío? El rango de las respuestas dadas a esta pregunta por nuestras fuentes antiguas son bastante asombrosas, llamándolo «el portador de sangre de Judea» hasta Edomita , «medio-Judío» e incluso llegando hasta esclavo gentil. Estas respuestas reflejan la reputación póstuma de Herodes al menos tanto como lo reflejan las dudas persistentes acerca de su condición judía durante su vida, pero muestran claramente y no obstante, que el judaísmo no era una función de criterios objetivos empíricos. Para complicar aún más el problema tenemos la ambigüedad inherente de la palabra griega Ioudaios, que originalmente designaba a un miembro de la comunidad étnica de Judea (es decir, un judeano), pero posteriormente también vino a designar cualquier persona que venera al Dios cuyo templo está en Jerusalén (en decir, un judío).

El tema de la parte 1 es que el límite entre judío y gentil no está bien marcado; el tema de la parte 2 es que la frontera es transitable. El desarrollo de Ioudaios (judeano o de Judea) a “judío” (definido por su condición religiosa y cultural más allá de su lugar geográfico de origen) da testimonio de un desarrollo trascendental en la historia del judaísmo, el crecimiento de una concepción no étnica de la judeidad. Tal concepción no se certifica de manera segura hasta el siglo II a.e.c, cuando los hasmonaitas (los macabeos), bajo la influencia de las ideas políticas griegas, extendieron la ciudadanía en el “estado de Judea” a los edomitas e ituraeanos. Los nuevos ciudadanos seguían siendo edomitas e ituraeanos incluso cuando se convirtieron en judeanos. Con la apertura del límite en el siglo II a.e.c, los gentiles lo cruzaron y se convirtieron en judíos de diversas maneras, ya sea por medio de la libertad política, la conversión religiosa, la veneración del Dios judío, la observancia de los rituales judíos y/o la asociación con judíos u otros medios. El mismo período también proporciona la primera certificación segura de la noción de conversión para el judaísmo, la idea de que un gentil podía negar su politeísmo (no hay necesidad de decir “una gentil” en este período, porque la conversión al judaísmo se concibió por primera vez como una prerrogativa de varones) y aceptar al único Dios verdadero. Los rabinos en el siglo II e.c estandarizaron el proceso de conversión exigiendo que todos los conversos acepten los mandamientos de la Torá, que los hombres sean circuncidados, que todos los conversos se sumerjan adecuadamente en la mikve y que estos pasos se tomen públicamente y, por lo tanto, sean verificables. Cuando un gentil ha cumplido con todos los requisitos rabínicos y realizado la ceremonia prescrita, los rabinos lo declaran (o la declaran) como «un israelita en todos los aspectos». El gentil se ha convertido en un judío.

¿Los conversos eran considerados 100% judíos?

Aun cuando permitieron que los gentiles se convirtieran al judaísmo, los rabinos antiguos proscribieron todo contacto sexual abierto y posible, ya sea matrimonial o no, entre judíos y gentiles conversos. Este es el tema de la parte 3. Al declarar y justificar la prohibición, los rabinos seguían una tradición que se remontaba, de nuevo, a los hasmonaitas en el siglo II. Sin embargo, cuando se trató de las consecuencias de los matrimonios mixtos, los rabinos del siglo II e.c parecen haber sido totalmente innovadores. Establecieron el principio matrilineal que decretó que el estado de los hijos de los matrimonios mixtos sigue el de la madre. Así, una mujer no judía tiene hijos no judíos incluso si son engendrados por un hombre judío y una mujer judía tienen hijos judíos, incluso si son engendrados por un hombre no judío. Este principio aparece por primera vez en la Mishná pero sin explicación ni justificación. Probablemente este principio entró en la ley rabínica ya sea bajo la influencia de la ley romana de las personas, o como resultado de reflexión rabínica sobre la naturaleza de las mezclas y el cruzamiento de diversos tipos.

El principio matrilineal y la prohibición del matrimonio mixto son expresiones de la preocupación rabínica por el pedigrí adecuado y la pureza genealógica. Según los textos rabínicos la descendencia de matrimonios impropios es inferior a la descendencia de matrimonios adecuados, e incluso la descendencia de matrimonios adecuados puede clasificarse de acuerdo con una jerarquía genealógica (ver final de la Mishna Kidushin). En este sistema, los conversos, debido a su nacimiento fuera del grupo, tienen un rango inferior al nativo israelita. Un gentil puede convertirse en judío pero nunca puede borrar su nacimiento gentil (de hecho es siempre llamado hijo de Abraham o Sarah) y, en consecuencia, nunca puede alcanzar la igualdad total con el nativo (esto será un tema central para Iehuda Halevy en la Edad Media).

El límite entre “nosotros” y “ellos” es una combinación de religión o «cultura» (parte 2 del libro) y etnicidad o nacimiento (parte 3). En una serie de pasajes, Filón de Alejandría, Flavio Josefo y los rabinos reconocen explícitamente la dualidad de la frontera, pero no parecen darse cuenta de que sus dos aspectos son fundamentalmente irreconciliables. El sistema de identidad que alcanzaría una forma canónica en el judaísmo rabínico era una unión de elementos dispares, el judaísmo como una función de la religión y el judaísmo como una función de la descendencia.

Mantengamos las distinciones bien claras

La hegemonía rabínica y el entorno político de las comunidades judías desde la antigüedad tardía hasta los tiempos modernos tempranos aseguraron conjuntamente que el judaísmo no sería ni esquivo ni problemático. Muchos textos rabínicos imaginan que los judíos de nacimiento son distintivos, identificables, no asimilables; de hecho, los textos rabínicos son los únicos textos de antigüedad que hacen tales declaraciones. La ley rabínica fortaleció la frontera entre judíos y gentiles, y definió el proceso de conversión, el lugar del converso dentro de la sociedad judía, el estado de los descendientes de los matrimonios mixtos, y la capacidad de matrimonio de todos aquellos dentro de la comunidad de Israel. Los rabinos de la antigüedad no pudieron -de hecho no podían- resolver todas las ambigüedades y dudas sobre el judaísmo, la conversión y el matrimonio mixto; los rabinos de épocas posteriores dedicaron (¡y aún están dedicando!) mucha energía al ajuste fino del sistema rabínico y el esclarecimiento de preguntas que los rabinos de la antigüedad nunca habían considerado.

En particular, los rabinos de la Edad Media dedicaron mucha atención al estado del apóstata, es decir el judío que cruzó la frontera y devino en un gentil, el caso de aquel de “nosotros” que se convirtió en uno de “ellos”. La antigua ley rabínica prestaba poca atención a los apóstatas, pero en la Edad Media, tanto en el cristianismo como en las esferas islámicas, la apostasía era un problema serio y real que exigía atención. ¿Seguía el judío apóstata siendo un judío? Esta fue la única pregunta importante para la cual el legado antiguo fue totalmente inadecuado. Por el contrario, los rabinos de la antigüedad legaron a la posteridad un sistema que definía la membresía dentro de la comunidad de Israel y que claramente estableció el significado y los límites de la judeidad.

El entorno político de las comunidades judías de Europa, el Mediterráneo y el Cercano Oriente también contribuyó a la naturalidad e inevitabilidad de la judeidad. Los estados cristianos de Europa y los estados islámicos de África y el Lejano Oriente reconocieron a los rabinos como los líderes religiosos de sus comunidades judías y, lo que es significativo, apoyaron el mantenimiento de la frontera entre los judíos y sus vecinos cristianos o musulmanes. En sus periodos formativos tanto el cristianismo como el Islam se definieron a sí mismos en contraste con el judaísmo, y ese legado se mantuvo en la Edad Media. Así como los judíos estaban interesados ​​en definirse como un “nosotros” en contraposición de los cristianos y musulmanes, los cristianos y los musulmanes estaban interesados ​​en definirse a sí mismos también como un “nosotros” en contraposición de los judíos como «ellos». Los estados cristianos y musulmanes alentaron a los judíos a desertar, y una de las formas en que lograron ese objetivo fue asegurarse de que todos supieran quién era judío y quién no lo era. Por siglos, entonces, viviendo en estados cristianos y musulmanes bajo la hegemonía rabínica, los judíos sabían quiénes eran. La judeidad no era un problema.

La Modernidad: cuando las fronteras y diferencias se evaporan

La judeidad se convirtió en un problema cuando estos factores internos y externos desaparecieron. En el siglo XIX, la emancipación de los judíos y la reestructuración general de la sociedad europea a través de los procesos emancipatorios de las minorías junto al iluminismo tardío significó el colapso de las fronteras intelectuales, políticas y sociales que tradicionalmente habían mantenido a los judíos «dentro» y a los gentiles «fuera». En búsqueda de una mejor vida los judíos decidieron salir de sus guetos y entraron en la nueva sociedad occidental mayoritaria. Alimentados por un gran deseo de pertenecer, muchos judíos abandonaron su carácter étnico y religioso para convertirse en «buenos» alemanes, «buenos» franceses, etc. Incluso en Europa del Este, donde la Emancipación se produjo más tarde y con mucho menos efecto que en Europa Occidental, la vida judía en las aldeas y en las pequeñas ciudades estaba muy afectada por las últimas décadas del siglo XIX debido a las fuerzas corrosivas del antisemitismo, el empobrecimiento, las emigraciones y las revoluciones sociales. En los Estados Unidos y otras diásporas, la separación de la iglesia y el estado significó que los rabinos nunca tuvieron ningún poder legal ante los ojos del gobierno, y que la comunidad judía no tenía una posición legal mayor que la de una asociación de voluntarios. En todas partes, al parecer, la hegemonía rabínica había desaparecido, o se había reducido, y el estado ya no imponía la identidad judía. Este es el contexto que forzó en la modernidad el nacimiento de una nueva pregunta: «¿Qué es y Quién es Judío?» (realmente en el mundo medieval estas pregunta no era relevantes, los judíos y no judíos sabían muy bien quiénes eran y qué eran).

El siglo XIX fue la época de las grandes ideologías judías modernas. Reformismo, Ortodoxia, y (para usar un término que fue acuñado después) los pensadores Conservadores, definieron el judaísmo en términos de religión, similar al cristianismo y en contraste con él. Los pensadores reformistas fueron los más abiertos y los más lógicamente consistentes en su afirmación de que el judaísmo era solo una religión, no un pueblo y no una nación. Los judíos alemanes, dijeron, no tenían más en común con los judíos franceses que lo que los católicos alemanes tenían con los católicos franceses. Por otro lado el final del siglo vio el surgimiento de dos ideologías que definían el judaísmo en términos no religiosos. Los sionistas definieron el judaísmo como una nacionalidad: los judíos necesitaban un estado propio para poder alcanzar la normalidad que los eludía como un pueblo de la diáspora. Para la mayoría de los sionistas, el judaísmo como religión había muerto; el nuevo judaísmo era el nacionalismo judío. Entre los primeros sionistas había algunos que habrían acogido como miembros incluso a judíos que se habían convertido al cristianismo; si los alemanes pueden ser católicos o protestantes, ¿por qué los israelíes (para usar un término que fue acuñado mucho más tarde con el establecimiento del Estado Moderno de Israel) no podrían ser judíos o cristianos? Por el contrario los bundistas argumentaron que el judaísmo era la condición de pueblo, y que la solución al problema judío en Europa no era el nacionalismo sino el socialismo. A través del socialismo las masas de los judíos trabajadores pobres serían liberadas de su pobreza y ennoblecidas. En Europa occidental hubo luchas feroces entre las fuerzas del Reformismo y las fuerzas de la Ortodoxia, en Europa del Este entre los sionistas y los bundistas, y entre ambos grupos estaban los religiosos tradicionalistas. Religión, nacionalidad y etnicidad: lo que los rabinos siguiendo a los hasmonaitas (los macabeos) habían logrado unir, en la modernidad se habían vuelto a dividir.

Las fuerzas del caos y la confusión no han disminuido en el siglo XX y XXI. Es cierto que los bundistas han desaparecido. El Reformismo que en sus inicios fue abierta y orgullosamente antisionista, hoy junto a prácticamente todas las expresiones organizadas del judaísmo como religión en la actualidad apoya al estado de Israel y reconoce que la nacionalidad es un componente de la identidad judía. Pero la creación del estado de Israel ha llevado a nuevos desafíos: hay una sensación creciente de que la identidad judía en el estado judío es diferente al sentimiento de la identidad judía en la diáspora, y que esta diferencia va en aumento. En los Estados Unidos y la diáspora, el crecimiento de los matrimonios mixtos y la atenuación de una identidad religiosa entre los amplios alcances de la población judía ha causado gran preocupación entre los rabinos, sociólogos, demógrafos y líderes comunitarios: ¿qué tipo de identidad judía tienen estos judíos? ¿Qué tan fuerte es? ¿Se puede transmitir a la siguiente generación? En la década de los 90, hay apenas unas pocas publicaciones judías que no tiene al menos un artículo sobre esta constelación de temas.

El desafío actual: Sin «ellos», ¿puede haber un «nosotros»?

La incertidumbre de la judeidad en la antigüedad prefigura curiosamente la incertidumbre de la judeidad en los tiempos modernos. En ese entonces, como ahora, los judíos individuales no son fácilmente reconocibles; simplemente son parte de la población general. En ese entonces, como ahora, la palabra Judío o Ioudaios ha llegado a tener una amplia gama de significados. Antes de que llegaran los rabinos y estandarizaran las reglas de conversión, había numerosas formas en que los gentiles cruzaban la frontera y se convertían en judíos. Antes de que los rabinos vinieran e inventaran el principio matrilineal, los hijos de padres judíos fueron considerados judíos y los hijos de padres gentiles fueron considerados gentiles. En nuestra época, fuera de las pequeñas pero influyentes comunidades que aún se adhieren a la ley rabínica tradicional, ya no se obtienen los estándares rabínicos para la conversión y el principio matrilineal rabínico. En algunas comunidades, los hombres ni siquiera necesitan ser circuncidados para ser aceptados como conversos (un grado de apertura que, como he argumentado varias veces en el libro, es incomparable en la antigüedad y toda la historia judía). Hoy, al igual que en las comunidades no rabínicas de la antigüedad, los gentiles se afilian a la comunidad judía de muchas maneras y por muchas razones. Hoy, al igual que en las comunidades de la antigüedad no rabínicas, los descendientes de padres judíos y madres no judías se consideran judíos (al menos en algunos círculos). Pero según la ley rabínica, no existe tal cosa como ser «medio judío». De todas maneras en la sociedad estadounidense y la diáspora existe una categoría creciente de personas que se consideran a sí mismas como «medio judíos». Incluso hay un pequeño pero creciente grupo de «temerosos de Dios» (algunos de ellos se definen como «Noájidas» aún cuando esta categoría es hoy un anacronismo histórico), gentiles que ya no se ven a sí mismos como cristianos, sino como gentiles en la periferia del judaísmo. Nuestro mundo post-rabínico refleja el mundo pre-rabínico de la antigüedad.

La principal diferencia entre nuestro mundo y el de ellos es que el contraste existencial entre “nosotros” y “ellos” era una realidad para los judíos de la antigüedad, incluso para los judíos pre-rabínicos y los judíos no rabínicos, mientras que ya no es una realidad para muchos judíos contemporáneos de la diáspora. La mayoría de los judíos de los Estados Unidos y la diáspora, tal vez la gran mayoría, no se sienta alienada de la sociedad gentil. Ciertamente nuestra sociedad neutral no hace nada para reforzar la identidad y pertenencia judía o para obligar a los judíos a permanecer judíos. El aumento dramático de la tasa de matrimonios mixtos muestra no solo que una gran cantidad de judíos no ven a los gentiles como “ellos”, sino que también una gran cantidad de gentiles ya no ven a los judíos como un “ellos”. El desarrollo de una «religión del Holocausto» entre los judíos que intenta invertir al judaísmo con un significado sobre la base de la destrucción de los judíos europeos, es un intento de darles a los judíos hoy un cierto sentido de alienación o de alteridad de la sociedad circundante. Si ha tenido éxito o puede continuar teniendo éxito no está claro. Los judíos estadounidenses simplemente se han vuelto estadounidenses: blancos de clase media. No hay ningún registro histórico de que cualquier grupo de judíos en la antigüedad haya alcanzado este nivel actual de integración en su sociedad, este nivel de aceptación y al mismo tiempo un nivel inaudito de auto-abnegación étnica.

Los líderes comunitarios judíos se preguntan y se preocupan: ¿la desaparición del “otro” presagia la desaparición del “sí mismo”? Sin «ellos», ¿puede haber un «nosotros»?

Nota personal y conclusiones

Shaye J. D. Cohen (Autor)

A lo largo de este libro yo, Shaye J.D Cohen he hablado en primera persona singular. Soy blanco, de clase media, heterosexual, diestro, estadounidense, judío, masculino, casado y padre de cuatro. Me encantaría compartir con el lector mi biografía personal y académica completa, excepto que imagino que el editor se opondría. Yo ofrezco esta información personal porque yo, como la mayoría de mis compañeros en el mundo académico, me doy cuenta de que todo el academicismo está condicionado por el entorno y la identidad de sus autores. De ahí tú, lector, deberías saber algo sobre mí, el autor.

En el Seminario Teológico Judío en Nueva York (JTS), fui ordenado como rabino Conservador y enseñé durante muchos años. Fui educado en la escuela «histórico-positiva» del judaísmo Conservador. Incluso si aprendiera la hermenéutica de la sospecha de Morton Smith, mi mentor doctoral en la Universidad de Columbia, sigo siendo un positivista: estudio el pasado para hacer afirmaciones positivas sobre lo que creo que sucedió o no sucedió. Estudio no solo las tradiciones históricas sobre un evento sino también el evento en sí. Como la mayoría de los historiadores, encuentro la discontinuidad y el cambio más interesante que la continuidad y la tradición. Por lo tanto, en este libro he enfatizado los puntos cruciales en los cuales una ley o idea dada recibe su testimonio más temprano. He esbozado una historia del judaísmo, desde la pertenencia a un pueblo hasta la ciudadanía en un estado, hasta la adhesión a una religión, y finalmente, como se evidencia en los textos rabínicos, como la pertenencia a una religión étnica. Si mi reconstrucción es correcta, esta es una historia muy interesante. Tal vez los historiadores que conocen el mundo antiguo mejor que yo encuentren más paralelos grecorromanos que yo para dilucidarlos; tal vez los historiadores de otras regiones del mundo encuentren paralelos con estos desarrollos en la historia de otros grupos; tal vez los historiadores de la experiencia judía mostrarán cómo cualquier número de estas ideas sobreviven y se desarrollan en los siglos posteriores; tal vez los historiadores que están más familiarizado con las ciencias sociales podrán iluminar estos desarrollos a través de la aplicación de la teoría y los modelos sociales. He hecho mi mejor esfuerzo como historiador.

Soy un rabino, pero no estoy escribiendo como un rabino. Es decir, en este libro no estoy abogando conscientemente por la retención, reforma o eliminación de cualquier ley rabínica. Si mi enfoque histórico es correcto, la conversión al judaísmo, el principio matrilineal, la prohibición general del matrimonio mixto y el nexo de religión, etnicidad y nacionalidad no fueron reveladas al pueblo de Israel por Moisés en el Monte Sinaí, sino que fueron creadas por judíos históricos que vivían en el tiempo histórico. Por consiguiente, ¿este hecho implica que estas ideas y leyes no tienen autoridad sobre los judíos contemporáneos, que pueden ser enmendados o descartados a voluntad? La respuesta depende enteramente de la teoría de la revelación, autoridad, tradición y ley en el judaísmo:

  • Los judíos tradicionalistas disputarán los principios sobre los cuales se basa mi erudición histórica. Los que sean intelectualmente honestos quizás aceptarán mis argumentos pero sostendrán que mis teorías históricas no tienen consecuencias para aquellos que desean ser fieles a la tradición y observar la ley rabínica normativa fuera de la historia. La historia es la historia, dirán, y la halajá (ley rabínica normativa) es la halajá.
  • Los judíos reformistas pueden tomar mi argumentación histórica como justificación de la reforma de prácticas tradicionales, pero argumentan de esta manera solo porque ya han decidido previamente y por otras razones no halájicas ni tradicionales acomodar estas leyes a su decisión personal.

En otras palabras, el academicismo histórico no tiene consecuencias necesarias para la observancia judía. Los que desean mantener la tradición pueden hacerlo, los que desean reformar la tradición podrán hacerlo; el primero negará la relevancia de la erudición histórica para con la práctica judía, el último la afirmará como sustento y base teórica. Al fin de cuentas el tema crucial no es la historia, sino la predisposición en el abordaje del texto por parte de la susceptibilidad del lector y su deseo.

Espero que mi trabajo tenga un efecto en las costumbres de la comunidad judía contemporánea. Espero que las autoridades rabínicas contemporáneas den la bienvenida a los posibles conversos con la misma seriedad y postura moderada que forma la base de la ceremonia de conversión rabínica. Y, finalmente, espero que la sociedad judía contemporánea aprenda a considerar a los conversos como iguales a los nativos. Pero estas esperanzas no han dirigido mi erudición y sus conclusiones, al menos no conscientemente.

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¿Se puede ser inteligente y ser una persona de fe? Una respuesta al ateo arrogante

20/05/2019 por Diego Edelberg 31 Comments

Cuando me presento como una persona de fe, una persona que tiene esperanza, que cree en Dios, que cree en lo misterioso e inefable, que cree en lo sagrado y oculto que se devela en la Tora, automáticamente un gran número de personas considera que debo ser poco inteligente o menos sofisticado que ellas como para necesitar estas estructuras que estas mismas personas definen como infantiles, irracionales, dogmáticas o débiles. Estas personas creen que necesito engañar a mi mente y creer en estas cosas ilógicas para tener un ordenamiento en mi vida buscando protección de algún miedo inconsciente aún no identificado (quizás miedo a la muerte, la soledad, el sinsentido o la libertad absoluta). 

Una de las cosas más egocéntricas y arrogantes de nuestra era es la cantidad de gente que se auto congratula y se felicita a sí misma por ser orgullosamente atea y no creer en nada, como si eso significara que uno es más inteligente porque no precisa narrativas mitológicas creadas para personas débiles o menos sofisticadas que necesitan una especie de “voz paterna” que les indica cómo vivir y qué es lo bueno y qué es lo malo en la vida. El ateo radical se enorgullece de creer que puede decidir qué es lo bueno y lo malo y no precisa de ningún ordenamiento social heredado de carácter metafísico ya que entiende que el ser humano es la medida de todas las cosas. Quienes no creemos que la ética puede ser definida por la propia consciencia moral de cada individuo, ni tampoco creemos en que no existe ningún tipo de bien o mal en el mundo ya que todo es absolutamente relativo y aleatorio, somos vistos muchas veces como débiles o poco sofisticados.

Lo primero que me genera incomodidad en este tipo de posición atea radical y arrogante es su falta de conexión y continuidad con la antigüedad y la historia del pensamiento de la humanidad. Si uno se interesa por leer a los grandes escritores, filósofos, pensadores y artistas de la historia de la humanidad eliminando de esa lista todos aquellos que consideraron y contemplaron la posibilidad en sus pensamientos de algo metafísico, misterioso e inexplicable, la lista que queda no solo es minúscula sino que dicho pensamiento no logró perdurar como sello de nuestra especie. Por eso cuando uno escucha los argumentos de un ateo arrogante, generalmente descubre que son presentados como argumentos egocéntricos lógicos mientras que los de una persona de fe, de un creyente, de un religioso como yo, son interpretados por el mismo ateo radical como el producto de una neurosis psicológica.

El problema es la arrogancia

Estoy cada día más convencido que el universo no puede ser reducido al resultado numérico que da un examen de coeficiente intelectual como definición de verdad e inteligencia. La declaración del Shema Israel, la creencia de una unicidad cósmica en la que todo lo que existe está relacionado con todo que existió y existirá, me lleva a vivir una vida más plena frente a cualquier otra explicación que conozco y que compite con esta idea. Incluso la declaración agnóstica representada en el “ realmente no lo sé” me satisface más porque no es una explicación sino una declaración de ignorancia y en tanto de humildad. Sin embargo, esto no es lo que argumentan los ateos arrogantes que dicen con soberbia “saber la verdad de algo” que yo no sé y no entiendo porque no estoy capacitado para verlo como ellos. 

Pero tampoco es así porque en el fondo también creo que el ateo cree que no cree. Es decir, el ateo también tiene una creencia. La creencia que cree no creer en nada. Sin embargo, la decisión de privilegiar ciertas creencias o explicaciones como realidad más auténtica por encima de otras posibilidades, si uno se considera realmente inteligente más allá de su ateísmo, agnosticismo o religiosidad, debe asumirlas con humildad. Al fin de cuentas lo que todos humildemente hacemos, ateos, agnósticos y religiosos, es decidir creer en algún tipo de afirmación tentativa e incomprobable para todos nosotros de la realidad y luego habitar y vivir la vida en esa afirmación. Lo hacemos libremente sabiendo que es posible traer otra explicación que otra persona puede decidir habitar. 

Los ateos arrogantes deberían admitir que quizás se equivocan. Los que nos declaramos religiosos también debemos reconocer que podríamos llegar a estar equivocados. Es cierto, todo podría ser un accidente de la química sin ningún significado más allá del que nosotros le hemos asignado dentro de un contrato de lectura o acuerdo interpretativo. En lo personal, pensar esta idea está lejos para mi de poder sentirla como la realidad que experimento. Puedo pensar, es decir puedo concebir en mi mente la idea que el planeta que habito, este lugar que me da aire y alimento en forma increíblemente sofisticada es un accidente de la química. Puedo también pensar, imaginar o concebir la idea que junto a mis seres queridos todo lo que me emociona pero no puedo expresar en palabras es porque somos monos sofisticados con ideas creativas y una poderosa imaginación. Sin embargo, mi experiencia de la vida no reafirma esta idea, imaginación o pensamiento que mi mente produce. Que mi mente pueda pensar o imaginar cosas no necesariamente significa que las creo como realidad ni se sostienen como experiencia real para mí. No creo todo lo que mi mente concibe. Tampoco conozco persona aún que no me diga que más allá que pueda pensar o imaginar ideas ateas, hay ciertas cosas que experimenta o ha experimentado de su vida con una sincronicidad y conexión metafísica misteriosa e inexplicable de eventos y sentimientos.

¿Cuál es tu placebo?

Yo sé que mi vida es mejor cuando siento que soy parte de algo más grande e importante que mi propia existencia. Experimento esta sensación -incluso si llegara a ser un placebo- nutrida de amor, asombro, curiosidad y gratitud por mi existencia. Y aquí es importante entender que cómo evaluamos las cosas que vivimos y sentimos no necesariamente es porque son una “verdad” lógica o coherente producida por nuestros pensamientos, nuestra mente, nuestra imaginación o nuestras ideas. Los ateos arrogantes que conozco sufren mucho más por el sin sentido de la vida, por tratar de entender su identidad y pertenencia, por no saber quienes son y qué se suponen que deben hacer con su existencia que las personas creyentes que conozco. Porque si decido guiarme por el placebo del ateísmo y me declaro orgullosamente ateo entonces, ¿para qué hacer algo si nada si tiene sentido? ¿Para qué traer hijos al mundo? ¿Para qué intentar salvar una vida o luchar por un mundo mejor? ¿Para qué inventar algo o trabajar? ¿Para qué esforzarse o aprender algo nuevo? Si no creo en nada para que vivir por algo.

Lo que la vida religiosa me otorga no es solamente esperanza sino también resiliencia y propósito. Yo sé muy bien para qué me levanto cada mañana y por qué debo agradecer a Dios por haberme dado otro día para ver a mi familia y realizar mi tarea en esta vida. Lo mejor de todo es que incluso si mi propia creencia llegara a ser un engaño- nuevamente una especie de placebo- confieso que funciona de maravilla. Si se que es un engaño pero decido de todas formas levantarme comprometido con un mundo que busca unicidad, momentos sagrados, amor y justicia y me paso el día enseñando y viviendo estas experiencias milenarias de mi tradición porque siento que soy un sirviente del Hakadosh Baruj Hu que me ha dado los talentos que tengo para hacer esto en la vida, para ayudar a despertar la conexión espiritual de los demás además de la mía y vivir la vida con otras personas siendo parte de los momentos sagrados de su existencia y su aprendizaje con el fin de vivir momentos de consagración a través de las enseñanzas de mi pueblo, al final de mi vida si me equivoque en mi engaño y el ateo arrogante tenía razón, estaré posiblemente amargado de no haber comido ciertas comidas que me gustaban pero las dejé por convicción religiosa. Quizás también estaré amargado de no haber intentado ser un músico profesional y vivir componiendo canciones, grabando discos y yendo de gira por el mundo. Obviamente cuando uno mira hacia atrás la historia que ve es la única posible así que sé que incluso mi engaño de lo que podría haber sido nunca se corresponderá con mi imaginación. Se que es otro pensamiento, otra imaginación o idea de mi mente. El “podría haber sido” es tan absurdo como declarar que “en el futuro seré”. Pero no es la realidad que experimento. Es otro engaño más.

Estoy seguro de algo más importante: si fue todo un engaño y al final de la vida el ateo arrogante tenía razón, de todas formas no estaré amargado de las familias que acompañé en nacimientos, ceremonias de bar y bar mitzvah, casamientos e incluso momentos de dolor y enfermedad acompañando a seres queridos a transicionar de este mundo al otro. No estaré amargado de la experiencia del ciclo anual del calendario judío, celebrando Shabatot y Jaguim, aprovechando cada instancia para crecer más, conocerme mejor, desafiarme y transformarme de una festividad a la otra y de un Shabat al otro. Sin dudas no estaré amargado por toda la Tora que he estudiado y todo el tiempo dedicado a conocer el pensamiento del pueblo judío. No estaré amargado de no haber dormido por mis estudios para mi maestría en educación judía y quedarme hasta las tres de la mañana para desentrañar una enseñanza del Talmud o la Tora. No estaré amargado por haber podido compartir con miles y miles de personas de todas partes del mundo la sabiduría ancestral de mi pueblo a través de clases y de mi blog. No estaré amargado de haber cambiado una historia de ego por una historia del alma. Al fin de cuentas no puedo imaginar cómo hubiese podido sobrevivir sin todo este maravilloso engaño en mi vida. Lo más importante de todo es que si todo lo que creo, enseño y vivo llegara a ser un engaño y el ateo arrogante tuviera razón, me sentiré feliz de haber elegido el mejor engaño que conozco. El ateo arrogante, ¿qué dirá al final de su vida? 

Finalmente, lo mejor es que es tan glorioso este posible engaño que me hace creer y me convence cada día más que justamente no es un engaño: es la forma más precisa y preciosa para vivir una vida llena de sentido. ¿Cuáles son las posibilidades que un engaño como Dios, la Tora e Israel funcione tan bien por miles de años para millones de personas por todas partes del mundo? Es por eso que utilizando toda mi inteligencia disponible elijo cada día ser un creyente. De todas maneras al final de mis días cuando mire para atrás habré vivido un engaño que me dio sentido. Esto es lo que me recuerda Heschel cuando me enseñó que el objetivo más elevado de la vida espiritual no es acumular una riqueza de información, sino enfrentar momentos sagrados. A eso vinimos. Al creer elijo cada día vivir consagrando mi existencia.

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Esto es lo que necesitas recordar para nunca quedarte solo

22/04/2019 por Diego Edelberg 83 Comments

Imagina un lugar donde puedas decir lo que quieras y vivir como quieras. Puedes ser totalmente indiferente a la opinión de los demás y sus vidas. Puedes vestir como quieras e incluso y si lo deseas andar sin ropa. Puedes comer y beber lo que quieras. Un lugar sin limites, sin etiquetas, sin demandas, sin obligaciones, sin “deber ser”, sin culpas ni disculpas. Un lugar en que eres totalmente libre y nadie espera que te comportes de un modo u otro. No hay obligaciones sino libertad absoluta. Tienes todos los derechos y no se te exige nada. ¿Qué título le pondrías a un lugar así? Si lo llamaste “un paraíso” entonces acertaste. El único detalle es que ese lugar no está destinado para que tú y los seres humanos puedan vivir allí. Ese lugar es una ficción de tu imaginación.

Al comienzo de la narrativa de la Creación en el Libro de Bereshit (Génesis), los primeros humanos habitan en un lugar llamado el Jardín del Edén. En ese lugar pueden andar desnudos junto a las demás criaturas y no precisan preocuparse demasiado por lo que dicen y hacen. No tienen que “quedar bien” con nadie y pueden decir lo que se les antoja. Sin embargo, allí son humanos pero aún no son “seres” humanos. Para “ser” humanos aún les queda por aprender la lección más importante de todas: ser vergonzoso. Ser humano es tener vergüenza. Solamente la indiferencia permite andar sin pudor y sin vergüenza. En cambio la empatía, necesaria para “ser” humano, precisa pudor y vergüenza.

El maestro en esta lección que convierte a los humanos en “seres humanos” es ni más ni menos que Dios. Dentro de esa libertad absoluta que hay en el Edén, Dios impone una sola condición: “Puedes comer del fruto de todos los árboles que hay en el jardín, excepto del árbol del conocimiento del bien y del mal (2:16-17)”. Como un gran educador, Dios sabe que no hay mejor manera de tentar y generar una disonancia cognitiva en sus criaturas que dándoles permiso para todo menos una sola cosa. Esa cosa, ese árbol con ese fruto, se convierte en una obsesión, aquello que está en el centro de todo lo demás. Los humanos ahora están desesperados por probar el fruto y en la narrativa magistral, es Dios omnisciente que todo lo sabe quien ha planeado que eso suceda. Dios necesita humanizar a los humanos. Antes de comer el fruto prohibido, “Los dos, el hombre y su mujer, estaban desnudos, pero no sentían vergüenza de verse así (2:25)”

La creación del vergonzoso

Existen incontables interpretaciones a la famosísima narrativa de la Creación de los primeros humanos y el significado de comer el fruto prohibido. Algunas interpretaciones lidian con la sexualidad y otras con la consciencia de la muerte. Pero, ¿cuál era la intención de esta narrativa? ¿Qué quiere enseñarnos? Quizás todas las interpretaciones ofrecidas sean correctas porque de eso se trata la Tora como una obra abierta, siempre dispuesta a las infinitas posibilidades del lector que se acerca con su propio esquema de referencia y subjetividad. De todos modos creo que una lección que podemos perdernos entre las muchas posibles interpretaciones, es que se trata de aquello que hace a los humanos devenir en seres humanos: el aprendizaje de la vergüenza como modo más auténtico y honesto de la existencia de nuestra especie.

Una vez que los humanos comen del fruto prohibido sienten vergüenza puesto que “en aquel momento se les abrieron los ojos y descubrieron que estaban desnudos, por lo que entrelazaron unas hojas de higuera y se taparon con ellas (3:7)” Cubrir el cuerpo es sentir pudor. Los animales no deciden taparse ni vestirse. Los seres humanos nos cubrimos el cuerpo desnudo. No lo hacemos porque el cuerpo sea malo sino porque desarrollamos vergüenza de mostrarnos en nuestra totalidad. Ser humano es sentir que existe algo adecuado y algo inadecuado que no puede ser dicho. Algo ético y algo inmoral que no puede hacerse. Algo que puede ser parte del escenario de la vida y algo que es obsceno (palabra que en su etimología significa “lo que debe quedar fuera de la escena”). Devenimos en seres humanos al incorporar a nuestro cuerpo y alma el fruto que produce el conocimiento del bien y del mal nutriéndonos de vergüenza.

Si esta interpretación es correcta, ser auténticamente humano según la Tora es hacer y decir “lo que se debe”. Esto no quiere decir eliminar “lo que se quiere” sino entender que el desarrollo de la humanidad requiere una síntesis para “querer lo que se debe”. Como contraparte, decir todo lo que pensamos y hacer todo lo que queremos no es parte del contrato de la especie humana sino de las bestias. Pero es aquí donde lo natural se puede confundir con lo artificial y lo auténtico con lo inauténtico. Lo natural y auténtico que nos permite ser funcionales en la vida es que lo que digamos y hagamos sea lo que queremos decir y hacer siempre precedido en deber por un sentimiento de vergüenza. Lo artificial e inauténtico que no nos permite ser funcionales en la vida sino que nos lleva de vuelta al Jardín del Edén del cual estamos destinados siempre a salir luego de recordar la vergüenza olvidada y readquirirla, es que digamos y hagamos lo que queremos siendo unos sin vergüenzas. En conclusión, la vergüenza no es algo malo que debemos superar. Por el contrario es lo que debemos incorporar y recordar para no claudicar una y otra vez en el retorno del Jardín del Edén.

No te quedes solo: ten siempre vergüenza

Finalmente, la prueba más contundente de la artificialidad de vivir sin vergüenza es la enfermedad que produce según la tradición judía. Esta enfermedad espiritual es la peor de todas. Se llama tzaarat y es producida por hacer lashon hará, es decir hablar mal de otros, difamarlos, ser chismosos y estar incluso dispuestos a escuchar que nos hablen mal de los demás (ver Parashot Tazria y Metzora con los comentarios rabínicos al respecto). Según la Tora, la persona que se infecta del lashon hará debe ser puesta en cuarentena, separada y aislada permaneciendo en soledad. Solamente puede regresar luego de ser purgada recuperando la vergüenza. Pasando simbólicamente un tiempo en una suerte de Jardín del Edén solitario, si la persona no logra recordar el sabor del fruto y unificarse en la integridad de la especie que demanda pudor en sus palabras y acciones, no puede regresar y reinsertarse a la sociedad. Quien dice lo que quiere y hace lo que se le antoja, jactándose de su supuesta coherencia y honestidad, termina en soledad. La gente lo abandona y lo considera peligroso. El sin vergüenza no es querido. Y es precisamente el lenguaje, el fenómeno más poderoso de nuestra especie diferenciándonos del resto de las criaturas, el que debe ser sanado. Si el lenguaje es lo que nos diferencia de las bestias entonces el lenguaje tiene que tener vergüenza. Es el lenguaje el que tiene el potencial de generar amor, respeto, relaciones y comunidad. También puede generar odio, destrucción y guerras. El lenguaje es como nos hablamos a nosotros mismos en nuestras cabezas y organizamos y vemos nuestra vida.

Hacer lashon hará (difamar y ser chismosos) es lanzar una flecha que una vez disparada no puede volver a recuperarse. Después de haberla arrojado, de haber dicho lo que no debe ser dicho y haber hecho lo que no debe ser hecho, no se puede regresar al antes. Se puede pedir perdón pero ya no será lo mismo. Cuando algo que no debía decirse es dicho y cuando algo que no debía hacerse fue realizado ya no vemos a esa persona como ser humano y como parte de nuestra especie. Lo consideramos una bestia que ha violado el contrato y pacto social de coexistencia humana. De ahora en más deberemos vivir con las consecuencias de lo dicho y hecho sin ese pudor que ofrece el fruto del conocimiento del bien y del mal. Por eso no son las armas las que asesinan y separan a los humanos sino las palabras que articulan ideas destructivas y luego la boca que da la orden de matar. Precedido por la vergüenza, es ese mismo instrumento de honestidad humana el que dice sin indiferencia “gracias”, “perdón” y “te amo”.

Abraham Joshua Heschel enseña que, “La vergüenza es una protección contra los males internos. Contra la arrogancia, la edificación del sí mismo. El final de la vergüenza sería el fin de la humanidad. La vergüenza precede al compromiso religioso, es la piedra fundamental de la existencia religiosa. Tengo miedo de la gente que nunca se ha avergonzado en su propia mezquindad, prejuicios, envidia y vanidad; nunca avergonzada en la profanidad de la vida. Me estremezco al pensar en una sociedad gobernada por personas que están absolutamente seguras de su sabiduría…cuyas mentes saben ningún misterio, no hay incertidumbre. El mundo necesita un sentido de vergüenza. («What is a man?, pág. 114»)”

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¡No mandes a tus hijos a ese colegio! La educación infinita y el juego del miedo educativo en Chile

14/03/2019 por Diego Edelberg 12 Comments

En su libro publicado en 1986 titulado “Finite and Infinite Games”, James Carse explica que todos jugamos un juego en la vida. Lo más importante es entender qué clase de juego estamos jugando. Existen dos tipos de juegos posibles: juegos finitos y juegos infinitos.

En un juego finito los jugadores son conocidos, las reglas ya están fijadas de antemano y el objetivo final está acordado por todos los jugadores. El fútbol es un ejemplo de un juego finito. Hay reglas arbitrarias que han sido consensuadas y acordadas: dos equipos, una pelota, duración del juego y el que hace más goles gana. Al concluir un partido ningún equipo puede pedir jugar un ratito más, agregar otro jugador o traer una pelota extra al partido para demostrar que puede ganar. No sucede porque está planteado como un juego finito en el que hay ganadores y perdedores.

En un juego infinito algunos jugadores son conocidos pero también hay muchos jugadores desconocidos jugando, las reglas van cambiando y el objetivo final no es ganar sino seguir jugando. La educación es un ejemplo de un juego infinito. Como no hay una conclusión final para la educación en tanto nadie puede determinar una educación que no precisará renovarse continuamente y que satisface las necesidades de todas las comunidades del mundo por igual hasta el fin de los tiempos, no hay reglas fijas, no hay un solo objetivo final y lo que sucede es que con el paso del tiempo los jugadores (colegios, universidades, directores, ministerios de educación, profesores, etc.) abandonan cuando se acaba la voluntad o los recursos para continuar jugando, dando espacio para ser reemplazados por otros jugadores. El juego se perpetúa porque no dejará de existir la educación. Lo que cambiarán serán los jugadores porque irán cambiando las reglas y los objetivos de la educación.

¿Qué juego estamos jugando?

Cuando un jugador finito enfrenta a otro jugador finito el sistema de juego es estable. El fútbol es estable. Cuando dos jugadores infinitos se enfrentan el sistema también es estable hasta que uno deja de jugar (por ejemplo, el capitalismo versus el socialismo). Por supuesto que existen juegos finitos dentro de juegos infinitos. Pero los problemas surgen cuando un jugador finito se enfrenta a un jugador infinito. El jugador finito quiere ganar mientras que el jugador infinito quiere seguir jugando. Los objetivos y la misión serán totalmente diferentes. Esta situación hará que el jugador finito viva su vida entera frustrado intentando ganarle a un oponente que no es tal pues se encuentra jugando un juego diferente, el juego infinito, en el que a veces se gana y otras veces se pierde no siendo ese el objetivo del juego sino continuar jugando.

Como mencioné, la educación por definición es un juego infinito. La educación existe desde antes que aparezca cualquier institución educativa que hay hoy en el planeta y seguirá existiendo más allá que las instituciones educativas sigan existiendo o dejen de hacerlo. Continuamente se abren y se cierren colegios, universidades y otras instituciones educativas pero nunca se cerrará la educación como tal.

El verdadero desafío está en que si prestamos atención al lenguaje que utilizan los directivos, los ministerios de educación, los profesores, las instituciones educativas y el staff educativo descubrimos que en el fondo no saben realmente qué juego están jugando. Confunden el juego infinito con el juego finito. Esto es muy peligroso. Los colegios dicen que quieren ser “el mejor colegio”. La pregunta es, ¿ser el mejor colegio tomando qué métricas como referencia? ¿Todo el planeta?¿Durante el resto de la historia? ¿Ser el mejor en ganancias? ¿En asegurar la mayor cantidad de futuros empleos o salarios altos? ¿Cantidad de estudiantes? ¿Puntaje en la PSU (Prueba de Selección Universitaria)? ¿Metros cuadrados que la institución tiene? ¿Cantidad de profesores? ¿Y todo esto en referencia a qué ventana de tiempo (por año, por década, por siglo, por milenio)? En Chile particularmente, la respuesta que emerge rápidamente a estas preguntas es que ser el mejor colegio es ser “el número 1″ en el ranking de la PSU. Sin embargo hay una respuesta mucho más profunda que abordaremos en esta publicación y demuestra lo ridículo de jugar ese juego.

El Juego del Número es el Juego del Miedo

Como no todas las instituciones educativas del planeta e incluso aquellas que se encuentran en un mismo vecindario están de acuerdo con estas reglas aleatorias que cada colegio auto establece para evaluarse como institución, resulta absolutamente ridículo declarar que uno es «el mejor colegio» a menos que todos los demás colegios estén de acuerdo con las métricas elegidas. No todos los colegios acuerdan que el parámetro de referencia es el ranking en la PSU. Entonces ¿qué significa en la educación “ganarle al colegio de al lado”? Sabiendo lo absurdo del juego, los colegios igual se miran los unos a los otros para intentar “ganar” una competencia irreal. Pero no se pueden tomar decisiones estrategias de largo plazo en un juego infinito como es la educación analizando a la competencia del modo que haríamos en un juego finito. Se pueden tomar decisiones tácticas de corto plazo para “ganar” un partido. De todas maneras, todo el staff educativo e incluso los padres y estudiantes se frustran porque están jugando el juego equivocado. En cambio, las mejores instituciones entienden que juegan para seguir jugando y no para ganar.

En el juego finito entonces la obsesión es ganarle a la competencia. Por el contrario en el juego infinito la obsesión es mejorar uno mismo y ser mejor cada día. En el juego infinito quien juega con uno y no “en contra” de uno no es un contrincante. Es un rival digno que nos demuestra en aquello que hace bien las debilidades nuestras que debemos mejorar. El jugador infinito se pregunta, ¿cómo puedo hacer que mi institución educativa sea una mejor versión de sí misma hoy de lo que fue ayer sin evaluar en comparación con las demás instituciones? En la educación no se trata de ser “el número 1” ni ganarle a otros sino mejorarse a uno mismo en sus propios principios educativos que deberían ser infinitos. Uno mismo es la competencia en el juego infinito y eso es lo que asegura seguir jugando el juego. No sólo eso sino que jugar el juego infinito trae algo mejor que el jugador finito nunca conocerá: el goce y la alegría altruista de realmente sentir que lo que uno hace tiene un impacto transcendente. El goce y el sentimiento de realización se logra cuando uno deja de compararse y avanza sobre sus propios logros.

El problema es que amamos compararnos con otros porque es mucho más fácil. Amamos los rankings y sentir la ilusión y ficción que somos “el mejor colegio» o estamos entre los 10 de lo que sea. Pero cuando uno comprende el juego infinito que juega deja de tomar decisiones finitas que surgen por un solo factor: el miedo. El jugador finito es miedoso y ególatra. Así es, la diferencia cuando estamos jugando un juego finito es que lo que buscamos no es transcender por algo más grande sino que se recuerde nuestro propio nombre. Ese es el juego del ego, el poder y el control. Esto significa que en el juego finito vivimos con miedo a perder, desconfiamos de quienes nos rodean, creemos que nuestra misión es intentar ganarle al oponente (lo cual se traduce no solo ganarle al colegio de al lado sino a tus compañeros de clase en el promedio y a los otros profesores en status, dinero o reconocimiento, etc.) y no hay empatía ni ayuda grupal sino paranoia. En lugar de vivir un paradigma de abundancia educativa se establece un terror marcado por la escasez: no hay para todos, no todos pueden aprender y no todos pueden ingresar a la universidad y ganar dinero. La pregunta que surge entonces es, ¿qué juego está jugando el sistema educativo, los colegios, universidades, profesores, padres y estudiantes particularmente en Chile hoy? La respuesta, lamentablemente, es el juego finito. Aquí nadie es culpable. Todos somos responsables. Todos estamos eligiendo este juego. Debemos entender el juego para comenzar a cambiarlo. A eso nos enfocaremos a continuación.

Control, ego y poder…¿y la educación?

En Chile al igual que otras partes del mundo existe en el sistema educativo algo llamado PSU (Prueba de Selección Universitaria). Los estudiantes a partir de la educación media (secundaria) comienzan a recibir un promedio numérico que define sus carreras universitarias. Por otras razones sociológicas y particulares que superan esta publicación, el colegio no sólo influencia en la carrera universitaria sino también en la posibilidad de conseguir trabajo de acuerdo al número de la calle en la que uno nació y el nombre del colegio que uno asistió. En otras palabras, la sociedad entera está atrapada en un juego finito de control basado en números que expresan el puntaje académico y la dirección de la calle en la que nació el estudiante y el futuro empleado. Todo esto sirve para mantener en control el miedo latente de todos los jugadores (padres, instituciones, gobierno, empresas, país, etc.).

Los colegios publican en sus redes sociales con orgullo los estudiantes que obtienen números elevados dentro del ranking de la PSU como si estuvieran jugando un partido de fútbol contra los demás colegios en el que hay que ganar mientras otros pierden. El juego es claramente finito aún cuando ya sabemos que el juego educativo no se trata de ganar sino seguir jugando. El número promedio que los estudiantes van apilando en notas a lo largo de los años está basando en la capacidad que tienen de recibir información y devolvérsela al profesor de la manera más precisa que el profesor considera eficiente, dándoles a cambio a los estudiantes un número arbitrario en una escala de 1 a 7 basado en una definición numérica aleatoria preestablecida por el profesor y el staff educativo. Este número que los estudiantes van adoptando como identidad existencial en el fondo no expresa su inteligencia emocional ni su espiritualidad como totalidad sino una descripción fotográfica de la sabiduría externa cognitiva que poseen en ese instante de acuerdo a reglas arbitrarias que han sido consensuadas y acordadas entre los profesores, el staff educativo y los padres. Lo que esta nota produce al utilizarla como etiqueta sobre los estudiantes es condicionar una falsa autoestima como un número que mide su ser y no su emocionalidad o espiritualidad que es imposible de medir en números. Además, este juego disminuye la capacidad de ayuda colectiva y por el contrario otros estudiantes con mejor promedio son vistos como competidores a los que hay que ganarles porque no hay lugar para todos en el juego finito. No es casualidad que en este escenario la mayoría de los estudiantes (y muchos profesores) odian el colegio y si pudieran elegir estarían en cualquier otro lado donde el juego del aprendizaje sea creativo e infinito. En lugar de ser el espacio para desarrollar al máximo las capacidades cognitivas, emocionales y espirituales, el colegio se pierde la oportunidad de ser un lugar que motiva no solo el conocimiento exterior sino también la sabiduría interior.

¿Qué produce la necesidad de crear este sistema y sostenerlo aún cuando los propios jugadores no lo ven funcional? La respuesta, como vimos, es el miedo. En esta cultura del miedo los estudiantes tienen miedo de sus profesores que determinan su aparente valor numérico. Los estudiantes también temen al colegio mismo y su staff que trabaja desde el paradigma de control producido por el miedo. En efecto, los profesores y el staff del colegio tienen miedo que los estudiantes los conozcan como personas que también sufren y temen y por eso el staff evita compartir algo más profundo sobre quienes son emocional o espiritualmente prestándose solamente a mantener una distancia numérica abstracta entre ambos jugadores (los estudiantes y el staff) como si ambos fueran dos objetos en lugar de dos sujetos que se relacionan. Los números son necesarios para mantener la abstracción objetiva y distante entre los unos y los otros.

Los estudiantes confiesan no saber nada del profesor más que su nombre mientras que el profesor rara vez conoce algo más de sus estudiantes que aquello que le comunican las pruebas y exámenes que miden solamente la capa exterior del conocimiento de su alumno. Los profesores a su vez están asustados de los padres de los estudiantes, de la administración del colegio y del directorio por miedo a hacer algo que no sea parte del juego finito (¡no sea cosa que en lugar de centrarse en las notas numéricas decidan al igual que Robin Williams en la Sociedad de los Poetas Muertos o Merlí en la serie de Netflix cometer la atrocidad que los estudiantes lleguen a sentir entusiasmo o emoción por ir al colegio y descubrir la pasión de aprender!). La administración y el directorio del colegio están asustados de los padres que pagan las cuotas a razón de asegurarse que el colegio les promete rankings altos en la PSU y en consecuencia un retorno de su inversión monetaria que sus hijos e hijas podrán recuperar manteniéndose dentro del sistema del juego del trabajo. Y finalmente los padres están asustados que sus hijos no puedan ingresar a las universidades, conseguir un trabajo y no tener qué hacer el resto de sus vidas. Todos somos responsables de auto someternos a un juego finito porque tenemos miedos diferentes. En este juego que debería ser infinito se está jugando un juego finito en el que estamos todos asustados. Nadie está aprendiendo ni gozando. Solamente estamos evitando enfrentar nuestros temores y por eso todos pagamos el precio.

¿Hay una salida? ¡Siempre!

La necesidad de crear y sostener este forzado juego finito en lo que por naturaleza es un juego infinito produce además otras consecuencias. Los profesores y directores se sienten cómplices en lugar de estar entusiasmados con la vocación sagrada que eligieron de jugar el maravilloso juego infinito de la educación. Se sienten haciendo gestión organizativa de temas en lugar de maestros que forman parte del desarrollo espiritual de sus estudiantes y de la comunidad educativa. El clima en general es de paranoia y sospecha continua porque no sea cosa que se descubra quién comete un error terminando en el banco de suplentes o fuera del equipo dándole lugar a que entre otro jugador. En lugar de apoyarse, de entenderse mutuamente, de pedir ayuda si uno no sabe cómo manejar una determinada situación por miedo a ser despedido si es un miembro de staff o amonestado si es un estudiante, tanto el staff educativo como los estudiantes se preocupan por ellos mismos y no por el bien de algo más grande. En la paranoia hay miedo y la reacción primera es salvar el propio pellejo. Nadie se anima a arriesgarse. Como vimos, el juego finito posee una visión de escasez en lugar de abundancia. La escasez lleva al miedo, el miedo a la sospecha, la sospecha a la paranoia, la paranoia a la desconfianza y juntas la desconfianza, el miedo, la sospecha y la paranoia precisan control. El control lleva a un juego de poder y el poder alimenta al ego. Es ahí cuando se precisan números porque el número siempre tiene una narrativa de ego, poder, control y miedo. El juego finito tiene números (cantidad de goles, de ganadores y perdedores, etc.). Pero el juego infinito no posee números porque sabe que las cosas más trascendentales jamás podrán ser medidas. ¿Cuánto vale una lección bien dada por un maestro y aprendida por un estudiante? ¿Qué vale realmente un profesor que deja el alma para que sus estudiantes aprendan? ¿Qué número le pondríamos al placer de enseñar algo que amamos? ¿Cuánto vale los ojos brillantes de los estudiantes apasionados?

Soy una persona de fe y esperanza. No todo está perdido. El juego puede cambiar. Pero debe surgir desde quienes lideramos comunidades educativas porque las organizaciones serán de acuerdo a cómo somos sus líderes. Si los líderes tenemos miedo de cambiar seremos cómplices del juego pasando noches enteras sin dormir para descifrar ganarle a la competencia de un juego finito que no es tal. Los padres también tenemos responsabilidad si queremos realmente lo mejor para nuestros hijos. La primera salida de este enredo ya existe dentro del paradigma educativo. Se trata de abordar la educación desde una mentalidad flexible y no fija (Carol Dweck, la persona que acuñó el término lo describe en inglés como “growth mindset versus fix mindset”). Al final de esta publicación agregué un breve video que explica de forma extraordinaria esta filosofía educativa (se pueden elegir poner subtítulos en español).

Desde esa mentalidad flexible, el siguiente paso es comenzar a desarrollar iniciativas infinitas dentro de un sistema finito. Tenemos que sincerarnos en que no podemos cambiar el sistema entero de la noche a la mañana y debemos dar pequeños pasos que se convertirán en zancadas. Por eso esta publicación es al fin de cuentas una pregunta y no una respuesta. Opciones que propongo y que yo mismo he podido poner a prueba lidian con el campo de ESE (Educación Socio Emocional – también hay un video al final de esta publicación pero solamente en inglés). En esencia la ESE es un espacio dentro del currículum que ayuda a que los estudiantes se conecten con sus emociones más profundas y puedan reconocerlas, comprenderlas, influenciarlas e incluso comunicarlas. Luego de un año trabajando semanalmente a través de técnicas de meditación, estudio de textos con preguntas orientadas hacia ese desarrollo, salir a dar una clase al patio en lugar del aula y cientos de técnicas más no formales (incluyendo una presentación en la que les cuento sobre mi vida y lo que me gusta y me da miedo) se genera una comunidad de confianza que libera algo del ancho de banda de preocupaciones más allá de las notas de los estudiantes. No es casualidad que ya hay investigaciones realizadas que los colegios que poseen un espacio para ESE los estudiantes mejoran el rendimiento académico sin tener que sufrir porque han tenido un espacio para enfrentar los otros grandes temas -además del promedio escolar- que les preocupan en la vida. Uno de los proyectos que también ha estado empujando esta agenda con una visión infinita en la educación es la de Project Zero en Harvard http://www.pz.harvard.edu/

Heschel nos enseñó que el pensamiento sin raíces dará flores pero no frutos. Culpar al sistema es más fácil que asumir que el sistema somos nosotros. Los miedos son nuestros y la valentía tiene que surgir de nosotros. Si queremos un futuro mejor para la educación debemos comenzar por vivir un presente mejor en la educación.

Filed Under: Judaismo Hoy

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Acerca del Autor

 Hola, soy Diego Edelberg, el fundador del blog Judios&Judaismo.com. Me apasiona todo lo relacionado con la música, el judaísmo, la interpretación, la educación, la mitología, la filosofía, la religión, la ciencia, la historia, el arte, la física, la cosmología, la evolución, la sociología, la epistemología, la metafísica, la cabalá y en especial aquello que resulta contradictorio, paradójico y absurdo. Para conocer más sobre mi y de qué se trata mi blog visitá la sección Acerca del Autor

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