La no-identidad
Hace unos años, para el famoso “Día del Padre” (como si existiera solamente un día en que mi padre cumple esa función) decidí regalarle un libro titulado Identidad de Zygmut Bauman. Al cabo de unos días me comentó que estaba leyendo el libro que le había regalado y le parecía muy bueno. Mi padre me dijo por ese entonces algo muy llamativo: “me siento muy identificado con la Identidad que el autor describe de si mismo”. Lo curioso era que según mi padre el autor se definía como un sujeto sin identidad. Ese comentario de la no-identidad me hizo caer en la cuenta de algo que sabía hace mucho y no lo veía tan claro como lo pude ver a partir de ese simple comentario de mi padre.
Muchas veces me he sentido un sujeto sin identidad o lo que es lo mismo, un sujeto con todas las identidades. Nunca me siento del todo cómodo con algo o alguien. Cuando me encuentro entre colegas músicos les hablo de filosofía y religión y cuando estoy con religiosos les hablo de arte y de las construcciones sociales que generan gustos producidos por la cultura en la que nacemos y las expectativas que ella nos genera. Cuando me invitan a un asado hablo de los vegetarianos y cuando estoy con vegetarianos hablo de las propiedades de la carne. En definitiva, cuando estoy con escépticos les hablo de fe y de la imposibilidad de entender el mundo sin creer en “algo” y cuando estoy con fanáticos creyentes de Una sola Verdad les hablo de la multiplicidad de opiniones y vidas diferentes que pueden existir. Tengo siempre la sensación de estar queriendo mostrarle al otro cómo su esquema de referencia, su propia vida y su hacer en ella están en falta y pueden ser desarmados en un instante. Hay días en los que todo me resulta una construcción, un montaje, un simple escenario armado para el goce y el disfrute de la vida; sin lógica y sin razón de ser más que la propia recreación de cada colectivo social. Pero hay otros días dónde todo tiene «sentido», todo es ordenado y todo está sucediendo «por algo».
¿Por qué me pasa esto? ¿Será que yo mismo no puedo decidirme por Una Verdad? ¿Soy acaso el único que experimenta algo así o hay alguien más que viva sintiéndose muchas veces como el sapo de otro pozo?
El pueblo con y sin tierra
En lo personal atribuyo esta sensación a una herencia. Soy heredero de un modo de experimentar la vida que si bien no es única es muy particular. Es lo que llamo la herencia del pueblo sin tierra.
Cuando uno nace en una familia judía nace con una marca. Una marca que no importa lo que uno haga no se borra. Me impresiona lo que esa marca genera tanto para los que la poseen como para los que no. Los judíos somos un pueblo que vivió durante 2000 años en todas partes menos en lo que como pueblo llamamos “casa”. La historia nos ha obligado a responder una y otra vez ¿qué es casa para ustedes? ¿Es donde viven físicamente o es donde anhelan la profecía de una redención Mesiánica que restablezca la tierra prometida? ¿Son ambas cosas “casa”? ¿Se puede vivir en un espacio y estar siempre soñando con otro tiempo y otra vida? Y me encuentro muchas veces atrapado entre no saber si es todo esto bueno como anhelo de un mundo mejor que está por venir o es una patología esquizofrénica que no me permite saber quién soy de verdad.
Cada niño judío que llega al mundo porta esta herencia. La herencia del pueblo sin tierra esta inscripta en nuestra historia, es parte de nuestra liturgia, es lo que recordamos, anhelamos y rezamos todos los días en la Amida, en frases como “rescátanos de los cuatro puntos de la tierra”, “restituye nuestros jueces a su condición primitiva y a nuestros consejeros a sus días iniciales”, “restaura Jerusalén”, etc.
Un día decidí dejar de ser sapo de otro pozo. Y la respuesta resultó ser más fácil de lo que parece.
El recorrido de la vida
En la vida tenemos dos posibles recorridos. Podemos intentar salir o podemos irnos de viaje. Mi querido profesor de alemán, Wolfgang, me decía que había una sola razón por la cual la gente se obsesionaba tanto con viajar e irse lejos: el que viaja siempre se está escapando de algo o de alguien. Si bien suena demasiado dramático puesto así creo que hay una verdad allí. Cuando viajamos queremos conocer lugares nuevos, caras distintas, comidas diferentes y situaciones raras porque de alguna manera queremos escaparnos de las rutinas, la monotonía, los mismos problemas de siempre y las mismas caras de todos los días…queremos salir de nuestras responsabilidades.
Pero ¿cuál es existencialmente la diferencia entre salir e irse de viaje?
La salida
Los judíos que nos adscribimos al paradigma de salida nos enfocamos en el cambio constante de la historia, las fluctuaciones en tendencias, las transformaciones culturales y las novedades. Nuestra creencia se apoya más en lo contingente, aquello que puede ser como puede no ser. Somos sensibles a los vientos del progreso y el desarrollo, a las alteraciones de los climas en el devenir humano y a las oportunidades y desafíos que están por llegar. Definimos el judaísmo muchas veces como una filosofía de vida ligada a lo pasivo intelectual que es pensar, escuchar, reflexionar o filosofar y no necesariamente actuar de algún modo judío. Creemos que pensar acerca del judaísmo es lo necesario para alcanzar la “tierra prometida”.
Pero en esta pasión por abrazar el futuro, los judíos que salimos muchas veces abandonamos el pasado. En nuestra pasión por permanecer relevantes al día a día podemos llegar a ver el ayer como lo viejo e inútil. En nuestra ambición de hacernos nuevos y mejores olvidamos las raíces que nos dieron ramas y frutos.
La juventud, fresca en espíritu, creativa en ideas, busca siempre un nuevo sendero tomando aquella ruta que nadie antes tomó. Hay algo monótono y aburrido en seguir los mismos pasos que nuestros ancestros trazaron.
Este paradigma de salida fue lo que dio nacimiento al judaísmo contemporáneo. Cuando los vientos de modernidad soplaron en Europa, haciendo del Iluminismo y la Emancipación los tornados más poderosos del nuevo mundo que hasta hoy cargamos, millones de judíos sintieron que seguir anclados a las tradiciones y el modo de vida que sus antepasados sostenían iba impedirles abrazar el iluminado camino de una Verdad mas pura, racional y lógica. Lo curioso es que este recorrido terminó rompiendo la lógica en si misma a través principalmente de la recursividad del lenguaje. Esto significa que debido a nuestra capacidad interpretativa y recursiva del lenguaje humano, fuimos capaces de observarnos a nosotros mismos y a los sistemas a los que pertenecemos logrando ir más allá de nosotros y de dichos sistemas. Pudimos convertirnos en observadores del observador que somos y ver todo como un gran invento. Nos creímos así que todo es una gran construcción colectiva producto de la casualidad. Muchos judíos que abrazamos este ideal, en el proceso de hacernos mejores y de encontrar una vida plena de sentido le dijimos adiós al pasado para abrazar el futuro.
Como nosotros sabemos hoy, luego de 400 años de este paradigma de modernidad que aún está latente, las buenas intenciones de estos primeros judíos que intentaron salirse chocaron finalmente contra una gran decepción. Por un lado la Iluminación racional en la Europa Nazi (asesinar con razón de ser) y la igualdad socialista en Rusia (el comunismo igualitario) se tornaron hacia los judíos en las peores catástrofes de nuestra contemporaneidad. Por otro lado los descendientes que venimos de esa búsqueda que puso la razón por encima de todo los demás hemos experimentado la pérdida total de prácticas judías y en la mayoría de las familias la asimilación en no menos de dos o tres generaciones.
Irse de viaje
¿Entonces en lugar de salir debemos irnos de viaje? No realmente. Los judíos que vivimos en el paradigma del que se va de viaje somos en realidad los que vivimos mirando hacia el pasado, buscado el punto de dónde salimos para no olvidarlo en ningún momento. Cuando estoy de viaje mi foco principal de pensamiento se nutre en la idea que las verdades más importantes de la historia en algún punto no han cambiando tanto. Hablo con mis padres sobre mi experiencia de vida y ellos asienten como si dijeran “si, yo ya pasé por ahí”. Tradición, ritual, costumbre y ley no cambian sólo porque hay un nuevo descubrimiento científico o porque los políticos nos alientan al cambio en cada nuevo gobierno. Visto así, cada nueva vida que llega parecería terminar haciéndose las mismas preguntas de siempre y sufriendo las mismas penas frente a las grandes preguntas existenciales. ¿Entonces lo que era bueno para mi abuelo es bueno para mí?
El problema es que en esta pasión por mantener un pasado sagrado, los judíos que viajamos perdemos muchas veces la habilidad de utilizar y actualizar la energía del nuevo día. Perdemos la noción de discernir la voz de Dios no solo en lo antiguo sino en lo novedoso. No solo en el mundo que era sino en el que es y habitamos. En nuestro anhelo de continuar esta cadena milenaria de tradición fallamos en recrear los espacios de frescura, creatividad y autentica expresión personal. El texto en esencia nunca ha cambiado pero nosotros vamos cambiando nuestra visión del texto a medida que reflexionamos una y otra vez sobre las mismas historias. La Tora es siempre la misma pero nosotros no somos los mismos todo el tiempo.
Y entonces la pregunta persiste: ¿cuál es el camino para dejar de sentirse sapo de otro pozo? Si hay días que me siento de viaje y otros en los que salgo ¡¿qué debo hacer?!
La respuesta es: ¡sí!
Debemos aprender a vivir en armonía con las salidas y los viajes. La majestuosidad y belleza del judaísmo y la Tora que es relevante para nosotros se basa en una síntesis entre los días que salimos y los días que nos vamos de viaje. Cuando salimos (con puntos de vista dinámicos de acuerdo a la coyuntura histórica) debemos servirnos como catalizadores para cuando estamos de viaje y ayudarnos así a crecer plenos de sentido expandiendo nuestra espiritualidad. Contrariamente cuando estamos de viaje hacia nuevos horizontes tenemos que servirnos como catalizadores para aquellos momentos en los cuales salimos y recordarnos siempre de dónde venimos y hacia dónde vamos inspirados por los valores eternos de nuestra fe, nuestras leyes, costumbres y rituales milenarios.
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