En toda nuestras publicaciones sobre “Dios de y para los judíos” hemos insistido que nadie tiene acceso a la esencia de Dios. Nadie sabe ni puede saber lo que Dios quiere ni cómo es Dios porque si así fuera esa persona sería cómo Dios y eso es un absurdo. Lo único que poseemos son imágenes y metáforas humanas que expresan cómo Dios se nos presenta o manifiesta a nosotros mismos en cada momento específico de nuestras vidas. Nuestra discusión sobre Dios esta siempre impregnada de subjetivismo ya que nunca podremos escapar de nuestra condición humana. En consecuencia Dios será siempre una imagen o metáfora de nuestra propia experiencia de vida.
En esta publicación quisiera explorar brevemente la metáfora de Dios como Padre.
En español cuando hablamos de nuestros padres damos por hecho que también estamos incluyendo a nuestra madre. Asumimos que en el plural “padres” se encuentra implícita la presencia materna. Nadie dice “vamos a casa de mis madres” sino “vamos a casa de mis padres”. Por lo tanto la naturaleza patriarcal es inevitablemente más profunda que la matriarcal en nuestra cultura. De alguna manera es real que uno viene de un solo vientre pero ese vientre puede ser fecundado por múltiples hombres. “Madre hay una sola” pero padres puede haber muchos y distintos a lo largo de toda la vida de una sola mujer.
En hebreo la metáfora de Dios como padre es Avinu que literalmente significa nuestro Papá y no Mamá. En la modernidad mucha gente se siente ya incómoda con esta metáfora. No porque Dios no sea como un padre para nosotros sino que también podríamos considerar a Dios como una madre. Además si Dios es un reflejo metafórico o simbólico de nuestra propia experiencia de vida, para todos nosotros el amor por nuestros propios padre y madre es muy diferente y particular. Algunos se llevan mejor con el padre que con la madre o viceversa. Generalmente ante la famosa pregunta “¿a quién quieres más? ¿A tú papá o tú mamá?” la respuesta termina siendo “los quiero en formas distintas y no a uno por encima del otro”.
Yo no soy padre aún. Pero soy hijo y soy maestro. Considero a cada uno de mis alumnos como si fuera un hijo o hija mía. Por lo tanto puedo captar la sensación que ser padre es complicado por el simple hecho que como maestro simultáneamente quiero y me preocupo por cada uno de mis estudiantes a nivel individual pero al mismo tiempo soy demandante con ellos y les exijo y los “castigo” si están haciendo las cosas mal. Creo que tanto un maestro como un padre que se niegan sistemáticamente a “castigar” (en caso de ser necesario) han fallado como padre o maestro.
Y ésta es la metáfora de Dios como Papá en nuestra tradición. En el poema medieval Avinu Malkenu que recitamos una y otra vez durante Rosh Hashaná y Kippur nos dirigimos a Dios como Papá y como Rey en forma simultánea. Avinu quiere decir literalmente nuestro Papá y Malkenu es literalmente nuestro Rey. Esta yuxtaposición de dos metáforas completamente opuestas nos sugieren un Dios que se relaciona al mismo tiempo de dos maneras distintas con nosotros: como un papá lleno de compasión y al mismo tiempo como un rey que nos juzga como si fuéramos tan solo un súbdito más de su corte.
Algunos de nosotros tenemos la tendencia a estereotipar a nuestro padre como el estricto y a nuestra madre como la compasiva incondicional. Otros podemos sentir que esto está invertido e incluso algunos podemos llegar a sentir que tenemos dos “madres” compasivas o dos “padres” rigurosos y exigentes. La división de trabajo en la familia es algo complejo de construir y constituir. En nuestra publicación anterior mencionamos que el castigo o enojo también es una forma de amar.
Pero llamar a Dios madre fue algo impensado para la metáfora bíblica e incluso posteriormente para nuestros ancestros. Con el paso del tiempo la metáfora de papá fue adquiriendo un balance femenino dentro de su masculinidad. Así surgió finalmente la metáfora mística de la Shejiná la presencia divina que es en efecto esencialmente femenina.
Deja un comentario